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La ‘novela histórica’ en cuestión

Humo (2017) es la última novela de la escritora ecuatoriana Gabriela Alemán (Río de Janeiro, 1968).  Ganó el premio Nacional de Narrativa Joaquín Gallegos Lara, en Ecuador, y  está en la lista del periódico New York Times de las 40 mejores obras de ficción en castellano de 2017.  La editorial boliviana El Cuervo presentó el 10 de agosto una edición que está disponible en la Feria Internacional del Libro de La Paz, hasta hoy.

Leer una novela para después hablar de ella sin arruinarles a los lectores momentos claves de la trama, es un reto. Alemán afirma que Humo es una obra que le tomó 12 años escribir. Los puntos básicos que se señalan en entrevistas y reseñas son que el libro gira alrededor de dos personajes centrales: Gabriela, una mujer presumiblemente paraguaya que vuelve a su país en 2004, después de 17 años de ausencia, y Andrei un europeo que se dedica a viajar por el mundo y que en determinado momento se instala en Paraguay un poco antes de la Guerra del Chaco (1932-1935).

Así, la novela supone transcurrir en tiempos distintos que se construyen a través de varias elipsis, personajes, voces y recursos diferentes, como cartas, descripciones y poemas que involucran principal, aunque no exclusivamente, a los dos personajes. La novela abre y cierra con la llegada de Gabriela como la encargada de encarar un pasado del que nadie quiere hablar, a través de la lectura de los papeles que Andrei le ha dejado antes de morir.

El punto de encuentro entre ambos aparece descrito en la novela en menos de una página. El hombre le salva la vida a Gabriela y cuando se menciona su relación, parece ser muy íntima. Ella recuerda con mucho dolor la muerte de Andrei y en algún momento el hijo de éste le dirá que ella siempre fue ‘como de la familia’. A pesar de esta aparente cercanía, Gabriela es en cierta medida un pretexto, una lectora ideal que llega no solo a leer, sino también a contar la historia de Andrei, que es  la historia de uno y varios tiempos, de uno y varios países. Él está vivo durante gran parte del siglo XX en Paraguay, siendo testigo de la Guerra del Chaco y de la dictadura (1954-1986) de Alfredo Stroessner que ya de por sí ocupa más de un tercio de la historia del Paraguay de ese siglo.
Así nos enteramos de la vida del europeo, que pasa de intentar hacer un pequeño negocio a ser el doctor oficial de Stroessner, hecho que a la larga tendrá un gran impacto negativo en su vida personal.

La historia de Gabriela se parece a la vida de Andrei porque ésta también tiene un tono sombrío y desesperanzador. Desde un punto de vista omnisciente y muy descriptivo, el narrador en tercera persona nos va contando de la llegada de Gabriela, del cansancio y lo duro de su retorno, de cómo las cosas siguen viéndose igual de difíciles que antes, aún si Paraguay ha retornado a la democracia hace 17 años. Ahí, en la casa de Andrei, recibe un fajo de papeles que él le ha dejado encomendados a su hijo Pablo, justo antes de matarse, pues sufría de una enfermedad incurable. Pablo le ha pedido a Gabriela volver para buscarlos, porque ahora son suyos. Mientras Gabriela lee, se descubren las vidas de ambos. 

Se nos habla también de las relaciones con los otros personajes que componen la novela, todos parte de la familia o amigos de Andrei, todos llevando una vida más o menos triste, sórdida, y que terminan por relacionarse de alguna manera.

La idea de que ‘todos se relacionan’ también se pone en escena literalmente cuando hacia el final del libro los papeles de Andrei salen volando por la ventana y terminan cubriendo toda la ciudad, llegando a destinos diversos e improbables. Alguno termina envolviendo una carne, otro en la boca de un perro y otros son recogidos del suelo y guardados en bolsillos de personas, jóvenes en su mayoría, que sin saberlo, aunque sabiéndolo a la vez, guardan parte de esta historia, que es también “la Historia”.

Esta escena que funge de cierre de la novela, parece tener la intención de mostrar que tanto escribir como leer son actos que pueden tener un alcance mucho mayor al que uno puede imaginar, porque los papeles tienen vida propia.

Dentro de todas las descripciones y detalles sobre el estado de ánimo de los personajes, se insiste también en la dificultad que tienen las palabras para encarar o contar lo absurdo y violento de la historia humana y también de las acciones particulares de los hombres.

Un punto que hallo interesante es el tratamiento que se hace de la Guerra del Chaco. Como bolivianos parece que siempre tendemos a tener una perspectiva nacionalista sobre la contienda. Sangre de mestizos de Augusto Céspedes hace un gran trabajo al describir en sus cuentos cómo la naturaleza del Chaco termina por enloquecer y ahogar a soldados que nunca habían estado preparados. 

En el caso de la novela de Alemán tenemos acceso a una perspectiva diferente, la del lado paraguayo. Se describe con gran detalle el ambiente y pensamiento de los paraguayos durante la guerra, con la desgracia de uno u otro boliviano que figura esporádicamente. Es enriquecedor encontrar obras que nos muestran nuestros propios prejuicios y nos obligan a ser curiosos con cosas que muchas veces damos por sentadas. Ahí están, pues, novelas, tratados, artículos y más que hablan de la guerra acordando, con mayor o menor énfasis, que los límites que separaban a Bolivia de Paraguay en los años 30 no estaban claramente definidos y que las agresiones de una y otra parte fueron muchas veces desastrosas e ilógicas.

Si bien, tanto Paraguay como Bolivia venían de salir de conflagraciones en las que habían perdido— el primero en la Guerra de la Triple Alianza y el otro en la Guerra del Pacífico— Paraguay tenía, aparentemente, una estabilidad militar que Bolivia nunca alcanzó. Ésta cambió varias veces de mando, a diferencia de la figura de José Félix Estigarribia que dirigió las fuerzas armadas paraguayas durante toda la guerra.

En la novela se nos dice, por ejemplo: “Los soldados rasos que hablan quechua y aymara no pueden comunicarse con sus comandantes que dan órdenes en castellano. Los paraguayos han corrido con mejor suerte (…) Todos hablan guaraní”.

La novela solo tiene 200 páginas y a pesar de tener constantes cambios y cortes de historia, es fácil de entender. Y en verdad, todo termina explicándose de una u otra manera.

Al terminar de leerla, la autora agrega varias referencias históricas y literarias que forman parte de la obra o que han sido usadas como fuente de información para escribirla.

¿Es una novela mejor o más interesante si tiene una serie de fuentes ‘verdaderas’ sobre las cuales se escribe? ¿Es la historia de un amor o una familia más relevante si se la proyecta en un contexto histórico?

Alemán parece indicar que sí, que lo que estamos leyendo no son solo descripciones de sentimientos o de espacios, sino también una suerte de documento testimonial ‘basado en hechos reales’.