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La Paz, Chuquiago Marka

El poeta beniano Homero Carvalho rinde un homenaje a la ciudad que le abrió los brazos y donde vivió parte de su vida.

/ 12 de julio de 2018 / 05:08

Nuestra Señora de la Paz de Ayacucho fue la primera ciudad que conocí en la década del sesenta, mi primera terra incognita; yo venía de un pueblito de la llanura y me pareció inmensa y ajena, tanto que no me animé a salir solo por miedo a perderme entre tantas calles y entre tantas subidas y bajadas. La Paz se encuentra sumergida en pleno altiplano y se nos presenta de improviso cuando desde El Alto llegamos al precipicio y el descenso, paradójicamente, nos conduce a las alturas.

Esta ciudad, por extraño que parezca, es un abismo y una montaña y sabemos que desde el abismo solamente se puede ir para arriba, llegar al cielo. Poco a poco la fui conociendo y amando como una ciudad única por su apariencia mestiza que oculta una invisible y antigua ciudad aymara. La ciudad del Illimani, la montaña de los tres poderes: el de la tierra, el de la palabra y el de la gente, contiene a la otra que la habita como un espíritu andino ancestral, y es una paradoja intensa, cruel y hospitalaria, generosa y mezquina, en la que todos los caminos se encauzan a un remoto río que arrastraba oro, piedras y agua, ahora reemplazados por el rumor de muchedumbre que transita por las aceras y el fárrago de los automóviles que transita por el asfalto que ha cubierto los nobles adoquines sobre los que gastaba mis botines de estudiante.

Por el centro de la urbe, que yace entre las nubes, ya no discurren las pulidas piedras ni el reclamado oro; sin embargo los paceños son magos e inventan piedras de la nada cuando de luchar se trata. Conviene que el viajero sepa que si hay un pueblo en Bolivia que ha derramado sangre por la patria, ese es el pueblo paceño, y los ocultos adoquines los saben, porque guardan la memoria de los muertos y heridos en los golpes, asonadas y revoluciones. Mi hermana, Roberta Lichtman, fotógrafa nacida en Nueva York y viajera empedernida, quedó asombrada cuando la conoció: es una ciudad única, por donde se la mire es ella, no puede confundirse con otra y eso lo sabemos los fotógrafos, me dijo y disparó su cámara sobre la plaza Alonso de Mendoza.

Y tal como es, hay personajes que solamente existen en esta ciudad y los paceños lo saben. Hay calles en esta ciudad, como la de “las brujas”, la Condehuyo y la Jaén que por las noches son más misteriosas que muchas imaginadas y hacen que su presencia haga por lo menos sospechar de nuestra realidad. El paceño, además, habla de una manera especial, ha creado y crea paceñismos que ostentan una decidida influencia aymara tanto en la sintaxis y la gramática, así como en el sonido de las palabras y para ellos las cosas poseen espíritu, un ánima, así por ejemplo es frecuente escucharlos decir que tal o cual cosa “se ha hecho perder”, justificando la pérdida de un objeto. ¿De qué fuerzas misteriosas se alimenta el paisaje paceño?

En esta hoyada de un volcán antediluviano, tuve mi primer beso en el barrio de San Pedro, un barrio que lo tiene todo: el mercado Rodríguez y el Panóptico. Allí también tuve mi primera máquina de escribir: una Olimpia que me regaló mi madre cuando cumplí quince años y la convencí de que la necesitaba para hacer mis tareas escolares, aunque lo cierto era que escribía poemas que luego vendía a mis compañeros para que enamoraran a las chicas que pretendían. Escribiendo palabras en esa máquina descubrí algo que la poeta Blanca Garnica hizo evidente años después: que el lenguaje es el sexto sentido, que ordena, explica y da significado a los otros cinco. Aún guardo mi Olimpia entre mis libros más queridos, para acariciarla de vez en cuando. La Paz fue mi primera ciudad y, así como en el amor, hubo otras ciudades como otros amores, pero siempre vuelvo a La Paz.

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Taboada Terán, el escritor que sobrevivió al Larousse

El novelista, ensayista, periodista y defensor de la democracia, autor de ‘Manchay puytu’ y ‘Salvador Allende: ¡mar para Bolivia!’, falleció esta semana dejando una extensa obra

/ 14 de junio de 2015 / 04:00

Varias ediciones del diccionario Larousse de la década de los 90 mencionan a Néstor Taboada Terán como escritor boliviano nacido en 1929 y fallecido en 1989, para luego nombrar algunas de sus obras. Don Néstor, como yo le decía, le sobrevivió 26 años a esta enciclopedia que, pese a los reiterados reclamos escritos que hizo, nunca corrigió su error. Prefirió eliminarlo de su listas de famosos. Cuando le comenté esta historia a la poeta española Carmen Camacho me respondió que algo parecido ya le había sucedido al pintor español Lorenzo Aguirre (1884-1942), asesinado a garrote vil por la dictadura de Francisco Franco, a quien la Enciclopedia Espasa eliminó de sus listas de notables. Una injusticia que es cantada por el poeta Félix Grande en su poema El Desterrado de Espasa. Don Néstor solía bromear diciendo que aquel muerto que había matado Larousse seguía gozando de muy buena salud. Y así lo hizo hasta hace unos días.

Lo conocí en 1983, en La Paz, en aquellos años de la recuperación de la democracia. Yo era un joven con ilusiones de ser escritor y él era ya un autor con un bien cimentado prestigio de narrador, ensayista y político. Desde entonces fuimos construyendo una amistad basada en la literatura, en libros y autores tanto nacionales como extranjeros. Si bien no nos veíamos con frecuencia, cuando lo hacíamos nos tomábamos nuestro tiempo para ponernos al día. Don Néstor era un gran conversador con un humor negro que le ganó varias enemistades entre sus colegas de oficio. Era un hombre que amaba la literatura y siempre estaba escribiendo alguna novela o corrigiendo algún cuento, si no estaba investigando para su próximo ensayo.

En varias oportunidades viajamos juntos a distintas ciudades Bolivia y del extranjero a leer nuestros cuentos y fragmentos de novelas. Uno de los viajes más memorables fue a Buenos Aires, para asistir a la Feria Internacional del Libro 1993. Don Néstor era miembro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), asociación entre las que tenía muchos amigos y gozaba de gran aprecio, ya que había vivido en la Argentina durante el exilio de la dictadura de Hugo Banzer. Muchos de sus libros fueron quemados en una plaza pública como escarnio a un librepensador, y en Argentina le publicaron varios títulos.

PROLÍFICO. Taboada fue, sin duda alguna, uno de los escritores más productivos de Bolivia. Obtuvo muchos reconocimientos tanto en nuestro país como en Argentina y Francia. Además de escritor ejerció de periodista cultural y fundó revistas en Oruro, Cochabamba y La Paz, publicaciones que son ahora de colección. Sus ensayos y obras literarias pasan de la centena, y entre ellas se destacan las Novelas Manchay Puytu —publicada en varios países latinoamericanos y traducida a varios idiomas—, La virgen de los deseos y el Signo escalonado; los libros de cuentos Indios en rebelión y Sweet and sexy; los ensayos Salvador Allende, ¡mar para Bolivia! y Estandarte de libertad. Como antologador compiló El Quijote y los perros, antología del terror político, publicada en 1979, durante los años de la lucha por la retorno de la democracia. Una antología que mostraba los mejores cuentos de esos años acerca de la represión, las desapariciones, las torturas y los asesinatos. El libro está acompañado de la serie del mismo nombre del gran pintor Walter Solón Romero.

En los talleres de literatura que dirijo siempre aconsejo leer un cuento titulado El cañón de Punta grande, que se encuentra en su libro Indios en rebelión. La obra de Taboada fue ampliamente estudiada por el literato inglés Keith Richards en una obra titulada El imaginario mestizo: aislamiento y dislocación de la visión de Bolivia de Néstor Taboada Terán. Hasta hoy sigo pensando que fue una injusticia que no hayan incluido su novela Manchay puytu entre las 15 novelas fundacionales.

En septiembre de 2012 yo fui nombrado Consejero de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia y me dio mucho gusto encontrarlo en dicho consejo. Don Néstor era un hombre que ya había vivido mucho y acumulaba una gran experiencia en temas culturales, pues había sido director del Instituto Boliviano de Cultura en el año 1984 y había ocupado el cargo de director de cultura en varias universidades. Como consejero de la FCBCB su mayor logro fue proponer y lograr que se publiquase la obra completa de las Crónicas de la Villa Imperial de Potosí del gran cronista colonial Bartolomé Arzáns Orsúa y Vela. Paz en la tumba de un gran escritor.

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