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Fitaz 2018, el teatro es para repensarse

DÍA 1

‘Agua/Wasser’ frente a ‘Chancho’

El Fitaz 2018 empieza mal o muy mal, según tu capacidad de enojo. Esa es la pésima noticia; la buena, a partir de ese momento todo va a mejorar. Hace años hubo una larga polémica sobre las primeras coproducciones cinematográficas entre España y los países de América Latina. Una ponía la plata, imponía actores y actrices; otros colocaban el resto, paisajes, tramas, sabores, “exotismo”. ¿Los resultados? Engendros. La obra que inauguró el Fitaz, único día que se llenó el Teatro Municipal (vienen las autoridades y se reparten invitaciones) se llama Agua/Wasser, del elenco alemán Teatro Marabu: una coproducción a tres bandas; una ONG preocupada por el exceso, la falta y la contaminación del agua, la Alcaldía de La Paz y la alemana de Bonn.

Once actores y actrices (seis bolivianos y cinco alemanes), bajo la “dirección” de una de ellas, Tina Jücker, son los responsables de un mar de despropósitos y confusiones, de una torre de Babel que trajo burla en un intento fallido de mezclar mensaje pseudoecologista y humor; coreografías ridículas y sarcasmos; crítica y vergüenza ajena. El estreno de un festival de teatro internacional no se merece este “show”. Una señora me dice a la salida: “¿Estos chicos se enteraron de que tuvimos en Cochabamba una ‘guerra del agua’ y asesinaron a gente por protestar contra su privatización?”.

Más bien que, después, en el Municipal de Cámara, se me pasa el enojo con Chancho, una obra que no tiene recetas, una obra que pregunta, te hace repensar(te). El teatro es ese vehículo que te lleva y te trae interrogantes de difícil respuesta; es el martillo que te taladra ideas y sentimientos que se quedan contigo después de varias horas y algunas jornadas. Chakana Teatro (Santa Cruz) llegó con una obra escrita, dirigida y protagonizada por Ariel Muñoz: arte con idiosincrasia boliviana.

Chancho crea potentes imágenes y es anticlerical y anticolonial. Denuncia esas otras “formas creativas de colonialismo” (Angélica “Lidell” González dixit). ¿Las coproducciones mal hechas también lo son? ¿Es la religión, es la necesidad de creer, más allá del polvo, otra cadena invisible? Chancho es antipatriarcal: podemos ver y sentir —desde la escucha y la presencia— la potencia y fortaleza de la mujer (quechua) que viene de lejos; mujeres matriarcales, ricas, profundas, generadoras de esperanza, lucha y vida ante la figura paterna ausente.

DÍA 2

Una boda de papel y la alegría de César Vallejo

Chile y Perú subieron al escenario del Fitaz el viernes 27 de abril. Y el festival poco a poco levanta tras el fiasco del estreno. La compañía chilena-española La llave de papel llegó al Teatro Municipal con Delirios de papel, una obra irregular con ocho sketches donde priman las poderosas imágenes armadas en una gigantesca hoja de papel en blanco, como gran pantalla de cine. Los cuatro actores intentan construir un mundo de juegos, mágico y poético, con las herramientas del teatro físico y visual (sin apenas palabras), con las armas de la tragedia, con las del circo, de los títeres, del bufón, del “clown”.

Delirios de papel cae en la trampa del efectismo, se enamora del truco sorprendente. Y termina con una boda de papel en la que toda la platea participa en un cierre surrealista de una obra que amaga y no golpea, en un carrusel pretencioso que da vueltas sobre sí mismo, que no llega a ningún lugar, que se repite, a ratos con un humor chabacano (a estas alturas lo de “un lugar calentito para tu pajarito” solo irrita). ¿El papel lo aguanta todo?

En el Teatro de Cámara fue el turno del actor peruano Fernando Fernández Castillo con una selección de poemas teatralizados de César Vallejo —la puesta en escena César Abraham, considerando en frío—, bajo la dirección de Mario Delgado. De la obra poética del peruano más universal, se conoce la tristeza perenne, el dolor hondo e inevitable, la muerte en un hospital vacío.

Fernández, con su cuerpo, con su voz, con una coreografía mínima, con una mesa, una silla, una taza y unos zapatos vacantes, reinventa al poeta, sin aspavientos. Y lo hace con humildes aderezos, con una marinera, con un bailecito, con un huayñito zapateado y un pañuelo, como en el norte del Perú. Vallejo también es presencia de vida, también es dicha y corazón apasionado.

DÍA 3

De Santiago (Chile) a La Habana, pasando por Santa Cruz

El día tres del Fitaz nos llevó de Santiago (de Chile) a La Habana, pasando por Santa Cruz. En el Teatro Municipal la noche del sábado fue de la Escuela Nacional de Teatro con una obra multipremiada del español Fermín Cabal, dirigida por Marcos Malavia. Los alumnos de la escuela, sita en Santa Cruz, nos llevaron hasta el chileno centro de torturas de Tejas Verdes, campo de concentración de Pinochet en los duros años 70. Los gritos de los oprimidos están en todas partes pero para sobrevivir optamos por no escuchar(los).

Tejas verdes es una reflexión (revisada) sobre las torturas (especialmente la sufrida por las mujeres luchadoras), sobre el perdón (¿solo las víctimas pueden perdonar?). En un mundo donde el único “hombre increíble” es Kalimán, la obra vuelve a preguntar(nos): ¿llegará la hora donde los tiranos llorarán sangre? ¿cómo sobrevivimos al horror?

El jovencísimo elenco estudiantil se ve sobrepasado por la obra y solo la buena puesta en escena (especialmente la puerta dantesca del “infierno”), las imágenes evocadoras y la potencia del texto salvan. Sin moralinas, sin “mensaje”, sin rodeos, sin reduccionismos baratos, Tejas verdes subió al Municipal horas antes de la muerte en La Paz del último dictador, García Meza. Los desaparecidos vuelven en el teatro y el tirano obtiene, por fin, lo que se merece: nuestro olvido eterno. Mientras, todas las “Colorinas” de este mundo (símbolo del coraje de las mujeres) gritan todavía: el recuerdo nos hace más fuertes.

El perdón y la reconciliación también sobrevolaron el Nuna, también con acentos cruceños travestidos en tonalidades cubanas. Fresa y Chocolate, del director argentino Leonardo Gavriloff, se estrenó hace dos años en Santa Cruz y tardó demasiado (nunca es tarde) en llegar a La Paz. Necesitamos un puente aéreo teatral (con parada en Cochabamba) para vernos, para disfrutar de los talentosos actores cruceños (Marco Chávez otra vez está impecable y Guillermo Sicodowska borda lo sublime) y viceversa, necesitamos retroalimentarnos. La adaptación libre de la película de Titón Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío (1993) con guion de Senel Paz está hoy más vigente que nunca: no hay nada más fuerte que un abrazo (de libertad), no hay nada más sincero que un cuerpo desnudo, un alma despojada de prejuicios. El helado cruceño llegó para subir la temperatura en las frías y lluviosas noches paceñas del Fitaz.

DÍA 4

Del amor y el deseo incontenible al sexo

Sueño de una noche de verano llegó al Municipal el último domingo de abril, en otoño paceño, en noche fría. La apuesta de la Santa Cruz Shakespeare Company, dirigida por Ubaldo Nállar, no asume riesgos y opta por un montaje fiel (y simplista) del texto del inglés con la única variante de la adaptación del mundo de los dioses atenienses a las deidades de la rica cultura guaraní. La suma audiovisual —proyectando obviedades como columnas atenienses o el bosque encantado— resta.

Sin derroches, la escenografía escoge el lado austero, sin despliegues. El resto lo pone la comedia más divertida y fascinante de Shakespeare con sus enredos, sus fantasías, sus parejas cruzadas, su humor festivo, su loca y atávica pasión, su metateatro. Hubiese sido deseable —tal vez— que el lenguaje isabelino fuera “traducido” al castellano de Santa Cruz para acercar(nos) más. Hubiese sido ideal que el extenso elenco no muestre un nivel tan desparejado. Hubiese visto más riesgos asumidos.

De Santa Cruz también llegó (son siete en total las obras cruceñas en este Fitaz paceño) al Teatro de Cámara la misma noche Nosotros, de Malena Orías. Un “total” de 19 espectadores, sí diez y nueve, disfrutaron de este “nuevo” género, el teatro de papel en versión erótica. Un pequeño divertimento de apenas media hora con figuras de papel en una ratonera de iniciación lúdica al sexo, bajo la atenta mirada del ojo que todo lo ve. “Desnudarse es vestirnos de nuestros más íntimos deseos”, dice ella. “Siento tu fuego”, contesta él, por fin solos, mientras suena el bolero electrónico de Ravel con violonchelo en vivo. Es verdad que el amor y la locura son los motores que mueven la vida. Es verdad también que Nosotros sabe a (muy) poco.

DÍA 5

El mar y… felices los cuatro (cornudos)

Y  al quinto día, en lunes, el Fitaz resucitó. El Teatro Municipal vio la mejor obra hasta ahora sobre esas tablas, las mismas que escucharon por primera vez el himno nacional, allá por 1845. La obra se llama Al otro lado del mar, de la Compañía Nacional de Teatro de Costa Rica, bajo la dirección de Claudia Barrionuevo. La platea se transforma en una playa en el “peor lugar del mundo” y el escenario, en un muelle con barca y… una oficina de registro civil.

El actor Leynar Gómez (Limón en la segunda temporada de Narcos de Netflix) es un “indocumentado” que necesita una partida de nacimiento, no ha “nacido” todavía. No tiene nombre y se va a llamar Pescador Del Mar. Y la actriz Ivonne Brenes es Dorotea, una burócrata. Ambos sufren de soledad en Muelle Escondido, un sitio que no aparece en los mapas, ambos quedarán unidos por el mar que es mucho más que un mar. ¿Por qué no pueden ser “normales”?

Los “ticos” llegaron para demostrar una vez más qué tan vital es sostener el teatro con un buen texto (gran libreto poético y hondo de la salvadoreña Jorgelina Cerritos, ganador del prestigioso premio literario Casa de las Américas, en  2010); qué tan necesario es contar con actores y actrices de tomo y lomo; qué tanto suman los recursos escénicos “simples” cuando ellos también dicen y cuentan; qué tanto se puede jugar con el tiempo y el espacio.

En un pedazo de mar también se puede encontrar la paz… y la identidad de cada uno. El mar es una metáfora: es lo que esperamos, es lo que soñamos, es la compañía; es lo que queremos ser (sin nombre, apellido ni domicilio); es allí donde solo mandan las estrellas, los vientos y las mareas. Y bien lo sabemos en Bolivia.

Minutos después, con el excelente sabor salado en la boca, la dicha continúa con otra buena obra llegada de Santa Cruz en el Teatro Municipal de Cámara. Sin dudas, la ciudad de los anillos cosecha lo sembrado: buen teatro, buenos elencos. Tocaba reírse con En cuatro, del grupo Ditirambo de Porfirio Azogue con texto de Óscar Barbery Suárez. Y de eso se encargó especialmente Roberto Chichi Kim que hace de “Chino” en una comedia inteligente de enredo, de infidelidades, de amistades a prueba de engaños y mentiras.

Chichi se roba el show y es definitivamente la sorpresa más grata del Festival, un descubrimiento actoral, un talento puro, una capacidad actoral innata, un histrión de cuerpo entero. Y Carlos Ureña, otra apuesta segura, acompaña, junto a Viviana Cuéllar y Carolina Soliz, felices los cuatros, felices los espectadores con este cuarteto de cornudos y su terapia. Pero ojo: verse uno en el espejo puede ser inquietante, quitarse las máscaras puede llegar a ser perturbador.

DÍA 6

Ella baila sola y dos hombres en crisis

El martes 1 de mayo es el turno de Brasil. La obra se llama Mujer sin fin, unipersonal de Andréia Nhur, del grupo Khatarsis Teatro. La catarsis la tuvo que hacer el público (el que aguantó toda la hora y no se fue antes de tiempo). Nhur ofrece su coreografía mínima, canta (bien), recita (mal), usa su cuerpo torpemente y habla en varios idiomas sin traducción (francés, inglés, portugués…) en un intento fallido de discutir la construcción cultural y religiosa de la mujer. Las referencias inexplicables a Emma Bovary y Lady Macbeth fueron un misterio absoluto, como toda la supuesta “performance”. ¿Alguien ve las obras antes? ¿Existe curaduría? ¿Era el Municipal el escenario ideal para ese esperpento?

Las preguntas continuaron en el teatro Nuna de la zona Sur. Ella, de la argentina Comedia Cordobesa, es una reflexión sobre la violencia machista contra la mujer, desde las (nuevas) masculinidades. Dos hombres —al desnudo físico y moral— charlan, lloran, discuten y se pelean por la misma mujer (ausente/presente) en un sauna, con el calor asfixiante en toda la sala como un personaje más. ¿Debemos pensarnos los hombres como monstruos capaces de matar a la mujer que tenemos a nuestro lado? ¿Debemos deconstruir nuestra masculinidad? ¿Hay que recordar que somos el bando opresor?

Son las cuestiones que plantea el texto de Susana Torres Molina, bajo la dirección de Gonzalo Tolosa. Los actores Adrián Azaceta y Beto Bernuéz ponen el cuerpo a las balas, sacan sus trapitos al sol y mienten con la verdad para saber dónde te puede llevar el deseo, la adicción animal, los celos, el terror a la soledad, las relaciones tóxicas, los golpes, los miedos. Ella (la gran protagonista), independiente, sexual y poderosa, los habita; sin ella, la vida no la quieren. ¿Por qué la(s) asesinamos entonces? Ella no tiene la respuesta, tiene algo mejor: da que pensar, repensar(te).