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Antología de la poesía contemporánea

Homero Carvalho presenta el libro publicado en España por la editorial Amargord sobre la producción nacional.

/ 11 de abril de 2018 / 21:06

La prestigiosa editorial Amargord, de España, que ya publicó parte de la obra de Jaime Saenz, acaba de publicar la antología Poetas bolivianos contemporáneos, cuya selección me fue encargada por la editorial. En 2015 compilé la Antología de la poesía boliviana del siglo veinte, por encargo de Editorial Visor, en esa incluí a más de 30 poetas, la mayoría de ellos canónicos y una decena de poetas que, gracias al verbo, nos acompañan en la mayor creación del ser humano: la poesía. En esta, en especial, se me pidió incluir a poetas que no estén en la de Visor.

En Bolivia se escribe buena poesía, desde el siglo pasado extraordinarios poetas han sido reconocidos en varias investigaciones y antologías internacionales. En ellas se pueden encontrar nombres canónicos como los de Ricardo Jaimes Freyre, Adela Zamudio, Gregorio Reynolds, Franz Tamayo, Hilda Mundy, Óscar Cerruto, Yolanda Bedregal, Jaime Saenz, Edmundo Camargo, Jesús Urzagasti, Raúl Otero Reiche, Roberto Echazú, Jorge Suárez, entre otros poetas que ya nos dejaron, o como los de Eduardo Mitre, Eugen Gomringer y Antonio Terán, que siguen trabajando el verso, cuyos poemas están en varias antologías internacionales; además, por supuesto, de otros poetas nacionales con sobrados méritos.   

Esta compilación tiene el propósito de mostrar a los lectores de Iberoamérica una parte importante, que no es muy conocida en otros países, de la producción poética contemporánea que, en el presente, se escribe en Bolivia. No solamente pretende ser una medida de lo que este grupo de poetas elegido está escribiendo en la actualidad, va más allá porque reúno a vates cuya obra ya está consagrada con la de aquellos que se están dando a conocer, cada poeta con sus potencias, sus tesituras, sus sensibilidades y sus imaginarios, vitales cada uno de ellos, convirtiéndola en una muestra diferente y dinámica que ya está haciendo tendencia en este siglo XXI.

Todos ellos han logrado hallar sus propias voces, únicas como debe ser. En el caso de los poetas nacidos a partir de los años 1980 existe un diálogo fluido con sus pares del planeta entero a través de la web y las redes sociales, comunicación que puede abarcar muchos idiomas que son reapropiados en sus textos. En algunos casos, como se puede comprobar en sus reseñas biográficas, han publicado en revistas internacionales o en espacios literarios de gran acogida como páginas virtuales, tales son los casos de Cecilia de Marchi, Jackeline Rojas, María Claudia Ardaya, Lucía Carvalho y Melissa Sauma. Ardaya, Carvalho y Sauma son las más jóvenes de la selección.

Entre los escritores ya consagrados he realizado algunos rescates como son los casos de Sulma Montero, Eduardo Kunstek, Arnaldo Mejía Méndez, Silvia Rózsa, Fanthy Velarde y Luis Mérida, poetas alejados de la farándula literaria cuyos textos son simplemente magníficos. También, entre otros, incluyo a poetas con magníficas obras como Alejandra Barbery, Álex Aillón, Ricardo Ballón, Pablo Carbone, Albanella Chávez, Sergio Gareca, Ruth Ana López y Claudia Vaca. Cabe mencionar la inclusión de Julio Barriga, tal vez el mayor poeta iconoclasta vivo de Bolivia, cuya obra y presencia es muy apreciada por los jóvenes. También he incluido a tres poetas bolivianos que, sin embargo, nacieron en el extranjero, extraordinarios creadores: Gigia Talarico, que nació en Chile y vive en Bolivia desde su niñez; a Pablo Cingolani, nacido en Argentina, que ha dedicado toda su vida a investigar temas nacionales y a escribir sobre la Amazonía boliviana, y Vadik Barrón, que nació en Rusia.

Así pues, Bolivia, en esta selección no será tanto un espacio geográfico sino un espacio literario, en el que escriben nuestros poetas como cualquier creador del mundo, porque la palabra es libre y multiplica el verso. Un espacio en el que la poesía es el “reflejo estético” de la vida misma, como lo señala Lukacs.

Para el escritor colombiano Jaime García Pulido: “Las antologías de poesía son una summa vital, patrimonio de la cultura. Son llamados de atención, voces de alerta sobre otras formas de inventariar la cultura inmaterial desde los territorios vitales del lenguaje. Para los poetas se imponen como ordenamiento, reescritura, patrón de visibilización; para los iniciados o lectores desprevenidos es una ruta para asomarse a una realidad que existe en su entorno, si bien a primera vista pueda parecer ajena o compleja”.

No soy académico y, por lo tanto, no pretenderé que esta presentación sea un ensayo literario, porque no es un prólogo para definir criterios lingüísticos o metalingüísticos, ni posiciones críticas respecto al trabajo de los poetas incluidos; esta obra es una compilación, un dossier de lo que yo considero son algunos de los mejores poetas contemporáneos de Bolivia; selección realizada por el goce estético que me provocaron sus poemas, cercano al éxtasis y me sentiría satisfecho si un lector encuentra un poema que logre leerlo a él mismo y que se constituya en un puente sensorial entre autor y lector. Se trata de abrir el libro al azar y leer un poema, allí mismo estará la historia del autor y de su palabra.

Muchos de los poetas incluidos han recibido premios nacionales e internacionales y han sido incluidos en antologías internacionales; sin embargo, es la primera vez que estos poetas están juntos en un libro publicado en España y creo que eso es bueno porque es una invitación al diálogo entre ellos y, por supuesto, con el lector.

Como toda selección es arbitraria y nunca podrá ser absoluta; seguramente vendrán otras antologías y otros autores y la literatura seguirá fluyendo como un río buscando el mar de los lectores. Como la literatura es dinámica y el catálogo de poetas bolivianos es amplio, estoy seguro de que en una próxima selección se agregarán otros nombres o, de acuerdo con el criterio del compilador, desaparecerán algunos de esta muestra.

El tiempo y la obra de cada poeta lo dirá. La perennidad es obra de la memoria. Agradezco al poeta José María de la Quintana y a su editorial Amargord por publicar esta selección que muestra un panorama de nuestra poesía.

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La violencia de género en los cuentos de Adela Zamudio

Ángela Gabriela Zambrana Berbetti presentó la tesis que analiza la denuncia en obras de la escritora boliviana (1854 -1928).

/ 16 de enero de 2019 / 04:00

Vivimos una época en la que la violencia contra la mujer ha activado las luchas feministas, las acciones se realizan en todo el planeta ya sea como reacción a feminicidios, violaciones, abusos sexuales, pedofilia, discriminación y acoso laboral, así como también por la despenalización del aborto; las mujeres saben que, a lo largo de la historia, sus victorias han sido producto de sus propias luchas, nada les ha sido regalado y ahora están en las calles otra vez acompañadas tanto de megáfonos, pañuelos verdes, pancartas, coraje, así como por la reivindicación de insignes figuras feministas y la producción de literatura sobre los desafíos del momento.

Las mujeres siempre han estado a la altura que las circunstancias les han obligado, por eso me encantó leer el trabajo de fin de grado que presentó la boliviana Ángela Gabriela Zambrana Berbetti, para optar al título de Filología hispánica, en la Universidad de Salamanca, España; la tesis se titula Líneas silenciosas: Imbricación textual de la violencia en los cuentos de Adela Zamudio, es un extraordinario trabajo de apenas 27 páginas, extensión que debe llamar la atención de nuestras universidades que imponen a sus egresados pesadas, largas e inútiles tesis en las que los obligan a tener más de 100 páginas y una abundante bibliografía que, por lo general, el egresado se inventa solamente para satisfacer al comité de evaluación.

En una entrevista sobre su tesis, que Lucía Carvalho, joven poeta y militante feminista, le realizó a Ángela Z. Berbetti, señala que en este trabajo se demuestra cómo “Adela cuestionó no solo los roles de género, sino también el adoctrinamiento religioso en las escuelas y visibilizó la violencia silenciosa o invisible” que se vivía a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Ángela nos explica su acercamiento a esta figura tan importante para la literatura nacional y para el feminismo internacional: “Zamudio como personaje histórico siempre estuvo presente en mi educación y/o formación. No obstante, me di cuenta de que al irme a estudiar al extranjero se me borraba la oportunidad de leerla y estudiarla a profundidad. Conocía su poema Nacer hombre, algo había hecho por la educación y también sabía que la habían excomulgado, pero no le presenté nunca la debida atención a su producción. En el colegio no la leímos. Como les pasa a muchos, y los investigadores de Zamudio siempre apuntan, mi acercamiento era mínimo y casi más biográfico que literario. Después de la investigación la cosa se volcó de manera casi “extrema”. Le “quité la cortina”, por metaforizarlo de alguna manera. Todo porque hablamos sobre mujeres escritoras del siglo XIX en una clase de Literatura Hispanoamericana del siglo XIX en la universidad. Me extrañó que no habláramos de ella, que no la conocieran en España. Y ahí me puse a leerla y a elaborar un trabajo que se convertiría en mi trabajo de fin de grado. Su narrativa me pareció potente, llegaba de manera extraordinaria a reflejar una serie de males sociales que además podrían considerarse actuales. Elevaba una voz en la literatura boliviana a la que se le da mucho nombre, pero pocas líneas de análisis. Era contemporánea a muchas otras mujeres escritoras del siglo XIX en Hispanoamérica y gracias a eso me empecé a cuestionar lo que es el ‘canon’ de escritores. Para mí, Zamudio siempre fue canon por su repercusión histórica, pero de sus letras y la terrible actualidad de las mismas poco se hablaba”.

En esa misma entrevista explica que en su análisis enuncia la violencia sistémica como el marco en el que se insertan los dolores morales materializados en los cuentos de Zamudio: violencia contra la mujer y maltrato infantil, luego aclara que: “A partir de las fuentes que consulté sobre casos de maltrato y/o violencia reales pude darme cuenta de que ninguno de ellos se había erradicado. En Bolivia diría que todavía persiste esa jerarquía familiar donde el padre, como el padre de Taruca en Noche de Fiesta, ejerce un rol autoritario y a veces violento ligado a la carga por considerarse el único sostén de la familia”.

Ya en el trabajo mismo, Ángela reconoce que consultó otros trabajos precursores y destaca los nombres de Willy Muñoz, Virginia Ayllón y Leonardo García Pabón, como un modelo de trabajo crítico sobre escritores y escritoras; sin embargo, advierte que Adela Zamudio (1854 – 1928) pasa en muchos estudios sobre escritoras hispanoamericanas del siglo XIX como un nombre que figura apenas entre unas breves notas al pie de página y se pregunta: “¿Y sobre la literatura boliviana, qué sabemos exactamente? Tras un periodo de revisión bibliográfica al respecto he llegado a la conclusión de que la pregunta correcta quizá debería ser: ¿Y sobre la literatura boliviana, por qué se exporta tan poco de lo que sabemos realmente?”. Buena pregunta, tarea para la casa.

Nuestra joven filóloga recurre a varios paradigmas para explicar su tesis: “A su vez, de entre las múltiples disertaciones existentes en torno a la definición y orígenes de la violencia consideramos la propuesta de Slavoj Žižek (2008) como aquella que se amolda mejor a la reflexión social propuesta por Zamudio. Žižek propone distanciarnos del señuelo de la violencia visible y atender a los márgenes a través de los cuales se origina ese estallido violento que interpretamos erróneamente como ‘irracional’. Los cuentos de Zamudio, como intentaremos demostrar con el análisis, atienden a esos márgenes precisamente porque rehúyen a la textualización de lo visible”. Y luego enfrenta a los demonios de la época mostrando que Zamudio era reconocida como poeta, pero que le negaban ese reconocimiento cuando escribía narrativa o ensayo, los hombres consideraban que la poesía se avenía muy bien con el espíritu femenino: “Resulta también pertinente señalar que en la época el ejercicio literario del género narrativo, sobre todo el de la novela, acarreó a Zamudio duras críticas de sus coetáneos en más de una ocasión, tal y como ocurrió simultáneamente a contemporáneas suyas, como la peruana Mercedes Cabello”.

Ángela elige tres cuentos para su análisis: Noche de fiesta, Rendón y Rondín y A Buenos Aires, concluye brillantemente: “Por último no podemos dejar de señalar como conclusión final que, al menos en los textos escogidos, el propósito de denuncia en Zamudio puede verse más que satisfecho, además de que la profundidad de análisis permitida por éstos delata de su literatura un trabajo que trasciende la cronología de su época. Adela Zamudio prueba con estas narraciones la calidad literaria de su producción cuentística más allá del historicismo que acarrea la mención de su recuerdo. Por otro lado, la vigencia de su denuncia social queda como reflexión actual que nos concierne a los que en tierra permanecemos vivos”.

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La violencia de género en los cuentos de Adela Zamudio

Ángela Gabriela Zambrana Berbetti presentó la tesis que analiza la denuncia en obras de la escritora boliviana (1854 -1928).

/ 16 de enero de 2019 / 04:00

Vivimos una época en la que la violencia contra la mujer ha activado las luchas feministas, las acciones se realizan en todo el planeta ya sea como reacción a feminicidios, violaciones, abusos sexuales, pedofilia, discriminación y acoso laboral, así como también por la despenalización del aborto; las mujeres saben que, a lo largo de la historia, sus victorias han sido producto de sus propias luchas, nada les ha sido regalado y ahora están en las calles otra vez acompañadas tanto de megáfonos, pañuelos verdes, pancartas, coraje, así como por la reivindicación de insignes figuras feministas y la producción de literatura sobre los desafíos del momento.

Las mujeres siempre han estado a la altura que las circunstancias les han obligado, por eso me encantó leer el trabajo de fin de grado que presentó la boliviana Ángela Gabriela Zambrana Berbetti, para optar al título de Filología hispánica, en la Universidad de Salamanca, España; la tesis se titula Líneas silenciosas: Imbricación textual de la violencia en los cuentos de Adela Zamudio, es un extraordinario trabajo de apenas 27 páginas, extensión que debe llamar la atención de nuestras universidades que imponen a sus egresados pesadas, largas e inútiles tesis en las que los obligan a tener más de 100 páginas y una abundante bibliografía que, por lo general, el egresado se inventa solamente para satisfacer al comité de evaluación.

En una entrevista sobre su tesis, que Lucía Carvalho, joven poeta y militante feminista, le realizó a Ángela Z. Berbetti, señala que en este trabajo se demuestra cómo “Adela cuestionó no solo los roles de género, sino también el adoctrinamiento religioso en las escuelas y visibilizó la violencia silenciosa o invisible” que se vivía a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Ángela nos explica su acercamiento a esta figura tan importante para la literatura nacional y para el feminismo internacional: “Zamudio como personaje histórico siempre estuvo presente en mi educación y/o formación. No obstante, me di cuenta de que al irme a estudiar al extranjero se me borraba la oportunidad de leerla y estudiarla a profundidad. Conocía su poema Nacer hombre, algo había hecho por la educación y también sabía que la habían excomulgado, pero no le presenté nunca la debida atención a su producción. En el colegio no la leímos. Como les pasa a muchos, y los investigadores de Zamudio siempre apuntan, mi acercamiento era mínimo y casi más biográfico que literario. Después de la investigación la cosa se volcó de manera casi “extrema”. Le “quité la cortina”, por metaforizarlo de alguna manera. Todo porque hablamos sobre mujeres escritoras del siglo XIX en una clase de Literatura Hispanoamericana del siglo XIX en la universidad. Me extrañó que no habláramos de ella, que no la conocieran en España. Y ahí me puse a leerla y a elaborar un trabajo que se convertiría en mi trabajo de fin de grado. Su narrativa me pareció potente, llegaba de manera extraordinaria a reflejar una serie de males sociales que además podrían considerarse actuales. Elevaba una voz en la literatura boliviana a la que se le da mucho nombre, pero pocas líneas de análisis. Era contemporánea a muchas otras mujeres escritoras del siglo XIX en Hispanoamérica y gracias a eso me empecé a cuestionar lo que es el ‘canon’ de escritores. Para mí, Zamudio siempre fue canon por su repercusión histórica, pero de sus letras y la terrible actualidad de las mismas poco se hablaba”.

En esa misma entrevista explica que en su análisis enuncia la violencia sistémica como el marco en el que se insertan los dolores morales materializados en los cuentos de Zamudio: violencia contra la mujer y maltrato infantil, luego aclara que: “A partir de las fuentes que consulté sobre casos de maltrato y/o violencia reales pude darme cuenta de que ninguno de ellos se había erradicado. En Bolivia diría que todavía persiste esa jerarquía familiar donde el padre, como el padre de Taruca en Noche de Fiesta, ejerce un rol autoritario y a veces violento ligado a la carga por considerarse el único sostén de la familia”.

Ya en el trabajo mismo, Ángela reconoce que consultó otros trabajos precursores y destaca los nombres de Willy Muñoz, Virginia Ayllón y Leonardo García Pabón, como un modelo de trabajo crítico sobre escritores y escritoras; sin embargo, advierte que Adela Zamudio (1854 – 1928) pasa en muchos estudios sobre escritoras hispanoamericanas del siglo XIX como un nombre que figura apenas entre unas breves notas al pie de página y se pregunta: “¿Y sobre la literatura boliviana, qué sabemos exactamente? Tras un periodo de revisión bibliográfica al respecto he llegado a la conclusión de que la pregunta correcta quizá debería ser: ¿Y sobre la literatura boliviana, por qué se exporta tan poco de lo que sabemos realmente?”. Buena pregunta, tarea para la casa.

Nuestra joven filóloga recurre a varios paradigmas para explicar su tesis: “A su vez, de entre las múltiples disertaciones existentes en torno a la definición y orígenes de la violencia consideramos la propuesta de Slavoj Žižek (2008) como aquella que se amolda mejor a la reflexión social propuesta por Zamudio. Žižek propone distanciarnos del señuelo de la violencia visible y atender a los márgenes a través de los cuales se origina ese estallido violento que interpretamos erróneamente como ‘irracional’. Los cuentos de Zamudio, como intentaremos demostrar con el análisis, atienden a esos márgenes precisamente porque rehúyen a la textualización de lo visible”. Y luego enfrenta a los demonios de la época mostrando que Zamudio era reconocida como poeta, pero que le negaban ese reconocimiento cuando escribía narrativa o ensayo, los hombres consideraban que la poesía se avenía muy bien con el espíritu femenino: “Resulta también pertinente señalar que en la época el ejercicio literario del género narrativo, sobre todo el de la novela, acarreó a Zamudio duras críticas de sus coetáneos en más de una ocasión, tal y como ocurrió simultáneamente a contemporáneas suyas, como la peruana Mercedes Cabello”.

Ángela elige tres cuentos para su análisis: Noche de fiesta, Rendón y Rondín y A Buenos Aires, concluye brillantemente: “Por último no podemos dejar de señalar como conclusión final que, al menos en los textos escogidos, el propósito de denuncia en Zamudio puede verse más que satisfecho, además de que la profundidad de análisis permitida por éstos delata de su literatura un trabajo que trasciende la cronología de su época. Adela Zamudio prueba con estas narraciones la calidad literaria de su producción cuentística más allá del historicismo que acarrea la mención de su recuerdo. Por otro lado, la vigencia de su denuncia social queda como reflexión actual que nos concierne a los que en tierra permanecemos vivos”.

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¿Quemar palabras y libros?

El escritor beniano reflexiona sobre el lenguaje inclusivo ante las propuestas de grupos animalistas, feministas y sobre lo políticamente correcto

/ 19 de diciembre de 2018 / 04:00

Los seres humanos siempre me han espantado más que los fantasmas, tanto por los crímenes que cometen a diario como por algunas cosas que proponen; una de esas cosas de las que no sé si horrorizarme o reírme es la que ha propuesto la organización internacional Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA) exigiendo cambiar algunos dichos populares como “matar a dos pájaros de un tiro”, por la insípida frase “alimentar a dos pájaros por un panecillo” o “agarrar el toro por los cuernos” por la cursi “agarrar la flor por las espinas”. Creo que los de PETA se están colgando del último vagón del lenguaje inclusivo y de la onda antidiscriminación de manera sesgada. 

En su manifiesto PETA afirma que “las palabras son importantes y, a medida que nuestra comprensión de la justicia social evoluciona, nuestro lenguaje evoluciona junto con ella”, ya que estamos cerca de fin de año recordemos que “por Navidad cada oveja a su corral”, pongamos las cosas en su sitio, creo que los animalistas están exagerando; sabemos que las palabras crean la realidad y la realidad crea el lenguaje en una relación recíproca o dialéctica en la que las ideas o imágenes se vuelven conceptos, términos o definiciones, creando una dependencia entre lenguaje y pensamiento. El lenguaje tiene, según Ludwig Wittgenstein, “la capacidad de representar el mundo” y “el significado de una palabra es el uso que de la misma se hace en el lenguaje”, por eso mismo es el contexto en el que son usadas el que les da un sentido definitivo y así como el lenguaje evoluciona, el pensamiento también lo hace y a nadie se la va a ocurrir “matar a dos pájaros de un tiro” o literalmente “agarrar a un toro por los cuernos”.

Lenguaje y literatura

El escritor Juan José Saer, en su libro El concepto de ficción postula que la literatura es ficción; lo literario solo existe en relación con el texto en el cual aparece. Pero la literatura, aunque resulte paradójico, es profundamente verdadera: su autenticidad pasa por reconocerse como ficción y hablar de lo real desde allí. La literatura ha hecho de esta premisa el motivo de la creación, es decir una manifestación artística basada tanto en el uso de la escritura como de la oralidad, ahí entrarían los refranes y los dichos populares, mucho de ellos producto de la sabiduría acumulada de la memoria colectiva, capaz de hacer comparaciones ingeniosas. Si seguimos el camino propuesto por PETA tendremos que quemar también las fábulas en las que los animales adquieren características humanas y los representamos perversos, ruines, traidores y otras cosas peores; también habría que quemar todos los cuentos infantiles clásicos en los que aparecen animales sacrificados, como el lobo de Caperucita roja, así que mejor “a otro perro con ese hueso”.

PETA y ‘Fahrenheit 451’

La propuesta de PETA me trajo recuerdo a la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, que la tituló así porque es “la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde”; considerada unas las mejores novelas distópicas precursora de ese género ahora tan de moda, esta obra narra una sociedad que recurre a los bomberos para quemar —sí, para quemar— libros porque éstos son los causa de todos los males de la humanidad. Sociedad en la que la ignorancia es la clave de la felicidad. “No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe”. En esta obra el tema bien puede ser el miedo, el de cada uno de los seres humanos y el de la sociedad en su conjunto, miedo a la ciencia, a la tecnología, a lo cotidiano, a la inseguridad, en fin, al conocimiento.

Leí Fahrenheit 451 en la década de los 70 cuando estaba descubriendo la prodigiosa literatura norteamericana. En un ciclo de cine pude ver la adaptación cinematográfica realizada por François Truffaut en 1966, una versión fiel al libro si la comparamos con la última de Ramin Bahrani para HBO, en la que el personaje Guy Montag es de color y Beatty, el capitán de bomberos, es un personaje mucho más cruel y perverso que en el libro; es así que en esta versión se hace énfasis en las causas que motivaron la quema de libros, diálogos que van más allá de los incluidos en la novela original como: “Un libro es un arma cargada en la casa de al lado… ¿Quién sabe cuál puede ser el objetivo del hombre que ha leído mucho?”, o que se quemó La cabaña del tío, de Harriet Beecher Stowe porque ofendía a los blancos, en esta cinta se hace referencias a que ciertos libros ardieron porque ofendían a la feministas y luego se incluye referencia a libros y autores que ofendían a ciertos grupos, minorías o mayorías. En esa línea podemos afirmar que también se podían incinerar novelas como Lolita, de Vladimir Nabokov, o La Casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata, porque provocan a la pedofilia o prohibir todas las novelas y cuentos porque sus personajes son machistas, feminicidas, homofóbicos, parricidas y/o incitan a la infidelidad o a la traición e incluso al suicidio. Estaría prohibido contar la historia de Jack, el destripador, porque sería fomentar los feminicidios. En Bolivia ya se dio el caso de un viceministro que pretendió censurar algunas de las mejores novelas nacionales por considerarlas machistas.
Hablar de estos temas trajo a mis ojos el libro de cuentos El hombre ilustrado, también de Bradbury, en el que un hombre lleva en la piel 18 tatuajes hechos por una bruja, viajera del tiempo, que cada noche cobran vida para contar sus historias; así considero a los cuentos y novelas como si fueran tatuajes impresos en nuestra piel que, al escribirlos, se trasmutan al papel. Después de leerlo comprendí algo que afirma Bradbury en Fahrenheit 451: “Y por primera vez comprendí que detrás de cada libro hay un hombre” y después de tantos años de leer y escribir bien podía aceptar el sacrificio que comenta el capitán de los bomberos quema libros: “Tiene que haber algo en los libros, cosas que no podemos imaginar para hacer que una mujer permanezca en una casa que arde. Ahí tiene que haber algo. Uno no se sacrifica por nada”.

Un final inclusivo

Respecto al uso y abuso del lenguaje inclusivo, el escritor español Arturo Pérez-Reverte afirma: “Durante mucho tiempo el lenguaje marginó a la mujer en muchos aspectos. Eso debe cambiar, porque ahora ella está presente en actividades a las que antes era ajena. Por eso es lógico que el lenguaje se adapte a esas nuevas situaciones y roles sociales. Sin embargo, hay líneas rojas más allá de las cuales se cae en el esperpento y el ridículo. Una cosa es la evolución natural del lenguaje y otra la incultura, la estupidez y el uso como arma política. Nuestra lengua ya posee herramientas gramaticales inclusivas, y lo primero que hay que hacer es conocerlas y usarlas. Las lenguas existen para facilitar la comunicación; así que es intolerable que en nombre de una supuesta feminización el lenguaje se convierta en algo confuso, farragoso e ineficaz”.

En Bolivia como en otros países estamos exagerando en esto del lenguaje inclusivo, ya sea inventando nuevos términos inclusivos o incluyendo el género en el escrito y discurso. Nuestras autoridades son buenas para incluir terminología feminista en los documentos oficiales, incluida la Constitución Política del Estado, pero no para actuar en consecuencia, incluso mujeres empoderadas defienden y socapan a sus líderes machistas. En la universidad, en la que doy cátedra, hice un experimento que consistía en usar el pronombre personal “nosotras” en lugar de “nosotros” si existía mayor número de mujeres en el aula; no se trató de una simple pose, sino de descubrir a los estudiantes que si para las mujeres es natural decir “nosotros”, ¿por qué debería ser antinatural y raro que los hombres digamos “nosotras” al referirnos a “todas” las presentes? No me gusta el “todes”, yo prefiero el “nosotras”, si es necesario. Lo considero más incluyente y podría mejorar nuestras relaciones de respeto al entender que no es nada malo hablar en femenino porque las mujeres han hablado en masculino desde siempre; un cambio de perspectiva nos haría bien. Así contribuyo a que los jóvenes entiendan que el uso de las palabras es importante para el diálogo cotidiano y para generar un mayor compromiso con la realidad.

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Cultura y modernidad en la literatura del oriente boliviano

El autor refiere los hallazgos de una tesis elaborada por un brasileño sobre literatura amazónica, una tarea pendiente en Bolivia.

/ 5 de septiembre de 2018 / 04:29

Saulo Gomes de Sousa, escritor, poeta y fotógrafo brasileño, obtuvo su maestría en Historia y Estudios Culturales por la Universidade Federal de Rondônia, Núcleo de Ciências Humanas, con un trabajo de investigación titulado “Literatura na Amazônia: cultura e modernidade na literatura do oriente boliviano”. Un notable estudio sobre un tema que ni siquiera en nuestro país se ha realizado, porque esta región —que es más del sesenta por ciento del territorio nacional— sigue siendo olvidada por la cultura y la academia oficial. Es bueno para nuestra literatura que se ocupen de ella en el exterior y por eso quiero destacar su trabajo.

La tesis se abre con un epígrafe de João de Jesus Paes Loureiro: “La Amazonia parece ser un gran signo modulado por el tiempo” vigente hasta hoy. En su tesis, Gomes de Sousa se “propone traer a la luz la importancia de conocer a las representaciones literarias amazónicas, no restringidas solamente al contexto amazónico brasileño. Su objetivo es discutir por medio de la literatura amazónica boliviana los aspectos culturales y las relaciones sociales en la región. Se investiga en ellas las posibilidades de formas expresadas, y de cómo ella reescribe la historia y la cultura en este espacio geográfico. En la investigación se analizan las siguientes obras: Siringa, Memorias de un colonizador del Beni, de Juan Bautista Coímbra (1972); Inundación, de Luciano Durán Böger (1965); y Los reinos dorados, de Homero Carvalho Oliva (2007); además de los aspectos culturales, sociales y ambientales que surge de la modernidad analizando el aporte literario y cultural de Ana Pizarro (2012) y de Nicómedes Suárez Araúz (2012); y en su aspecto ideológico en Terry Eagleton (2009). De esta manera, presentó la literatura amazónica tras la frontera a los estudios académicos brasileños, destacando su importancia como elemento para conocer la dinámica pan-amazónica y al mismo tiempo visibilizar, por medio de las obras mencionadas, la posibilidad de investigar cómo la cosmovisión y el lenguaje literario de sus autores reescriben la historia y cultura amazónica y latinoamericana”.

Gomes de Sousa logra ampliamente sus objetivos a través de un meticuloso levantamiento bibliográfico, que le permite reflexionar sobre nuestra literatura y su importancia como referencia cultural de esta región, así como fuente de entendimiento de la dinámica amazónica latinoamericana. Aportando a la construcción de una masa crítica sobre esta literatura en sus potencialidades para el contexto literario amazónico como región, para nuestro joven autor su investigación espera contribuir a la crítica especializada, por medio de la reflexión sobre la literatura tanto amazónica como latinoamericana, para ello sus citas bibliográficas son abundantes.

Gomes de Sousa elige esas tres obras porque sostiene que son “representativas dentro de la literatura boliviana en la ocasión de la discusión cultural y literaria de su Amazonia y que trazan en el plano representativo la historia de la región, dialogando con los referentes simbólicos y míticos dentro del imaginario amazónico”. Y hace pequeñas introducciones que le servirán de guía para desarrollar su investigación; empieza con la obra de Juan B. Coímbra: “Siringa describe, hasta entonces, una visión local e inédita de un oriente amazónico ignorado por los bolivianos, diferenciándose de Páginas bárbaras (1914), de Jaime Mendoza. Que hasta entonces se constituía como una de las primeras fuentes sobre la región amazónica o para los bolivianos el oriente boliviano, una de las primeras obras a tratar las formas de trabajo en la Amazonia boliviana. Pero es en Siringa que la experiencia del colonizador se presenta de modo vivo dado que su autor vio y vivió la experiencia y la transmutó en literatura. La obra es de acuerdo con Coll: ‘Novela autobiográfica, testimonial y regional. Interesante relato de la selva tropical, hacia el Amazonas, con sus páginas vigorosas sobre la barbarie y la grandeza del lugar. El poblador del Beni es un hombre victorioso sobre lo salvaje y destructor de la selva, con sus grandes ríos, con sus ciudades, sus explotadores del caucho y sus filibusteros, su mito y su folklore (Coll, 1992, p.39)’”, cita Gomes. Edna Coll, es una investigadora que publicó en 1992 el Índice informativo de la novela hispanoamericana V. Río Piedras: Puerto Rico. Editorial Universidad de Puerto Rico; esta literata y otros afirman que Siringa es una novela, a diferencia de un poeta beniano que le niega ese valor literario.

Respecto a la novela Inundación, de Luciano Durán Böger, señala que “aborda la lucha por la supervivencia en un ambiente hostil; el escritor comparte por medio del lenguaje y su experiencia cultural sin detenerse en un regionalismo exacerbado, sino que pretende representar las relaciones sociales que hacían sombra a aquella sociedad, se expresa más bien como un reflejo de las reacciones sociales de América Latina de aquel periodo. La obra se encamina como contestataria, una obra de protesta social”. Y en lo que se refiere a Los reinos dorados, de mi autoría, señala: “La perspectiva del lector al leer Los reinos dorados es de un reencuentro con un ambiente nostálgico y remoto, que todavía está en construcción en el presente y en el futuro. El extenso poema de Carvalho traza un camino que mezcla lo irreal y lo real, apoderándose de contextos basados ​​en la realidad como por ejemplo la incursión incaica en el territorio de Mojos y la invasión española. La poesía se establece como documento de la identidad mitológica y cultural de los pueblos del Beni, se configura también como legado para las generaciones futuras que habitan este espacio cultural y mitológico”.

La investigación de Gomes de Sousa es un desafío a la academia para invitarlos a revisar la historia y cultura de este espacio cultural por medio de su literatura. Investigar la literatura amazónica nos proporcionará subsidios para comprender la dinámica cultural y discutir las relaciones históricas del pasado y compararlas con el presente. Gomes de Sousa finaliza su tesis advirtiendo que: “La literatura del oriente boliviano, región formada por los departamentos de Pando, Beni y Santa Cruz, viene incorporándose a las antologías nacionales, ganando así mayor representatividad de su expresión. Pero eso se debe a un proceso de legitimación, por medio de embates entre el espacio andino y amazónico. (…) En ese sentido, se entiende que el presente estudio no finaliza aquí. Es una pequeña contribución para el estudio literario y cultural de esta región, cabe aún mucho que investigar con relación a la cultura y literatura en la Amazonia, y sobre todo sobre el ser amazónico”.

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‘Usos del pasado’

¿Qué dejaron los 70 y 80 en la juventud de entonces?, ¿fueron los protagonistas de aquella época autocríticos? El autor de la nota responde esas interrogantes.

/ 22 de agosto de 2018 / 11:00

Los cafés son espacios en los que las palabras interpelan a nuestra memoria, haciendo que los recuerdos emerjan desde distintas latitudes, grados, intensidades y frecuencias. Hace unos días, en estas comarcas orales en las que se manifiesta el diálogo, epifanía de la verdadera naturaleza humana, nos reunimos casualmente con Renzo Abruzzese y Luis Fernando Prado, la conversación discurrió hacia el pasado, que para los aymaras es lo que está al frente porque es lo que podemos ver, a diferencia del futuro que no vemos.

Renzo nos habló del libro Usos del pasado, qué hacemos hoy con los setenta, escrito por la socióloga argentina Claudia Hilb, un texto que empecé a leer y que demanda a nuestras convicciones y certidumbres políticas e ideológicas. Recordamos nuestros propios años setenta, la exaltación del mesianismo guerrillero, la violencia armada como medio para enfrentar a las dictaduras y tomar el poder para cambiar el mundo, para hacerlo más justo y más noble; sin embargo, en el fin también estaba el germen de la propia destrucción de nuestros ideales, porque nos faltó y nos falta autocrítica. Necesitamos una severa revisión personal y social de lo que hicimos o dejamos de hacer en el pasado individual o colectivo. Hablar de los errores en primera persona y no recurrir al narrador omnisciente.

Tenemos que comprender que así como el pasado tiene un peso sobre el presente, éste también lo tiene sobre el pasado y han sido muy pocas las voces críticas de los setenta, por temor a que nos tilden de revisionistas, traidores o reformistas. Algunas de esas voces son las de los historiadores Carlos Soria Galvarro, Humberto Vásquez Viaña y Gustavo Rodríguez Ostria y otras que este año, por ejemplo, se han sumado a la revisión de la presencia del Che Guevara en Bolivia, apartándose de los panegíricos. Intentando establecer la verdad histórica o por lo menos otra versión de los hechos.

En la conversación recordamos los años en los que nos iniciamos como militantes de izquierda, cada uno en distintas tendencias. Cuando escribía este texto se me vino una cita de Paul Ricoeur: “Y, sin embargo, no tenemos nada mejor que la memoria para garantizar que algo ocurrió antes de que nos formásemos el recuerdo de ello”, y luego otra de Gabriel García Márquez visitó mi mente, en la que nos asegura que el pasado es lo que recordamos; de una parte de ese pasado les quiero contar, de un pasado absurdo, irreverente, loco y, sin embargo, real y maravilloso, de esos años intentando construir la utopía a medida de nuestros sueños.

En 1975, cursaba el bachillerato en el colegio Don Bosco de la ciudad de La Paz y ya militaba en una organización de izquierda, un pequeño grupo que tuvo cierta influencia teórica en la denominada izquierda nacional. Me radicalicé tanto que no tomaba Coca-Cola porque era la bebida del imperio; Luis Fernando contó que, en una reunión con obreros que tomaban chicha, un conocido nuestro pidió la abominable bebida imperialista y fue objeto de escarnio; tampoco leía autores norteamericanos para no ser un alienado por la supuesta ideología que se filtraba en sus novelas, poemas y cuentos; no asistía a fiestas juveniles porque era diversión pequeño burguesa y si lo hacía —como recuerda mi amigo Ernesto Matny— era un aburrido porque me ponía a discutir de marxismo con el primero que encontraba, perdiendo la oportunidad de enamorar a bellas muchachas.

En los primeros años de la universidad me dejé ganar por la “cultura de la pobreza”, me vestía como obrero y quería vivir en un humilde cuarto en una de las laderas de la ciudad, ganar un sueldo miserable para quejarme del Estado opresor. Después leí a Jean Paul Sartre y a los existencialistas, luego vinieron los autores del boom latinoamericano y pretendí convertirme en un intelectual comprometido, cambié mis chompas de alpaca y chuspas por sacos de corderoy, bufandas y bolsos de cuero. Un día leí que Borges, el omnipresente, al responder una pregunta acerca de la literatura soviética afirmó con su ejemplar ironía: “¿Qué se puede esperar de una literatura cuya mejor novela se titula La tractorista ejemplar? Y decidí leer a los clásicos del odiado país del norte. Me estaba perdiendo de una gran literatura.

Leíamos a Pablo Neruda y a Mario Benedetti, ahora vilipendiados por los jóvenes, sin embargo, para nosotros, sus poemas fueron arengas para combatir a las dictaduras y para enamorar a las muchachas bonitas que eran nuestros ejemplos de entrega a la revolución: apasionadas con las causas justas y solidarias con todos. En las guitarreadas cantábamos hermosas canciones de amor y protesta, así como tonteras como esa de “¿qué culpa tiene el tomate…?” Los setenta y los ochenta fueron años feroces, cometimos errores, nuestros líderes los cometieron y nunca hicieron un mea culpa, la mayoría ya están muertos y los que viven no lo harán; dejamos muchas tareas inconclusas porque creímos que la recuperación de la democracia era el fin, nos olvidamos que solamente es un medio para lograr un mundo mejor por el que hay que luchar cada día. Muchos de la generación anterior a la mía, animados por el espíritu del guerrillero heroico, se sacrificaron en las montañas y las ciudades. En mi generación también murieron muchos de nosotros, creo que nuestro logro fue apoyar, decididamente y sin mezquindades, la huelga de hambre iniciada por Domitila Chungara y otras mujeres mineras, eso nos reivindica porque logramos el retorno de la democracia. Sin embargo, nos dormimos en nuestros laureles y esa conquista se convirtió en una apariencia irrevocable.

La historia le pasó la factura a la desprestigiada “democracia pactada” y producto de los errores, los olvidos, las injusticias, la corrupción y las masacres, fue posible este gobierno. El pueblo estaba cansado y demostró su descontento en las urnas. En estos 36 años de democracia hemos avanzado en muchos aspectos y retrocedido en otros; el actual Gobierno, como todos, tiene sus claroscuros y está cometiendo muchos de los errores que cuestionaba, “para algunos países el monstruo se llama historia”, dice Milan Kundera. El discurso se aleja de la realidad, al igual que la izquierda de antes se alejó de sus principios. Ahora mismo me cuestiono si el término izquierdas y derechas es válido. Si no hacemos autocrítica, todo seguirá igual, sé que no es fácil pero hay que intentarlo. Mientras el pasado siga insepulto, será un fantasma espantando los sueños del futuro. Los recuerdos son como nuestra sombra, necesitamos de luz para que se vean, la falta de luz hará que el olvido sea indemne y eficaz y no tendremos que imaginar el futuro.

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