Icono del sitio La Razón

Víctor Hugo Viscarra en seis retratos

A lo largo de su breve carrera como escritor, escribí en diversas ocasiones algunos apuntes, repetitivos, a veces contradictorios, sobre la vida y los libros de Víctor Hugo Viscarra. Ahora, con motivo de la publicación de su obra completa en la Editorial 3.600, recopilo y acomodo estos apuntes en forma de retratos.

Retrato N° 6. Obras completas

Cuando ya ha corrido mucha tinta y otras habladurías sobre la vida y obra de Viscarra, se presenta por primera vez una edición de su obra completa. Legal y oficial, para pena y jolgorio de los piratas. No añadiremos nada nuevo, ni insólito, tampoco la opinión definitiva ni consagratoria; menos intentaremos colocar al autor en su lugar: un altar o un tugurio. Más bien diremos que la obra de este autor sigue ubicua y viva, no sabemos hasta cuándo. Lo que sí está claro, es que era necesario realizar este gran esfuerzo editorial para difundir sus libros, su obra completa, para que simplemente sea más conocida por un público que sabe de tragos fuertes, y para el resto. Lo demás, lo dejaremos al tiempo y las aguas.

Difícil no repetir lo ya tantas veces dicho, sobre este escritor que es un caso aparte. En vida era conocido como un borracho y un “thanta escritor”, como él mismo se autonombraba; a la semana de su muerte estaba ya en camino de la canonización, como ejemplo de vida y de sacrificio. Y después, se convirtió en mito. O sea, ni modo. Yo mismo, ya siento el peso de ser un obligado testigo de ciertos momentos de su existencia, en especial la de sus últimos años. Al respecto, un periodista me preguntó sobre él, y yo le respondí más o menos de esta manera:

“Cuando estaba sano era todo un caballero. En muchos otros casos había que lidiar como con un bebé. No era extraño verlo con aparatosas gasas cruzadas en su cabeza. Además de alcohólico, estaba en sus últimos años y con bastantes achaques. Aunque él creía que nunca se iba a morir. De modo que no se podían hacer planes, por ejemplo, de viajes, ni a Viacha ni a Alemania, o de programar ediciones formales de sus libros. Siendo un marginal, pocos le daban bola o era un cargoso como todo borracho alegre; ya de muerto fue para algunos un santo. Tenía una inteligencia mezclada con picardía y dolor y rabia; lo más valioso, literariamente hablando, era su autenticidad. Por eso, aún se lo sigue buscando y leyendo”.

También conté más de una vez, sobre la representación de Anoche, en un putero en una conocida y acogedora sala de la ciudad de La Paz, dejando fríos y patitiesos a muchos espectadores. En esos momentos, el autor andaría vaya uno a saber por dónde. Tal vez, para asegurarse el día a día sin muchos sobresaltos, andaba en busca de las altas autoridades de la Iglesia, de la Policía, en algunos hospitales o en oficinas donde medran intelectuales de izquierda o de los otros, o con directores de ONG. De las noches o de su vida privada, solo se sabe lo que quiso decir en su obra escrita por él, y lo que andan diciendo sus ocasionales acompañantes.

Volvamos a sus libros, para no ser cargosos. Sus escritos son literatura y no son literatura. Son cuentos y no son cuentos. No son novelas, tampoco informes sobre la pobreza suburbana, ni tiernos recuerdos autobiográficos, o chistes para niños crueles, o regodeos amorosos para jovencitas inexistentes. Ni obra maestra ni sobra maestra. Son todo y nada. Ahora aquí están, como una respuesta a las diversas necesidades de cada lector. No apta para intelectuales serios, ni para la competencia de escribidores. Tal vez autoayuda para satisfechos, para noveleros, falsos hippies, aspirantes a santos modernos, y en especial para la gente común y silvestre, “mi gente” como a él le gustaba repetir.

Que estas palabras no sean para contribuir al mito, sino, simplemente, para no quedarnos callados ante estas quinientas hojas que no solo rezuman tinta.
(La Paz, julio de 2018)