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Laura Esquivel, la cocina y la revolución

La cocina fue para Sor Juana Inés de la Cruz —poeta y religiosa mexicana (S. XVII)— un refugio, mientras la jerarquía religiosa trataba de coartar su pasión intelectual, prohibiéndole leer. Después de aquella experiencia escribió “Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito” (Respuesta a Sor Filotea de la Cruz). La experiencia vital de la también mexicana Laura Esquivel (1950) coincide plenamente con la cita de Sor Juana, que nace espontánea, mientras ésta reflexiona sobre la importancia de la cocina y la comida en su vida y obra. 

Para ambas, el conocimiento y este espacio íntimo, tradicionalmente ocupado por mujeres, está muy emparentado. Ese es también el caso de Tita, protagonista de Como agua para chocolate, la primera novela que Esquivel publicó en 1989. La escritora visita Bolivia como invitada de la Feria Internacional del Libro de La Paz 2018, que cierra hoy y donde presentó su último libro Mi negro pasado. 

“Comencé a escribir narrativa, porque mi experiencia como guionista me había dejado bastante frustrada. En cine y televisión, la última palabra muchas veces no la tiene ni siquiera el director, menos aún el escritor. Las decisiones finales las toman los productores, que suelen estar preocupados sobre todo por el presupuesto de la cinta”, dice la escritora en una charla íntima y en exclusiva con Tendencias de La Razón.

Esquivel buscó la libertad creativa que necesitaba en la escritura de ficción, donde pudo plasmar y desarrollar todas las escenas que tenía guardadas en su imaginación.

La novela —que de cualquier manera se adaptó al cine después— está estructurada como una película. Así, fue traduciendo imágenes en palabras. Luego, con el tiempo, también se alimentó de las posibilidades que le brindó la escritura narrativa.

“Continuamente voy traduciendo ideas de un lenguaje al otro, viendo que hay elementos que se pierden en el proceso, pero también mucho que alimenta a una y otra forma creativa”.

Para lo que no estaba preparada  es para el éxito que tuvo su primera novela y la cinta que devino de ella —de la cual es también la guionista— sobre todo en el público joven.

“Llegaba yo a las ferias de libros a las que me invitaban y veía que entre mis lectores había una infinidad de jóvenes, de 20 años o menos, que ni siquiera habían nacido cuando la escribí y me preguntaba, ¿qué pueden encontrar en una historia que sucede a principio del siglo pasado, sobre una mujer en la cocina?”

En Como agua para chocolate quiso compartir su acercamiento a la gastronomía, a partir de las recetas de su familia que aún guardaba.

“Vengo de una familia de médicos, pero siempre confié mucho más en los conocimientos de mi mamá, que en los de la medicina misma, que entendía la comida como prevención contra enfermedades, además de como cura misma”.

En el libro utilizó el conocimiento que había heredado como base, al que incorporó sus propias investigaciones. Allí descubrió que detrás de la elaboración de cada plato —y del acto mismo de sentarse a una mesa— hay rituales que le dan forma a la cultura de cada lugar. A partir de la comida, las acciones de los seres humanos adquieren sentido, que trasciende el valor económico que las sociedades le imponen.

Esta realización le permitió entender que entre ella y su madre había una grieta. Durante cierto tiempo, las mujeres habían encontrado en la cocina y en el hogar solo un espacio de opresión, que aparentemente no les permitía desarrollarse intelectual y políticamente.

“Hubo una generación, que es la mía, que consideró que las cosas por las que era importante luchar estaban afuera de la casa, dentro no había nada. Y en mi primera novela yo quería compartir mi redescubrimiento de la cocina. Lugar que habíamos dejado olvidado y que las mujeres mismas devaluamos sin plena conciencia”.

Lo que encontró es que esta reflexión tenía eco en una multitud de personas que estaban buscando una manera de conectarse con sus raíces y de fortalecer su identidad. Esto la llevó a continuar narrando —entre otras cosas— la vida de la familia De la Garza, núcleo de Como agua para chocolate.

A la primera novela, le siguió El diario de Tita (2016), donde se explora más profundamente la subjetividad de la protagonista. Tita nace como el objeto de deseo de su madre, después el de Pedro y luego el de John. Sin embargo, mediante la cocina, se transforma en un individuo dueño de sus propias decisiones, que identifica todos los cambios que la llevan a transformar su situación.

Es la historia de una mujer que decide qué tradiciones dejar de lado y cuáles rescatar. Se libera de la figura castrante de su madre (mamá Elena) y con ella, de la costumbre familiar de endilgarle el cuidado de la matriarca a la hija menor.

“La revolución de Tita es dejar de lado aquella crueldad que su familia le había impuesto. Así, Esperanza, su sobrina, puede educarse formalmente, tener la libertad de casarse y también acceder al conocimiento que hay en la tradición culinaria familiar”.

Mi negro pasado, obra que se publicó en 2017 y que diferentes editoriales trajeron a la FIL 2018, retoma las peripecias de esta familia, como una historia a partir de la cual cuestionar las políticas neoliberales de consumo, que están generando desastres en la salud de la población mexicana y mundial.

“Como decía, antes la comida era considerada medicina. Ahora, las semillas transgénicas son estériles, después de la cosecha se tiene que volver a comprarlas y la comida, ahora, nos está enfermando, lo que comemos nos está ocasionando diabetes, y obesidad. Afortunadamente, en nuestros países aún hay cocineras tradicionales que saben lo que hacen cuando mezclan diferentes ingredientes y eso hay que rescatarlo”.

En apariencia, esta visión está en contradicción con las actividades políticas que la escritora viene realizando este último tiempo. Sin embargo, el error es pensar que el cambio es exclusivo del espacio privado o el público. Esquivel reivindica que las transformaciones deben hacerse en la intimidad individual, para que los esquemas sociales que se dejan atrás no se repitan. Pero no elude la responsabilidad que cada persona tiene, con respecto a la sociedad.

“La política es una obligación de todos, si cada uno diera un poco de su tiempo a esta actividad, tal vez se podrían evitar muchos problemas. No podía quedarme escribiendo en mi casa, mientras el país se nos salía de las manos” explica.

Si bien su gestión como diputada federal —por el  Movimiento de Regeneración Nacional (Morena)— concluyó hace poco, la escritora decidió aceptar el puesto que el presidente electo Andrés Manuel López Obrador le ofreció, en una subdirección ligada a la preservación y desarrollo del patrimonio cultural del país norteamericano.