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Estado Plural de ‘Género’

La artista Camila Rocha continúa el debate sobre ‘Genero’, proyecto de Diego Aramburo en el que hizo el cambio legal de hombre a mujer.

/ 25 de mayo de 2018 / 15:00

Cuando una acción desde las artes plantea un punto de encuentro con lo que la comunidad considera “la realidad”, esto “genera” molestia. Hace dos semanas Diego Aramburo presentó el primer registro de su documental escénico proyecto Genero, que cuenta con artistas de alto nivel de Brasil, Ecuador y Bolivia, y un conjunto de académicos que siguen su construcción de contenidos.

Para los que no están al tanto, Aramburo cambió legalmente su identidad de género “abandonando” el sexo masculino; y abre debate sobre tal hecho a través de la obra. La polémica posterior, instalada en parte de la clase media acomodada, “culta”, básicamente lo acribilla por tener la osadía de “utilizar” la ley ejerciendo su “poder de hombre-macho” y “Patriarca-Dios”, para “hacer lo que le da la gana” y ahora decirse “mujer” para “llamar la atención de su público” (sostienen esto, literalmente, a pesar de que las leyes son para todos, “incluso para quien nació biohombre”, habría que decir…).

Nada más distante del pensamiento que sostiene Genero. Aramburo renuncia a la figura patriarcal a la cual no representa pues ya no puede ni quiere ser lo que esperamos del constructo “hombre”. Y es importante aclarar que, en coherencia a lo que venía haciendo (desde su obra), Diego necesitaba el cambio y éste hubiese existido, haya obra o no. “Y entonces por qué no lo hace de callado”, dice alguno. Y es que, es su derecho expresarse (más si hay oídos para escucharlo, como los hubo), y da la casualidad de que el arte está para eso, porque lo que acontece a uno no está exento de lo que le acontece a su sociedad, sobre todo si este hecho comunicacional “generará” movimiento en el entorno, más allá de asistir a una “función” o no, que “no es lo prioritario para Genero”, declara el proyecto. Fernando van de Wyngard la sitúa como “una obra conmovedora”, y explicó que “con-mover es movilizar algo, desplazarse uno mismo, hacer el trans-ito hacia lo desconocido”. No creo que haya mejores palabras para expresar el trasfondo de esta obra —y decisión de vida del autor—; de hecho, éste quizá es también uno de los sentidos más “serios” para ejercer las artes en una sociedad.

Trans significa, “al otro lado” o “a través de”. A la par, las Naciones Unidas, en defensa de los Derechos Universales, definen que “existen varias interpretaciones del significado de transgénero”, “son personas que (por cualquier motivo), se sienten fuera de las normas de género convencionales”, aclara, y que “existen hombres-trans, mujeres-trans, personas-trans, y otras identidades, todas bajo el concepto macro de transgénero”, y “ser transgénero no invoca ninguna orientación sexual”.

La acción que el/la artista necesitó este momento de su vida fue dar el paso de la transición de género, y lo hizo “a través de” la Ley de Identidad de Género.

Así dirigió la mirada al peso histórico-cultural de la figura patriarcal y de satisfacerla socialmente. “A través de” la obra que documenta este proceso, se ha abierto, además, la posibilidad de otro diálogo pertinente: Bolivia tiene una ley de avanzada como la 807 gracias a la lucha de compañeros y compañeras transgénero y activistas LGTBI, y pese al estreñimiento mental de los fundamentalistas. Ahora, pensar en la pluralidad de nuestro Estado, convoca la coherencia de la “pluralidad de género” para, ojalá, al fin salir de lo binario, que es una idea ajena a la cosmovisión andina —y otras precolombinas—, que proclamaba “privilegiada” a la familia en cuyo seno nacía un ser “intermedio”, ni hombre ni mujer, que representaba un posible puente para enviar y recibir mensajes de un lado de la existencia hacia el otro.

El arte también es un puente, o debiera serlo; con Genero claramente lo es. No solo a nivel político y social, como consta en el debate actual, sino existencial.

El hecho (escénico y no), nos hace observar lo que evitamos observar: la muerte, la extinción de algo (un patriarcado, lo binario), y a nosotros mismos mirando otredades que decimos aceptar, pero en estado consciente de observación, además colectiva, ese mirar (nuestro), no lo soportamos. Y entonces nos defendemos acusando a la obra por nuestra propia intolerancia o el pavor a la pérdida del padre y patriarcado. Aramburo acierta también al morir delante nuestros ojos como ser-afirmación (la afirmación positivista-masculina), dejando como resultado y estela de su obra y su persona a un ser-cuestión/able (lo que no es femenino, pero tampoco es ya el macho-triunfal), y esto también lo constata el debate actual. La acción resulta además una profunda reflexión sobre el lenguaje en general (Diego existe ahora cognitivamente en femenino mientras su cuerpo y nombre desdice y deconstruye esa posible construcción), y sobre el lenguaje escénico pues la obra es un rito de iniciación personal y social donde la transformación que observamos sugiere una nueva solución en la que se preserva la continuidad de la persona, pero también la del proceso de transformación en sí, ambas a la vez. Y eso es simplemente genial.

La necesidad de Diego de no ser únicamente A o B, sino ponerse en un lugar en tránsito, es algo que debiéramos naturalizar en la sociedad, pues el estado inmanente del ser es el devenir y no el estatismo. Tristemente no sucede así y, dadas las especulaciones seguramente originadas por la incertidumbre y miedo a la que lleva el lugar de ‘lo indefinido’ y aquello en trans-ito, esta decisión pone al/a autor/a en situación de violencia; la cual constatamos en las redes, en sutiles amenazas, o en la negación del derecho de tal ciudadana/o a autodefinirse y manifestarse en “transición de género”.

Queda la gratitud por la reflexión que esta obra regala. El paso inicial es contundente y me parece un acto de valentía y una oportunidad para mirarnos humanos y dejar de lado el peso de las casillas a las que hemos tenido que aferrarnos para sobrevivir en este sistema, patriarcal y binario.

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Estado Plural de ‘Género’

La artista Camila Rocha continúa el debate sobre ‘Genero’, proyecto de Diego Aramburo en el que hizo el cambio legal de hombre a mujer.

/ 25 de mayo de 2018 / 15:00

Cuando una acción desde las artes plantea un punto de encuentro con lo que la comunidad considera “la realidad”, esto “genera” molestia. Hace dos semanas Diego Aramburo presentó el primer registro de su documental escénico proyecto Genero, que cuenta con artistas de alto nivel de Brasil, Ecuador y Bolivia, y un conjunto de académicos que siguen su construcción de contenidos.

Para los que no están al tanto, Aramburo cambió legalmente su identidad de género “abandonando” el sexo masculino; y abre debate sobre tal hecho a través de la obra. La polémica posterior, instalada en parte de la clase media acomodada, “culta”, básicamente lo acribilla por tener la osadía de “utilizar” la ley ejerciendo su “poder de hombre-macho” y “Patriarca-Dios”, para “hacer lo que le da la gana” y ahora decirse “mujer” para “llamar la atención de su público” (sostienen esto, literalmente, a pesar de que las leyes son para todos, “incluso para quien nació biohombre”, habría que decir…).

Nada más distante del pensamiento que sostiene Genero. Aramburo renuncia a la figura patriarcal a la cual no representa pues ya no puede ni quiere ser lo que esperamos del constructo “hombre”. Y es importante aclarar que, en coherencia a lo que venía haciendo (desde su obra), Diego necesitaba el cambio y éste hubiese existido, haya obra o no. “Y entonces por qué no lo hace de callado”, dice alguno. Y es que, es su derecho expresarse (más si hay oídos para escucharlo, como los hubo), y da la casualidad de que el arte está para eso, porque lo que acontece a uno no está exento de lo que le acontece a su sociedad, sobre todo si este hecho comunicacional “generará” movimiento en el entorno, más allá de asistir a una “función” o no, que “no es lo prioritario para Genero”, declara el proyecto. Fernando van de Wyngard la sitúa como “una obra conmovedora”, y explicó que “con-mover es movilizar algo, desplazarse uno mismo, hacer el trans-ito hacia lo desconocido”. No creo que haya mejores palabras para expresar el trasfondo de esta obra —y decisión de vida del autor—; de hecho, éste quizá es también uno de los sentidos más “serios” para ejercer las artes en una sociedad.

Trans significa, “al otro lado” o “a través de”. A la par, las Naciones Unidas, en defensa de los Derechos Universales, definen que “existen varias interpretaciones del significado de transgénero”, “son personas que (por cualquier motivo), se sienten fuera de las normas de género convencionales”, aclara, y que “existen hombres-trans, mujeres-trans, personas-trans, y otras identidades, todas bajo el concepto macro de transgénero”, y “ser transgénero no invoca ninguna orientación sexual”.

La acción que el/la artista necesitó este momento de su vida fue dar el paso de la transición de género, y lo hizo “a través de” la Ley de Identidad de Género.

Así dirigió la mirada al peso histórico-cultural de la figura patriarcal y de satisfacerla socialmente. “A través de” la obra que documenta este proceso, se ha abierto, además, la posibilidad de otro diálogo pertinente: Bolivia tiene una ley de avanzada como la 807 gracias a la lucha de compañeros y compañeras transgénero y activistas LGTBI, y pese al estreñimiento mental de los fundamentalistas. Ahora, pensar en la pluralidad de nuestro Estado, convoca la coherencia de la “pluralidad de género” para, ojalá, al fin salir de lo binario, que es una idea ajena a la cosmovisión andina —y otras precolombinas—, que proclamaba “privilegiada” a la familia en cuyo seno nacía un ser “intermedio”, ni hombre ni mujer, que representaba un posible puente para enviar y recibir mensajes de un lado de la existencia hacia el otro.

El arte también es un puente, o debiera serlo; con Genero claramente lo es. No solo a nivel político y social, como consta en el debate actual, sino existencial.

El hecho (escénico y no), nos hace observar lo que evitamos observar: la muerte, la extinción de algo (un patriarcado, lo binario), y a nosotros mismos mirando otredades que decimos aceptar, pero en estado consciente de observación, además colectiva, ese mirar (nuestro), no lo soportamos. Y entonces nos defendemos acusando a la obra por nuestra propia intolerancia o el pavor a la pérdida del padre y patriarcado. Aramburo acierta también al morir delante nuestros ojos como ser-afirmación (la afirmación positivista-masculina), dejando como resultado y estela de su obra y su persona a un ser-cuestión/able (lo que no es femenino, pero tampoco es ya el macho-triunfal), y esto también lo constata el debate actual. La acción resulta además una profunda reflexión sobre el lenguaje en general (Diego existe ahora cognitivamente en femenino mientras su cuerpo y nombre desdice y deconstruye esa posible construcción), y sobre el lenguaje escénico pues la obra es un rito de iniciación personal y social donde la transformación que observamos sugiere una nueva solución en la que se preserva la continuidad de la persona, pero también la del proceso de transformación en sí, ambas a la vez. Y eso es simplemente genial.

La necesidad de Diego de no ser únicamente A o B, sino ponerse en un lugar en tránsito, es algo que debiéramos naturalizar en la sociedad, pues el estado inmanente del ser es el devenir y no el estatismo. Tristemente no sucede así y, dadas las especulaciones seguramente originadas por la incertidumbre y miedo a la que lleva el lugar de ‘lo indefinido’ y aquello en trans-ito, esta decisión pone al/a autor/a en situación de violencia; la cual constatamos en las redes, en sutiles amenazas, o en la negación del derecho de tal ciudadana/o a autodefinirse y manifestarse en “transición de género”.

Queda la gratitud por la reflexión que esta obra regala. El paso inicial es contundente y me parece un acto de valentía y una oportunidad para mirarnos humanos y dejar de lado el peso de las casillas a las que hemos tenido que aferrarnos para sobrevivir en este sistema, patriarcal y binario.

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