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Tenemos otros sueños

Escribir una buena crónica podría compararse con la habilidad y talento para componer una obra musical. El compositor debe haber aprendido a dominar el oficio de tal manera que le sea propio el manejo de los elementos de descripción, testimonio, datos —muchos datos—, para colocarlos en proporciones y en sucesión tal que quien se acerque a interpretar la obra —leerla— se deje llevar por el ritmo, se sorprenda por los movimientos propuestos, y sea capaz de hacerse a la idea, lo más próxima posible, de la realidad —exterior e interior— que late en dicha obra.

Karen Gil, periodista, nos entrega, en este sentido, una partitura para voces femeninas titulada Tengo otros sueños. Voces solistas, si se considera una por una las historias particulares de siete mujeres bolivianas, muy distintas una de otra, y para coro de mil y una voces si se atiende al conjunto que entonces, en virtud de la sucesión de dichas historias, deja el plano del caso particular para convertirse en fenómeno. Un fenómeno social que habla de discriminación, de violencia, de marginación, de indefensión.

La autora narra: describe y exprime el lenguaje para darle fuerza, y belleza, a lo que ve, huele, toca, escucha o saborea. Por eso, quien la lee, cree haber visto cómo la hijita de Eugenia, madre soltera y migrante rural en busca de trabajo, “ríe a carcajadas al ver las sombras de los árboles”. O puede sentir la mirada del presidente del Concejo de Collana fija en la joven alcaldesa Bertha, a quien se estuvo a punto de obligar a renunciar: “La mira como si estuviera delante de una niña que dice tonterías”. Y hasta aspira el olor del pollo al spiedo que come Luna, la mujer a quien “llamaban Rudy Cristian” cuando la hacían sentir “que la niña del espejo solo debía quedarse allí, en el espejo”.

Lo destacable de las crónicas escritas por Karen es que no se pierden, pese a lo bien logradas, en las descripciones. En el momento preciso ella aporta con información: leyes, cifras, casos similares. Periodismo del bueno, del que se agradece porque es el lector quien tiene la palabra final para interpretar y reflexionar sobre causas y consecuencias.

Algo más. Se suele decir que el periodista no debe involucrarse con su fuente. Que lo más sano es mantener una distancia objetiva. Karen Gil hace también lo contrario: camina al lado de las mujeres a las que retrata, paga la comida que comparte con alguna de ellas, se ríe con ellas. Se involucra y nos involucra a todas —ojalá a todos— en las pesadillas y sueños de Bertha, Eugenia, Luna, Estefanía, Daniela, Adela y Justa. Para algo así existe el periodismo.