Verano de 1978. Mina, en la cumbre de su carrera y popularidad, da un último concierto en el local “La Bussola” de Forte dei Marmi, Toscana. Terminado el concierto, con un sonoro y decidido: “¡Váyanse todos al carajo!”, Mina abandona definitivamente las escenas: conciertos, programas de televisión, radio y apariciones públicas. Se transfiere a vivir a Lugano (Suiza) y nunca más vuelve a aparecer en público. Su único contacto con el mundo de sus admiradores, con la música y con el espectáculo son sus puntuales y siempre sorprendentes grabaciones musicales, bajo la dirección de su hijo Massimiliano y siempre acompañada de los mejores músicos italianos, en su mayoría solistas del ámbito del jazz. También incursiona en el ámbito del periodismo escrito, con artículos y columnas que ponen en evidencia su inteligencia, su agudo espíritu crítico y su peculiar sentido de la ironía. O sea, Mina como una María Callas o una Greta Garbo: un ícono totalmente ausente y, al mismo tiempo y justamente por tal motivo, poderosamente presente.

Hace pocos días, coincidiendo con su cumpleaños número 78, Mina sorprendió una vez más a sus admiradores lanzando al mercado su más reciente disco Moeba, donde su voz cristalina y purísima, su mágico e inoxidable talento vocal y su capacidad interpretativa, deambulan en un sorprendente mix de géneros musicales que asombra por su osadía: baladas, jazz, rock, electrónica y funky music.

Aun conociendo su extraordinaria inteligencia, su enorme sentido crítico sobre los que son los compromisos del mundo del espectáculo, aun entendiendo su deseo de una vida “normal”, donde los valores familiares están muy por encima del éxito y de la popularidad, para los que aman y amaron a Mina, en Italia y en el mundo, su retiro es algo que muchos (seguidores y también detractores) no logran entender ni perdonar. Una artista que muchos colegas de ayer y de hoy estimaron y admiraron, coincidiendo varios en considerarla la artista más importante en la historia de la música italiana; nombres como Sarah Vaughn, Frank Sinatra y Liza Minnelli, que la definieron como “la voz blanca” más  importante en la historia musical mundial y que un día a otro, en su plena madurez como artista y como mujer… decide decir: “Adiós, hasta nunca”.  

Sin embargo, ya anteriormente, en los años 1970, Mina había asombrado a propios y extraños cuando le dijo no a nadie menos que Frank Sinatra, que se cansó de rogarle para hacer una serie de conciertos juntos en los más importantes escenarios del mundo. “Miedo a volar”, dijo ella, como una excusa, evidentemente pletórica de sentido del humor y  autoironía.

Dijo no también a Federico Fellini, cuando él le ofreció el papel protagónico, junto a Marcello Matroianni, en la película La ciudad de las mujeres. Mina le respondió con una carcajada: “El cine es para las actrices y yo soy solo una cantante”. Una vez más no se había equivocado: La ciudad de las mujeres no es precisamente la película más lograda de ese gran director.

Mina, ausente y sin embargo tan presente: a falta de fotografías oficiales de su persona en los últimos 40 años, su imagen, sin embargo, ha sabido renovarse constantemente a través de la extraordinaria gráfica de las tapas de sus discos, donde la creatividad de su colaborador Mauro Balletti es parte importante de la historia de la gráfica italiana y también un constante recurso para alimentar un mito que parece no tener fin.

En lo personal, para mí Mina sigue siendo esa “paisana” (ambos somos originarios de la provincia de Cremona y ambos hemos frecuentado el mismo Instituto Superior de esa ciudad) que con sus elecciones artísticas y personales, al margen de una voz  que no es de este mundo, significó (y todavía significa) una extraordinaria banda sonora de toda una vida.