En la mayoría de los países el rubro artístico se encuentra protegido a través de gremios que se encargan de varias tareas: desde brindar coberturas médicas a bajo costo a los artistas hasta proteger los derechos de reproducción de las obras. Esto último es muy importante no solo por los plagios entre colegas del ambiente, sino porque también puede impedir a una obra teatral viajar a otro país que disponga de legislación de derechos de autor, de no contar con los permisos correspondientes.

Lo que perjudicaría de forma directa a la cultura de una nación dificultando la exportación de sus productos artísticos.

En América Latina son varios los países que cuentan con legislación bajo el sistema de la OMPI (Organización Mundial de la Propiedad Intelectual) como México, Chile, Argentina, Uruguay, Colombia, Brasil y hasta República Dominicana.

Argentina es de los países de la región que más exporta obra en artes escénicas y está presente en la mayoría de los festivales teatrales del mundo. En el rubro los dos gremios más importantes de este país son la AAA (Asociación Argentina de Actores), y Argentores (la de autores). Pero faltaba algo. La de directores, que había sido fundada en 1962, se había perdido en la dictadura en 1977 y no se había vuelto a recuperar, por lo que la puesta en escena de las obras argentinas en ese país y alrededor del mundo no contaba con protección alguna.

Pero además, en la enorme movida teatral que coloca a la ciudad de Buenos Aires casi en el podio mundial en cantidad de producciones independientes, hacía mucho tiempo que directores y directoras venían financiando sus producciones, ante la creencia instalada de que los actores aportaban su trabajo y no correspondía pedirles compartir los gastos aunque fuera una cooperativa, a un proyecto al que los invitaban a participar. Pero el director también aportaba su trabajo.

Hasta que un día, en las redes sociales la directora Mariana Chaud escribió: “…Me preocupa y me angustia que, sumado a la precariedad de nuestra profesión, a la falta de subsidios y apoyo públicos, a la escasez de trabajo en los ámbitos públicos y privados, nos veamos expuestos a tener que financiar nuestros espectáculos. (…) ¿Por qué seguimos aceptando semejantes condiciones? ¿Qué podemos hacer para modificar estos funcionamientos? ¿Por qué no nos agrupamos para lograrlo? Yo desde mi lugar digo: Basta”. Los comentarios de otros directores y directoras comenzaron a sucederse por decenas adhiriéndose al malestar.

Es cierto que, probablemente, los directores sean el rubro de artistas más focalizados del arte, pero también es parte de la idiosincrasia del pueblo argentino más digna de imitar, que cuando algo es injusto se moviliza por sus derechos, comprendiendo a cabalidad que en una nación democrática todos somos dueños de lo que allí se genera, y no unos pocos.

Uno de los directores dueño de un teatro ofreció el espacio para encontrarnos. Al principio éramos unos 20. Esos encuentros pasaron a denominarse Asambleas y se decidió que fueran cada 15 días, lo que se cumplió a rajatabla. Algunas veces unos no podían asistir, pero ingresaban nuevos miembros. La idea era sumar fuerzas y cada uno podía invitar a otros directores o directoras libremente. El recordatorio de cada Asamblea corría por mail sin falta cada mes.

Lo primero fue buscar una Asociación de directores ya constituida en otro país, cuyos estatutos pudiéramos tomar de referencia, y así apareció ADE, la Asociación de Directores de Escena de España. Ésta definía al director “profesional” como el que posee estudios universitarios en el área teatral y cinco o más puestas estrenadas. Allí se armó un poco de bataola, ya que en Argentina no hace mucho que existen las carreras universitarias de dirección escénica, por lo que reconocidos y talentosos directores no cuentan con estudios universitarios. Por eso el segundo paso fue adaptar esa descripción a América Latina. Luego se invitó a la Asociación de escenógrafos y vestuaristas recientemente conformada  a que nos relate su experiencia.

Y luego de algunos debates, en un brindis el lunes 17 de diciembre, se realizó una presentación en sociedad de APDEA (Asociación de Profesionales de la Dirección Escénica de Argentina). Ese mismo día se buscó una cajita que se declaró “gorra” y se recolectó dinero de todos los asistentes, con lo que se juntaron los fondos que pagarán la primer asesoría de un abogado especialista en derechos culturales. Aún queda el papeleo legal, pero a los directores y directoras de Argentina nos tomó cinco meses organizarnos para crear esas condiciones de trabajo necesarias que no estaban dadas. Porque los directores y directoras teatrales sabemos que somos nosotros los artífices del mundo que queremos crear. Que toda ficción opera en la realidad. Y que la unión hace la fuerza.