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Eduardo Baranzano, guitarrista de América

La fusión de lenguajes —el musical, el visual y el literario—, así como de géneros, nutren el recorrido artístico del intérprete de guitarra Eduardo Baranzano. Así lo muestra el repertorio que tocó en su concierto, el 15 de agosto, en el Círculo de la Unión (Azpiazu 333).

En la pieza el Decamerón negro, del compositor cubano Leo Brouwer, el guitarrista preparó una serie de diapositivas que acompañaron su interpretación. Esta obra, estrenada en 1983 por la guitarrista estadounidense Sharon Isbin, narra la historia de un guerrero que quiere ser músico, pero su pueblo no se lo permite. 

La composición se basó en el libro del mismo título, escrito por el antropólogo alemán Leo Frobenius, quien recopiló diferentes mitos y leyendas africanas y está estructurado en tres partes: “El arpa del guerrero”, “Huida de los amantes por el valle de los ecos” y “Balada de la doncella enamorada”.

“Este tipo de obras me gustan mucho porque articulan un racimo de cosas muy interesantes, de todo tipo de arte, solo faltaría la danza, pero como no puedo bailar… lo que hago es darle al oyente una referencia transversal. Que le dé la parte visual, auditiva y la imaginativa”, explicó el músico y  docente.

Parte de su repertorio se compuso por canciones de Juan Falú, compositor y guitarrista clásico argentino, cuyo tío es el conocido músico folklórico Eduardo Falú. 

“Mi camino pasa por todo tipo de géneros; no me detengo a hacer música clásica exclusivamente, sino que me parece que la música folklórica, más en un instrumento como la guitarra, necesita estar cerca de los sonidos del pueblo, y qué mejor que piezas de Juan Falú”, comentó Baranzano, quien se formó en primera instancia en Uruguay, pero desarrolló su carrera, desde hace tres décadas, en España. 

Juan Falú recorrió diferentes partes de Latinoamérica y Baranzano lo escuchó interpretar canciones brasileras y cuecas bolivianas, por ejemplo. Así, el artista uruguayo aprendió de su colega argentino a ampliar su repertorio y a no dejar que la rigidez de las partituras atrapase su creatividad.

“Si bien es difícil, trato de seguir sus pasos. Con él entendí que no es necesario tocar solo lo que está escrito, sino que puede ser incluso mejor crear, improvisar en el momento”, contó.

Los premios obtenidos en diferentes concursos —Toronto, Madrid, Almuñécar, París y La Habana, entre otros— le permitieron construir una carrera sustentable y reconocida, y la enseñanza le ha permitido pulir diferentes aspectos de su técnica.

“Me perfecciono con todos mis alumnos y los alumnos del Conservatorio (a los que dio un taller el 16 y 17 de agosto en La Paz) no fueron una excepción. Nunca se trata solo de enseñar, sino sobre todo de aprender”.