Friday 29 Mar 2024 | Actualizado a 01:01 AM

Katia Arnez, el arte de ser trans

La artista y estudiante universitaria cruceña construye su discurso en torno a la disidencia del cuerpo.

Katia Arnez es la única artista trans sumergida en las nubosidades del arte contemporáneo en el país, su trabajo comprende un lenguaje incendiario que no solo cuestiona el género, sino que refriega ante el ojo del espectador la existencia infinita de expresiones eróticas, corporales y sexuales que pueden hacer estallar el mundo de la moral en un minuto y reconstruirlo en dos.

Por eso hablar de su arte es hablar de su vida. Tiene 25 años y es cruceña, su proceso de transición lo toma no solamente como un mero traspaso de identidad hacia al otro género, para ella la radicalidad de lo trans no está simplemente en subvertir el sexo biológico, sino en algo más profundo y más allá de las percepciones propuestas por los movimientos LGBT que hoy lideran la representación y el discurso oficial sobre las diversidades del cuerpo, el género y la sexualidad.

Katia ha decidido construirse a sí misma desde la indeterminación de su identidad, teniendo que asumir y convencerse que la forma más potente y liberadora de ser trans es la irresolución constante del “ser”. Se trata de una propuesta trans disidente que busca desequilibrar el orden biopolítico de las instituciones que buscan administrar las disidencias eróticas, afectivas y sexuales.

“Me empecé a transformar a partir de estímulos en la adolescencia, pero que tuvieron inicio desde muy niña. Sobre todo me hacía ciertas preguntas que ahora podríamos pensarlas como muy inocentes. Me preguntaba por qué las mujeres se teñían el pelo y los hombres no podían hacerlo. Me empezaba a dar cuenta de las construcciones a las que debía encajar”, comenta. “Me dormía pensando en que algún día podía despertar siendo una heroína, una mujer con superpoderes como las que veía en la televisión”.

A sus 22 años empezó a manifestar lo que pasaba en su interior, quería cambiar algo, pero no se animaba, se sentía sola en ese proceso. Sus amigas de la universidad fueron una pieza clave para su decisión, fueron sus cómplices para probarse maquillaje y ropa de “mujer”, todo a escondidas, pensando en lo que implicaría salir al espacio público para vivir como una “mujer trans”.

Uno de los primeros escenarios a enfrentar fue la universidad. “Mis compañeros no sabían cómo dirigirse a mí y yo tampoco sabía cómo presentarme, era muy confuso al principio, los docentes se sorprendían cuando se daban cuenta de eso, miraban la lista y obviamente había un nombre que no coincidía”. Katia es así, no busca encajar en las reglas del género, sino confundirlas, y ese es su aporte más valioso. “La identidad transexual y transgénero son identidades limitadas y rígidas”.

La apariencia de Katia genera conflicto: es una imagen en transición interminable, sin final ni destino único. Su ropa intervenida y acondicionada, su maquillaje grotesco con abundante negro y rojo carmesí, su cabello que desprende una melena más o menos larga, la cabeza rapada a los costados, su cuerpo delgado y sus piernas largas —que no duda en descubrir— son formas de experimentación corporal para salir de la reductiva mirada sobre ser un hombre o una mujer.

Antes se hacía llamar “Kaki”, un apodo que tomó del nombre de su gato. Le resultaba complejo tomar un conjunto de letras para darles significado. “Cambiar de nombre es como un nuevo nacimiento, un nuevo bautizo que has podido decidir, y aunque esto es algo meramente simbólico, no podemos olvidar que nos anteceden un montón de experiencias e historias que, a pesar de haber cambiado de apariencia o de nombre, siguen siendo nuestras”.

De esta manera Katia escarba en la memoria del cuerpo y deja entreabierta la propuesta de repensarse a través de las historias que le anteceden. Para ella el proceso evolutivo está errado, manipulado, lleno de borrones y dogmatismos destinados a construir una ficción cultural de carácter normativo y disciplinario.

Transitar la familia

“Ahí fue todo más duro”, responde Katia cuando se le pregunta sobre cómo ve su familia este proceso de transgresión. Para ella era improbable que sus padres fuesen a entenderla, tanto así que habiendo empezado a “transicionar” prefirió no confesarles nada, pero hacer más notorios sus cambios. La interpelación no se hizo esperar. “Un día mis padres empezaron a preguntarme qué pasaba. Lo primero que pensaron era que yo era gay, así que tuve que especificar de la manera en que mejor entendieran, les dije que me sentía como una mujer”. Luego de ese día la relación en casa se hizo muy pesada, agobiante, fue obligada a pasar por los consultorios psicológicos para cambiar de parecer.

Katia se mantuvo firme, sin retroceder ni un solo paso. Con el tiempo las cosas se enfriaron, y aunque su familia hasta ahora no acepta su decisión, pudo llegar a un punto en que no era necesario esconderse para usar ropa de chica y maquillaje. Los conflictos pasaron, pero dejaron una serie de angustias que más tarde se tradujeron en cuadros de depresión muy fuertes, quizás un preámbulo al suicidio. “Fui internada en un centro de salud mental por causas que trascendían el tema de mi identidad, ahora tenía que ver con el sentido mismo de mi realización personal y mi existencia, estuve allí dos semanas”. En ese lugar los especialistas tampoco la entendían. “No diría que la pasé terrible, pero es un lugar al que no quiero volver”. Ésta es una de las razones por las que Katia rechaza identificarse como transgénero o transexual, porque reconoce que ambas categorías son producto de una retórica médica que históricamente ha patologizado a las trans.

El cuerpo disidente

A sus 12 años pasó por una mutilación de su cuerpo, una cirugía para “corregir” el tamaño de sus senos. Para la heteronorma eso no tiene cabida en el cuerpo de un chico. Hoy utiliza ese hecho para explicar la justificación de la violencia que se ejerce para que el otro corrija lo que supuestamente está mal. La cirugía serviría para frenar el maltrato de sus compañeros de colegio.

Katia habla de ese hecho también para explicar la rigidez de la Identidad de Género. Ha accedido a la ley aprobada en 2016, pero lamenta que sea un documento que mantiene la aprobación psicológica como requisito. “Pienso que hay que luchar contra la patologización de las trans, basta de considerarnos como enfermas mentales, no entiendo ese requisito. Quizás fue algo estratégico, pero me parece que se pudo haber planteado una ley menos dañina para nosotras. Al final todos sabemos que vivimos en un mundo de ambigüedades, de géneros que fluyen, cada vez las categorías hombre y mujer son más frágiles. Sin embargo, respeto a las personas que creen en la identidad de género porque sigue siendo un acto rompedor para la cultura”. A pesar de cuestionar la Ley de Identidad de Género, Katia admite que no se puede estar en contra de ella. “No se puede estar en contra de algo que te da un poco de dignidad humana, algo que te va a servir para que se refieran a vos con el nombre que has elegido y así poder llevar una existencia más fácil”.

El proceso de hormonización ha sido otro terreno lleno de obstáculos. “Lo primero que piensa el especialista es que como mujer trans una tenga que soñar con el modelo de mujer que quiere casarse con un hombre, tener tetas y ponerse un vestido”. Para ella el cuerpo no es estático, sino algo cambiable, fluido en su estética y eso el sistema endocrinológico no lo comprende, porque está construido desde los estereotipos dominantes. “Una de las cosas que me preguntó el especialista fue si yo había tenido relaciones penetrativas, lo hizo para asegurarse de que yo realmente me considerara mujer, porque para él ser mujer es ser penetrada. Y cuando me preguntó si en el futuro me iba a operar (para cambiar de sexo) y le respondí que no, entonces me dijo que yo no era trans sino bisexual”.

Para el tratamiento le pidieron otro certificado psicológico y un examen de conteo de hormonas que cuesta por encima de los 1.000 bolivianos, por eso decidió autohormonarse siguiendo algunas indicaciones de muchas trans que narran sus historias en sitios web para ayudar a otras a seguir un tratamiento de hormonas sin complicaciones. “Seguramente hay muchas chicas que sí acceden a todas las condiciones que el tratamiento de hormonas implica, pero a mí me hacía mucho ruido tener que pasar otra vez por el psicólogo para que me confirmara mi propia identidad”.

Transitar el arte

Katia ha pasado por varios espacios, incluso organizaciones LGBT, pero en ninguna se ha sentido realmente a gusto. Actualmente se encuentra culminando la carrera de Arte en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM) de Santa Cruz y ya ha participado de exposiciones y colaboraciones artísticas.
El arte de Katia hace un llamado de atención a la ausencia de discursos y activismos menos rígidos con las disidencias del cuerpo, el sexo y el género. Para eso hace falta instalar miradas y posturas LGBT y transfeministas capaces de profundizar las disidencias sexuales, sugiere que no se puede seguir construyendo una lucha bajo concepciones coloniales y machistas. “Siento que el arte es un lugar idóneo para hablar de estas cosas, porque su lenguaje es muy distinto a un libro, el activismo o el periodismo. El arte da la posibilidad de cambiar y proponer cosas que salen de lo lógico, y lo ilógico para mí es muy amplio y, sobre todo, muy útil”.

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Katia Arnez, el arte de ser trans

La artista y estudiante universitaria cruceña construye su discurso en torno a la disidencia del cuerpo.

Katia Arnez es la única artista trans sumergida en las nubosidades del arte contemporáneo en el país, su trabajo comprende un lenguaje incendiario que no solo cuestiona el género, sino que refriega ante el ojo del espectador la existencia infinita de expresiones eróticas, corporales y sexuales que pueden hacer estallar el mundo de la moral en un minuto y reconstruirlo en dos.

Por eso hablar de su arte es hablar de su vida. Tiene 25 años y es cruceña, su proceso de transición lo toma no solamente como un mero traspaso de identidad hacia al otro género, para ella la radicalidad de lo trans no está simplemente en subvertir el sexo biológico, sino en algo más profundo y más allá de las percepciones propuestas por los movimientos LGBT que hoy lideran la representación y el discurso oficial sobre las diversidades del cuerpo, el género y la sexualidad.

Katia ha decidido construirse a sí misma desde la indeterminación de su identidad, teniendo que asumir y convencerse que la forma más potente y liberadora de ser trans es la irresolución constante del “ser”. Se trata de una propuesta trans disidente que busca desequilibrar el orden biopolítico de las instituciones que buscan administrar las disidencias eróticas, afectivas y sexuales.

“Me empecé a transformar a partir de estímulos en la adolescencia, pero que tuvieron inicio desde muy niña. Sobre todo me hacía ciertas preguntas que ahora podríamos pensarlas como muy inocentes. Me preguntaba por qué las mujeres se teñían el pelo y los hombres no podían hacerlo. Me empezaba a dar cuenta de las construcciones a las que debía encajar”, comenta. “Me dormía pensando en que algún día podía despertar siendo una heroína, una mujer con superpoderes como las que veía en la televisión”.

A sus 22 años empezó a manifestar lo que pasaba en su interior, quería cambiar algo, pero no se animaba, se sentía sola en ese proceso. Sus amigas de la universidad fueron una pieza clave para su decisión, fueron sus cómplices para probarse maquillaje y ropa de “mujer”, todo a escondidas, pensando en lo que implicaría salir al espacio público para vivir como una “mujer trans”.

Uno de los primeros escenarios a enfrentar fue la universidad. “Mis compañeros no sabían cómo dirigirse a mí y yo tampoco sabía cómo presentarme, era muy confuso al principio, los docentes se sorprendían cuando se daban cuenta de eso, miraban la lista y obviamente había un nombre que no coincidía”. Katia es así, no busca encajar en las reglas del género, sino confundirlas, y ese es su aporte más valioso. “La identidad transexual y transgénero son identidades limitadas y rígidas”.

La apariencia de Katia genera conflicto: es una imagen en transición interminable, sin final ni destino único. Su ropa intervenida y acondicionada, su maquillaje grotesco con abundante negro y rojo carmesí, su cabello que desprende una melena más o menos larga, la cabeza rapada a los costados, su cuerpo delgado y sus piernas largas —que no duda en descubrir— son formas de experimentación corporal para salir de la reductiva mirada sobre ser un hombre o una mujer.

Antes se hacía llamar “Kaki”, un apodo que tomó del nombre de su gato. Le resultaba complejo tomar un conjunto de letras para darles significado. “Cambiar de nombre es como un nuevo nacimiento, un nuevo bautizo que has podido decidir, y aunque esto es algo meramente simbólico, no podemos olvidar que nos anteceden un montón de experiencias e historias que, a pesar de haber cambiado de apariencia o de nombre, siguen siendo nuestras”.

De esta manera Katia escarba en la memoria del cuerpo y deja entreabierta la propuesta de repensarse a través de las historias que le anteceden. Para ella el proceso evolutivo está errado, manipulado, lleno de borrones y dogmatismos destinados a construir una ficción cultural de carácter normativo y disciplinario.

Transitar la familia

“Ahí fue todo más duro”, responde Katia cuando se le pregunta sobre cómo ve su familia este proceso de transgresión. Para ella era improbable que sus padres fuesen a entenderla, tanto así que habiendo empezado a “transicionar” prefirió no confesarles nada, pero hacer más notorios sus cambios. La interpelación no se hizo esperar. “Un día mis padres empezaron a preguntarme qué pasaba. Lo primero que pensaron era que yo era gay, así que tuve que especificar de la manera en que mejor entendieran, les dije que me sentía como una mujer”. Luego de ese día la relación en casa se hizo muy pesada, agobiante, fue obligada a pasar por los consultorios psicológicos para cambiar de parecer.

Katia se mantuvo firme, sin retroceder ni un solo paso. Con el tiempo las cosas se enfriaron, y aunque su familia hasta ahora no acepta su decisión, pudo llegar a un punto en que no era necesario esconderse para usar ropa de chica y maquillaje. Los conflictos pasaron, pero dejaron una serie de angustias que más tarde se tradujeron en cuadros de depresión muy fuertes, quizás un preámbulo al suicidio. “Fui internada en un centro de salud mental por causas que trascendían el tema de mi identidad, ahora tenía que ver con el sentido mismo de mi realización personal y mi existencia, estuve allí dos semanas”. En ese lugar los especialistas tampoco la entendían. “No diría que la pasé terrible, pero es un lugar al que no quiero volver”. Ésta es una de las razones por las que Katia rechaza identificarse como transgénero o transexual, porque reconoce que ambas categorías son producto de una retórica médica que históricamente ha patologizado a las trans.

El cuerpo disidente

A sus 12 años pasó por una mutilación de su cuerpo, una cirugía para “corregir” el tamaño de sus senos. Para la heteronorma eso no tiene cabida en el cuerpo de un chico. Hoy utiliza ese hecho para explicar la justificación de la violencia que se ejerce para que el otro corrija lo que supuestamente está mal. La cirugía serviría para frenar el maltrato de sus compañeros de colegio.

Katia habla de ese hecho también para explicar la rigidez de la Identidad de Género. Ha accedido a la ley aprobada en 2016, pero lamenta que sea un documento que mantiene la aprobación psicológica como requisito. “Pienso que hay que luchar contra la patologización de las trans, basta de considerarnos como enfermas mentales, no entiendo ese requisito. Quizás fue algo estratégico, pero me parece que se pudo haber planteado una ley menos dañina para nosotras. Al final todos sabemos que vivimos en un mundo de ambigüedades, de géneros que fluyen, cada vez las categorías hombre y mujer son más frágiles. Sin embargo, respeto a las personas que creen en la identidad de género porque sigue siendo un acto rompedor para la cultura”. A pesar de cuestionar la Ley de Identidad de Género, Katia admite que no se puede estar en contra de ella. “No se puede estar en contra de algo que te da un poco de dignidad humana, algo que te va a servir para que se refieran a vos con el nombre que has elegido y así poder llevar una existencia más fácil”.

El proceso de hormonización ha sido otro terreno lleno de obstáculos. “Lo primero que piensa el especialista es que como mujer trans una tenga que soñar con el modelo de mujer que quiere casarse con un hombre, tener tetas y ponerse un vestido”. Para ella el cuerpo no es estático, sino algo cambiable, fluido en su estética y eso el sistema endocrinológico no lo comprende, porque está construido desde los estereotipos dominantes. “Una de las cosas que me preguntó el especialista fue si yo había tenido relaciones penetrativas, lo hizo para asegurarse de que yo realmente me considerara mujer, porque para él ser mujer es ser penetrada. Y cuando me preguntó si en el futuro me iba a operar (para cambiar de sexo) y le respondí que no, entonces me dijo que yo no era trans sino bisexual”.

Para el tratamiento le pidieron otro certificado psicológico y un examen de conteo de hormonas que cuesta por encima de los 1.000 bolivianos, por eso decidió autohormonarse siguiendo algunas indicaciones de muchas trans que narran sus historias en sitios web para ayudar a otras a seguir un tratamiento de hormonas sin complicaciones. “Seguramente hay muchas chicas que sí acceden a todas las condiciones que el tratamiento de hormonas implica, pero a mí me hacía mucho ruido tener que pasar otra vez por el psicólogo para que me confirmara mi propia identidad”.

Transitar el arte

Katia ha pasado por varios espacios, incluso organizaciones LGBT, pero en ninguna se ha sentido realmente a gusto. Actualmente se encuentra culminando la carrera de Arte en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM) de Santa Cruz y ya ha participado de exposiciones y colaboraciones artísticas.
El arte de Katia hace un llamado de atención a la ausencia de discursos y activismos menos rígidos con las disidencias del cuerpo, el sexo y el género. Para eso hace falta instalar miradas y posturas LGBT y transfeministas capaces de profundizar las disidencias sexuales, sugiere que no se puede seguir construyendo una lucha bajo concepciones coloniales y machistas. “Siento que el arte es un lugar idóneo para hablar de estas cosas, porque su lenguaje es muy distinto a un libro, el activismo o el periodismo. El arte da la posibilidad de cambiar y proponer cosas que salen de lo lógico, y lo ilógico para mí es muy amplio y, sobre todo, muy útil”.

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