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Aramburo: desnaturalizado (segunda parte del análisis de la obra ‘Genero’)

La artista Camila Rocha realiza un análisis de la obra de la teatrista con relación a su mirada sobre/desde la mujer.

/ 30 de mayo de 2018 / 04:00

Proyecto Genero, presentado por Diego Aramburo, lleva a pensar que la hipocresía probablemente se ha constituido en el cimiento de las sociedades, y que el acto cotidiano de nuestro ser político se constituye en acceder a cumplir roles con los cuales creemos estar identificados. En última instancia, pareciera que la hipocresía es vital para salvarse de matarnos unos a otros. Llamémoslo: un juego de roles. Visto así, no difiere mucho del procedimiento teatral donde los actores asumen roles y accionan desde esa construcción, la cual “son” para comunicar algo. Pero ese “comunicar algo” abre el espacio donde sí radica una diferencia vital entre Arte y Política: la hipocresía no tiene cabida en la escena. Es más, el arte instaura un convenio entre espectador y actor, en el cual va a ser “permitido” desnudar lo políticamente incorrecto y dejar de mentirnos por un instante.

Aramburo dice: “mis intereses y necesidades expresivas, tanto a nivel formal y lingüístico como a nivel de contenidos, se asientan en una línea discursiva adversa al status quo y lo que lo sostiene veladamente”. Y sobre el heterocentrismo y el patriarcado: “el tema del desequilibrio en contra de la mujer que se fue decantando, requería un posicionamiento y una acción cada vez más radical en mi persona y obra”.

Si vemos las etapas al respecto en la obra de Diego, la primera iría de Feroz (1999) a Crudo (2004), y cubre la violencia contra la mujer desde un tratamiento consensuado como “correcto” (la mujer surge contra la violencia por su entereza), hasta lo opuesto (“incorrecto”, pero más efectivo: exponer la violencia machista sin censura generaba un posicionamiento mayor por parte del público). La segunda etapa, podría abarcar de Fragmentos Líquidos (2005) a Transparente (2009), en la que la voz autoral ya se feminiza, escindiéndose en presencias femeninas, inicialmente de manera poética y luego declarando explícitamente ser mujer y con nombre (aparece el “personaje” Diego). La última etapa, en la que el lenguaje deja de ser solo escénico y atraviesa lo performativo para finalmente ser solo statements artísticos-humanos-políticos cada vez más radicales, sería de Aecceso (2012, co-creación Aramburo/Rocha/Michel que habla del acceso o no a la otredad), hasta Genero (2018), en los que el ser-contenedor de lo masculino y femenino se deconstruye en escena, volviendo luego a generar una unidad hombre-mujer finalmente indivisible.

Los que hemos visto su trabajo, hemos sido testigos de la fuerza de un universo personal estético donde pareciera naturalizarse lo que no es natural, y se hace posible lo que pareciera no serlo. Al respecto Florencia Garramuño dice: “Algunas transformaciones de la estética contemporánea propician modos de organización de lo sensible que ponen en crisis ideas de pertenencia, de especificidad y de autonomía”. (Frutos extraños o prácticas de la no pertenencia en la estética contemporánea, 2013).

Así quizá podemos entender que Genero no cae por ‘gracia divina’ sobre la psiquis del autor. La persecución de Diego sobre los temas de desigualdad de género, patriarcado, machismo, violencia, prostitución, aborto, trata, y pensar y ejercer las artes desde un lugar crítico y político a lo largo de su carrera, han conducido al autor a mirar a profundidad su ser y develar su ethos desde traducir su obra (traducirse), en presencias femeninas, hasta que fue posible pasar legalmente de sexo masculino a femenino para seguir cuestionando(-se), en y desde un patriarcado machista.

A partir de una comunión entre diversos lenguajes (un universo sonoro altamente tratado y las presencias físicas en tono de “museo” junto a la belleza narrativa de éstas interactuando con la palabra), Genero ofrece un documental sobre un tránsito de género (del/a propio/a artista), dado por una historia de duelo (hacia su padre), y el maravilloso diálogo entre otro padre (él), y una hija, hacia la apertura de posibilidades de identidad, donde la hija acepta con naturalidad la decisión de su padre, y se expone con claridad el propósito de Aramburo en criar a su hija consciente del sistema patriarcal con el cual ella deberá aprender a lidiar por sí misma.

Pero, en la Apuesta de esta obra, se vislumbra que el mecanismo que la sostiene es más grande de lo que nos permitimos mirar, al menos por ahora. La acción del/a autor/a a través de la ley y ejercida desde las artes, pone sobre la mesa la importancia y potencia del Arte para contribuir la construcción de las sociedades desde la apertura y evolución de su pensamiento, develando que los “roles” desde los cuales la sociedad se manifiesta (reacia a la acción/posición de Aramburo, por ejemplo), son parte de mostrar cuán restringidos estamos; lo que deja expuesto el melodrama de “el juego de rol” que construye “lo real” de manera triunfante. Es parte del mecanismo dentro la obra, develar las reacciones que aún se defienden desde el lugar cerrado bajo el cual hemos sido educados; inmersos a pensar condicionadamente por nuestro legado machista, patriarcal e inequívocamente binario, victimista y violento, con temor a la inclusión del otro y a uno mismo ser diverso y plural.

Sabemos que el arte, para aportar efectivamente a su sociedad, hace buen uso de su carácter marginal y políticamente “incorrecto”, sin embargo, no está demás decir que Genero provocó un diálogo construyendo un puente con lo “políticamente correcto” al hacer uso por derecho ciudadano de la Ley, accionado en el campo de “lo real” (donde tristemente el pensamiento de roles instalado en la psiquis colectiva es aún restricto). La hipocresía simplemente no pudo subsistir, el cimiento vital del constructo social se ha vulnerado y eso nos desnuda, dejándonos a la luz con la máscara más dura sobre el rostro: la de la pequeñez.

Probablemente lo que Diego viene haciendo a lo largo de su obra es “parir” = dar a luz a la sociedad lo que ella quisiera dejar en penumbra, lo que no se debe decir en voz alta. Y quizá él aún no lo sabe, pero lleva un útero en la cabeza. En ella ha desarrollado una potente matriz para crear obras que se conciben desde la claridad y audaz mirada que le regalan sus grandes ojos, para nacer en la palabra y crecer en la acción de la escena. No me cabe la menor duda de su fuerza femenina, no me cabe duda de la honestidad y coraje suyos en asumirse tal cual es en cada una de sus obras; Diego Aramburo es un ser “políticamente incorrecto” de cuna, “desnaturalizado” por decisión, aplazado en “hipocresía”, y el/la artista por excelencia “inadmisible” de y para la sociedad boliviana.

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Hábeas corpus, la mística del cuerpo

En el Museo Nacional de Arte se expone la obra de 17 artistas de nueve países que exploran la corporalidad.

/ 30 de mayo de 2018 / 04:00

Prácticamente desde los inicios de la civilización humana, en tiempos de la prehistoria, el hombre se ha representado a sí mismo y en relación con su entorno en diferentes superficies. Incluso, su propio cuerpo se ha convertido en soporte de creaciones y modificaciones que realzan su estatus como objeto y sujeto de subjetividades. Por ello, en términos de figuración, la presencia del cuerpo como forma representada es una de las más antiguas dentro de la historia de nuestra especie.

Anterior a la articulación de conceptos como arte, el cuerpo ha estado presente de forma recurrente dentro de los temas preferidos del arte. El retrato, el desnudo, las escenas de género o costumbristas, los temas bíblicos, históricos o mitológicos, e incluso el paisaje han inmortalizado un sinnúmero de cuerpos durante el devenir del tiempo. Y en esta acción el cuerpo no solo ha sido objeto de la mímesis, sino que se ha transformado en centro de múltiples relecturas y metáforas.

Parafraseando a Carlos Jáuregui, en su libro Canibalia. Canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y consumo en América Latina, el cuerpo no es solo el contenedor de múltiples tropos, sino que en su relación con el mundo circundante, éste sirve para escribir y dramatizar el texto social. Por ello no es de extrañar que el cuerpo como terreno de múltiples negociaciones se convierta, más allá de objeto de representación, en sujeto de una práctica política activa y cotidiana.

Múltiples son las batallas entre diferentes grupos de poder para establecer un canon sobre el cuerpo y normalizar sus relaciones con el universo circundante. Un cuerpo bello, un cuerpo atlético, un cuerpo saludable, un cuerpo erotizante, un cuerpo prohibido, etc., son algunas de las cápsulas de sentidos que cada día consumimos a través de los medios masivos de comunicación. Éstas articulan nuestras relaciones sociales y se convierten de forma subrepticia en prácticas y conductas reproducidas de forma acrítica e inconsciente en la mayoría de los casos.

Dentro de la construcción occidental del mundo, quizás pueda advertirse la dimensión política del cuerpo y su importancia desde los tiempos de la civilización romana en un elemento que ha llegado hasta nuestros días y podía marcar la diferencia entre un hombre libre y un esclavo: el hábeas corpus. Analizando el origen de este concepto vemos que proviene del latín  habeas corpus [ad subiiciendum] ‘que tengas [tu] cuerpo [para exponer]’, “tendrás tu cuerpo libre”, siendo hábeās la segunda persona singular del presente de subjuntivo del verbo latino habēre (‘tener’). Este concepto, como recurso legal, hoy en día también define el destino de un hombre ante los caminos de la libertad y la reclusión.

Por todo lo antes expuesto, es que este proyecto toma como título La mística del cuerpo. Habeas corpus ad subiiciendum, pues su interés radica en explorar desde el arte, a partir de diferentes aproximaciones y soportes, esa capacidad polisémica (totalmente mística) que hace del cuerpo un tropo inagotable. El subtítulo, además de completar la intencionalidad temática, introduce e ilustra a la operativa de la muestra. El artista expone su parte cuerpo artístico y a sí mismo, queda desnudo ante el espectador y genera un diálogo con su(s) contexto(s). De aquí también que la muestra plantee una itinerancia como ejercicio de relectura y resemantización constante. Un proceso de carga y descarga de sentidos en relación con los espacios donde se muestre la exposición, escogidos con anterioridad, intencionalidad y claramente de forma premeditada; así como por la incorporación de determinados elementos locales que dialoguen con el tema en cada una de las sedes expositivas.

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Hábeas corpus, la mística del cuerpo

En el Museo Nacional de Arte se expone la obra de 17 artistas de nueve países que exploran la corporalidad.

/ 30 de mayo de 2018 / 04:00

Prácticamente desde los inicios de la civilización humana, en tiempos de la prehistoria, el hombre se ha representado a sí mismo y en relación con su entorno en diferentes superficies. Incluso, su propio cuerpo se ha convertido en soporte de creaciones y modificaciones que realzan su estatus como objeto y sujeto de subjetividades. Por ello, en términos de figuración, la presencia del cuerpo como forma representada es una de las más antiguas dentro de la historia de nuestra especie.

Anterior a la articulación de conceptos como arte, el cuerpo ha estado presente de forma recurrente dentro de los temas preferidos del arte. El retrato, el desnudo, las escenas de género o costumbristas, los temas bíblicos, históricos o mitológicos, e incluso el paisaje han inmortalizado un sinnúmero de cuerpos durante el devenir del tiempo. Y en esta acción el cuerpo no solo ha sido objeto de la mímesis, sino que se ha transformado en centro de múltiples relecturas y metáforas.

Parafraseando a Carlos Jáuregui, en su libro Canibalia. Canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y consumo en América Latina, el cuerpo no es solo el contenedor de múltiples tropos, sino que en su relación con el mundo circundante, éste sirve para escribir y dramatizar el texto social. Por ello no es de extrañar que el cuerpo como terreno de múltiples negociaciones se convierta, más allá de objeto de representación, en sujeto de una práctica política activa y cotidiana.

Múltiples son las batallas entre diferentes grupos de poder para establecer un canon sobre el cuerpo y normalizar sus relaciones con el universo circundante. Un cuerpo bello, un cuerpo atlético, un cuerpo saludable, un cuerpo erotizante, un cuerpo prohibido, etc., son algunas de las cápsulas de sentidos que cada día consumimos a través de los medios masivos de comunicación. Éstas articulan nuestras relaciones sociales y se convierten de forma subrepticia en prácticas y conductas reproducidas de forma acrítica e inconsciente en la mayoría de los casos.

Dentro de la construcción occidental del mundo, quizás pueda advertirse la dimensión política del cuerpo y su importancia desde los tiempos de la civilización romana en un elemento que ha llegado hasta nuestros días y podía marcar la diferencia entre un hombre libre y un esclavo: el hábeas corpus. Analizando el origen de este concepto vemos que proviene del latín  habeas corpus [ad subiiciendum] ‘que tengas [tu] cuerpo [para exponer]’, “tendrás tu cuerpo libre”, siendo hábeās la segunda persona singular del presente de subjuntivo del verbo latino habēre (‘tener’). Este concepto, como recurso legal, hoy en día también define el destino de un hombre ante los caminos de la libertad y la reclusión.

Por todo lo antes expuesto, es que este proyecto toma como título La mística del cuerpo. Habeas corpus ad subiiciendum, pues su interés radica en explorar desde el arte, a partir de diferentes aproximaciones y soportes, esa capacidad polisémica (totalmente mística) que hace del cuerpo un tropo inagotable. El subtítulo, además de completar la intencionalidad temática, introduce e ilustra a la operativa de la muestra. El artista expone su parte cuerpo artístico y a sí mismo, queda desnudo ante el espectador y genera un diálogo con su(s) contexto(s). De aquí también que la muestra plantee una itinerancia como ejercicio de relectura y resemantización constante. Un proceso de carga y descarga de sentidos en relación con los espacios donde se muestre la exposición, escogidos con anterioridad, intencionalidad y claramente de forma premeditada; así como por la incorporación de determinados elementos locales que dialoguen con el tema en cada una de las sedes expositivas.

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