Un rumor en la tierra socavada: la narrativa de Belén Gopegui
Gopegui, afirma la autora del texto, rompe moldes y se sirve de procesos estéticos ajenos a este género.
En la actualidad, no resulta muy común que las novelas aborden la política. Tampoco lo es que lo hagan para plantear, a través de la historia contada y del desarrollo de los personajes, la posibilidad de construir modelos de vida que se contrapongan al sistema hegemónico, que se asienta en un reparto desigual de la riqueza. Toda la fecunda trayectoria de la escritora española Belén Gopegui (Madrid, 1963) impugna lo que ella misma señala como una mutilación de la novela actual, que en general elige centrarse en conflictos privados e individuales o en indagaciones psicológicas de determinados personajes. Por lo mismo, en las novelas de Gopegui encontramos frecuentemente voces colectivas que rompen los moldes tradicionales con los que se cuentan las historias. Encontramos también un abordaje directo y no edulcorado de cuestiones tan urgentes como poco noveladas como pueden ser las condiciones laborales injustas, la precariedad del mercado laboral, la corrupción establecida entre bancos y gobiernos o las oscuras maquinaciones de aquellos que tienen el poder, es decir, los medios de producción. La escritora española desborda, de esta forma, los límites de la novela social, sirviéndose de procedimientos estéticos que tradicionalmente se han considerado ajenos a este género. Gopegui entiende que plantear cuestiones políticas en sus novelas implica también reflexionar sobre las formas de lo literario y cuestionar, dentro del propio relato, los límites del realismo y de las normas que nos dictan qué es lo verosímil.
En Lo real, una de sus novelas más celebradas, seguimos la vida de Edmundo Gómez Riesco, un “ateo del bien”, desde su adolescencia hasta su vida adulta. El encarcelamiento de su padre por un caso de corrupción marcará toda la vida de Edmundo, al comprender que su progenitor ha pagado para que así los poderosos, aquellos que manejan el sistema, queden impunes. Desde ese momento, el protagonista se considerará un vengador y así irá construyéndose un personaje a la medida. La estructura de la novela rompe con una forma narrativa más convencional, alternando la voz de la narradora, Irene Arce, que nos relata en tercera persona la vida de Edmundo, con la irrupción, a la manera de las tragedias griegas, de un coro de asalariadas y asalariados de renta media reticentes. En la voz del coro conviven una pulsión poética y una conciencia de clase que pone de manifiesto el reparto desigual de la riqueza y las condiciones injustas de existencia. Los y las integrantes del coro observan la vida de Edmundo, de la que también se sienten parte, porque logran, a través de él, volver a creer en la posibilidad de sublevarse: esperanza largo tiempo dormida por sus condiciones materiales de vida, por la servidumbre de los asalariados y las asalariadas hacia aquellos que tienen los medios de producción. Lo real impugna los códigos narrativos con los que a menudo se cuentan las historias, mostrando que en las descripciones asépticas de los escenarios se tiende a borrar la materialidad que los sostiene. Se nos muestra la ropa planchada y la vajilla ordenada, mientras se nos oculta la tabla de planchar, las arrugas, la suciedad y el desorden. Se nos muestra un mundo armónico que borra las distintas opresiones sobre las que éste se construye. “A lo mejor la historia, la historia que te cuentan solo cobra sentido cuando escuchas un rumor en la tierra socavada, y te parece ver deslizarse un cuerpo ajeno a ti”, afirma Edmundo en un momento de la novela. Así, como un rumor en la tierra socavada, la narrativa de Belén Gopegui rompe la ilusión de que las historias que nos cuentan y las visiones de mundo que éstas sostienen no tienen nada que ver con las condiciones materiales de existencia. Sus textos narran “para que podamos hablar en plural”, para que no nos arrebaten la posibilidad de sublevarnos contra el orden existente, para que la libertad recupere su sentido combativo y deje de ser tan solo la inútil libertad de someterse.