Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 13:52 PM

Virtual-mente un amor

‘Interferencia’ es la obra de teatro dirigida por Julia Peredo y Catalina Razzini que se presentó en Teatro Grito.

/ 27 de junio de 2018 / 23:19

Words, words, words, www…” es una de las frases grabadas que, entremezclada con otras, se escucha casi al inicio de la obra Interferencia de Julia Peredo. Ese viejo oráculo isabelino profetizaba ya la vacuidad del signo, el surgimiento de un lenguaje monstruoso que nombra todo y significa nada. Precisamente ese lenguaje: saturado de imágenes, enlaces, referencias y frases hechas, es el personaje de la obra que personalmente más he disfrutado; un personaje terrible, un ruido-interferencia que deforma y asimila no solo al mensaje sino también al emisor.

Poner en escena un concepto como el lenguaje y convertirlo en un personaje que lo devora todo no es cosa fácil, para lograrlo las directoras (Catalina Razzini y Peredo) apuestan a dos recursos; el primero: trabajar sobre el espacio escénico, sobre el universo visual y sonoro en el que habitan los personajes. La obra cuenta con la música de Bernarda Villagómez y el diseño de luces y mapping de Marcelo Sosa, dos artistas con amplia experiencia que logran construir un ambiente que sugiere esa presencia monstruosa, que me genera como espectador una tensión constante y me ayuda a entrar en el universo de la obra. El segundo recurso al que se apuesta es la encarnación del concepto en dos actores: Leo Mora y Alene Gonzales. Como yo lo veo, esta apuesta no paga tan bien como la primera debido a que el peso que recae sobre estos dos jóvenes actores es muy grande: ellos terminan siendo funcionales a la puesta, casi convirtiéndose en dos siervos de escena.

Por otro lado, están los personajes de Bernardo Arancibia y Mariana Requena, que viven una historia de amor; son dos personajes que están físicamente separados uno del otro y deciden tratar de tener una relación sentimental vía internet. La historia de estos dos personajes me pareció aburrida y predecible; la anécdota, en ese sentido, parece ser solo un pretexto para hablar de la imposibilidad de comunicarse. Llamó mi atención en estos personajes su falta de profundidad, esperaba llegar, a lo largo de la obra, a conocer a estos personajes a fondo, cosa que no sucedió; sin embargo, entiendo que esta bidimensionalidad no es gratuita: cobra sentido cuando se asume que los personajes ya han sido absorbidos por el universo digital que prenden habitar, ya no son lo que son, son solo lo que proyectan, un nombre de usuario, una silueta intercambiable. Incapaces de vivir en un mundo saturado de hipertextualidad, ellos y su amor genérico han sido devorados por la virtualidad.

En resumen, la historia de amor no me atrapó, pero el universo en el que sucede esta historia sí: se me presenta creado con mucha inteligencia, lleno de detalles orquestados con mucho cuidado.

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‘Interferencia’ es la obra de teatro dirigida por Julia Peredo y Catalina Razzini que se presentó en Teatro Grito.

/ 27 de junio de 2018 / 23:19

Words, words, words, www…” es una de las frases grabadas que, entremezclada con otras, se escucha casi al inicio de la obra Interferencia de Julia Peredo. Ese viejo oráculo isabelino profetizaba ya la vacuidad del signo, el surgimiento de un lenguaje monstruoso que nombra todo y significa nada. Precisamente ese lenguaje: saturado de imágenes, enlaces, referencias y frases hechas, es el personaje de la obra que personalmente más he disfrutado; un personaje terrible, un ruido-interferencia que deforma y asimila no solo al mensaje sino también al emisor.

Poner en escena un concepto como el lenguaje y convertirlo en un personaje que lo devora todo no es cosa fácil, para lograrlo las directoras (Catalina Razzini y Peredo) apuestan a dos recursos; el primero: trabajar sobre el espacio escénico, sobre el universo visual y sonoro en el que habitan los personajes. La obra cuenta con la música de Bernarda Villagómez y el diseño de luces y mapping de Marcelo Sosa, dos artistas con amplia experiencia que logran construir un ambiente que sugiere esa presencia monstruosa, que me genera como espectador una tensión constante y me ayuda a entrar en el universo de la obra. El segundo recurso al que se apuesta es la encarnación del concepto en dos actores: Leo Mora y Alene Gonzales. Como yo lo veo, esta apuesta no paga tan bien como la primera debido a que el peso que recae sobre estos dos jóvenes actores es muy grande: ellos terminan siendo funcionales a la puesta, casi convirtiéndose en dos siervos de escena.

Por otro lado, están los personajes de Bernardo Arancibia y Mariana Requena, que viven una historia de amor; son dos personajes que están físicamente separados uno del otro y deciden tratar de tener una relación sentimental vía internet. La historia de estos dos personajes me pareció aburrida y predecible; la anécdota, en ese sentido, parece ser solo un pretexto para hablar de la imposibilidad de comunicarse. Llamó mi atención en estos personajes su falta de profundidad, esperaba llegar, a lo largo de la obra, a conocer a estos personajes a fondo, cosa que no sucedió; sin embargo, entiendo que esta bidimensionalidad no es gratuita: cobra sentido cuando se asume que los personajes ya han sido absorbidos por el universo digital que prenden habitar, ya no son lo que son, son solo lo que proyectan, un nombre de usuario, una silueta intercambiable. Incapaces de vivir en un mundo saturado de hipertextualidad, ellos y su amor genérico han sido devorados por la virtualidad.

En resumen, la historia de amor no me atrapó, pero el universo en el que sucede esta historia sí: se me presenta creado con mucha inteligencia, lleno de detalles orquestados con mucho cuidado.

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