Wednesday 17 Apr 2024 | Actualizado a 20:17 PM

‘Borda 1883-1953’

Fragmento de la presentación del libro, leído por el arquitecto Carlos Villagómez.

/ 16 de mayo de 2018 / 05:13

El libro Borda 1883-1953 tiene la virtud de ser un texto académico. Es decir, es un libro de consulta que perdurará en el tiempo como los otros cuatro textos de la autoría de Pedro Querejazu. Para la historiografía del arte boliviano este logro no es un detalle menor, y menos, un recurso fácil. Estos libros serán consultados por expertos y neófitos por mucho tiempo porque poseen una cualidad: es una historia del arte bien consistente y sustentada que evita las subjetividades. Datos, imágenes, fotografías, documentos avalan lo descrito en cada capítulo. Diría que Borda 1883-1953 sigue la metodología de Erwin Panofsky y sus tres fases de investigación: la descripción previa del contexto y datos fácticos; el análisis iconográfico o análisis descriptivo de las imágenes, en una palabra: lo evidente; y por último el análisis iconológico, donde se debe dilucidar lo subyacente. Pienso que se evitó ahondar sobre este último desarrollo ante lo inasible del artista. Y como decía Moholy-Nagy, es mejor quedarse en “la higiene de lo óptico, en la salud de lo visible”. Considero lúcida esta decisión, que sin embargo, si se lee adecuadamente, se completa en la parte final del libro con ensayos literarios de lo subyacente al final del libro.

Por todo ello, Querejazu puntualiza que el libro es: “una relación razonada desde la historia del arte, para deconstruir y reconstruir los mitos y poner en valor una extensa obra para el mañana”.

Borda 1883-1953 tiene dos partes fundamentales y una intermedia. La primera versa sobre la vida del artista, su época y su obra pictórica, (…); la segunda, sobre la producción literaria de Borda, que incluye los ensayos de Claudia Pardo, Omar Rocha y Jessica Freudenthal sobre el libro El Loco (1966). La parte intermedia, que es tan importante como las otras, está dedicada al dibujo de su Álbum de Anatomía y al cuaderno de la Guerra del Chaco, también comentada por Lucía Querejazu.

A pesar de ese seccionamiento en tres áreas al inmenso trabajo de AB el texto incluye, en su debido momento, las otras facetas de un artista prolífico y multifacético. AB fue pintor, actor, hizo teatro, fue director de cine, productor de cine, poeta, novelista, político, periodista, dibujante, caricaturista y, consta en algún documento, hasta escultor y docente. Un artista multipropósito con una vida personal intensa como pocas. Al respecto de sus múltiples expresiones, Borda declaró: “Cada cosa sirve para exteriorizar la ilusión o el ansia”. Por la pluralidad de esa obra y pensamiento, podría afirmar que Borda es un visionario de las tendencias actuales que patrocinan al artista polifacético.

Con la corrección propia de un texto académico, Lucía Querejazu contextualiza históricamente la época, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. Un tiempo pleno de creaciones y destrucciones: dos guerras mundiales, dos guerras regionales, el cambio de la ciudad de La Paz a sede de gobierno, culminando con la Revolución del 52. Un periodo colmado de sangre y esperanza. Arturo Calixto Borda nació un 18 de octubre de 1883.

La publicación establece tres periodos en la obra del artista: de 1902 a 1920 con obras emblemáticas como El Filicidio y El Yatiri. De 1920 a 1940 con mayor énfasis en paisajes. Y de 1940 a 1953, los años finales con obras como el retrato de sus padres y la Crítica de los ismos y El triunfo del arte clásico. Como muchos sabemos, todas estas etapas se trabajaron en medio de una vida personal intensa y descontrolada (…). Para entender un poco lo que es la vida de un artista sin límites ni miramientos, repasemos una línea del poema que Jaime Saenz le dedicó a Borda: “Dios bebe y se emborracha cada vez que produce belleza”.

Para organizar la extensa obra pictórica, Querejazu se vale del recurso de las familias temáticas. Es una táctica, permítanme la definición, de taxonomía pictórica, que ayuda a organizar los criterios del historiador y a contextualizarlos con referencias particulares. Así se establecen nueve familias temáticas: obras tempranas, bodegones, paisajes, obras costumbristas, figura humana, alegorías, retratos, obras emblemáticas y obras finales. Los críticos de arte y/o de literatura supondrán que ese seccionamiento debilita la esencia de la obra de un artista inclasificable e impulsivo que, en palabras del crítico Toro Moreno, “era un océano sin inquietudes de estilización”. Pero reitero, se trata de un hilo establecido con conocimiento de causa, un hilo trazado por una metodología de la historia del arte todavía vigente (…).

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‘Borda 1883-1953’

Fragmento de la presentación del libro, leído por el arquitecto Carlos Villagómez.

/ 16 de mayo de 2018 / 05:13

El libro Borda 1883-1953 tiene la virtud de ser un texto académico. Es decir, es un libro de consulta que perdurará en el tiempo como los otros cuatro textos de la autoría de Pedro Querejazu. Para la historiografía del arte boliviano este logro no es un detalle menor, y menos, un recurso fácil. Estos libros serán consultados por expertos y neófitos por mucho tiempo porque poseen una cualidad: es una historia del arte bien consistente y sustentada que evita las subjetividades. Datos, imágenes, fotografías, documentos avalan lo descrito en cada capítulo. Diría que Borda 1883-1953 sigue la metodología de Erwin Panofsky y sus tres fases de investigación: la descripción previa del contexto y datos fácticos; el análisis iconográfico o análisis descriptivo de las imágenes, en una palabra: lo evidente; y por último el análisis iconológico, donde se debe dilucidar lo subyacente. Pienso que se evitó ahondar sobre este último desarrollo ante lo inasible del artista. Y como decía Moholy-Nagy, es mejor quedarse en “la higiene de lo óptico, en la salud de lo visible”. Considero lúcida esta decisión, que sin embargo, si se lee adecuadamente, se completa en la parte final del libro con ensayos literarios de lo subyacente al final del libro.

Por todo ello, Querejazu puntualiza que el libro es: “una relación razonada desde la historia del arte, para deconstruir y reconstruir los mitos y poner en valor una extensa obra para el mañana”.

Borda 1883-1953 tiene dos partes fundamentales y una intermedia. La primera versa sobre la vida del artista, su época y su obra pictórica, (…); la segunda, sobre la producción literaria de Borda, que incluye los ensayos de Claudia Pardo, Omar Rocha y Jessica Freudenthal sobre el libro El Loco (1966). La parte intermedia, que es tan importante como las otras, está dedicada al dibujo de su Álbum de Anatomía y al cuaderno de la Guerra del Chaco, también comentada por Lucía Querejazu.

A pesar de ese seccionamiento en tres áreas al inmenso trabajo de AB el texto incluye, en su debido momento, las otras facetas de un artista prolífico y multifacético. AB fue pintor, actor, hizo teatro, fue director de cine, productor de cine, poeta, novelista, político, periodista, dibujante, caricaturista y, consta en algún documento, hasta escultor y docente. Un artista multipropósito con una vida personal intensa como pocas. Al respecto de sus múltiples expresiones, Borda declaró: “Cada cosa sirve para exteriorizar la ilusión o el ansia”. Por la pluralidad de esa obra y pensamiento, podría afirmar que Borda es un visionario de las tendencias actuales que patrocinan al artista polifacético.

Con la corrección propia de un texto académico, Lucía Querejazu contextualiza históricamente la época, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. Un tiempo pleno de creaciones y destrucciones: dos guerras mundiales, dos guerras regionales, el cambio de la ciudad de La Paz a sede de gobierno, culminando con la Revolución del 52. Un periodo colmado de sangre y esperanza. Arturo Calixto Borda nació un 18 de octubre de 1883.

La publicación establece tres periodos en la obra del artista: de 1902 a 1920 con obras emblemáticas como El Filicidio y El Yatiri. De 1920 a 1940 con mayor énfasis en paisajes. Y de 1940 a 1953, los años finales con obras como el retrato de sus padres y la Crítica de los ismos y El triunfo del arte clásico. Como muchos sabemos, todas estas etapas se trabajaron en medio de una vida personal intensa y descontrolada (…). Para entender un poco lo que es la vida de un artista sin límites ni miramientos, repasemos una línea del poema que Jaime Saenz le dedicó a Borda: “Dios bebe y se emborracha cada vez que produce belleza”.

Para organizar la extensa obra pictórica, Querejazu se vale del recurso de las familias temáticas. Es una táctica, permítanme la definición, de taxonomía pictórica, que ayuda a organizar los criterios del historiador y a contextualizarlos con referencias particulares. Así se establecen nueve familias temáticas: obras tempranas, bodegones, paisajes, obras costumbristas, figura humana, alegorías, retratos, obras emblemáticas y obras finales. Los críticos de arte y/o de literatura supondrán que ese seccionamiento debilita la esencia de la obra de un artista inclasificable e impulsivo que, en palabras del crítico Toro Moreno, “era un océano sin inquietudes de estilización”. Pero reitero, se trata de un hilo establecido con conocimiento de causa, un hilo trazado por una metodología de la historia del arte todavía vigente (…).

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La 13

/ 27 de agosto de 2017 / 04:00

La decimotercera Bienal de Arquitectura Boliviana se inaugura en La Paz en octubre con la participación de invitados especiales y con varias actividades organizadas por un grupo de jóvenes profesionales encabezados por Fernando Martínez. Es un esfuerzo mayúsculo, de una joven generación de arquitectos y arquitectas, con tímidos apoyos institucionales, que busca visibilizar el oficio de la arquitectura y el pensamiento de muchos profesionales en un medio tan mezquino para la arquitectura como el nuestro.

En tiempos en que la arquitectura está viviendo un descrédito internacional por diversos factores (la caída de los relatos de la modernidad, los excesos del sistema startarchitect, o por la indiferencia estatal en década y media de bonanza sin obras arquitectónicas relevantes), uno se pregunta sobre la pertinencia de realizar una bienal sobre este oficio equívoco de arte, técnica y compromiso social. A pesar de ello, un reducido grupo generacional decidió llevar adelante el desafío ideando una nueva identidad-bienal que, creo, debe ser apuntalada por todos nosotros.

Las bienales de arquitectura se gestan de dos formas. O como un espacio neutro para el lucimiento de estrellas invitadas con las selfies de rigor, o como una arena de confrontación y diálogo que, pienso, es la idea central para esta nueva bienal. En suma, se trata de situar la esencia sobre la apariencia en una línea paralela al concepto de Ivo Mesquita para la Bienal de Arte de Sao Paulo en 2008.

Para llevar a buen término este concepto deben concentrarse los esfuerzos hacia: prolongar el efecto bienal más allá del mes de octubre (en esa línea, se están realizando pre-bienales de significativo efecto multiplicador); configurar con los invitados un espacio de producción cultural antes que una simple exposición de obras rutilantes; avivar al interior del gremio el debate sobre nuestro contexto versus las otras realidades internacionales; incorporar en acciones colectivas las categorías medioambientales y/o sociales del oficio; generar laboratorios de mediación para promover nuestro quehacer tanto a nivel estatal como al público en general. En pocas palabras, la Bienal 13 debe promover, con operaciones colectivas, más debate y reflexión que las meras imágenes de un divo o una diva.

Pensar que el ejercicio intelectual se puede despertar en las nuevas generaciones no es una utopía trasnochada; y de lograr las metas mencionadas en el anterior párrafo, este grupo generacional habrá consolidado el objetivo mayor del nuevo milenio: lograr la empatía social entre nuestro gremio y la sociedad.

Celebro que este desafío lo asuma un grupo joven que quiere superar las manías y caprichos de las pasadas generaciones y sueña con nuevos paradigmas que reconfiguren el papel del arquitecto.

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/ 27 de agosto de 2017 / 04:00

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En tiempos en que la arquitectura está viviendo un descrédito internacional por diversos factores (la caída de los relatos de la modernidad, los excesos del sistema startarchitect, o por la indiferencia estatal en década y media de bonanza sin obras arquitectónicas relevantes), uno se pregunta sobre la pertinencia de realizar una bienal sobre este oficio equívoco de arte, técnica y compromiso social. A pesar de ello, un reducido grupo generacional decidió llevar adelante el desafío ideando una nueva identidad-bienal que, creo, debe ser apuntalada por todos nosotros.

Las bienales de arquitectura se gestan de dos formas. O como un espacio neutro para el lucimiento de estrellas invitadas con las selfies de rigor, o como una arena de confrontación y diálogo que, pienso, es la idea central para esta nueva bienal. En suma, se trata de situar la esencia sobre la apariencia en una línea paralela al concepto de Ivo Mesquita para la Bienal de Arte de Sao Paulo en 2008.

Para llevar a buen término este concepto deben concentrarse los esfuerzos hacia: prolongar el efecto bienal más allá del mes de octubre (en esa línea, se están realizando pre-bienales de significativo efecto multiplicador); configurar con los invitados un espacio de producción cultural antes que una simple exposición de obras rutilantes; avivar al interior del gremio el debate sobre nuestro contexto versus las otras realidades internacionales; incorporar en acciones colectivas las categorías medioambientales y/o sociales del oficio; generar laboratorios de mediación para promover nuestro quehacer tanto a nivel estatal como al público en general. En pocas palabras, la Bienal 13 debe promover, con operaciones colectivas, más debate y reflexión que las meras imágenes de un divo o una diva.

Pensar que el ejercicio intelectual se puede despertar en las nuevas generaciones no es una utopía trasnochada; y de lograr las metas mencionadas en el anterior párrafo, este grupo generacional habrá consolidado el objetivo mayor del nuevo milenio: lograr la empatía social entre nuestro gremio y la sociedad.

Celebro que este desafío lo asuma un grupo joven que quiere superar las manías y caprichos de las pasadas generaciones y sueña con nuevos paradigmas que reconfiguren el papel del arquitecto.

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La percepción del espacio

El talento innato, la pasión y el carácter del maestro Juan Carlos Calderón quedan reflejados en la exposición de la CAF.

/ 2 de abril de 2017 / 04:00

En 1993 recibí un regalo. Un hermoso dibujo a lápiz de 1987 del arquitecto Juan Carlos Calderón. La imagen es la escultura dedicada a la comunicación que el arquitecto diseñó para el ingreso del auditorio de una de sus obras más emblemáticas: el Palacio de Comunicaciones. El motivo de ese obsequio fue un texto de apoyo que escribí para el amigo y colega contra el ente colegiado de La Paz que le hacía la guerra denostando su trabajo con argumentos propios de la bajeza humana. Todos en este medio sabemos que, cuando no se pueden combatir las ideas con ideas y las creaciones con creaciones, sirven todo tipo de artimañas y subterfugios.

Pero los años pasan y todo se ubica en su verdadero lugar. Se sepultan inexorablemente la envidia y la mezquindad y sobreviven las obras llevadas con ética y estética. Y de ello puede dar fe el maestro que sigue exponiendo sin pausa su obra y pensamiento. Hasta el 31 de marzo, en la sala de exposiciones de la CAF se presentan obras de su última etapa junto a otras reflexiones en la muestra denominada La percepción del espacio. En ese ambiente se desarrolla una breve revisión histórica que recorre la arquitectura en Bolivia: lo prehispánico, lo virreinal, la incipiente modernidad con identidad en la figura del gran arquitecto Emilio Villanueva, y culmina con la presentación del pensamiento organicista de Calderón materializado en maquetas y dibujos.

En ese panorama, entre histórico y testimonial, se presentan además dos piezas fundamentales. La primera es un dibujo original de 1920 de Emilio Villanueva para el plan urbano de Miraflores. Una obra maestra. Un dibujo de valor patrimonial que, por falta de espacio, se montó inadecuadamente. El otro objeto es una pieza de culto para la corriente organicista: la concha marina Nautilus pompiluis, una obra de la naturaleza.

  • Luz. El espacio que acoge la muestra resulta, por su luminosidad, para realzar la obra del arquitecto.

A pesar de las diferentes experiencias personales, siempre he destacado dos atributos en la figura de Calderón: su categoría de maestro y su pasión por el oficio. Ambos atributos se reúnen, por si fuera poco, en un talento innato que se expresa con una potente capacidad gráfica. Calderón, aparte de materializar sus ideas, es un arquitecto con un dibujo excepcional.

En un oficio tan exigente y difícil como la arquitectura pocos alcanzan el denominativo de maestro. Primero, y ante todo, se debe nacer con el don para “proporcionar a la vida una estructura más sensible” y para ser “el hombre sintético, el que es capaz de ver las cosas en conjunto antes de que estén hechas”. Frases de Alvar Aalto y Antonio Gaudí que suscribo.

Pareciera anacrónico afirmarlo pero esto es así: se debe nacer con un soplo divino que no llega a todos. Un arquitecto nace, no se hace. Con el ejercicio de ese talento, discípulos o seguidores de varias generaciones se amontonan alrededor de su figura. Y eso es algo que hoy en día debemos saber aquilatar. El maestro pertenece a una generación que no volverá a reproducirse. A ese talento innato debemos sumar una pasión y un carácter indoblegables que permitieron a Calderón soportar la tarea de hacer buenas obras en un medio que, por miserable o angurriento, desprecia la buena arquitectura. Durante muchos años, obstinadamente, Calderón logró sobreponerse a diversos momentos políticos, a variadas crisis económicas y a muchas caídas existenciales de la profesión.

En la muestra de la CAF se puede apreciar una parte de la obra gráfica de Calderón. Se exponen algunas perspectivas de proyectos y bocetos sobre el movimiento perpetuo de las cosas. El tiempo y el espacio están allí representados como muestras del organicismo en la arquitectura. Se trata de dibujos convertidos en patrimonio invalorable para las futuras generaciones de estudiantes y profesionales que, por una decisión del maestro, formarán parte del acervo de la universidad pública.

A pesar del tamaño de la sala, la intención conceptual de esta exposición era insertar la corriente organicista en la historiografía arquitectónica boliviana. Sabiendo que en este medio no solo existen envidias y mezquindades sino también olvidos, quizás Calderón pensó en la importancia de seguir difundiendo esa corriente. No lo creo necesario, porque un día después de la inauguración, al salir de la sala de exposiciones con el amigo y artista Gastón Ugalde recorrimos y fotografiamos el edificio de la CAF. En un alto nos preguntábamos si es la obra más importante de la arquitectura de este tiempo. Y esa pregunta, creo, es suficiente para constatar que la obra de Juan Carlos Calderón está en la historia de las creaciones bolivianas y su valor histórico está materializado en la tectónica y la luminosidad de ese espacio.

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EL camino PERTURBADO

Las revoluciones políticas o digitales han desmantelado, en Bolivia y en todo el mundo, los conceptos que siempre habían sostenido la figura del arquitecto.

/ 19 de febrero de 2017 / 04:00

El siglo XXI ha perturbado el camino del arquitecto. La caída de los grandes relatos y la insurgencia de revoluciones políticas o digitales han desmantelado los conceptos que por siglos sostenían la figura del arquitecto. Este nuevo tiempo, verdaderamente revolucionario, está destruyendo a ese demiurgo intocable de las artes.

Muchos síntomas de esta debacle son evidentes. Uno de ellos: nuestro errático comportamiento. Nos dejaron los héroes de la modernidad y pasamos a deambular por la posmodernidad y el recurso de la historia; por millonarias inversiones con estrellas del mercado global; y ahora, por una discutible “arquitectura para los pobres”.

A pesar de esos vericuetos, propios de una disciplina en crisis, persiste en este nuevo milenio la figura del arquitecto ególatra y ensimismado. Por todo ello, debemos vislumbrar nuevas maneras de ser arquitecto y nuevas formas de relacionamiento social y profesional. Dos fuerzas están zarandeando a los arquitectos diseñadores en la parte andina boliviana. Son dos fuerzas arremolinadas y contrapuestas que nublan las ideas y enmarañan el oficio: la revolución tecnológica global y la instauración de un estado pluricultural.

La revolución tecnológica ha transformado el conjunto de los saberes y los modos de hacer arquitectura. A decir del filósofo Jesús Martín-Barbero, esta transformación de los conocimientos y las profesiones se explica con dos fenómenos: el descentramiento y la deslocalización. Con el primero, “el saber se sale de los libros y de la escuela. El saber se sale ante todo del que ha sido su eje durante los últimos cinco siglos: el libro.

Un proceso que no había tenido casi cambios desde la invención de la imprenta sufre hoy una mutación de fondo especialmente con la aparición del texto electrónico”. El segundo fenómeno, la deslocalización, “difumina tanto las fronteras entre las disciplinas del saber académico como entre ese saber y los otros que ni parten de la academia ni se imparten ya en ella exclusivamente”.

En esa línea, los saberes especializados, en el reino excluyente y absoluto de los arquitectos, ya no tienen mayor impacto en la sociedad. Vivimos una época donde las propuestas de la arquitectura heroica están rebasadas por la diversidad, casi infinita, de los mensajes electrónicos. Junto a esa pluralidad desbocada las profesiones que nos rodean están diluyendo sus fronteras y desmantelando los muros del reino de la arquitectura.

Esta revolución del conocimiento ha transformado el modo de hacer arquitectura. Disponemos de herramientas que abaratan costos, simplifican procesos y reducen tiempos. Tanto el software como el hardware han revolucionado, en apenas dos décadas, la manera de concebir la arquitectura. Asimismo, el acceso en tiempo real a la red global incide radicalmente en esos modos y en todo el sistema que los sostiene: clientes, comitentes, tecnologías, presupuestos…

En el campo o en la ciudad cualquiera, a través de internet y los teléfonos inteligentes, puede tener en sus manos una biblioteca interminable del saber arquitectónico: un Aleph borgiano sin límite alguno. Paralelamente al cúmulo de conocimientos de la red vivimos la dictadura de las imágenes, la llamada Iconocracia. Con la proliferación icónica y sus ilimitadas posibilidades se socializan los estilos, se simplifican los diseños, se envician las autorías hasta, casi, prescindir de los profesionales. Se está universalizando la posibilidad de hacer arquitectura.

ALTERACIONES. Esta revolución digital está formando estudiantes y jóvenes profesionales que uniforman y homogenizan sus propuestas. Pero, más allá de cuestiones de estilo, existen incertidumbres mayores. Los programas del diseño paramétrico se aproximan a resolver problemas prescindiendo de autores. Estamos ante los umbrales de un mundo regido por la inteligencia artificial; y así lo adelanta Martín-Barbero: “Con el computador ya no estamos ante la relación exterior entre un cuerpo y una máquina, sino frente a un nuevo tipo de relación: una aleación entre cerebro e información”.

  • Vista. En el centro, un diseño paramétrico. Foto: blogspot.com

Esta situación ha generado la obsolescencia de escuelas y facultades de arquitectura. En esos centros aún se conservan los paradigmas y las posturas de los héroes de la modernidad: el genio individual, la idea platónica, el boceto lúcido, etc. El sociólogo alemán Ulrich Beck ubica a esa obsolescencia en las “categorías zombi”; categorías del pensamiento que proceden “del horizonte vivencial del siglo XIX, de la primera modernidad”. Debemos reconocer el valor de esta revolución y su proyección en el tiempo; pero también debemos debatir sobre las amenazas de una globalización acrítica e irreflexiva.

En 2009 se instauró en Bolivia la nueva Constitución Política del Estado Plurinacional, y con ella se reconoce nuestra pluriculturalidad. Con la nueva Carta Magna se funda la organización política y jurídica de varias naciones en un solo estado reconociendo y protegiendo la pluralidad étnica y cultural. Este imprescindible e impostergable avance histórico de una sociedad con mayoritaria población indígena nos interpela e incita, a su manera, a buscar nuevos comportamientos profesionales.

Esta apertura del abanico pluricultural acarrea, desde el punto del creador, múltiples descentramientos. Algunos de ellos se explican desde el mundo del arte. En Sobre la crisis del arte contemporáneo en Bolivia traté este tema y concluí en un hecho fundamental: la pérdida de sentido o la falta de vigor cultural en nuestras obras debido a la preeminencia de los movimientos políticos sobre las vanguardias artísticas.

En esa línea, la citada pluriculturalidad abre múltiples e imprecisos paradigmas culturales. Ya no existe el derrotero único, omnipresente y de corte occidental, que facilitó el accionar de generaciones de arquitectos aculturizados. Ahora coexisten múltiples derroteros. En arquitectura, un arte indolente al cambio, acostumbrado a seguir por imitación o mimesis las tendencias del centro, la pluriculturalidad instaurada en el país ha alterado su futuro. Los preconceptos del oficio como la universalidad del estilo, la atemporalidad, la exigencia geométrica o la vigencia de la obra de arte total han sido desmontados.

DUDAS. En los albores de esta revolución cultural, el panorama es difícil de digerir y la tarea de diseñar para una sociedad que busca afanosamente una síntesis cultural de lo plural y heterogéneo es confusa. Todo creador necesita un terreno fértil para sus ideas, un sitio estable donde fundar sus principios. Si el terreno es híbrido y complejo, las alternativas creativas para un profesional, unidireccional y monotemático, están plagadas de dudas e incertidumbres.

Ahora bien, ¿cómo afrontamos a esas fuerzas? Cebando nuestro acervo con propuestas como las del físico rumano Basarab Nicolescu o el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin de pensamientos transdisciplinarios, de conocimientos relacionales y complejos.

  • Un programa de diseño paramétrico. Foto: architosh.com

En este tiempo milenarista, crispado por desavenencias ideológicas y descentramientos sociales, para ser arquitecto no basta con ser arquitecto. En primer lugar, el arquitecto debe ampliar su visión hacia un perfil culturalista. Más que productor-creador de formas y espacios debe ser activista cultural, un promotor de la construcción cultural de su región. Munido de un amplio bagaje de conocimientos, el arquitecto debe involucrarse con la sociedad pluricultural desde las cosmovisiones identitarias hasta las ramificaciones de la cultura universal. Debemos enfrentar las fuerzas arremolinadas de este tiempo en la perspectiva que sugiere el pensador hindú Arjun Appadurai: “El futuro como hecho cultural”.

Surgen planetariamente pensamientos que apuntan a un accionar múltiple; por ejemplo, el arquitecto inglés David Chipperfield habla del arquitecto como líder intelectual y el holandés Rem Koolhass se rinde ante el poder de la palabra. Todo ello surge ahora porque, a pesar del tiempo invertido en nuestra actividad proyectiva, de las infinitas horas frente a la computadora, no pudimos construir un espacio real de participación en la sociedad, construimos nuestra propia invisibilidad al no tener un liderazgo cultural e intelectual.

Entonces, si el perfil debe ser culturalista, ¿cómo encaramos el oficio a inicios de este siglo? Claramente expresado: debemos ser diseñadores y/o creadores multipropósito. El arquitecto no debe mantener el espacio restringido de trabajo del siglo XX: proyecto, edificio y construcción. Debe transformar su misión y visión hacia un productor multipropósito con capacidades para resolver los desafíos del diseño ambiental, incluso sobrepasando las fronteras hacia otros artes contemporáneos. Es imperativo tener capacidad de síntesis y abstracción para responder a cualquier escala de diseño o desafío creativo.

COLECTIVIDAD. Esta actividad transdisciplinaria y multipropósito se asocia con un accionar que hoy es ineludible: el trabajo colectivo. En respuesta a la complejidad de los problemas se están formando en el mundo grupos de trabajo de múltiples creadores y pensadores de diverso origen y reflexión, para el intercambio abierto y libre de ideas. Esa fuerza conjunta es la única capaz de originar masa crítica en una opinión pública tan heterogénea como imprevisible.

El divorcio de la arquitectura con el arte ha relegado nuestra adecuación al espíritu de los tiempos y ha formado profesionales desubicados e indolentes que desconocen su contexto y la estética como concepto local y universal. ¿Pero, podemos cualificar artísticamente a los estudiantes? La respuesta no depende exclusivamente de los arquitectos. Si el mundo del arte no resuelve la profunda crisis en que se encuentra muy poco podemos hacer desde la arquitectura. Dependemos del pensamiento y obra que se genera en el arte, más aún en un medio como el nuestro, donde la potencia y vitalidad del arte popular está arrasando a los creadores aislados.

Pero, y a pesar de esa sumisión del oficio, el trinomio cultura-diseño-arte podrá concebir nuevas propuestas y reencaminar la formación del arquitecto diseñador. Es posible. Con ese recurso enfrentaremos las fuerzas que, a contracorriente entre lo global y lo local, nos están zarandeando.

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