Vaginas, capitalismo y el siguiente modelo
El teatrista Diego Aramburo plantea la figura de mujer y hombre desde el consumo, reflejada en la publicidad.
¿Cuándo fue la última vez que vio usted un calendario que promociona una marca de cemento, tornillos o enseres automotrices diversos y que lo hace a través de la imagen de una mujer voluptuosa —de preferencia con poca o ninguna ropa—? Parece una pregunta de otro tiempo, pero siguen existiendo estos elementos y por montón.
Por el contrario, si pregunto: ¿cuándo vio el último video musical sin mujeres refregándose al bailar —nuevamente, de preferencia con poca o ninguna ropa—?, la respuesta será la opuesta porque los “éxitos” que no muestran cantantes viriles mientras las mujeres se les lanzan alrededor, son escasos sobre todo en la música latina, y peor si se trata del rey de las discos, el reggaetón.
Pero esto no es nuevo. Ni es parte de “la decadencia de la juventud actual”. Elvis y The Beatles hacían prácticamente lo mismo, mientras la publicidad de los años 50 ofrecía que se le regale a la mujer un mejor detergente en San Valentín para “festejarla facilitándole las cosas”; paralelamente, los masculinos “hombres-Marlboro” salían a la conquista del viejo oeste para ampliar sus horizontes con un cigarrillo en la boca, y pronto los vehículos ya no podían ofrecerse sin una mujer haciendo contorsiones que aludirían a un orgasmo ‘placentero’ (entiéndase ‘doloroso’), al tiempo que debían lograr mostrar “más piel” detrás de sus ajustados y escotados vestuarios.
Y esto es tan “normal” que hasta parece la simple repetición de “obviedades”. Pero eso es precisamente lo preocupante del caso. Desnudemos, entonces, un poco el aparato del consumismo detrás de estas imágenes.
Entendamos primero que todo esto se ha dado siempre dentro de los parámetros del “buen gusto” y las “buenas costumbres” que decían y dicen que la mujer puede insinuar pero nunca explicitar. Es decir, la imagen publicitaria de la mujer debe invitar a más, porque si se “pasa de la raya” ya no causa deseo. De hecho, las categorías tradicionales de clasificación de las películas de industria (las que más se comercializan y son más vistas) establecen que una película es pornográfica cuando deja ver vello púbico. Una mujer que lo muestra todo no es deseable, “no vende”, porque no deja margen a la “imaginación viril” que quiere poseerlo todo (especialmente a la mujer o, más precisamente, su vagina). Peor aún será si ella se atreve a desear, porque en ese caso la mujer asume el rol destinado solo al macho conquistador, porque la mujer que desea deja de ser objeto y se vuelve sujeto, por tanto, deja de ser deseable.
En la pornografía la mujer puede mostrar todo, de hecho debe mostrarlo todo, pero es para completar la sumisión que la lleva a “gozar del dolor” que le causa el “macho más macho”.
En ese sentido, el tropos “la he poseído” (“I had her”, en inglés, por ejemplo), dice mucho. El “hombre viril” tradicional en la cultura latina está “destinado” y tiene hasta su razón de ser en sumar siguientes posesiones y seguir acumulando conquistas. Y los Estados, manejados con la misma lógica capitalista, masculina y patriarcal, buscan lo mismo. Las religiones también. Hay que “tener” más adeptos, más riquezas, más.
Virilidad. Por el contrario, es tachado de “falto de hombría” o de “poco viril” el macho que no sea paternalista y que no tenga suficiente poderío para ser un buen “patriarca” —quien debe defender y expandir a “los suyos” y “su reino”—, para dejar a su prole más que aquello que él recibió (exigido en toda cultura, comenzando por la Biblia donde está la parábola de los talentos, por ejemplo).
Y como el capital debe mantenerse en movimiento, sumándose a la idea de comprar/tener todo lo nuevo y lo último (“necesidad” creada que además se asocia directamente con la idea de “poseer” a la mujer), aparece el concepto actual de “caducidad psicológica” de los bienes de consumo.
Esto consiste en que la abundante información y publicidad sobre la salida del “siguiente modelo” genera la necesidad-no-real en el consumidor de deshacerse de su ropa del año anterior, de su vehículo o su computadora, para gozar de un beneficio extra “presente solo en el nuevo modelo”, por insignificante que éste sea. Y así es que desechamos un pantalón que podríamos seguir usando perfectamente por par de años más, pero la moda ya cambió y hay que tener lo siguiente para no quedar fuera. Y es peor con bienes relacionados con la tecnología, en los que los nuevos beneficios suelen estar administrados para caer como en cuentagotas, de modelo en modelo, y aunque uno podría mantener el mismo celular-inteligente por cuatro y más años, hacerlo “no está bien visto” y uno “necesita” el que acaba de salir.
Pero a esto debemos sumar que sigue en pie la infeliz idea, subliminal pero eficazmente instaurada, de que la mujer no es ‘un otro’, no es ‘una igual’, sino que sigue siendo considerada un algo para ser ‘poseído’ (por el hombre). Y, para que no haya duda respecto a la vigencia de esa idea, baste escuchar frases ‘heroicas’ como “yo no permitiría que la madre de ‘mis’ hijos tenga que buscar el pan de ‘mi’ casa”, o mirar las imágenes alrededor (la publicidad de productos sigue siendo un triste ejemplo de ello, o los canales de Tv y no en sus programas de concurso sino hasta en sus noticieros, los íconos en las iglesias plenos de patriarcas e imágenes femeninas serviles y sufrientes, etc.).
Construcción. La concepción cultural de “hombría” y “virilidad” convoca al patriarca a “poseer más mujeres” y a pasar al “siguiente modelo”. Tanto es así que el no alcanzar esto puede generar frustración al punto que haya muchos casos de violación en relaciones laborales, familiares o de amistad en los que se acude a emborrachar o drogar a la mujer para luego “poseerla” (sin consentimiento alguno), pues el macho viril “no puede dejar de poseer” aquello que persigue.
Triste pero real deconstrucción del desarrollo cultural en cuanto al tratamiento de la imagen femenina en nuestra sociedad que, aunque digamos estar en otra comprensión de la mujer, se sigue afirmando por repetición, y viviendo consecuencias de esa imagen y comprensión.
Y, una vez más, vemos que ni los Estados, ni las religiones, ni la Justicia, ni las instituciones y programas educativos combaten esto en absoluto. Pensar siquiera en frenar el adoctrinamiento que se da en este sentido desde todas esas instituciones que nos siguen dibujando al hombre como protagonista y a la mujer como rol secundario, “sería una cacería de brujas y un atentado contra la libre expresión”, encima dirán algunos, mientras seguimos con un promedio de dos feminicidios semanales como cifra registrada en el país este año y las violaciones son incontables, pues la mayoría no llegan a denunciarse.
¿Cómo combatir esto si es que las instituciones no lo hacen porque sus líderes se benefician de que sigamos viviendo en patriarcado (y lo constatamos viendo quiénes siguen siendo la autoridad superior “por defecto” en religiones, gobiernos, empresas, deporte, entretenimiento, etc.)? El primer paso claro es deconstruir y hasta destruir la imagen instaurada del hombre y la masculinidad, y eso hay que hacerlo de manera individual y personal, uno debe sacarse a sí mismo de ese lugar con privilegios ganados sin ningún fundamento por la mera arbitrariedad de haber nacido con pene y no con vagina.