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Y qué corazón más inflamable me ha sido dado

Y qué corazón más inflamable me ha sido dado”, repetía mientras conseguía abrirme paso entre una masa de cuerpos calientes y furiosos. Uno de esos cuerpos respondió a mi súplica, me agarró del culo y me empujó hacia el escenario. Quedé atascada, el cuadro de la noche se repetía: los deditos de mis manos se extendían pidiendo ser tocada, rogando contacto con ese big bang que sucedía sobre el escenario, casi no llego.

Caí de rodillas a sus pies, entre arcadas y espasmos, como imagino que debe ser cuando uno se encuentra con Dios —o el mismísimo Diablo— estaba frente a Nick Cave, él sostenía con fuerza mi mano y me miraba a los ojos.

“¡Oh! la trascendencia”, pensé, el mejor momento en mis 32 años de vida. Claro, una vida que tiene como una de sus conexiones máximas el interés por la música. O vivir por/para momentos como éste.

“With my voice – I am calling you”, le reza Nick a Susie Bick. La pareja perdió a uno de sus gemelos hace un par de años, el duelo se hizo disco, Skeleton Tree, un dato no menor si hablamos sobre la creación, la banda con más de 30 años de carrera y las oscuridades del mundo, eso contenido en un performance.

Toda esta, mi pretensión, se diluyó.

Aunque el recital tendría tres canciones más del LP, yo huía de ese lugar, no quería una experiencia condescendiente con mi ídolo.

Jesus Alone seguido de Magneto, se corta la luz, hay cánticos de barras, Nick hace callar a todos, las masas responden agitadas pero sumisas. De izquierda a derecha y viceversa, comienza la prédica: no pasaron más de 15 minutos y ya estamos domesticados. Pasa Higgs Boson Blues, se acerca, agarra la mano de alguno de los cuerpos ardientes alrededor mío, se golpea el pecho y gime: “Can you feel my heart beat?”. Pienso: “Siempre Nick”.

Los Bad Seeds dan la talla. Como una especie de artesano, Warren Ellis se colgaba entre loops y sintetizadores, solo como advertencia de lo que venía.

Do you love me?, From her to eternity, Loverman y Red Right Hand, cuatro al hilo de lo más especial para mí, del Let Love In y aunque siempre me soñé volver al pasado y estar en un concierto con la santísima trinidad (Mick, Nick y Blixa), en esta ocasión George Vjestica en la guitarra acústica, Martyn Casey con el bajo, Thomas Wydler en la batería y el increíble Jim Sclavonus calcaban en mi memoria la experiencia musical más salvaje de mi historia.

Nuevamente Warren, su violín con vida propia y la conexión con el público. Manitas temblando en el aire.

En varios momentos Nick nos enseña a respirar, las 10.000 personas del estadio lo seguimos, hipnotizados.

Se aleja, toca el piano, The Ship Song, Into my arms, Shoot me down y Girl in amber en más de una hora de concierto, necesita calmar a las criaturas.

Dura poco, para los exquisitos, la furia, Elvis Presley en mi mente y lloro, no puedo cantar, balbuceo: “In Tupelo”, “¡The King is born! In Tupelo” y sigo llorando.

En Jubilee Street alucinamos todos, el piano, el coro buscando pogo (acompañar el concierto con saltos y empujones): “I’m transforming, i’m vibrating, i’m glowing, I’m flying, look at me, look at me now”.

Los siete músicos se elevaban sobre La Chacarita. El estadio Malvinas Argentinas flota sobre Buenos Aires.

Las criaturas domesticadas hacen palmas en The Weeping Song, Nick baja abriéndose paso entre la masa ardiente, cual Moisés en el Mar Rojo. Coquetea, toca, es tocado, se limpia el sudor, agradece. Termina la canción y abre un pasillo para que algunos afortunados sean parte del show y vuelvan al escenario principal junto a él.

Monotemática y obsecuente, “She starts to flirt…with Stagger Lee”, son susurros que escucho constantemente —y si no los escucho, amo inventarlos y retenerlos—, despierto como Ellen Hutter siendo poseída por Nosferatu, me excita, ya no vuelvo a dormir.

Stagger Lee. Fue la única canción del Murder Ballads, un clásico personal, mientras mi efervescencia iba con el crescendo del tema yo gritaba y hacía pogo sobre el escenario. Yo, periodista cultural amante de la buena música haciendo pogo con Nick, Warren y unos 50 feligreses de la iglesia de los Bad Seeds.

Estuve tan solo 15 minutos ahí, arriba, fue una eternidad. Sentí pudor de grabar con el teléfono, era muy absurdo. De pronto llegó el momento del melómano, “And some people say it’s just rock and roll, ah but it gets you right down to your soul”. Así fue. Directo a mi alma con Push the Sky Away. Nick se despedía, “muchas gracias Buenos Aires”.

El encore fue magnifico, City Of Refuge, The Mercy Seat y nuevamente Nick hace corear al público en Rings of Saturn.

Siempre me he preguntado —sin ninguna falsa humildad— qué se siente cuando se hace algo importante. Como una respuesta a mis varias interrogantes existenciales sé que he tenido una de las experiencias más importantes de mi vida, sino la mejor.

Además, descubrí que reconocerse como una hermosa criatura salvaje que clama ser domesticada por un predicador loco y sus semillas salvajes puede ser el único impulso vital que necesite.

Nick Cave & The Bad Seeds

Con más de 40 años de trayectoria que se inició con los góticos de The Birthay Party a inicios de los 80, la banda ha mutado en términos musicales y narrativos. Cave ha realizado más de 20 soundtracks. Los últimos tres discos de la banda han sido nominados a múltiples premios.