El joven poeta, escritor e intelectual boliviano Ignacio Vera de Rada acaba de publicar en Madrid, España, su primera novela, denominada Valentina y Natalia: Novela epistolar (editorial Lacre, colección Autores Imprescindibles).

El curso de la narrativa de esta obra está conformado por una secuencia de cartas que van formando la índole de la novela, cuya principal expresión se concreta en el amor juvenil del protagonista de la obra, Jacob, quien se enamora inicialmente de la jovencita Valentina y más tarde, pasados varios años en los que se dedica a la poesía y al arte, de Natalia, recogiendo y reconstruyendo de esta manera la atmósfera romántica vigente en el siglo XIX en el mundo artístico europeo. Y reconstruyendo, así, el romanticismo en esta América del siglo XXI.

La ingeniosa y pulcra estructuración de la novela, a través del tenor contenido en la correspondencia epistolar, revela el acertado desarrollo de la narrativa novelesca romántica, plasmada de ameno interés por las afortunadas referencias complementarias al punto central romántico, mismo que es desarrollado con un lenguaje pleno de elegancia y que, al mismo tiempo, es transmisor de las acciones, pensamientos y reflexiones contenidos en las cartas, cuyo intercambio se da entre Jacob y Federico, que son los dos personajes que cultivan una amistad reveladora del amor y pensamiento del mismo autor de la novela, Vera de Rada.

Según aflora en los lapsos del amorío, el idilio con Valentina, una bonita jovencita de no más de 15 años, dura solamente algunos meses que son de mutua y fervorosa comprensión y amistad juveniles. Al cabo de algunos años, llega a la vida del héroe de la novela Natalia, una museógrafa hermosa e inteligente a quien conoce en una pinacoteca, pero el amor no es correspondido. Adviene, por tanto, un proceso de desaliento y desgano que merma categóricamente el impulso de los jubilosos días de ilusión y de dicha.

La desgana y el desaliento de Jacob, causados por el menoscabo amatorio y la imposibilidad de ese amor, vienen a influir certeramente en la personalidad del protagonista, creándole un genuino abatimiento, al punto que promueven íntimamente designios de autoeliminación, fatalmente consumados al final de la historia.

El tenor de algunas cartas no deja de mantener ciertas apuntaciones eruditas, que son resultado de los aprendizajes del autor del libro en sus estudios de lenguas clásicas en España, pero que son útiles a la comprensión del meollo fundamental de la obra, como cuando Jacob realiza apuntes críticos de poetas latinos, griegos y alemanes. Otras epístolas revelan conflictos espirituales en el proceso de la formación intelectual y la búsqueda de mejores conocimientos del mundo puramente conceptual, conflictos inherentes a la problemática integral de la cultura.

También están presentes en las cartas reflexiones admirativas de la naturaleza, que fomentan y estimulan el crecimiento de sus pensamientos e ideas sobre sus anhelos y ambiciones culturales y de realización personal.

Algunas de las cartas están saturadas de sus meditaciones sobre la religión y sus alcances divinos, del misticismo y la filosofía, así como de sus esfuerzos personales por acudir a las lecturas y libros atenientes a esos temas.

Igualmente, no son extrañas sus cavilaciones sobre el significado y los alcances reales de la muerte, como un signo radical de la redención de las pesadumbres, todo ello expresado en un estilo que muestra la certitud de sus asertos vertidos en atractiva prosa, reveladora de su predisposición para la carrera de escritor que emprendió con sus obras que tiene escritas hasta ahora.

Con un lenguaje profundo, matizado de hondas reflexiones, muestra la galanura de su estilo que enaltece su espíritu de ingentes sugestiones y de gran ilustración, que halaga la inteligente curiosidad del lector.

Esta novela de Ignacio Vera de Rada es, sin duda alguna, la precursora de un triunfal clarineo literario, sostenido por la certitud de sus juicios y la noble y digna elegancia de su estilo. Dará mucho que hablar.