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Ukamau y Ké, de corazón

El rapero más talentoso de Bolivia murió hace una década. Tenía 27 años, la edad con la que mueren los malditos. Se llamaba Abraham Bojórquez. Tenía carisma y rima. La vida lo había endurecido a base de golpes pero nunca perdió la ternura, como una vez pidió el Che. Le decían el Ukamau, el Toriño, el Abraham. Tenía una habilidad innata para empatizar con todos y todas. Lo mismo pasaba una noche tomando en la peligrosa Ceja con primos y maleantes que bolicheaba con gringos, locales y jailones en el Ojo de Agua, en el “Equi” de Sopocachi o el “Rockmuss” de la 6 de Agosto. La vida lo había maltratado desde el minuto uno, pero nunca perdió la sonrisa. Huérfano de madre con apenas cuatro años y de padre violento y alcohólico, tenía tatuada la capacidad de tirar para adelante y la valentía de poner el pecho a la balas, pla, pla, pla.

La muerte cruzó su camino muchas veces (tenía que morir en Brasil, donde rapeó en portugués escapando del trabajo esclavo en los talleres textiles). Hasta que la parca ganó la partida, hasta que llegó su último beso. Un documental nos trae ahora de vuelta su vida, su lucha, su compromiso, su risa.

La película se llama Ukamau y Ké (Así es y qué), y está dirigida por un compañero de pelea y poesía, el también rapero de la hermana Ecuador, Andrés Ramírez. Es una obra fílmica que apuesta por la emotividad, es un filme que te pone el corazón en un puño, que te coloca un nudo en la garganta, que te hace brotar una lágrima por el rostro sin querer. “Háganlo todo de corazón, mientras estén vivos, sean positivos, hagan cosas que les ayuden a ustedes mismos y a los demás también”, así habla(ba) Abraham Bojórquez, orgulloso de sus raíces aymaras. Nunca un gesto de altanería, nunca un gramo de resentimiento, nunca un ápice de envidia.

Ramírez rapeó con el Ukamau en las calles y plazas de Quito. Tocaba devolver la visita, jugar también de local en La Paz y El Alto, seguir la huella de los caminos del Ande. No pudo ser, no se pudo cerrar el círculo. O sí. El documental es una forma de recuperar ese “ajayu” perdido, de cumplir con aquel sueño, con esta promesa. Ukamau y Ké no cae, sin embargo, en sentimentalismos baratos, no trata de edulcorar la imagen del pionero del rap en aymara, no contribuye a construir un mito, ese lugar común en el que resbalamos con frecuencia y ahí están los Borda, los Cecilio, los Saenz, los Viscarra…

Las palomas de la plaza Murillo vuelan, el reloj de la Pérez marca la hora (tic tac, tic tac), los minibuses suben y bajan por las laderas, el teleférico te eleva… el Abraham rima, hace radio en la Wayna Tambo y dispara a quemarropa. A ratos con odio, a ratos con amor. Siempre desenmascarando los mil rostros que tiene el verdugo, siempre dejando que los enemigos vayan por otro lado. Con esa fuerza te vimos caer, con ese mismo power te vemos volver, compañero, alegre, presente, combativo. Con pasamontañas y palo debajo de un puente alteño en Octubre Negro, con sombrero en las sesiones de fotos para la prensa, con churcos y mascando coca para conectarse con los ancestros, con olor a trago y mota, sin poses, con poso, autenticidad a raudales. Dicen que el Abraham se aparece en los sueños de los seres queridos. Llega como siempre llegaba, despacio, tranquilo, con una sonrisa y una joda, con dolor de estómago por el hambre, con un pan seco y agua hervida, con una idea para una nueva rima, una nueva canción. Todavía no sabe que está muerto, todavía no sabe que está vivo entre nosotros y nosotras.

Post-scriptum: el documental ha iniciado de nuevo (después de su estreno fugaz el año pasado) un recorrido por La Paz, El Alto, Copacabana, Sucre y Potosí. A partir de este jueves 22 de noviembre (y hasta el 8 de diciembre) la Cinemateca Boliviana pasará la película. Los que conocieron al Abraham, se reencontrarán con él de nuevo, recordar es vivir y pelear a trompadas con la muerte. Los que hoy solo conocen sus canciones (Medios mentirosos, Periférico, América Latina, El sistema tiene fallas, Estamos con la raza, Libertad para los pueblos, Ya se levantan, Niños de la calle, La ciudad de los ciegos, El inmigrante, No más guerras…) se darán cuenta de que el Ukamau era un imprescindible. Se enterarán ahora de que era nuestro “Muhammad Alí”, porque el Toriño también flotaba como mariposa, picaba como abeja. Un rebelde con una causa (y ahora una película, la excusa perfecta para cerrar el círculo, para abrir las avenidas de la esperanza). Nuestro mejor homenaje: la lucha, sin llorar, de corazón. Fusil, metralla, el Abraham no se calla. Jallalla Ukamau y Ké.