Friday 19 Apr 2024 | Actualizado a 19:29 PM

Manrico Montero Calzadíaz: recibir el canto de los pájaros

El artista sonoro mexicano falleció el lunes y dejó en Bolivia un legado de arte e investigación que rescatan quienes conocen de cerca su labor.

/ 30 de mayo de 2018 / 04:00

Desde que llegó a Bolivia en 2009 para el Encuentro de Dialectos Digitales, Manrico Montero le dedicó alma, vida y corazón a los proyectos que desde su tan única capacidad interdisciplinar quería desarrollar en esta tierra soñada para él. Solo por mencionar algunas de las participaciones de Manrico en la vida cultural paceña, después del Encuentro de Dialectos Digitales impartió dos talleres al menos en el Primer Festival de Interacción Digital Indi de 2011 organizado por Daniel Rico y María Schneider. Los talleres de experimentación sonora que empezó a dictar se caracterizaron como todo en él, por la generosidad en la enseñanza y en dar muestra de una apertura intelectual, emocional y espiritual particular, única de Manrico.

Ya antes de llegar a Bolivia se había paseado muchos países colaborando con decenas de artistas y músicos. De estas fructíferas relaciones creativas salieron al menos siete álbumes bajo diferentes sellos: SEM (Francia), Iod/Eko (Francia), Trente Oiseaux (Alemania) y Rain Music (Francia). Gestionó además su propio sello discográfico Mandorla bajo el cual publicó sus últimos trabajos. Su música era electrónica pero no sorprende encontrar que está etiquetada también como non-music por ser ambiental, producto del registro sonoro de espacios diversos y por lo tanto, profundamente experimental.

En 2013 fue el encargado y responsable de la sección Pensamientos Abiertos de la Bienal Internacional de Arte de La Paz del Siarte curada por Sandra de Berduccy. Un sitio muy a su manera en donde buscaba generar el espacio del diálogo que él consideraba tan necesario para formar públicos y generar herramientas de análisis que faciliten la construcción del conocimiento compartido en las artes audiovisuales.

Fue como gestor que editó y produjo varios discos con Mandorla y en otros tantos sellos. Su inquietud constante por producir, compartir, generar lo llevaron a ser el mejor gestor de su propio trabajo, que de otra manera probablemente no habría recibido apoyo porque era totalmente innovador. Su pasión por el trabajo que realizaba se contagiaba a quienes trabajamos cerca e invitaba constantemente al diálogo crítico de lo establecido.

Manrico científico

Él siempre se presentaba como un producto del estudio interdisciplinar, y es que sus búsquedas surgieron del cruce entre la semiótica, la lingüística y la ornitología; porque Manrico fue ante todo un científico del sonido. Las definiciones de sus múltiples oficios parecían estarse generando a medida que las enunciaba. Un poco de esto era porque estaba abriendo caminos a medida que se le ocurrían nuevas formas de escuchar y de sonar. Él era investigador de bioacústica y ecología del paisaje sonoro.

Trabajador y apasionado como era por sus investigaciones, se paseó los bosques de niebla desde su natal México hasta la Patagonia; se internó en las selvas maya y amazónica en una y otra parte del continente; se caminó la aridez de la Patagonia y las alturas andinas con su kit de registro y grabación. En numerosas ocasiones construyó sus propios micrófonos porque era un convencido de que la mejor manera de afrontar la grabación y por medio de ella, la comprensión de una especie, es el entender su entorno y adaptar las herramientas tecnológicas disponibles a la necesidad planteada en cada caso.

Su especialidad era la comunicación de las aves, particularmente las acuáticas, e insectos acústicos. En una entrevista con La escucha atenta  en 2013 le preguntaron cuál era su paisaje sonoro favorito, a lo que respondió: “Una hembra de ave flamenco vocalizando con su polluelo cuando aún está adentro del huevo”. Al leer esto uno sabe con certeza que Manrico participaba de un universo que a nosotros nos es más que ajeno, está en otra dimensión, en la dimensión en la que él se movía. Para los que tuvimos la fortuna de conocerlo es una perfecta referencia a su esencia de amor cósmico.

Su trabajo como investigador de ecosistemas acústicos sentó las bases sobre el cómo registrar el comportamiento de un hábitat. Se cuestionó los métodos y las explicaciones existentes sobre los sistemas semióticos y desarrolló sus propias propuestas sobre el funcionamiento del sonido en la naturaleza. Nos enseñó que las especies que utilizamos el sonido para comunicarnos somos pocas y que de hecho, compartimos patrones lingüísticos.

Grabó especies salvajes y urbanas de diversas latitudes bolivianas buscando establecer un vínculo empático y afectivo entre las aves, los grillos y los humanos. Nos compartió este año las grabaciones de las aves de las ciudades de Cochabamba y La Paz y tenía material para muchos volúmenes más.

Manrico era diverso como el cosmos que tanto amó y que lo ha debido recibir con los cantos de las aves y las alas abiertas en su última expiración. Solo en él se conjugaban la semiótica con las nuevas tecnologías, los grillos de pared con la lingüística, los flamencos rosados con la gestión de diálogos y los sistemas de comunicación acústica con la gestión de arte contemporáneo. Todo esto fue y será Manrico Montero Calzadíaz. Gracias por compartirnos tus días y enseñarnos a escuchar.

Todo un paisaje sonoro

Zelma Vargas / Cantautora

Joven mexicano, músico, ornitólogo,  especialista en microfónica y comunicación; estudioso del sonido no solo de procedencia humana sino animal, llega a Bolivia por el año 2009 sin saber que sería su segundo hogar. Compartiendo talleres de edición y manipulación de sonido en la ciudad de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, Manrico Montero va tejiendo orgánicamente una red de amigos y amigas que además de admirar su trabajo, descubren en él una persona simpática, tierna y divertida.

Su pasión: los paisajes sonoros orgánicos, acústicos y electrónicos; pasión que lo lleva a investigar, escribir y hasta construir sus propios micrófonos con el fin de registrar efectivamente ecosistemas y especies en específico. Su objetivo: entender cómo funciona el sonido en la naturaleza, sus sistemas de comunicación y semiótica internos. “El estudio de los sistemas de comunicación o sea, sistemas semióticos de la naturaleza, me hicieron dar cuenta de que es mínima la cantidad de especies que se comunican con sonidos, uno piensa que el sonido es lo más común en la naturaleza, pero en realidad es muy pequeña la franja de especies que usan el sonido para comunicarse”.

Usando el sonido también como material plástico, Manrico compartió en diversos escenarios sus creaciones plástico-sonoras en los que imagen y sonido narraban y dejaban percibir: colores, texturas, figuras, formas y sensaciones. Productor y promotor del sello discográfico Mandorla Label, otorga una plataforma en la que se crean vínculos entre músicos de todas partes del mundo, su hilo hilvanador: la música electroacústica. Así, su especialidad en composición musical y nuevas tecnologías de arte sonoro se dejan ver en sus materiales discográficos: Noches de verano (2004); Betweenness (2008); Correspondances (2013); Sisal (2015); Le Trash Can (2016), entre otros.

Músico de amplio sentido crítico y selectivo, nos dejó a algunos artistas del medio boliviano recuerdos del tejer amistad creando, recreando y haciendo música, entre ellos: Proyecto musical Taky Ongoy, Sandra De Berduccy, Zelma Vargas, Faly Maldonado, Víctor Colodro, entre otros.

¿Qué piensas?, ¿qué recomiendas?, ¿qué sientes?, eran preguntas recurrentes de su conversa. Siempre reflexivo y sensible ante el maltrato en todas sus facetas, llegó incluso a autodenominarse guardabosques, ya que durante su estadía en Capinota (Cochabamba) entraron loteadores siniestros que acechaban el lugar y con quienes tuvo que enfrentarse, mismos que aún andan rondando por allá lastimosamente.

Agradecidos estarán todos aquellos nuevos y populares DJ de hoy en día que descubrieron el detalle estético del arte de manipular el sonido a través de sus sesiones y talleres de experimentación sonoro-tecnológica. Yo me quedo con el recuerdo de largas y entretenidas charlas, desde intelectuales y eruditas sobre música, hasta sobre cómo cocinar una sopa de aguacate. En fin, ya vuela alto nuestro querido Manrico Montero, rumbo a su nueva aventura.

Sueños humildes

Auza / Artista


Llegué al aeropuerto de El Alto a las 23.30. Tenía aún cuatro horas por delante, había ido a recoger a mi pareja de ese entonces. Me senté a tomar un té y cuando me disponía a sacar unas hojas y los colores que había llevado para pasar el tiempo, vi a mi amigo cargado de pies a cabeza. Traía un carro lleno de maletas y cajas que le llegaban al cuello, su incansable traje negro: la polera de cuello alto, los pantalones holgados y un chaleco. Siempre fue fácil reconocerlo, con la cabeza un poco agachada, el pelo siempre suelto, y las manos ocupadas en algo. Rápido nos dimos un abrazo, sonreímos, y nos sentamos a ponernos al día. Me contó que se iba de Bolivia por un tiempo, que le habían salido cosas en México, su país natal. Y que en unos meses volvería a la casa que tenía su pareja en una pequeña población cercana a Cochabamba, casa que insistía que visite, pero nunca hice.

Las siguientes horas solo hablamos de nuestros inexorables temas: las artes marciales mixtas, la pintura, la música, y la literatura. Pero sobre todo, el amor. Nos habíamos conocido un par de años antes cuando me escribió para “charlar alguna vez”. Acepté, llegó, se sentó frente a mí en mi pequeño cuarto y no dejó de hablar por un par de horas, yo lo escuchaba embelesado con su ritmo y la capacidad que tenía de ordenarse en temas complicados, sin perder el humor hasta hacerme reír casi hasta el llanto, mientras navegaba entre la filosofía, el cine, el amor, la gente, el trabajo y miles de temas que quedaban explicados y entendidos como por arte de magia.

Le presenté a mi gente más querida, en un santiamén todos reíamos y nos abrazábamos en su “abrazoterapia”. Desde ese instante siempre esperábamos por él. Si peleaba Aldo, o si queríamos comer, si necesitábamos urgente hacer música, o pasarnos por un bar cerca de la Abaroa, si alguien hermoso tocaba, o si simplemente queríamos echarnos a reír mientras mirábamos cómo roncaba feliz después de unas cervezas. En medio de cada momento de amistad, le apretábamos el cuello para saber lo que estaba haciendo, lo que había hecho, lo que haría. Siempre nos tapábamos la boca al escuchar de su trabajo: sellos discográficos, jamear con Sonich Youth, viajar desde México hasta Bolivia persiguiendo pájaros, clasificar sus sonidos, darle un sentido a su lenguaje. Veía en su computadora datos e imágenes que parecían sacados de un documental hecho por 50 personas durante años, y no me podía imaginar a este tipo sentado en medio de la nada con un micrófono y una cámara siguiendo a algún tipo de insecto.

Es muy poco lo que puedo decir sobre lo acogedor de estar en compañía de alguien tan brillante. Pedía mi opinión, y no tenía nada más que decir que “no puedo creer que hagas esto solo”. Me daba cada vez más curiosidad, le preguntaba muchas cosas en nuestros encuentros, y de a poco mi amigo era también un mito, un tipo que había estudiado tanto sobre todo, y lo ponía en práctica. Creo que cada persona que lo conocía tenía algo más que acotar a su tremendo currículo. Todo oculto pero activo. La última vez que lo vi en La Paz, se iba a vivir con su pareja a la casa de sus “sueños humildes”. Había estado buscando algún apoyo en el país para seguir con su investigación, y claro, no es ninguna sorpresa saber que nunca lo obtuvo. Sin embargo, había ganado algo en México. Le presté unos pesos y le invite un api con empanadas —aun no tenía el dinero de su premio—, fuimos a su cuarto, que estaba casi vacío excepto por sus equipos de trabajo. Le di un abrazo y no lo vi hasta un poco más de un año después en ese aeropuerto. Al acabar nuestra charla lo acompañe a su embarque. Estábamos solo los dos, nadie fue a despedirlo. Se iba como había llegado, solo con su inconmensurable trabajo. Nunca más volvió.

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Manrico Montero Calzadíaz: recibir el canto de los pájaros

El artista sonoro mexicano falleció el lunes y dejó en Bolivia un legado de arte e investigación que rescatan quienes conocen de cerca su labor.

/ 30 de mayo de 2018 / 04:00

Desde que llegó a Bolivia en 2009 para el Encuentro de Dialectos Digitales, Manrico Montero le dedicó alma, vida y corazón a los proyectos que desde su tan única capacidad interdisciplinar quería desarrollar en esta tierra soñada para él. Solo por mencionar algunas de las participaciones de Manrico en la vida cultural paceña, después del Encuentro de Dialectos Digitales impartió dos talleres al menos en el Primer Festival de Interacción Digital Indi de 2011 organizado por Daniel Rico y María Schneider. Los talleres de experimentación sonora que empezó a dictar se caracterizaron como todo en él, por la generosidad en la enseñanza y en dar muestra de una apertura intelectual, emocional y espiritual particular, única de Manrico.

Ya antes de llegar a Bolivia se había paseado muchos países colaborando con decenas de artistas y músicos. De estas fructíferas relaciones creativas salieron al menos siete álbumes bajo diferentes sellos: SEM (Francia), Iod/Eko (Francia), Trente Oiseaux (Alemania) y Rain Music (Francia). Gestionó además su propio sello discográfico Mandorla bajo el cual publicó sus últimos trabajos. Su música era electrónica pero no sorprende encontrar que está etiquetada también como non-music por ser ambiental, producto del registro sonoro de espacios diversos y por lo tanto, profundamente experimental.

En 2013 fue el encargado y responsable de la sección Pensamientos Abiertos de la Bienal Internacional de Arte de La Paz del Siarte curada por Sandra de Berduccy. Un sitio muy a su manera en donde buscaba generar el espacio del diálogo que él consideraba tan necesario para formar públicos y generar herramientas de análisis que faciliten la construcción del conocimiento compartido en las artes audiovisuales.

Fue como gestor que editó y produjo varios discos con Mandorla y en otros tantos sellos. Su inquietud constante por producir, compartir, generar lo llevaron a ser el mejor gestor de su propio trabajo, que de otra manera probablemente no habría recibido apoyo porque era totalmente innovador. Su pasión por el trabajo que realizaba se contagiaba a quienes trabajamos cerca e invitaba constantemente al diálogo crítico de lo establecido.

Manrico científico

Él siempre se presentaba como un producto del estudio interdisciplinar, y es que sus búsquedas surgieron del cruce entre la semiótica, la lingüística y la ornitología; porque Manrico fue ante todo un científico del sonido. Las definiciones de sus múltiples oficios parecían estarse generando a medida que las enunciaba. Un poco de esto era porque estaba abriendo caminos a medida que se le ocurrían nuevas formas de escuchar y de sonar. Él era investigador de bioacústica y ecología del paisaje sonoro.

Trabajador y apasionado como era por sus investigaciones, se paseó los bosques de niebla desde su natal México hasta la Patagonia; se internó en las selvas maya y amazónica en una y otra parte del continente; se caminó la aridez de la Patagonia y las alturas andinas con su kit de registro y grabación. En numerosas ocasiones construyó sus propios micrófonos porque era un convencido de que la mejor manera de afrontar la grabación y por medio de ella, la comprensión de una especie, es el entender su entorno y adaptar las herramientas tecnológicas disponibles a la necesidad planteada en cada caso.

Su especialidad era la comunicación de las aves, particularmente las acuáticas, e insectos acústicos. En una entrevista con La escucha atenta  en 2013 le preguntaron cuál era su paisaje sonoro favorito, a lo que respondió: “Una hembra de ave flamenco vocalizando con su polluelo cuando aún está adentro del huevo”. Al leer esto uno sabe con certeza que Manrico participaba de un universo que a nosotros nos es más que ajeno, está en otra dimensión, en la dimensión en la que él se movía. Para los que tuvimos la fortuna de conocerlo es una perfecta referencia a su esencia de amor cósmico.

Su trabajo como investigador de ecosistemas acústicos sentó las bases sobre el cómo registrar el comportamiento de un hábitat. Se cuestionó los métodos y las explicaciones existentes sobre los sistemas semióticos y desarrolló sus propias propuestas sobre el funcionamiento del sonido en la naturaleza. Nos enseñó que las especies que utilizamos el sonido para comunicarnos somos pocas y que de hecho, compartimos patrones lingüísticos.

Grabó especies salvajes y urbanas de diversas latitudes bolivianas buscando establecer un vínculo empático y afectivo entre las aves, los grillos y los humanos. Nos compartió este año las grabaciones de las aves de las ciudades de Cochabamba y La Paz y tenía material para muchos volúmenes más.

Manrico era diverso como el cosmos que tanto amó y que lo ha debido recibir con los cantos de las aves y las alas abiertas en su última expiración. Solo en él se conjugaban la semiótica con las nuevas tecnologías, los grillos de pared con la lingüística, los flamencos rosados con la gestión de diálogos y los sistemas de comunicación acústica con la gestión de arte contemporáneo. Todo esto fue y será Manrico Montero Calzadíaz. Gracias por compartirnos tus días y enseñarnos a escuchar.

Todo un paisaje sonoro

Zelma Vargas / Cantautora

Joven mexicano, músico, ornitólogo,  especialista en microfónica y comunicación; estudioso del sonido no solo de procedencia humana sino animal, llega a Bolivia por el año 2009 sin saber que sería su segundo hogar. Compartiendo talleres de edición y manipulación de sonido en la ciudad de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, Manrico Montero va tejiendo orgánicamente una red de amigos y amigas que además de admirar su trabajo, descubren en él una persona simpática, tierna y divertida.

Su pasión: los paisajes sonoros orgánicos, acústicos y electrónicos; pasión que lo lleva a investigar, escribir y hasta construir sus propios micrófonos con el fin de registrar efectivamente ecosistemas y especies en específico. Su objetivo: entender cómo funciona el sonido en la naturaleza, sus sistemas de comunicación y semiótica internos. “El estudio de los sistemas de comunicación o sea, sistemas semióticos de la naturaleza, me hicieron dar cuenta de que es mínima la cantidad de especies que se comunican con sonidos, uno piensa que el sonido es lo más común en la naturaleza, pero en realidad es muy pequeña la franja de especies que usan el sonido para comunicarse”.

Usando el sonido también como material plástico, Manrico compartió en diversos escenarios sus creaciones plástico-sonoras en los que imagen y sonido narraban y dejaban percibir: colores, texturas, figuras, formas y sensaciones. Productor y promotor del sello discográfico Mandorla Label, otorga una plataforma en la que se crean vínculos entre músicos de todas partes del mundo, su hilo hilvanador: la música electroacústica. Así, su especialidad en composición musical y nuevas tecnologías de arte sonoro se dejan ver en sus materiales discográficos: Noches de verano (2004); Betweenness (2008); Correspondances (2013); Sisal (2015); Le Trash Can (2016), entre otros.

Músico de amplio sentido crítico y selectivo, nos dejó a algunos artistas del medio boliviano recuerdos del tejer amistad creando, recreando y haciendo música, entre ellos: Proyecto musical Taky Ongoy, Sandra De Berduccy, Zelma Vargas, Faly Maldonado, Víctor Colodro, entre otros.

¿Qué piensas?, ¿qué recomiendas?, ¿qué sientes?, eran preguntas recurrentes de su conversa. Siempre reflexivo y sensible ante el maltrato en todas sus facetas, llegó incluso a autodenominarse guardabosques, ya que durante su estadía en Capinota (Cochabamba) entraron loteadores siniestros que acechaban el lugar y con quienes tuvo que enfrentarse, mismos que aún andan rondando por allá lastimosamente.

Agradecidos estarán todos aquellos nuevos y populares DJ de hoy en día que descubrieron el detalle estético del arte de manipular el sonido a través de sus sesiones y talleres de experimentación sonoro-tecnológica. Yo me quedo con el recuerdo de largas y entretenidas charlas, desde intelectuales y eruditas sobre música, hasta sobre cómo cocinar una sopa de aguacate. En fin, ya vuela alto nuestro querido Manrico Montero, rumbo a su nueva aventura.

Sueños humildes

Auza / Artista


Llegué al aeropuerto de El Alto a las 23.30. Tenía aún cuatro horas por delante, había ido a recoger a mi pareja de ese entonces. Me senté a tomar un té y cuando me disponía a sacar unas hojas y los colores que había llevado para pasar el tiempo, vi a mi amigo cargado de pies a cabeza. Traía un carro lleno de maletas y cajas que le llegaban al cuello, su incansable traje negro: la polera de cuello alto, los pantalones holgados y un chaleco. Siempre fue fácil reconocerlo, con la cabeza un poco agachada, el pelo siempre suelto, y las manos ocupadas en algo. Rápido nos dimos un abrazo, sonreímos, y nos sentamos a ponernos al día. Me contó que se iba de Bolivia por un tiempo, que le habían salido cosas en México, su país natal. Y que en unos meses volvería a la casa que tenía su pareja en una pequeña población cercana a Cochabamba, casa que insistía que visite, pero nunca hice.

Las siguientes horas solo hablamos de nuestros inexorables temas: las artes marciales mixtas, la pintura, la música, y la literatura. Pero sobre todo, el amor. Nos habíamos conocido un par de años antes cuando me escribió para “charlar alguna vez”. Acepté, llegó, se sentó frente a mí en mi pequeño cuarto y no dejó de hablar por un par de horas, yo lo escuchaba embelesado con su ritmo y la capacidad que tenía de ordenarse en temas complicados, sin perder el humor hasta hacerme reír casi hasta el llanto, mientras navegaba entre la filosofía, el cine, el amor, la gente, el trabajo y miles de temas que quedaban explicados y entendidos como por arte de magia.

Le presenté a mi gente más querida, en un santiamén todos reíamos y nos abrazábamos en su “abrazoterapia”. Desde ese instante siempre esperábamos por él. Si peleaba Aldo, o si queríamos comer, si necesitábamos urgente hacer música, o pasarnos por un bar cerca de la Abaroa, si alguien hermoso tocaba, o si simplemente queríamos echarnos a reír mientras mirábamos cómo roncaba feliz después de unas cervezas. En medio de cada momento de amistad, le apretábamos el cuello para saber lo que estaba haciendo, lo que había hecho, lo que haría. Siempre nos tapábamos la boca al escuchar de su trabajo: sellos discográficos, jamear con Sonich Youth, viajar desde México hasta Bolivia persiguiendo pájaros, clasificar sus sonidos, darle un sentido a su lenguaje. Veía en su computadora datos e imágenes que parecían sacados de un documental hecho por 50 personas durante años, y no me podía imaginar a este tipo sentado en medio de la nada con un micrófono y una cámara siguiendo a algún tipo de insecto.

Es muy poco lo que puedo decir sobre lo acogedor de estar en compañía de alguien tan brillante. Pedía mi opinión, y no tenía nada más que decir que “no puedo creer que hagas esto solo”. Me daba cada vez más curiosidad, le preguntaba muchas cosas en nuestros encuentros, y de a poco mi amigo era también un mito, un tipo que había estudiado tanto sobre todo, y lo ponía en práctica. Creo que cada persona que lo conocía tenía algo más que acotar a su tremendo currículo. Todo oculto pero activo. La última vez que lo vi en La Paz, se iba a vivir con su pareja a la casa de sus “sueños humildes”. Había estado buscando algún apoyo en el país para seguir con su investigación, y claro, no es ninguna sorpresa saber que nunca lo obtuvo. Sin embargo, había ganado algo en México. Le presté unos pesos y le invite un api con empanadas —aun no tenía el dinero de su premio—, fuimos a su cuarto, que estaba casi vacío excepto por sus equipos de trabajo. Le di un abrazo y no lo vi hasta un poco más de un año después en ese aeropuerto. Al acabar nuestra charla lo acompañe a su embarque. Estábamos solo los dos, nadie fue a despedirlo. Se iba como había llegado, solo con su inconmensurable trabajo. Nunca más volvió.

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