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Emma y los cuadernos de investigación: El lenguaje escudo

Emma, el personaje principal de la novela de Daniel Averanga, es una adolescente que sufre bullyng por parte de algunas de sus compañeras de curso. A pesar de ello, logra defenderse de los ataques con las palabras que ha aprendido a dominar con el paso de sus lecturas, heredadas de su abuelo, Hans Mendoza. El lenguaje como escudo.

Al igual que la mayoría de los amantes de la lectura —lamentablemente no adquirimos ese hábito en la escuela; existe un profundo problema con la enseñanza de literatura en los colegios que hacen de la lectura de libros un castigo, literal—, que adquirimos ese privilegio o maldición, depende del caso, de nuestros padres, abuelos u otras personas cercanas, Emma llega a la literatura de la mano de un familiar. Es una lástima que en aquellos 12 años de aprendizaje no nos hayan brindado las armas para afrontar y, más que cualquier cosa, adquirir una costumbre de lectura.

Porque, ¿qué mejor manera de acercarse a lo nuestro, a Bolivia, sus leyendas y sus costumbres que con una novela o con un cuento? En una primera etapa, en la niñez o juventud, sería algo realmente bueno, un paso iniciático para un lector con futuro de escritor, periodista, historiador o de la profesión que sea, consciente de que, a través de lo aprendido en las ficciones —porque siempre se aprende algo, incluso cuando creemos que no hemos aprendido nada ahí está, implantado— será, lo más probable, un buen profesional y un mejor trabajador.

Emma y los cuadernos de investigación de Daniel Averanga propone aquello, acercar al joven lector —eso no significa que la novela esté dirigida netamente a un público adolescente; la forma que ha utilizado Averanga al momento de encarar este proyecto alcanza a todos los públicos— a algunas de sus costumbres, de sus leyendas, de sus tradiciones orales que, lamentablemente, cada vez son más olvidadas.

El argumento “resumido” de la novela: Emma, una adolescente, encuentra los cuadernos de Hans, su abuelo desaparecido; allí, en esas páginas, la muchacha lee aventuras paranormales que habría vivido su Papino, como ella le dice, debido a la costumbre que se tiene en ciertas comunidades de nuestro país, de llamar así a los abuelos.

Pero Hans no realizó aquellas hazañas detectivescas en solitario; es más, él fue un Sancho Panza, un Robin, un Watson, y así, de Juan Montiel, el investigador oficial de estos casos. Él, Juan, como un Sherlock Holmes andino, determina los resultados de los problemas que se le presenta a través del pensamiento, del raciocinio veloz, erudito y sensible de un Augusto Dupin, personaje de algunos relatos de Edgar Alan Poe, reconocidos como los fundadores del género policial.

El Condenado, La viuda alegre, El Silbaco, son algunos de los seres que este dúo, el de Juan y Hans, deben descubrir y encontrar en La Paz, El Alto y fuera de esta ciudad, en alguno que otro departamento de Bolivia.

Un gran plus —con el cual la novela adquiere mayor verosimilitud y estética— del libro es que los relatos están acompañados de las admirables representaciones de estas leyendas dibujadas por Diana Cabrera, joven y destacada artista nacional.  

Quizá el escritor más representativo que resguardó estas leyendas en varios de sus textos fue Antonio Paredes Candia, al que se lo nombra en alguna parte del libro. Y no es el único: cuando, en un fragmento, se hace referencia a los autores preferidos de Emma saltan los nombres de Jesús Urzagasti, Gaby Vallejo, Manuel Vargas, Adela Zamudio y Mariana Ruiz. Ésta resulta una forma de acercar al joven lector a otros autores nacionales. Que la curiosidad de los apelativos de estos escritores forme parte siquiera de la curiosidad del que lea el texto.

Emma y los cuadernos de investigación es una novela ágil y entretenida, pero también nostálgica: es una denuncia al mal llamado progreso, ese que destruye para construir y no elabora sobre la riqueza contenida en lo que se quiere eliminar. “Al final, el hombre mata a los más bellos fragmentos de la realidad”, se lee en un párrafo del libro. Tanto a la tierra como a las palabras, a las tradiciones. Es algo contra lo que debemos combatir, contra la renuncia a lo nuestro, cada vez más evidente en las festividades extranjeras que adoptamos como Halloween sobre Todos Santos, por nombrar solo una.

Quizá con un libro como éste y otros similares se pueda contribuir a una instauración del hábito de la lectura en los jóvenes y adolescentes, del disfrute de los libros, del acercamiento a nuestra patria a través de ellos, a las ricas historias que aún están allí pero cada vez más débiles por el olvido propio, por la negación de conocer lo nuestro. Creo que con que se logre sacar a una o dos Emmas por curso, el objetivo estaría cumplido. Porque la literatura salva. O por lo menos divierte. Y aquello, en un mundo caótico y estresante como en el que transitamos, se agradece.