Rulfo decía muy acertadamente que los latinoamericanos nos pasamos pensando en la muerte todos los días, al menos una vez al día. Eso muy a diferencia de los gringos, que el día a día les viene dando lo mismo, mientras que en este lado del mundo se acostumbra decir: hasta mañana, si Dios quiere esto, o Dios mediante lo otro. La cercanía de la muerte está en nuestra mente, en la forma como vemos el reloj, el almanaque, el paso del tiempo.

Eso muy a pesar de que Hayley (léase Jeily) es alemana y ha pasado sus escasos años rodando por varios lugares que le enseñaron a pensar en eso de las soluciones finales. Solo se soluciona lo que se sabe problemático, laberíntico. Por otro lado, ¿quién no ha tenido oscuras fantasías de muerte donde al fin se castiga con tu ausencia a los que se quedan? Ese es el fin del suicidio, algo punitivo, una última satisfacción íntima: ¿Qué dirá cuando me vea fría, inerte, pálida, inexpresiva?

Pero nos equivocamos, no hay mayor castigo que saber la verdad, aunque la verdad sea tan relativa y no entre en una sola confesión, porque además lo bueno de mentir es acordarse las mentiras para no quedar como un mentiroso y lo malo de ser mentiroso es quedar como un mentiroso, justamente, por no saber cómo decir la verdad. Un embrollo.

Hayley, la segunda novela de Adrián Nieve, confirma un universo introspectivo y por momentos lleno de solipsismos, inaugurado con El camino amarillo de Drogothy, pero esta vez en una clave de contrapuntos narrativos en expansión, que corren con mejor suerte que en su debut literario del año 2016. Personalmente imagino que escribir una novela es un ejercicio arduo de construcción de personajes y escenarios que sostengan la coherencia de diálogos que nos conduzcan a un algo. Su desenlace es largo y, por momentos, desesperante, pero siempre alcanza sus mejores momentos al final de cada video, que como capítulos, recuentos y ajustes de cuentas, van elaborando lejanos escenarios de sexo descarnado y melancolía. Temor a no ser como el otro, siempre el otro. Temor a la soledad, al rechazo. Mirando a la cámara con resignación, se puede ordenar el mundo.

Existen pocos sentimientos sin explorar en la adolescente voz de Hayley, que siendo tan pequeña y casi ruin, es tanto como cada uno de nosotros a los 17 años. No hay nadie tan bueno o tan malo como uno mismo al momento de ser real. El momento de odiar nuestros cuerpos, aunque bien sabemos que alguien amará nuestras curvas. Un primer punto alto en la novela es lograr la atmósfera para que este intenso diálogo de la verdad se establezca entre alguien posiblemente ausente frente a otro posiblemente presente ¿O nunca te has puesto a pensar en tu velorio y en tu entierro? En las excusas que pondrán para no ir los que sabías que no irían. Regocijarte con tu ausencia, por una vez, también ausente.

La novela está compuesta por cinco videos, cada uno de los cuales explica el porqué de muchas cosas. El porqué de una vida a medias y el porqué de la muerte como verdad completa. Suicidio, depresión por cosas orgánicas, qué es lo que me dice mi loquero. Necesidad de agradar. Necesidad de ser una perra porno imaginaria y no una santa tímida, virgen, dramática, histérica.

Muchas adjetivaciones para que las haga la voz de un narrador que por momentos es capaz de ponerse en el lugar de las interrogantes y en otros momentos en el lugar del interrogado. Un frenético ejercicio de despojarse de uno mismo y ahí es donde hay algunas cosas que se empantanan en la novela. La generación de este diálogo unipersonal hacia la cámara se hace creíble a fuerza de secretos y personajes que van explicando las razones de algo que de por sí no tiene explicación, porque así es la vida y ya.

Me refiero a que se extraña, de repente, descansar de esta intensidad catártica con la descripción de algún paisaje urbano, donde el sol queme el horizonte y descubra poco a poco una habitación donde una adolescente decide morir, pero no morir por morir, sino que su fugaz paso por la tierra resulte una revelación justiciera. Que adquiera los significados de cierta venganza terminada de consumar de una forma liberadora.

Y en los momentos que sacas la cabeza para tomar aire y luego seguir braceando en la lectura, te preguntas si la psicología ha dejado al escritor, o si el escritor ha dejado la psicología. Se salva el crítico, el hombre que maneja términos mainstream muy ajenos para individuos que —repetiré lo que dije en una primera reseña de Adrián Nieve— ven como algo imposible leer una novela en un celular, o saber lo que es Cluesless, o una Cher Horowitz, o pussies, etc., etc.

Entonces el crítico le está por ganar al escritor y el escritor le está por ganar al psicólogo y el psicólogo es el que debe hacerse cargo de dramas más pesados. Un punto medio en la narración: a veces existe cierta tendencia moralizadora que por suerte desaparece al final de cada video.
Hay que aceptarlo y punto.

De tanto en tanto, Hayley y sus guiños cinematográficos. Si antes eran las heroínas como Summer o Clementine, hoy hay un atrevimiento por ser más violento y sexual. En el punto nieve entre el idealismo del amor y la aceptación de que todos los sueños acaban y acabarán. Gente un poco más tarantinesca, digámoslo así, más de día a día, sin futuro y un pasado que se va agotando a sí mismo.

De tanto en tanto, Hayley, una narración llena de personajes lejanos, ajenos a una Bolivia que a veces nos cuesta echar de menos. Lo digo un poco por tipos como yo, que andan buscando cholitas, borrachos, penas villeras, y perros para sentirse a gusto; por eso mismo, romper con esa figura y con el tratamiento de un lenguaje estereotipado es un punto alto en la novela y es coherente con el escenario de la otredad que intenta crear su autor.

Dejar el drama social y tener la certeza que —como decía don Manuel Suárez— a las cinco es la hora de la frivolidad. Y punto.

Lo seguro es que la novela haga reflexionar a más de uno o una sobre su primera vez, que puede que aunque ya haya ocurrido no lo haya hecho del todo, o si no lo ha hecho, le sugiera un soundtrack. Es algo que uno no se pone a pensar, no lo sé. Adrián logra otra vez ponerse en el lugar de una mujer que piensa en la muerte de las cosas, las personas, los momentos y sucesos que vendrán. De lo que fue y ya no es más.
Y lo que es increíble es la capacidad que tenemos de responderle a lo que nos importa que parecía que no nos importaba, y el dolor que arrastramos en las preguntas que nos respondemos.

No basta decir que todo tiene un epílogo. Basta decir que quizá, no saber decir es también decir algo. Como dice la canción: “Nuestro amor fue salvaje, tenía que habernos ocurrido ese final”.

Y quizá en cosas como la culpa, todo vuelve a empezar.