Icono del sitio La Razón

La fiesta de las disidencias

Soplaba el viento frío en el patio de la Casa del Poeta (Claudio Sanjinés 1602), pero la discusión quemaba. ¿Puede haber arte sin política?, ¿dónde quedan las militancias y los activismos? Para terror de los amantes de la inquebrantabilidad del idioma español, por doquier se escuchaba “todes”, “nosotres” y “compañeres”. Lenguaje inclusivo, pasión por la palabra y arte político. Así arrancó el Festival de Poesía Sudaka Marica-Torta-Trava.

La tarde del miércoles 12, en el pasillo de ingreso al espacio cultural municipal se exponían obras de artistas participantes. Poesía, narrativa, cómics, fanzines, stickers, bordados y más; entre los cinco y 60 bolivianos.

Había pasado la lectura de textos del libro Poesía Sudaka, compilación elaborada para el festival. “Es el brote de una semilla que se ha esparcido a lo largo de la cordillera, desde la Tierra del Fuego hasta las heladas cumbre del Illimani”, decía la contratapa del libro. Son obra de 23 poetas de Argentina, Perú, Bolivia, Wallmapu (territorio mapuche), República Dominicana, Chile y Ecuador.

Más que una testera, se armó un diálogo encabezado por Susy Shock (poeta, artista, cantante y actriz argentina), con Tamara Núñez del Prado (activista) de moderadora. Susy Shock contó entonces su experiencia de vida en Argentina y de su poesía. Mientras tanto, una caja circulaba para recibir contribuciones voluntarias para la organización, en un espíritu comunitario.

Susy Shock, refiriéndose a sus talleres para personas trans, explicó que siempre quiso que éstos sean un replanteamiento de la palabra y de la poesía desde lo trans, aunque luego vio que quienes participaban tenían una necesidad primera: expresar sus vivencias, afirmarse y reconocerse a través de la poesía. “Está bien —dijo—, lo otro puede esperar”. Y es que a través del arte y las letras  se ha podido reconocer en un yo ahora, no en un “debo” o “quiero” ser, sino desde la reafirmación de sí misma, desde su cuerpo, desde lo que siente y lo que piensa.

Después, el grupo Q’iwsa Queer ofreció una performance en la que encendió una mesa ritual sin dulces: en vez de éstos usaron recortes de periódicos en los que se reflejaba la discriminación a la comunidad GLBT. Le siguió el grupo femenino Adagio, con música latinoamericana y, en nada, se hizo de noche.  

Me llevé a casa una selección de publicaciones: la antología Poesía Sudaka; Eucaristicón de Édgar Soliz Guzmán, un libro, fanzines y cómics del grupo Ají tamos (Patagonia), De estrellas y gotas de Consuelo Torrido Alaiza y un ejemplar muy especial: El número nueve de la edición de Antiprincesas, serie dedicada a personajes femeninos icónicos relatados para niños y niñas. Este número estaba dedicado a Susy Shock, para “chicxs”.

Se trataba de un relato ameno y amoroso de la vida de la Antiprincesa Colibrí, la Tía Trava, que habla de todas las posibilidades de ser y de soñar. En ese momento volvía a las palabras de Susy Shock de la tarde. Su generación nunca había tenido un espejo en el que mirarse, con quién reconocerse desde la niñez, teniendo que buscar formas de hacerlo mucho después, desde el desconocimiento. En cambio —aunque se horroricen los sectores conservadores— en Argentina hoy existe la posibilidad de que niñes trans puedan jugar con sus similares y así, juntes, puedan crecer y encontrarse en comunidad.