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Lo peor de los deseos

No puede atribuirse a la mera casualidad que de manera llamativamente reiterativa varias producciones nacionales recientes opten por la oscuridad como acento predominante, tanto en el entorno visual donde discurren sus tramas como en los asuntos hacia los cuales focalizan estas últimas su mirada. Puesto a pensar acerca de los motivos de tal sesgo tampoco me deja satisfecho la eventual presunción de apego a una suerte de moda, o de impulso a la imitación.

Usualmente no es ese el caldo de cultivo para un “espíritu epocal”, reflejo más al contrario de las aprensiones colectivas anidadas por lo general en el subconsciente o, para el caso, en los miedos instalados en el ánimo ciudadano. El espectro de la inseguridad, de la violencia ronda persistente, engordado por la espectacularización mediática empeñada en hacer de lo que fuese material para el show que, aseveraba otra película, debe continuar, con ribetes por cierto en cada vez mayor medida grotescos.

Por añadidura tal vez no sea superfluo mencionar que las distopías —lo opuesto de las utopías— ocupan un nicho cada vez más amplio dentro de la ciencia ficción, pero no solo en ese género de la producción actual, incluyendo la de la industria menos dada a las especulaciones filosóficas. El hecho es que la visión pesimista de la sociedad visible en el horizonte se ha vuelto muy rentable, lo cual no constituye tampoco un juicio de valor generalizable puesto que en la materia hay de todo un poco. Ergo, el mentado espíritu de época no es tampoco exclusividad local, aun cuando muestra desde luego rasgos propios.

A diferencia de las premoniciones distópicas de la ciencia ficción de cara al porvenir, de alguna manera podría entenderse que este repetido descenso de las películas nacionales hacia el laberinto de los oscuros deseos cobijados en los pliegues nocturnos del cotidiano nos pone en autos acerca de estar viviendo ya una distopía en curso en el reverso de la normalidad aparente transitada a la luz del día.

Que se hagan realidad  —afirma el título, y se (nos) propone constatarlo el relato, de la película homónima— es lo peor de los deseos. Con esa premisa de partida Claudio Araya, nacido en Chile (1977) y afincado en Bolivia desde 1982 junto a sus padres exiliados por la dictadura pinochetista, asume el reto de una doble, compleja, inmersión en los entresijos de nuestra cotidianidad política-sindical y a las entrañas de sus protagonistas, enfrascadas en las pugnas de poder entre los aspirantes a hacerse portavoces de las apetencias corporativas, forcejeo cuyos adobos cicateros la puesta en imagen expone sin afeites, a momentos desde una franqueza lindante con la brutalidad.

La voz en off de Carlos Borja, encarnación cabal del “doble cara”, es el hilo conductor en ese viaje a la implacable ruindad de nuestra proverbial pasión fraccionalista y de las ambiciones desatadas, dispuestas a valerse de cualquier medio en el afán de satisfacer sus objetivos. El de Borja apunta a destronar a su “amigo” Roberto Frías como dirigente máximo de la Federación de Choferes “12 de Septiembre”, enzarzada en un choque frontal con el gobierno a consecuencia de la promulgación de una severa ley contra el contrabando de vehículos.

El telón de fondo de aquella sórdida pulseta ninguna de cuyas partes está dispuesta a escatimar bajezas —incluyendo el “cogoteo” de algunos “compañeros”—, es un entorno convulsionado y en pleno proceso de reacomodamiento de sus escenarios sociales.

Esto último se corporiza, con acentos ambiguos por cierto, en la figura de Margot Mamani, esposa de Roberto y principal impulsora, en interés propio, desde luego, de la radicalización de las medidas de los conductores de servicio público buscando doblarle el brazo al gobierno en su propósito de hacer efectiva la referida ley.

Margot representa por una parte el poder de la así llamada “burguesía chola”, al tiempo que reactualiza la todavía vigente figura del matriarcado, tan influyente en los sectores populares, sin por ello dejar tampoco de poner en cuestión la violencia machista, explícita o soterrada en comportamientos naturalizados por el tradicionalismo que los consagra bajo la figura del reparto “intocable” de los roles de género enraizados en las normas de convivencia.

Se evidencia empero otra connotación a propósito del peso de Margot como factótum y desencadenante en definitiva del drama. Aquella roza las suspicacias de quienes ven con indisimulable aprehensión el ascenso de sectores anteriormente relegados a un segundo plano hacia espacios determinantes para la toma de decisiones.

El rol de los políticos está personificado por su parte en la silueta de Don Mono el “lobero”, declinación criolla del lobista, que teje y desteje arreglos atrincherado entre la penumbra de un despacho funcionario, locación que a su vez trae a colación el tópico del burócrata acomodadizo e insumergible

En afán de insertar a lo largo de la trama la mayor cantidad posible de citas al contexto se advierte en Araya una desatención al peligro del empacho referencial que entibia la tensión dramática haciéndole perder fuerza. Es un recurso legítimo pausar de tanto la progresión del relato a fin de precaver el cansancio y tomar impulso para el siguiente giro de tuerca. Por cierto en materia creativa todo cuanto responde a una forma de estructurar la narración resulta lícito. Otra cosa es cuando los efectos no son deliberados y devienen de un error de cálculo o del mero antojo del realizador.

Y esto último asoma en la colacionada inflación alusiva que va desde la adivinación y la brujería, hasta la infaltable referencia —reiterativa por añadidura— al consumo sin medida de alcohol, pasando por los bailes, los prestes, las ñatitas, las formas veladas de prostitución, el matadero como sitio de ajusticiamiento, y todo cuanto el lector quiera listar. Tampoco el antes referido uso de la voz en off queda en absoluto justificado y más al contrario da la impresión de ser un efectismo prescindible. 

Tampoco escapa el realizador a la fascinación del dron, que sustituye en la actualidad al hasta hace no mucho vigente culto al show del zoom, recursos técnicos neutralizados, por abuso, en su eventual función expresiva.

Sin embargo frente a esas demasías opinables, Lo peor de los deseos exhibe varios aciertos sustanciales. El tratamiento visual compone la atmósfera idónea para sumir al espectador en el denso cruce de querellas y dobleces que nos interpelan en el modo del espejo de feria. Cuenta al efecto con el respaldo de una sorprendente banda sonora y con el parejo rendimiento del elenco, en el cual sobresale la poderosa personificación de Margot por la debutante Inés Quispe, destacando asimismo los trabajos del mexicano Tovar en Borja —aún a pesar de momentáneos coqueteos con el estereotipo del villano—,  de la colombiana Esmeralda Pinzón en la piel de la indefensa y en paralelo batalladora amante de aquel y el de Hugo Pozo en el del insidioso vivillo aprovechado del lío entre Borja y Roberto para sacar su propia tajada.

Si a lo largo de este texto el lector se ha topado con múltiples entrecomillados ello se adecua al estilo de contar elegido por Araya trabajando en simultáneo sobre varias capas denotativas intercaladas, oscilando entre lo dicho, lo sugerido y lo supuesto. Es una opción narrativa empática con la materia narrada, y en la fluida compatibilidad entre ambas está en definitiva cifrada la consistencia de cualquier trabajo creativo.

Hay un punto empero que dejo a la ponderación del espectador/lector. De alguna manera la afirmación del título —que así acaba siendo un capricho ingenioso, pero capricho al fin— se me ocurre desdicha de lleno por la frustración de Margot, a la cual todo su poder y dinero no le bastan para cumplir su mayor deseo: el de ser madre…

Ficha técnica

– Título original: Lo peor de los deseos

– Dirección: Claudio Araya Silva

– Guion: Claudio Araya Silva

– Asesoramiento:  Mitchel Gaztambide, Miguel Marcos Cabrils,

Cyan Rodríguez, Wilmer Urrelo

– Fotografía: Jerónimo Rodríguez Gracia

– Montaje: Jesús Rojas, Juan Pablo Di Bitonto

– Arte: Sebastián Piel, Abel Bellido

– Música: Charly Rojas Lara

– Producción Ejecutiva: Yara Morales, Denise Quintero,

Diana Ramos, Claudio Araya Silva

– Intérpretes:  Luis Felipe Tovar, Inés Quispe Ticona,

Luigi Antezana, Hugo Pozo, Esmeralda Pinzón,

Jorge Jamarlli, Amuya Montero, Miguel Vargas,

Franklin Sánchez – BOLIVIA, COLOMBIA, MÉXICO/2018