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Milla 22 El Escape

En tiempos del impresentable primer mandatario del Imperio, cuando hasta el pato homónimo debe encontrarse en pleno trámite de cambio de nombre para aventar confusiones, era por demás previsible que Hollywood se pusiera pronto a tono con la despatarrada retórica del caballero afanado en pasar a la posteridad como fogonero del reavivamiento de la Guerra Fría, adobada con la cháchara de la cruzada contra el terrorismo, funcional a la instalación planetaria del miedo para habilitar cualquier despropósito geopolítico.

Viene al caso detenerse un instante a recordar el papel jugado por el cine hollywoodense durante la contienda ideológica de la segunda posguerra, cuando siguiendo los preceptos de los psichological warriors buena porción de los títulos producidos entre los años 50 y 60 del pasado siglo se alineó, transversalmente a todos los géneros —con preferencia el thriller, las películas de espías y algo menos la ciencia-ficción—, en la disputa propagandística por los imaginarios colectivos de las plateas del mundo entero.

Hubo, claro, de todo en aquella corriente desde groseras chapucerías incapaces de maquillar su inspiración patriotera —Los ladrones de cuerpos (Don Siegel/1956) para mencionar un ejemplo— hasta obras de estatura clásica —Con la muerte en los talones (Alfred Hitchcock/1959) citando un segundo—, las cuales se las arreglaban para deslizar de manera sutil su recado, sin averiar por ello la consistencia dramática y narrativa. Pero en todos los casos era cuestión de rascar lo suficiente el empaque formal para dejar al descubierto la hilacha chauvinista, misógina y, en no pocos filmes, racista, de aquella demonización del otro.

Tal fidelidad a la cosmovisión formateada desde las alturas del poder era por cierto la única manera de escabullirse de la inquisición macartista que acabó con la carrera de unos cuantos, obligó a muchos a probar suerte en otras latitudes y consiguió ser gambeteada por algunos pocos de los sospechados de veleidades comunistas encubriendo su verdadera identidad en nombres ficticios.  

Milla 22 entra enseguida en materia. Overwatch, grupo paramilitar ultrasecreto de la inteligencia estadounidense irrumpe a tiro limpio en una casa para acabar con sus moradores, aparentemente cualquier familia del montón, en realidad un grupo de infiltrados del espionaje de las estepas. A la distancia la faena exterminadora de los agentes es monitoreada desde un sofisticado ambiente hi tech —en los tiempos analógicos se les denominaba “cuarto de guerra”—. Desde allí el vociferante jefe instruye, a gritos a los justicieros, comandados in situ por el igualmente desquiciado agente James Silva, asegurar el óbito de los malos finiquitando la tarea mediante un certero tiro en la cabeza de cada uno.

Meses después, cierto día en algún innominado país asiático, un par de pistas insinúan que podría tratarse de Indonesia, se presenta en las puertas de la Embajada de Estados Unidos Li Noor, cualificado policía originario del sitio, diciéndose estar en condiciones de proporcionar el código requerido para desbloquear un disco duro que contiene los datos precisos acerca de la localización de varios cargamentos de cesio destinados a la fabricación de armas de un poder letal infinitamente superior al de las bombas nucleares. La condición para entregar el dato es ser sacado del lugar y recibir asilo en Norteamérica. Silva y sus muchachos se encargarán del transporte desde la legación diplomática hacia el aeropuerto situado a la distancia del título del filme, recorriendo un trayecto plagado de acechanzas de los rusos, vueltos al sitial ocupado invariablemente en años recientes por tipos pérfidos de turbante o de inconfundibles rasgos latinos.

Se trata de la cuarta producción conjunta entre el director Peter Berg y el actor Mark Wahlberg —el Stallone de la hora— y si bien las tres anteriores no fueron precisamente un dechado de cine a recordar, esta última supera a las precedentes en los desatinos acumulados en todos los rubros. El guion es paupérrimo, al punto de habilitar la duda sobre si Berg contó, para su relato hueco y predecible, con algo parecido a un libreto antes de embarcarse en las andanzas del desquiciado Silva, al que sus colegas califican de “bipolar”, aun cuando el adjetivo resulte insuficiente para definir la horrible interpretación del maniqueo personaje acotado en el modo del autismo neurótico.

No es mucho mejor la del irreconocible John Malkovich, usualmente ponderable pero aquí insufrible en su corto rol de jefe sacado de sí, pura sobreactuación gestual, al punto de orillar la parodia impensada. Ese mismo no calculado sesgo humorístico vetea varias secuencias, en intención muy serias pero en el resultado malbaratadas por el desnortado tratamiento de todo el asunto, despreciando las enseñanzas del thriller y precipitando la narración por el despeñadero de la pura acción.

Especialmente penoso resulta el desperdicio del actor indonesio Iko Uwais en la piel de Noor Uwais tenido por el mejor coreógrafo actual de las películas de artes marciales, en la ocasión aparece reducido a una caricatura de sí mismo, salvo en la escena de su huida, esposado, desde la camilla a través de los edificios, troceada empero por la errónea idea de Berg, quien confunde de manera persistente adrenalina y vértigo con fragmentación a destajo de las escenas en retazos desprovistos de continuidad argumental y expositiva.

La puesta en imagen es en efecto otra colección de injustificados caprichos, el abuso de la cámara en mano y un montaje alocado, en formato videoclipero, que corta mecánicamente las escenas, reduciéndolas a una espasmódica sucesión de masacres y otros momentos brutales, donde no acontece nada importante, acaba embarrando el relato con la confusión, el desorden y el apuro por llegar a ningún lado.   

La película dura 90 minutos, en 70 al menos de los cuales Wahlberg parlotea sin ton ni son recitando la indigerible cháchara cometida por la guionista. Sus soliloquios explican aquello que debiera verse y deducirse del relato, si Milla 22 tuviese algo parecido a eso. Las bobas disquisiciones de Silva son proferidas en charlas de mesa tratadas en el mismo tono histérico del resto, dando otra pauta de la desubicación de un director extraviado en el laberinto de su desconocimiento de las reglas elementales de construcción de un tramado expositivo dedicado a otra cosa que no sea el oportunista discurso fanático apuntado a reinstalar los paradigmas de la supremacía norteamericana y su autoatribuida función de guardián universal.    

Este engendro cinematográfico, la primera película de acción indisimulablemente devota de la obtusa idea del mundo de su profeta, visión a la cual hace honor de la peor manera, avisa lo que se le viene encima al espectador de aquí en más. Y para disipar cualquier duda respecto a su adscripción, en la secuencia inicial, se escucha y ve en persona al tocayo del pato, elogiando las virtudes de los servicios de inteligencia de su administración. El altruismo de dichos funcionarios no deja de ser enfatizado, una y mil veces, en dichos de Silva-Wahlberg, siempre en tono de dolido reproche por la ingratitud de esos civiles a los que protegen con tanto sacrificio. El cherry en el pastel, de la frase promocional del filme dando cuenta que se trata de hurgar en las vicisitudes de “la unidad más calificada y más incomprendida de la CIA”.
Nada que agregar.

FICHA TÉCNICA

Título original: Mile 22

–  Dirección:  Peter Berg

– Guion: Lea Carpenter

– Historia: Graham Roland, 

Lea Carpenter

– Fotografía:  Jacques Jouffret

– Montaje:  Melissa Lawson Cheung, 

Colby Parker Jr.

– Diseño:  Andrew Menzies

– Arte: Alex McCarroll, María Fernanda Muñoz

– Efectos:  Joshua Bailey,  Eric Bruneau, 

Bryan Brimecombe, Troy Collins Jr.,

Jessica Deakin, Rachan Chirarattanakornkul, 

Dylan Casano

– Música:  Jeff Russo

– Producción:  Mark Wahlberg, Peter Berg,

David Bernon, Stuart M. Besser, Andrés Calderón, Scott Carmel

-Intérpretes: Mark Wahlberg, Lauren Cohan, Iko Uwais, 

John Malkovich, Ronda Rousey, Carlo Alban,

Natasha Goubskaya, Chae-rin Lee,

Sam Medina, Keith Arthur Bolden

– EEUU/2018