Los Increíbles 2
La más reciente película de Pixar trae de vuelta a la familia poderosa, pero sin proponer nada nuevo.
Con la más absoluta certeza, Los Increíbles 2 no es una película destinada a perdurar en los anales del cine, ni siquiera en los de estos opacos años iniciales del siglo en curso, rehenes del atontamiento tecnológico y embobados por los efectos especiales —que de especiales tienen cada vez menos, dicho sea de paso—. Podría empero ser muy útil para las escuelas cinematográficas como ejemplo de la manera de estropear un trabajo que comienza bien, avanza con soltura la primera hora y luego queda enredado en los lugares comunes del género, amén de acabar en una errática confusión entre sus buenas intenciones y una inocultable pérdida de rumbo de las ideas que al inicio dan la impresión de estar dispuestas a poner en la picota varios de los paradigmas cuestionados últimamente: el machismo de una sociedad patriarcal; el rol de la mujer por ende, la incapacidad generalizada de asumir en el modo de la crítica los cantos de sirena de la tecnología justamente, et alt.
Catorce años pasaron desde la primera aparición de la familia Parr, mutada por mor de las circunstancias en un núcleo atípico llamado a resolver las acechanzas que rondaban sobre su entorno. Eran tiempos en los cuales la animación parecía entrar de lleno en una nueva época de oro, dejando atrás las recurrencias de Disney y su visión asexuada de un mundo poblado por princesas en aprietos y animales antropomorfos. Eran tiempos de desazón colectiva post 11-S, bien usufructuados por Pixar para situarse momentáneamente a la vanguardia de una bienvenida corriente de renovación del género en cuestión.
Comenzaba también la pugna comercial de las productoras para lanzarse al asalto de la renacida apetencia colectiva por los superhéroes. En aquella circunstancia Pixar apostó por el primer episodio centrado en las andanzas de la aludida familia, cuyos miembros a fin de cuentas se ven forzados a dejar de lado sus ímpetus épicos para acondicionarse al aburrimiento de la vida civil en una atractiva parodia de la paranoia colectiva de la Guerra Fría y sus declinaciones en el renacido terrorismo, que dejaba en ridículo las predicciones de los ideólogos del fin de las ideologías y otras zonceras acuñadas al calor de la supuesta posmodernidad y del igualmente presunto triunfo de una hegemonía excluyente.
El papá Bob/Mr. Incredibel se transforma en vendedor de seguros y mamá Helen/Elasticgirl deviene en ama de casa como cualquiera, mientras el contexto los mira, desconfiado, de reojo, lo cual no impide que de tanto en tanto, a manera de pasatiempo, vistan sus ajustados atuendos para emprender alguna aventurilla, en afán de sacarse el gusto antes que otra cosa. Todo ello a pesar de la prohibición decretada por el gobierno a todo tipo de paladines justicieros, estigmatizados estos últimos a causa de la huida del bellaco antagonista al final del capítulo inicial y de la suspensión del programa federal que les garantizaba anonimato y techo.
Durante el tiempo transcurrido desde aquella presentación en sociedad, el director Brad Bird, quien antes en El gigante de Hierro/1999 había ensayado una atendible opera prima con figuritas gestadas por ordenador y más tarde reincidió con Ratatouille/2007, otra producción igualmente digna de consideración, también tentó suerte en la a medias fallida Misión Imposible: Protocolo Fantasma (2011), además de ser uno de los miembros del equipo creativo de la serie televisiva de Los Simpson, algunas gotas de cuya ácida ironía para referirse al mundo circundante se hacen notorias en esta vuelta a los orígenes, lastrada empero precisamente por la machacona reincidencia de la industria en el traslado a la pantalla de los personajes de historieta, filón altamente rentable en taquillas y por eso explotado hasta dejarlo prácticamente exhausto de todos sus atractivos primigenios.
A tono con el nuevo rol de la mujer, aunque el zigzagueante decurso del relato dé a ratos la sensación de puro oportunismo, ahora le toca a Elasticgirl echarse sobre los hombros la responsabilidad de restablecer la normalidad en Municiberg, mientras Bob se ve forzado a asumir las tediosas labores hogareñas lidiando con el apetito insaciable de Dash y sus dificultades con las matemáticas, así como con los devaneos sentimentales de la ya adolescente Violeta, pero sobre todo asombrándose al advertir las imprevisibles reacciones del bebé Jack-Jack, cuyos poderes al por mayor irán poniéndose de a poco en evidencia. Es este gracioso personaje y su contagiosa risa el aporte de novedad a una trama, que en largos tramos va instalando en la apreciación del espectador un sesgo inocultable de “esto ya se vio antes”, fruto justamente de la ya demasiado trajinada frecuentación de un tipo de realizaciones encasilladas en los manidos recursos del cine de aventuras épicas abrazadas a lo que puedan hacer los responsables de los efectos visuales para mantener cautiva la atención de la platea.
Si el rol femenino es blanco de algunas de las humoradas cáusticas de Los Increíbles 2, otro tanto se reserva a las maniobras marketineras de la misma industria personificada en los hermanos Winston y Evelyn Deavor, magnates estos últimos de la comunicación encargados de la campaña que habrá de elevar a Elasticgirl al rango de salvadora de sus congéneres. La idea de los Deavor es que Helen todavía conserva una mejor imagen pública, lo cual posibilitaría que recobre la confianza de gobernantes y gobernados, consiguiendo tal vez sacar a los héroes de la clandestinidad en que ahora se ven forzados a operar.
De igual forma hay una cuota de sarcasmo reservado para los gadgets informáticos y sus embelesos virtuales sustitutivos de la realidad pura y dura. Ese rasgo predominante de la actualidad encarna en Screenslaver, algo así como un esclavista de la pantalla, perito en hipnotizar a los colectivos precisamente por medio de aquellas.
Son empero destellos de inspiración y sutileza en medio de una narración que va escorando de a poco, se dijo, hacia el convencionalismo, que se apodera de lleno de aquel en los últimos, inacabables, 45 minutos cuando el asunto pasa a ser el típico corre-corre atiborrado de mamporros dejando en agua de borrajas las buenas intenciones del principio. Tal hibridez ha sido en buena medida el pecado recurrente de las producciones Pixar desde que fuera deglutida por Disney una década atrás, neutralizando sus ínfulas renovadoras mediante el demoledor acomodo al sobado repertorio de las franquicias.
Nada aporta al nuevo trabajo de Bird —en el doble papel de realizador y guionista— la proliferación de villanos(as), mucho menos el ruido y la agitación que se apoderan del tratamiento, como si a fin de cuentas Bird hubiese comprendido el sin sentido de este refrito —embrollado por añadidura en sus contradictorios señalamientos de la pasividad generalizada frente al poder del Estado y/o de los medios—, resignándose a salir del entuerto en que se encontró metido de la manera que fuese y rifando así, como se anotó al comenzar, una propuesta que termina en nada auténticamente fresco, no obstante sus prometedoras insinuaciones de arranque y la apreciable perfección “realista” de los dibujos.
Ficha técnica:
– Título original: Incredibles 2
– Dirección: Brad Bird
– Guion: Brad Bird
– Fotografía: Mahyar Abousaeedi
– Montaje: Stephen Schaffer
– Música: Michael Giacchino
– Diseño: Ralph Eggleston
– Arte: Josh Holtsclaw
– Efectos Visuales: Aaron Conover, Grant Anderson, Alexis Angelidis, Amit Baadkar, Trevor Barrus, Gavin Baxter, Adrian Bell, Itamar Belson, Katie Bickley, Max Bickley, Ye Won Cho, Tracy Lee Church, Evan Denmark
– Animación: Evan Bonifacio, Frank E. Abney III, Dovi Anderson, Kevin Andrus, Alan Barillaro, Brendan Beesley, Michael Bidinger, Sequoia Blankenship, James W. Brown, Adam Burke, James Campbell, Shaun Chacko, Michael Chia-Wei Che
– Producción: Nicole Paradis Grindle, John Lasseter, John Walker – EEUU/2018