El Hombre
La película del director boliviano Daniel Moreno Catalano toma los códigos del cine negro.
Durante los años 60 y 70 del siglo vencido, en pleno auge del cine políticamente “comprometido”, este último rótulo acabó convirtiéndose en la coartada para muchas producciones desatentas a las obligaciones elementales de cualquier película en su construcción dramática y narrativa, cuando no llanamente chapuceras en el modo de poner en pantalla una trama cualquiera, indistintamente de su opción por el documental o la ficción.
Ahora que lo del compromiso ha venido a quedar devaluado en medio del despiste ideológico general y del vaciamiento del debate político escorado hacia la superficialidad de los memes y otras tonterías digitalizadas en red, el calificativo de experimental va camino de la misma depreciación a título de romper con los cánones —y con los costos— usuales.
Es por cierto bienvenida cualquier película que arriesgue explorar temas y formas de tratamiento a contramano de la adhesión somnolienta a los moldes impuestos por el cine comercial bajo la, falsa, premisa de que es tal el único camino para lograr abrir algún resquicio en la programación hegemonizada por el denominado mainstream. Pero es asimismo evidente que la sola voluntad de evadir los modelos narrativos prevalecientes, o de mostrar que resulta factible rodar careciendo de los recursos financieros promedio, es insuficiente para justificar per se un emprendimiento. La clave sigue estando en la coherencia entre la propuesta y la manera de ponerla en imagen, en el manejo preciso de los medios socorridos para relatar algo.
El hombre, es una película en muchos sentidos atípica dentro del panorama de la producción local y ciertamente, a priori no exenta por entero de interés, aun cuando cabe sospechar que el regodeo cinéfilo de un director lanzado a dar cuenta de su gusto por ciertos géneros y tendencias del film más bien clásico pueda resultarle insípido al grueso de una platea apoltronada en la rutina de la insistencia ad nauseam en formas y argumentos. Más aún cuando en el balance final la torpeza en el modo de evidenciar tal preferencia acaba malbaratando el propósito.
Ambientada en los años 40, edad de oro del cine negro, el largometraje con el cual, luego de amasar durante 10 años su idea y dos años de rodaje, debuta Daniel Moreno, aborda la historia de una venganza, focalizando el relato en las transformaciones experimentadas por el protagonista a lo largo de su descenso al infierno en busca de cobrarse revancha por el asesinato de su esposa, agravio más insinuado que explicitado puesto que al director le interesa enfatizar esas mutaciones, relegando los motivos desencadenantes de su obsesión a un plano secundario.
La producción, financiada en parte por el Ministerio de Culturas, insumió, de acuerdo con las declaraciones del realizador —autor con anterioridad de cortometrajes y videoclips—, la suma de 5.000 bolivianos, montante que aun en las limitadas condiciones de la producción local resulta irrisoria comparada con los costos mínimos usualmente presupuestados.
Por definición y por historia, a partir de un talante crítico, a menudo respecto al propio medio, el cine experimental desborda los cánones formales, argumentales y narrativos para hacer blanco directo en las emociones, los sentimientos, las sensaciones. Adicionalmente son películas hechas al margen de la industria cultural, que tampoco persiguen conectarse con un público masivo. Se orienta por el contrario a una franja minoritaria de espectadores interesados en lo que podría llamarse “película de culto”. De allí le viene su prejuiciosa “mala” fama de hermetismo, accesible apenas a unos pocos iniciados más bien pedantes. Ello no obstante la filmografía de David Lynch, para citar un ejemplo contemporáneo, coquetea a menudo, sobre todo en Twin Peaks, con los modos de dicha forma cinematográfica.
Si partimos de tales características pareciera, en parte al menos, desmedido encuadrar a la película de Moreno en la categoría —pues no se trata de un género en sí—, experimental. Está claro: la fuente básica de inspiración para El hombre, lo decíamos recién, ha sido el cine negro norteamericano de entre los años 30 y 40 del pasado siglo, cuando directores como Lang, Huston, Curtis o Welles le franquearon un merecido lugar en la filmografía clásica. Si bien los recursos figurativos (iluminación, encuadres, manejo de cámara) configuraron cierto modelo propio para una corriente abocada al crimen y a su persecución, una vez establecido el carácter rupturista de aquel cine quedó neutralizado, fundando a lo sumo un clasicismo renovado, con sus propios códigos.
Es cierto que El hombre no ha recurrido a las fuentes usuales donde gestionar los recursos para el financiamiento de su proyecto, pero ello tampoco supone dar por sentado que se halla al margen de una, en realidad inexistente, industria fílmica boliviana. De hecho en esa materia toda la producción local continúa siendo en gran parte una aventura independiente de impredecible desenlace.
Donde sí se advierte un genuino propósito experimental es en la apelación a múltiples intérpretes, alrededor de 20, para corporizar al protagonista genéricamente bautizado “el hombre”, en su decurso por diversos estallidos emocionales, lindantes algunos de ellos con la locura a secas, e insinuando con tal recurso que cualquier sujeto encarado al trance de pedir cuentas por una agresión homicida como la sufrida de arranque por el personaje previsiblemente reaccione con idéntica violencia expiatoria. Cambian los rostros mas no la vestimenta (sombrero y gabardina), ni la gestualidad entre escéptica y altanera del que está de vuelta de todo. El cigarrillo balanceado siempre en las comisuras, completa el paródico tributo a los arquetípicos detectives del cine negro precisamente. En primer lugar sin lugar a equívocos a Humphrey Bogart.
Figurativamente las referencias al cine negro resultan de igual manera patentes en la iluminación tenebrista, de raíz en el expresionismo; los encuadres, mayormente planos medios cortos ceñidos sobre las reacciones gestuales de los personajes; angulaciones ladeadas y fuera de eje para enfatizar visualmente los desbalances emocionales de los personajes. El registro musical homenajea —copia— asimismo las sonoridades de aquella producción de entreguerras atravesada por el desencanto y el nihilismo.
El guion, escrito por el propio director en un ejercicio introspectivo, evidencia altibajos, redundancias innecesarias y dubitaciones al por mayor a la hora de encontrar la salida al asunto. Evita eso sí los diálogos explicativos, reduciéndolos al máximo según era usual también en aquel género de tipos duros y descreídos, acostumbrados a farfullar sus réplicas, trasunto de una sicología de exhausta vitalidad, indiferente al sinsentido de cuanto ocurre en el entorno. La introducción de la voz en off durante ciertas escenas no se justifica en ningún momento dramáticamente, monocorde no consigue transmitir el dolor, la ira, el sentimiento de una pérdida irreparable, y para peor resulta a momentos un tanto inaudible debido a reiterados problemas en la ecualización del sonido.
En cuanto a la interpretación era de prever que la apelación a tantos actores diferentes para meterse en la piel de un mismo personaje redundara en desniveles poco menos que imposibles de evitar, sí coinciden empero en la chatura general. La discrecionalidad para introducir de tanto en tanto secuencias animadas, género en el que Moreno tiene experiencia, tampoco ayuda a levantar el nivel de una hechura presuntuosa, de empaque predominantemente amateur, que confunde el costado lúdico de la experimentación con una juerga entre cuates.
Ficha técnica:
– Título original: El hombre
– Dirección: Daniel Moreno Catalano
– Guion: Daniel Moreno Catalano
– Fotografía: Daniel Moreno; Mateo Romay
– Animación: Daniel Moreno – Voz en off: A. Terrazas
– Producción: Paola Jhanitsa Cáceres, Mateo Romay, Clara Alejo, Carlos Enríquez, José Kellemberger
– Intérpretes: Miguel Barrero, Ccori Villasante, Alejandro Cambero, Alejandro Loayza, José Kellenberger, Daniel Moreno
– BOLIVIA/2018