Thursday 25 Apr 2024 | Actualizado a 17:15 PM

¿De qué hablamos cuando hablamos de cine?

Del lunes 25 al jueves 28 de junio a las19.00, se discutirá sobre la producción boliviana desde distintas aristas, en el Auditorio del Espacio Simón I. Patiño.

/ 27 de junio de 2018 / 23:17

En la última década en Bolivia, país sin industria ni institucionalidad cinematográfica, la teoría y la práctica de “hablar de cine” ha venido dibujando al menos tres posturas, difícilmente aislables, alrededor de la teoría y la práctica “hacer cine”: a) no se hace (más o mejor), porque no se puede; b) se hace aunque no se pueda; c) se puede hacer porque se quiere hacer.

Las discusiones sobre las condiciones (y la falta de éstas) que permiten (o no) emprender un proyecto cinematográfico en el país arriban rápidamente al campo estatal y económico. La falta de fondos de apoyo estatal, la incertidumbre acerca de la nueva ley de cine y, en general, la ausencia de articulación de políticas de fomento a la producción (aun débilmente contrarrestada desde el espacio del gobierno municipal de La Paz), constituyen la realidad. Sin embargo, se hace cine en Bolivia. En este plano, la producción parece batirse con una obcecada terquedad que, más allá del bien y del mal, ha articulado algo. “¿Qué?”, es la pregunta.

La respuesta inmediata a esta pregunta es: películas. Se está haciendo películas. Buenas y malas. Aunque no se pueda, como se pueda y porque se puede. Afinamos: se puede querer hacer películas, con todo y contra todo. Descartando la lectura de las exotizaciones —por ahora, con fines explicativos— la visibilización que en el exterior han tenido los últimos dos años ciertas películas bolivianas (de corto y largo metraje) no juega un papel menor. Hacer cine boliviano para que el mundo vea que el cine boliviano se hace y se está haciendo.

A ello, incluso los festivales internacionales le han tomado la temperatura. Hace poco, en abril, dos películas bolivianas resultaron ganadoras de la competencia latinoamericana del BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente), la plataforma de exhibición y distribución de cine más grande de la región. Averno, el cuarto largometraje de Marcos Loayza, y Algo quema, opera prima documental de Mauricio Ovando, aún no estrenada en el país, ganaron los premios a mejor película (la primera), mejor dirección y el premio de la crítica internacional especializada (la segunda). “Un triunfo para el país”, apuraríamos, y es cierto. Pero también punto a favor para los méritos de corrección política del propio festival. Clarisa Navas, jurado de la competencia del BAFICI, en una entrevista con el diario boliviano El Deber dijo: “Bolivia es un país que necesita desarrollar evidentemente su industria cinematográfica, que, como todos los países de la región, son sumamente resentidos en su esfera cultural, cuando se trata de requerir presupuestos principalmente. Fue una alegría coincidir con los otros jurados, pues ésta [los premios] es una forma de valorar el cine boliviano para impulsar toda su riqueza. Se necesitan imágenes propias de Bolivia, hechas allá y que puedan contarnos lo que es ese país para que podamos conocerlo”.

Resulta que el “allá” festivalero es, acá, “acá” (somos el otro), y que preguntarnos por el “propósito” de estos premios no haría otra cosa que refrendar una postura política anclada en la elusión o el borramiento de una valoración de las piezas en tanto cine, para una valoración de un cine en vías de desarrollo. El VI Encuentro de Cine organizado por el Espacio Simón I. Patiño busca frenar y pegarle de retro sobre la carretera entre acá y acá mismo. No solo las películas premiadas en el BAFICI, sino todas las producidas en Bolivia durante los últimos años, obligan a apartar y tomar cada pieza por las astas. “¿Qué es el cine hoy en Bolivia?” no es una pregunta que se distancie demasiado de aquella por la identidad que ha tejido las formas de la historia cinematográfica boliviana desde siempre.

La pregunta, sin embargo, ha encontrado otras formulaciones y no solo eso, sino unas formulaciones muy dispares entre sí, que en su proceso desestabilizan algunas categorías pilares del cine nacional.

Por ejemplo, las categorías de cine de autor y cine independiente. Esa imagen tan recurrentemente citada del cineasta tocando puertas con el proyecto o el guion bajo el brazo es, hoy más que nunca, profundamente conflictiva. En dos películas que forman parte del encuentro, Las malcogidas (Denisse Arancibia, 2017) y Engaño a primera vista (Yecid Jr. y Johanan Benavides), es posible encontrar formas de producción, exhibición y distribución que responden a un modelo comercial, supuestamente contrario a un modelo industrial, afín al cine independiente. Averno, la película premiada de Loayza, también juega a dos bandas, al plantearse con un pie adentro de uno de los géneros comerciales por excelencia —la aventura— y el otro en las configuraciones de un imaginario cultural local, cerrado e incluso nostálgico. La “pureza” de estas categorías o tipos de cine se desbarata en estos ejemplos: producidas en un país sin industria, es decir con el campo “independiente” como único posible en el panorama de financiamiento, estas películas incluso son protagonizadas por sus directores y guionistas, autores del proyecto en el, supuestamente, más puro sentido de autor. El mecanismo de difusión comercial y éxito evidente de éste en ambos casos más allá de contrastar con este sentido autoral, lo refuerza, re-esquematizando los modos de producción locales y tirando por la borda las dicotomías que cómodamente, “allá” y no “acá”, sostienen el ámbito cinematográfico.  

También el cine documental, en tanto tradición en la producción boliviana, es otra cosa ahora. El encuentro se pregunta acerca del sentido y las formas del registro, y cómo estas formas trabajan en el campo amplio de la no-ficción. Saliendo de la clásica clasificación de “película de ficción” y “película documental”, y enriqueciendo las posibilidades narrativas, varias producciones del cine boliviano contemporáneo se resisten a las etiquetas con una pregunta inicial: qué es registrar desde el planteamiento del montaje como construcción creativa, en el caso de Fuera de campo (Marcelo Guzmán y Mauricio Durán, 2017), o el impulso impudoroso del registro de la cotidianeidad, en Nana (Luciana Decker, 2016), registrar es responder a la pregunta por el lugar desde el que se mira y los devaneos, triunfos y fracasos que implica mirar al otro. Con la intención de tomar el pulso a intenciones similares en el campo de la producción latinoamericana, el Encuentro integra a dos directores del exterior y sus más recientes películas: por una parte, el costarricense Jurgen Ureña, que con su película Abrázame como antes (2016) activa la línea de cruces entre la construcción de una ficción y la realidad a la cual responde; por otra, Cecilia Kang, que se inserta en tanto realizadora a la construcción de una historia familiar que parte de un cuestionamiento germinal: por qué contar.

La película de Kang, una exploración del despojo y del tránsito que éste implica en una historia de mujeres de la comunidad coreana en Buenos Aires (su hermana, su tía, sus amigas), calibra los acercamientos y distanciamientos entre quien sostiene la cámara y aquel que está frente a ésta. Ella misma, como directora de una película sobre ella misma y ella otra. Más que de un desdoblamiento, se trata de un juego de despliegue y repliegue continuo, en la que la narrativa es la puesta en andamiaje de la propia mirada/identidad. De reciente estreno, la película Eugenia del cochabambino Martín Boulocq —también invitado del Encuentro— suscitó en la audiencia y en la crítica cuestionamientos acerca del lugar desde donde se narra. “En alguna medida —o en mucha— yo soy Eugenia”, dijo en varias entrevistas el realizador, en un contexto de lectura del film que enfrentaba su mirada masculina a la historia de la protagonista femenina y, en la lectura generalizada, feminista. Más cerca del cuestionamiento de los mecanismos dicotomizantes de la mirada en el cine que de la marcación de la responsabilidad de la película con respecto a la agenda de reivindicaciones feministas de la actualidad, Eugenia es una película acerca de la forma cinematográfica. La que se construye con una cámara circundante de un campo más amplio que el encuadre, una cámara ante la cual las cosas no suceden, unas cosas que no se disponen a una mirada sino a la suya propia y a la que pueden arrojar a quien las mira.

Si bien la pregunta por la realización y sus procesos es la central en este VI Encuentro de Cine, la casamos con el análisis acerca del actual panorama de educación en cine en Bolivia y, particularmente, La Paz. ¿Cómo se enseña a hacer cine? ¿Qué se enseña, por qué y para qué? Las experiencias de programas escolarizados, de educación popular o comunitaria, se complementan al reciente incremento de la oferta académica, con el hecho de la apertura de la carrera de cine en la universidad pública de La Paz como puntal más desafiante del contexto.

Siguiendo el objetivo de articular una plataforma de discusión sobre la producción audiovisual boliviana e internacional planteado a lo largo de los anteriores cinco Encuentros de Cine organizados desde el Espacio Simón I. Patiño, el VI Encuentro de Cine “De qué hablamos cuando hablamos de cine. Hacer, formar, distribuir”, convoca a todos a preguntar y tentar respuestas desde el lugar del espectador. ¿Qué vemos al ver una película? es el reverso del nombre de este Encuentro.

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¿De qué hablamos cuando hablamos de cine?

Del lunes 25 al jueves 28 de junio a las19.00, se discutirá sobre la producción boliviana desde distintas aristas, en el Auditorio del Espacio Simón I. Patiño.

/ 27 de junio de 2018 / 23:17

En la última década en Bolivia, país sin industria ni institucionalidad cinematográfica, la teoría y la práctica de “hablar de cine” ha venido dibujando al menos tres posturas, difícilmente aislables, alrededor de la teoría y la práctica “hacer cine”: a) no se hace (más o mejor), porque no se puede; b) se hace aunque no se pueda; c) se puede hacer porque se quiere hacer.

Las discusiones sobre las condiciones (y la falta de éstas) que permiten (o no) emprender un proyecto cinematográfico en el país arriban rápidamente al campo estatal y económico. La falta de fondos de apoyo estatal, la incertidumbre acerca de la nueva ley de cine y, en general, la ausencia de articulación de políticas de fomento a la producción (aun débilmente contrarrestada desde el espacio del gobierno municipal de La Paz), constituyen la realidad. Sin embargo, se hace cine en Bolivia. En este plano, la producción parece batirse con una obcecada terquedad que, más allá del bien y del mal, ha articulado algo. “¿Qué?”, es la pregunta.

La respuesta inmediata a esta pregunta es: películas. Se está haciendo películas. Buenas y malas. Aunque no se pueda, como se pueda y porque se puede. Afinamos: se puede querer hacer películas, con todo y contra todo. Descartando la lectura de las exotizaciones —por ahora, con fines explicativos— la visibilización que en el exterior han tenido los últimos dos años ciertas películas bolivianas (de corto y largo metraje) no juega un papel menor. Hacer cine boliviano para que el mundo vea que el cine boliviano se hace y se está haciendo.

A ello, incluso los festivales internacionales le han tomado la temperatura. Hace poco, en abril, dos películas bolivianas resultaron ganadoras de la competencia latinoamericana del BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente), la plataforma de exhibición y distribución de cine más grande de la región. Averno, el cuarto largometraje de Marcos Loayza, y Algo quema, opera prima documental de Mauricio Ovando, aún no estrenada en el país, ganaron los premios a mejor película (la primera), mejor dirección y el premio de la crítica internacional especializada (la segunda). “Un triunfo para el país”, apuraríamos, y es cierto. Pero también punto a favor para los méritos de corrección política del propio festival. Clarisa Navas, jurado de la competencia del BAFICI, en una entrevista con el diario boliviano El Deber dijo: “Bolivia es un país que necesita desarrollar evidentemente su industria cinematográfica, que, como todos los países de la región, son sumamente resentidos en su esfera cultural, cuando se trata de requerir presupuestos principalmente. Fue una alegría coincidir con los otros jurados, pues ésta [los premios] es una forma de valorar el cine boliviano para impulsar toda su riqueza. Se necesitan imágenes propias de Bolivia, hechas allá y que puedan contarnos lo que es ese país para que podamos conocerlo”.

Resulta que el “allá” festivalero es, acá, “acá” (somos el otro), y que preguntarnos por el “propósito” de estos premios no haría otra cosa que refrendar una postura política anclada en la elusión o el borramiento de una valoración de las piezas en tanto cine, para una valoración de un cine en vías de desarrollo. El VI Encuentro de Cine organizado por el Espacio Simón I. Patiño busca frenar y pegarle de retro sobre la carretera entre acá y acá mismo. No solo las películas premiadas en el BAFICI, sino todas las producidas en Bolivia durante los últimos años, obligan a apartar y tomar cada pieza por las astas. “¿Qué es el cine hoy en Bolivia?” no es una pregunta que se distancie demasiado de aquella por la identidad que ha tejido las formas de la historia cinematográfica boliviana desde siempre.

La pregunta, sin embargo, ha encontrado otras formulaciones y no solo eso, sino unas formulaciones muy dispares entre sí, que en su proceso desestabilizan algunas categorías pilares del cine nacional.

Por ejemplo, las categorías de cine de autor y cine independiente. Esa imagen tan recurrentemente citada del cineasta tocando puertas con el proyecto o el guion bajo el brazo es, hoy más que nunca, profundamente conflictiva. En dos películas que forman parte del encuentro, Las malcogidas (Denisse Arancibia, 2017) y Engaño a primera vista (Yecid Jr. y Johanan Benavides), es posible encontrar formas de producción, exhibición y distribución que responden a un modelo comercial, supuestamente contrario a un modelo industrial, afín al cine independiente. Averno, la película premiada de Loayza, también juega a dos bandas, al plantearse con un pie adentro de uno de los géneros comerciales por excelencia —la aventura— y el otro en las configuraciones de un imaginario cultural local, cerrado e incluso nostálgico. La “pureza” de estas categorías o tipos de cine se desbarata en estos ejemplos: producidas en un país sin industria, es decir con el campo “independiente” como único posible en el panorama de financiamiento, estas películas incluso son protagonizadas por sus directores y guionistas, autores del proyecto en el, supuestamente, más puro sentido de autor. El mecanismo de difusión comercial y éxito evidente de éste en ambos casos más allá de contrastar con este sentido autoral, lo refuerza, re-esquematizando los modos de producción locales y tirando por la borda las dicotomías que cómodamente, “allá” y no “acá”, sostienen el ámbito cinematográfico.  

También el cine documental, en tanto tradición en la producción boliviana, es otra cosa ahora. El encuentro se pregunta acerca del sentido y las formas del registro, y cómo estas formas trabajan en el campo amplio de la no-ficción. Saliendo de la clásica clasificación de “película de ficción” y “película documental”, y enriqueciendo las posibilidades narrativas, varias producciones del cine boliviano contemporáneo se resisten a las etiquetas con una pregunta inicial: qué es registrar desde el planteamiento del montaje como construcción creativa, en el caso de Fuera de campo (Marcelo Guzmán y Mauricio Durán, 2017), o el impulso impudoroso del registro de la cotidianeidad, en Nana (Luciana Decker, 2016), registrar es responder a la pregunta por el lugar desde el que se mira y los devaneos, triunfos y fracasos que implica mirar al otro. Con la intención de tomar el pulso a intenciones similares en el campo de la producción latinoamericana, el Encuentro integra a dos directores del exterior y sus más recientes películas: por una parte, el costarricense Jurgen Ureña, que con su película Abrázame como antes (2016) activa la línea de cruces entre la construcción de una ficción y la realidad a la cual responde; por otra, Cecilia Kang, que se inserta en tanto realizadora a la construcción de una historia familiar que parte de un cuestionamiento germinal: por qué contar.

La película de Kang, una exploración del despojo y del tránsito que éste implica en una historia de mujeres de la comunidad coreana en Buenos Aires (su hermana, su tía, sus amigas), calibra los acercamientos y distanciamientos entre quien sostiene la cámara y aquel que está frente a ésta. Ella misma, como directora de una película sobre ella misma y ella otra. Más que de un desdoblamiento, se trata de un juego de despliegue y repliegue continuo, en la que la narrativa es la puesta en andamiaje de la propia mirada/identidad. De reciente estreno, la película Eugenia del cochabambino Martín Boulocq —también invitado del Encuentro— suscitó en la audiencia y en la crítica cuestionamientos acerca del lugar desde donde se narra. “En alguna medida —o en mucha— yo soy Eugenia”, dijo en varias entrevistas el realizador, en un contexto de lectura del film que enfrentaba su mirada masculina a la historia de la protagonista femenina y, en la lectura generalizada, feminista. Más cerca del cuestionamiento de los mecanismos dicotomizantes de la mirada en el cine que de la marcación de la responsabilidad de la película con respecto a la agenda de reivindicaciones feministas de la actualidad, Eugenia es una película acerca de la forma cinematográfica. La que se construye con una cámara circundante de un campo más amplio que el encuadre, una cámara ante la cual las cosas no suceden, unas cosas que no se disponen a una mirada sino a la suya propia y a la que pueden arrojar a quien las mira.

Si bien la pregunta por la realización y sus procesos es la central en este VI Encuentro de Cine, la casamos con el análisis acerca del actual panorama de educación en cine en Bolivia y, particularmente, La Paz. ¿Cómo se enseña a hacer cine? ¿Qué se enseña, por qué y para qué? Las experiencias de programas escolarizados, de educación popular o comunitaria, se complementan al reciente incremento de la oferta académica, con el hecho de la apertura de la carrera de cine en la universidad pública de La Paz como puntal más desafiante del contexto.

Siguiendo el objetivo de articular una plataforma de discusión sobre la producción audiovisual boliviana e internacional planteado a lo largo de los anteriores cinco Encuentros de Cine organizados desde el Espacio Simón I. Patiño, el VI Encuentro de Cine “De qué hablamos cuando hablamos de cine. Hacer, formar, distribuir”, convoca a todos a preguntar y tentar respuestas desde el lugar del espectador. ¿Qué vemos al ver una película? es el reverso del nombre de este Encuentro.

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