El Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef) es una institución cultural que tiene más de 56 años y cuyo espacio físico se amplió de 50 a 7.805 metros cuadrados (m2). Pero tanto, tanto su gestación como su ubicación en el actual palacio de Villaverde tuvieron matices históricos ribeteados por “golpes de suerte” y un trabajo incansable hasta su consolidación actual. Un primer paso: en 1925 Bautista Saavedra crea el Departamento Científico de Etnografía dependiente del Museo Nacional como parte de la celebración del Primer Centenario de la fundación de la República. Y en 1948 comienza la gestación de un proyecto a futuro… la promulgación del Decreto Supremo (D.S.) 1055 del 19 de febrero de 1948 en el gobierno de Enrique Hertzog, que autorizaba la compra de la casa que perteneció a los Marqueses de Villaverde.

El documento primigenio para la formación de este museo fue presentado por Julia Elena Fortún el 28 de mayo de 1957 a Fernando Diez de Medina, ministro de Educación de Bolivia. Las instituciones se crean y construyen a partir de las realidades sociales de sus entornos y de los agentes sociales que fortalecen o debilitan sus estructuras. ¿Quién iba a pensar, en esa época, que un proyecto sobre el Museo Nacional de Arte Popular (hoy Musef) iba a contar con tantos logros institucionales?

Este museo debería dar espacio a aquello que en ese momento Fortún reconocía como “artes menores”, al “arte popular”. Desde la postura actual abordar temas como el de “artes menores” o “arte popular” llevaría a reflexiones relacionadas con minimización, desprecio, exclusión, entre otros temas. Pero en el momento histórico, político, social que se vivían en 1957 ¿cómo podrían entenderse estos conceptos? Fortún ¿valorizaba el conocimiento indígena o lo desdeñaba? Parece que hablar de “artes menores” evidentemente confrontado con “las artes mayores” podría responder a una lógica positivista donde la cultura occidental pretendía, más allá de excluir el conocimiento ancestral, aniquilarlo bajo el pensamiento del darwinismo social, enraizado en Bolivia en la primera parte del siglo XX.

Pero Fortún entendía el concepto de popular como una alternativa de vigencia de la “cultura tradicional”, definía el arte popular como la “… expresión creadora del pueblo en general, sea de los núcleos indígenas, de los gremios artesanales de villas y ciudades, siempre que las técnicas y la orientación estética estén encuadradas dentro de los añejos moldes transmitidos de generación en generación…” (Fortún, 1961: 12).

Un año antes de la consolidación de Museo de Arte Popular, en el D.S. 06429 se declara Monumento Nacional a la casa contigua al Palacio de los Marqueses de Villaverde, impidiendo de esta forma su modificación física. Tuvieron que pasar 38 años para que este inmueble se adquiera en favor del Musef, pero “la cancha ya estaba rayada”.

Para el 23 de agosto de 1962 el museo comienza a funcionar en el Palacio de Villaverde con una exposición y biblioteca escolar en 50 m2. Paulatinamente aumenta su espacio a toda la primera crujía del Palacio.

Por Resolución 208 del Ministerio de Educación y Cultura, en 1974 cambia su denominativo a Museo Nacional de Etnografía y Folklore. Posteriormente, con la ampliación del espacio contiguo al Palacio de Villaverde —por gestiones de Banzer, que en el D.S. 12627 del 19 de junio de 1975 instruye a la Prefectura de La Paz la expropiación y adquisición del inmueble de Victoria Bohoteguy y Ana Elio de Brito— se restablece el conjunto colonial fraccionado en el pasado.

La década de los 80 del siglo pasado es propicia para consolidar dos salas de exposición cuya característica principal para el montaje fue contar con los mismos actores sociales. Se gestionó la llegada a La Paz de pobladores Uru Chipaya de la región de Santa Ana (Prov. Atahuallpa, Oruro) y Ayoreo de Santa Cruz, para que expliquen personalmente el nombre, forma de uso de cada uno de los bienes culturales además de sus relaciones miticorreligiosas y sus problemas sociales; un adelanto bastante significativo en el tema de montajes museográficos para la época. En ese tiempo se requería con urgencia conocer a las poblaciones indígenas que estaban totalmente invisibilizadas del espectro nacional.

Las exposiciones reconstruyeron la vida cotidiana de ambos grupos originarios, destacando en cada uno los rasgos lingüísticos de lenguas desconocidas y estudiadas en ese entonces solamente por los miembros del Instituto Lingüístico de Verano.

Por D.S. del 30 de noviembre de 1994, Víctor Hugo Cárdenas instruye la expropiación del inmueble denominado la Casa Guidi en favor del Musef, tarea con muchos altibajos que se consolida en 1999.

La lógica de montaje de exposición por pueblo originario funcionó también con la exposición de Tarabuco, para 1997, aunque en este caso ya no se trasladó a pobladores Yampara al museo, sino que se desplazó a un equipo de investigadores que trabajaron periódicamente por el lapso de dos años, antes de consolidar la exposición.

Las muestras museográficas posteriores, desde 2001 aproximadamente, estaban relacionadas con textiles, denominándose “Tres milenios de tejidos” que tuvo cinco versiones. En estos montajes primaba la belleza de las piezas, una lógica de carácter occidental que valoraba el tema estético, trabajando además los “estilos textileros”; de esta forma por razones de conservación se cambiaban las piezas anualmente, pero bajo la misma lógica, destacándose dos versiones donde se validó el tema del uso, con muestras de tocados cefálicos ceremoniales y posteriormente de chuspas, wallquepus, wayakas, entre otros. En este sentido, es valioso hacer un análisis autocrítico para permitir la generación de las posteriores exposiciones, ya que presentar las muestras a nivel de estilos reducía el gran bagaje cultural que existe en Bolivia. Coyunturalmente estaba de “moda” la presentación de las muestras solamente con el tema estético, dejando de lado el análisis de grandes perspectivas de abordaje.

En 2004 el Banco Central de Bolivia cede al Musef en Sucre el edificio Argandoña, e inmediatamente el equipo trabaja en la presentación de la gran diversidad de máscaras que existe en el país. Por tener un carácter nacional, el museo debería abarcar territorialmente el país, de tal forma que la exposición se conformó sobre la base de zonas antropológicas (andina, amazónica, oriente y chaco). Contaba también con una distinción étnica de las máscaras, lo que permitía ampliar el conocimiento local sobre festividades en otras regiones de Bolivia. Esta fue replicada en el Musef La Paz en 2006, con buena recepción de la población.

Para 2005, el Musef, después de tres años en construcción, accede a un edificio contiguo al Palacio Villaverde que amplía sus espacios en aproximadamente 7.805 m2, con instalaciones para diferentes exposiciones, con depósitos para bienes culturales y documentales (biblioteca y archivo), además de un auditorio, sala de lectura y otras áreas que permiten un mejor trabajo.

Posteriormente se realiza una muestra que se remonta a 13.500 años, un recorrido exhaustivo de la historia del territorio donde actualmente está Bolivia.

El cambio museográfico que planteó la cadena operatoria, que estaba relacionado con la obtención de la materia prima, su transformación, su uso y las consecuencias, marcó un nuevo abordaje expositivo. Desde 2013 se trabaja en esa línea para muestras museográficas permanentes, lo que permitió reconocer el aporte de las sociedades nacionales al mundo a partir de sus lógicas, interpelando a la lógica occidental que propone conocimientos homogenizantes bajo el modelo de sistema-mundo, destacándose en este sentido aportes teóricos como de Viveiros, Herrera, Ingold, Latour, Descola, entre otros. Es decir, anualmente se trabaja con temáticas como tejidos, cerámica, arte plumario, metales, maderas y cestería y líticos para destacar el material que resguarda el Musef.

Pero además se desarrollaron muestras menores como muñecas, retablos, gorros y tocados cefálicos, muestras fotográficas sobre Damián Ayma y polleras, Alasita, la Chuwa del Cielo, entre otras.

Éstas nos desafían además a realizar análisis lingüísticos; en las lenguas que se hablan en Bolivia existe un gran contenido de información que permitieron a nuestras sociedades convivir en armonía con su espacio natural y designar cabalmente todos los fenómenos relacionados con la vida, naturaleza y cultura bajo una misma perspectiva.

También las muestras son un desafío a las capacidades multidisciplinares y transdisciplinares, porque estas exposiciones no solamente son para entendidos en el tema cultural clásico, sino para generar una apertura de conocimientos donde intervienen especialistas de diferentes disciplinas. Por ejemplo el esquilar o trasquilar a una llama tiene por detrás un contenido de conocimientos abismal: desde la tierra donde nacen los pastos, los bofedales regados por distintos tipos de aguas de manantial o de lluvia, o bañadas por los nevados, aspectos que condicionan la calidad de la fibra de lana; hasta las formas de peinar e hilar la fibra; pasando por el teñido que implica una variedad infinita de plantas, animales o minerales; el tratamiento, remojo, hasta su transformación final y su uso en los entorno sociales. El trabajo es de distintos especialistas en disciplinas desde la geología, biología, agronomía, química, antropología, sociología, lingüística, historia, arqueología, etc.

Conforman toda esta riqueza cultural las exposiciones itinerantes en el Musef Portátil “El Musef más cerca de ti”, que con fotografías en formato mayor y con carpas transita los caminos de Bolivia bajo el sol, lluvia, noche, día, en condiciones extremas como inundaciones, zonas desérticas, alturas extremas, tórridas áreas o cualquier inclemencia climática, tratando de saciar las necesidades urgentes de los habitantes en el proceso de formación educativa para que revaloricen el conocimiento y la cultura de los tiempos de nuestros ancestros, Ñaupa Runa, Aña Aña, Naira Pacha, Achu, Auqui Auqui…