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Animales Fantásticos: Los crímenes de Grindelwald

Los millones de adeptos a la saga de Harry Potter y sus añadidos estarán sin duda de plácemes ante el anuncio del estreno del segundo capítulo —de cinco previstos—, de esta precuela, un retconning, o “continuidad retroactiva”, flamante y forzado vocablo añadido a la inflación incesante de la jerga anexa al fenómeno, que en la primera semana en cartelera trepó al primer lugar de recaudaciones en los Estados Unidos y buena porción del mundo.

Es poco probable empero que sus expectativas, las de los fans quiero decir, queden saciadas por una película que introduce un sesgo inesperado en la caracterización de Albus Dumbledore, expuesto en la oportunidad como un personaje de inclinaciones gay —atraído en particular por Grindelwald (Johnny Deep)—, respondiendo al anuncio de J.K. Rowling en sentido que siempre había imaginado de esa manera al personaje, aun cuando en ninguna de sus apariciones precedentes éste hubiese mostrado en sus actitudes indicio alguno en tal sentido. Lo cual añade este enredo adicional a una cadena cada vez en mayor medida transformada en un acertijo indescifrable incluso para los seguidores fanáticos del asunto. Ni se diga para el espectador ajeno a las elucubraciones de la novelista que, para peor, resolvió reservarse el papel de guionista en las últimas entregas, siendo que desconoce visiblemente las diferencias básicas entre la técnica literaria y la narrativa cinematográfica.

Algo así como un guiño hacia la conveniencia de admitir al otro, al distinto, sobrevuela pues ese universo fantástico, desde una mirada que supuestamente habría fortalecido tal invocación con la referida alusión a la homosexualidad de uno de sus personajes centrales, aun cuando es discutible que tal recado, perdido en la mezcla de anécdotas, situaciones y personajes que asoman y se evaporan, como por arte de magia justamente, llegue a destino.

Dicho de manera más pedestre, la regla medular de las señaladas franquicias, concebidas como pura estratagema comercial, esto es “consumo luego existo”, ya parecieran ser a estas alturas la motivación esencial de una operación destinada a prolongarse en el tiempo simplemente mientras la taquilla siga reaccionando, de manera casi pavloviana, con el montante suficiente para alimentar tal persistencia, insostenible desde cualquier otro punto de vista.

Así esta secuela de la precuela, dirigida de manera deslavada por David Yates —realizador a cargo asimismo de los últimos cuatro episodios de Potter—, acentuando las insuficiencias expuestas en sus anteriores pasos por el asunto, cambia de tono respecto a la entrega inicial abocada a las andanzas de Newt Scamander (Eddie Redmayne, siempre propenso a la sobreactuación) entre bambalinas del mundo de los hechiceros de nacimiento y sus recelos corporativos a la apertura hacia aquellos comunes mortales que se dicen, o sienten, dotados ellos también de habilidades mágicas, los muggles en el argot macerado por la novelista-guionista.

La plomiza y desnortada historia entretejida, es un decir, por Rowling, arranca con la fuga de Grindelwald desde la prisión donde acabó en el capítulo anterior. Aprovechando su traslado desde Nueva York a Londres fuga a bordo de una carreta fantasma que remite a la del clásico de título homónimo de Sjostrom (1921). Es el inicio a su vez de la búsqueda del misterioso Credence, el “osbscurus” que el malo ansía incorporar a sus huestes de magos y brujas pura sangre para dominar con ellos el mundo, mientras el Ministerio de Magia se halla afanado en la misma persecución, pero para poner fin al peligro encarnado en ese hijo de hechiceros dotado de poderes sin límite, así sea terminando con su vida.

Tal seguimiento cruzado, junto a los intentos de otros personajes en afán de colocar a buen recaudo a un inocente, fueron eventualmente el hilo dramático alrededor del cual debía articularse un relato que aparte de convocar, se dijo, a la tolerancia desliza unos cuantos apuntes a propósito de los flamantes modelos autoritarios instalados en distintos puntos del orbe. Pero aquello se va desdibujando también entre las múltiples tramas y subtramas de una película bastante más oscura, adulta si se quiere y significativamente menos entretenida que la anterior, tal vez calculando que los seguidores de Potter ya transitaron el camino a la adolescencia y se hallan por ende en condiciones de sumergirse en este turbulento océano que acaba ahogando a buena parte de sus protagonistas y eventualmente el interés de los espectadores, aun el de aquellos en pie luego de los tediosos primeros 45 minutos durante los cuales el revoltillo de nombres, encuentros, desavenencias, malentendidos, parejas que se forman y muy pronto se hacen añicos, configura un auténtico laberinto sin salida.

Daría la sensación de esbozarse una con la visita a Hogwarts, el colegio de magia y hechicería donde Potter interiorizó los rudimentos de tales saberes, pero al igual que el resto de los apuntes desperdigados al tuntún a lo largo de la trama, éste no pasa de ser un pincelazo ayuno de cualquier sentido, a menos que la guionista hubiese estimado necesario recordarles a algunos espectadores despistados la conexión entre ambas series.           

Al anzuelo predeterminado de reencontrarse con los personajes del capítulo uno de este spin off —otra de las palabrejas apareadas con la pandemia de las sagas— en torno a las aventuras ocultistas de Potter, se añade la presencia inédita de un desperdiciado Jude Law en el rol del rejuvenecido Dumbledore no obstante su casi provecta figura en anteriores apariciones, cuya presencia se reduce a unos cuantos minutos e igual cantidad de réplicas, junto a la de Depp en el papel del villano de ocasión, llamativamente más controlado que lo usual y reponiéndose en alguna medida de varios traspiés recientes, gracias al equilibrio mantenido entre el odio interior con un comportamiento amable, duplicidad que potencia la peligrosidad del conspirador.

Dumbledore no es la única de las criaturas desaprovechadas por su creadora. También Scamander y su amor por las extrañas bestias salvajes semejan más una pieza de enlace entre algunas situaciones que no cuentan nada y otras que tampoco, las cuales abundan a lo largo de un metraje sobresaturado de anécdotas dispersas y seres, fantásticos o comunes, extraviados en medio de la errática trama ultimada con una resolución que, de igual manera, semeja un atolondrado final que, por lo demás, demora demasiado en llegar. Como si todo el plantel estuviese urgido de pasar cuanto antes a los capítulos venideros, de los que cabe, por lógica consecuencia, esperar muy poco puesto que los casi 63 millones de dólares embolsados durante la primera semana en cartelera con seguridad lamentablemente no disuadirán a los productores de entrarle a las, por ahora, tres reincidencias previstas pero tampoco ayudarán para enderezar las cosas en materia dramática y narrativa.

Que los efectos especiales exhiban un indudable virtuosismo visual y que algunas escenas de persecución impidan el hundimiento total de este trasatlántico sin brújula son casi anécdotas menores de cara a los desaguisados dramatúrgicos, a la inocultable falta de ritmo, a la artesanía rutinaria de la tarea de dirección, al gigantismo decorativo, a la expansión inflacionaria de su universo fantástico. En suma a la incapacidad de discernir entre una realización ambiciosa y otra a duras penas pretenciosa.

Título original: Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald

Dirección: David Yates

Guion:  J.K. Rowling

Personajes creados por: J.K. Rowling – Fotografía: Philippe Rousselot

Montaje: Mark Day – Diseño:  Stuart Craig

Arte: Martin Foley, Lydia Fry, Christian Huband, Samuel Leake, Hayley Easton Street, Helen Xenopoulos

Música:  James Newton Howard

Efectos:  Hiram Bleetman,  George Buckleton,  Mike Cahill, Leon Callard, Nick Churchill, Adonis Ahogle-Bouchet

Producción:  Neil Blair, Danny Cohen, David Heyman, Steve Kloves, J.K. Rowling

Intérpretes: Johnny Depp, Kevin Guthrie, Carmen Ejogo, Wolf Roth, Eddie Redmayne, Jude Law, Zoë Kravitz, Callum Turner, Derek Riddell, Cornell John, Ezra Miller, Ingvar Eggert Sigurðsson, Poppy Corby-Tuech, Andrew Turner, Maja Bloom

INGLATERRA, EEUU/2018