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Goethe, el hombre total

No era que tenía mujeres porque escribía poesías, era que escribía poesías porque tenía infinitas mujeres, que es cosa muy distinta. Ése era el hombre que cautivó el corazón de millones de personas y que dio un giro inesperado a la literatura universal. Su incomparable creatividad tuvo una enorme trascendencia y le valió ser reconocido como uno de los grandes genios de todos los tiempos y de todos los lugares, y seguramente el más grande de Alemania y de su siglo. Pero su nombre no solamente está asociado al concepto del ingenio, sino también al de la vida plena.

El Goethe pintado por Rüdiger Safranski en su magistral biografía Goethe: La vida como obra de arte, publicada en 2015 (Editorial Tusquets, España), es una alegoría de la vida y un homenaje a la existencia humana. El biógrafo se hace artista, y no puede ser de otra forma, porque la vida de su biografiado es desborde de arte.

Romántico y proteico en su juventud y templado y clásico en su madurez, su existencia se afirmó en la peripecia del cosmos humano. Fue capaz de ignorar los sinsabores y de catar los más dulces almíbares. Hablar de su vida es tratar de elevarse hasta la experiencia de lo universalmente humano e intentar entender la resolución artística de un orden superior que rige el todo. ¿Es la escritura una profesión, como se la toman muchos de los que escriben? ¿O es una agregación solamente, mientras que el verdadero oficio del hombre consiste en vivir?

Emil Ludwig ya lo había retratado en un voluminoso libro, pero Safranski, con menos citas y en cambio más prolífico en el comentario de las obras del gran escritor alemán y más acucioso en la revisión exhaustiva de su correspondencia, hizo aquí de pintor maestro. ¿Estamos ante el Goethe artista o ante el científico o ante el hombre de Estado? Estamos ante todos ellos, unidos en una sola dimensión cósmica y terrenal: estamos ante el hombre. Porque Goethe amó, se desilusionó quedando con el corazón hecho trizas, se confinó en la soledad, asistió a reuniones y se embriagó de vino y de mujeres, fue un frívolo y un virtuoso, indagó la física de los colores, leyó a Homero y estudió lenguas clásicas, escribió versos y novelas, fue ministro y director de un teatro en Weimar y jugó a ser dios y demonio al mismo tiempo. Su personalidad lo contuvo todo (desenfreno y virtuosismo), y eso mismo fue pieza clave de su esplendor.

Safranski, como biógrafo, capta lo más importante de la vida de un biografiado: la humanidad, porque es a partir de ésta que se entienden las coordenadas de una existencia. ¿Dónde quedan, entonces, las obras y los logros? Están en un segundo plano, donde se aprecia solamente lo que pertenece a la objetividad.

Estudió la mineralogía y la botánica, refutó a Newton con una nueva concepción sobre el origen de los colores y descubrió el hueso intermaxilar, sin embargo el mundo nunca lo reconocería —al menos no estando él vivo— como un científico sino como un poeta. Escribió poemas, dramas, recensiones y ensayos. Pero había algo que estaba más allá del artista y del científico de la naturaleza…

Lo que importaba era vivir. Werther no lo había comprendido porque había amado hasta matarse. Fausto tampoco, porque había vendido su alma al diablo a cambio de que éste le diese la sabiduría. ¿De qué vale la obra de arte más hermosa? ¿Qué valor tiene en realidad un descubrimiento científico? Son solamente una añadidura de la vida. Es por eso que el padre de esos personajes quiere, con sus obras, afirmar la vida más allá de la búsqueda del amor y de la ciencia. No existe nada más importante que vivir ni valor más alto que el de la existencia. Y el gran alemán demostró este aserto con su vida misma, que fue un equilibrio perfecto; de aquí el subtítulo de esta obra biográfica: La vida como obra de arte.

¿Qué tenía esta personalidad tan cautivadora, que cualquiera que hablara con ella corría hasta su casa a transcribir la charla que había tenido? (Ahí está Eckermann). ¿Qué secreto guardaba? La vida de Johann Wolfgang von Goethe fue un acontecimiento único y una búsqueda incesante, pero no —como se podría esperar— de arte ni de saber, sino de vivencias, de experiencias, ya que son éstas las que originaron su pensamiento y la filosofía de sus obras. Había que pasar por la felicidad y el dolor para llegar a ser una persona completa, total. Su vida fue, en una oración, la búsqueda del imperativo pindárico: llegar a ser lo que uno es.