Tom Wolfe, el cronista de las costumbres estadounidenses
Siempre elegante, el escritor y padre del ‘nuevo periodismo’ dejó una obra basada en la rigurosidad y la investigación que marcó los pasos de futuras generaciones.
Inventor del “nuevo periodismo” que se adentró tardíamente en la novela con el éxito de ventas La hoguera de las vanidades, el escritor Tom Wolfe, que murió el lunes 14 de mayo a los 88 años a causa de una infección, radiografió a la sociedad estadounidense con una pluma innovadora y colorida. Sus ensayos y novelas reflejan además su asidua lectura del sociólogo alemán Max Weber.
Según Wolfe, “el estatuto de un individuo en la sociedad, su pertenencia a una clase social y cultural, determinan quién es, la manera en que piensa y se comporta, mucho más que su psicología personal y su historia íntima”.
El mismo Wolfe nunca buscó rebelarse contra su propio medio, la burguesía blanca y conservadora del sur de EEUU. Dandy educado y ultrachic; con sus trajes blancos o crema, cuellos almidonados, sombrero fedora y polainas; se jactaba de ser el único escritor estadounidense que votó por George W. Bush en 2004.
Casado desde 1978 con Sheila Berger, la directora artística de la revista Harper’s, y padre de dos hijos, llevaba una vida discreta en Manhattan, lejos de los escándalos que poblaron sus novelas. Hijo de un ingeniero agrónomo, Thomas Kennerly Wolfe Jr nació el 2 de marzo de 1930 en Richmond, Virginia. Aceptado en la prestigiosa Universidad de Princeton, eligió no obstante asistir a la Universidad Washington & Lee para permanecer cerca de sus padres, antes de partir a Yale, siguiendo el consejo de sus profesores.
Diplomado en civilización estadounidense, comenzó a trabajar en el periodismo en Springfield Union, un periódico de Massachusetts, en 1956. Dos años más tarde se unió a The Washington Post como corresponsal en La Habana, y luego en la capital estadounidense.
En 1962 renunció y se mudó a Nueva York para ser periodista freelance. Fue enviado a California por la revista Esquire para hacer un reportaje sobre los fanáticos de los automóviles que rehacen sus coches.
Entusiasmado por el tema, sufrió el “síndrome de la página en blanco” cuando debía escribir su nota. El jefe de redacción de Esquire le pidió entonces que describiese en una carta lo que vio para utilizar la materia prima. Liberado de su angustia, escribió 49 páginas… y encontró su estilo.
Bajo su pluma, el reportaje acabó convirtiéndose en una novela corta, El coqueto aerodinámico rocanrol color caramelo de ron (The Kandy-Kolored Tangerine-Flake Streamline Baby, 1965): hay una presentación de los personajes, se multiplican los puntos de vista, hay pedazos de diálogos intercalados entre las descripciones, onomatopeyas y muchos signos de exclamación.
Su carrera estaba lanzada. Unos 18 meses más tarde, se tornó en la figura central del “nuevo periodismo”, un híbrido bajo el cual se ubicaban más o menos a su agrado Hunter S. Thompson, Norman Mailer y Truman Capote.
Para medios como Rolling Stone o el New York Herald Tribune, Wolfe escribió crónicas corrosivas sobre la cultura pop estadounidense, tratando temas que aparentemente no eran de mucha actualidad: el mercado del arte o el LSD.
Sin embargo, sin pretender la menor objetividad, palpaba antes que muchos otros de sus coelgas las grandes tendencias sociológicas aún subterráneas en el país, como la ola hippie o el individualismo creciente de la década de 1980.
Más allá del estilo, su trabajo se apoyó siempre en una meticulosa investigación y horas de entrevistas. Para Elegidos para la gloria, traducido también como Lo que hay que tener (1979), su ensayo sobre los pioneros de la conquista espacial, pasó nueve años recorriendo EEUU.
El texto fue convertido en un éxito de Hollywood, el actor Sam Shepard como protagonista e hizo saltar a la fama al piloto de tests de la Fuerza Aérea Chuck Yeager, el primer hombre en romper la barrera del sonido.
Cuando a los 57 años decidió lanzarse a la ficción, conservó intactos sus métodos de investigación. Su primera novela, La hoguera de las vanidades (1987), es un retrato hiperrealista y mordaz de la Nueva York de la década de 1980: el protagonista, un joven y codicioso banquero de Wall Street que parece tener todo, atropella con su lujoso coche a un afroestadounidense en el Bronx, se escapa y su mundo comienza a derrumbarse. La novela se tornó en un éxito de ventas mundial. Solo los derechos de adaptación al cine le reportaron 5 millones de dólares, y fue llevada a la pantalla grande con Tom Hanks como protagonista.
Tensiones raciales en el sur (Todo un hombre, 1998), la vacuidad del sistema universitario (Soy Charlotte Simmons, 2004), inmigración (Bloody Miami, 2013): el crítico de las costumbres estadounidenses se sirvió de todo como materia prima.
Su estilo desorganizado le valió críticas acerbas de sus contemporáneos, sobre todo de Norman Mailer y John Updike. Además, Wolfe no escondía su admiración por la novela realista francesa, en particular por el trabajo de Emile Zola, debido a su “acercamiento periodístico del tema y de su integridad”.
En 2016, a sus 85 años, el delgado escritor de rostro eternamente juvenil mostraba que no había perdido rapidez mental con una nueva obra, El reino del lenguaje, un ensayo que celebra la importancia del lenguaje en las realizaciones humanas. “Tom Wolfe era uno de los grandes y sus palabras vivirán para siempre”, se despidió su editorial, Picador, parte de Macmillan Publishers.