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Anna Calvi: El drama performer al acecho

‘Hunter’ (2018) es el cuarto disco de la cantante y compositora británica de indie rock.

/ 23 de enero de 2019 / 20:00

Inteligencia, pasión y romance”, la música de Anna Calvi está llena de ello, dijo hace algunos años atrás Brian Eno.  Con un álbum homónimo, la cantante y guitarrista fue presentada al mundo de la música nada más y nada menos que por el gurú británico que hizo correr la voz de que había una nueva reina de las reversiones (Cohen, Piaf o Elvis) e hizo lobby para que la artista sea telonera de la banda de Nick Cave con Warren Ellis: The Grinderman.

De ese momento han pasado siete años y dos discos para que llegue Hunter, que presenta 10 canciones recargadas de su potencia vocal performer, riffs y melodrama donde pese a que su estilo quizás parezca repetitivo, personalmente siento que es un trabajo más maduro.

A primera escucha me sigue sorprendiendo la cadencia dramática de sus sonidos, también la provocación incontrolable de Calvi. Propuesta que toma al escucha como si se tratase de un virus fulminante adictivo. Como si la artista fuera un “cazador” al constante acecho de su presa. Una vez que la encuentra se la devora entera.

El trabajo es producido por el favorito de Nick Cave en los últimos 15 años, Nick Launay, en Konk Studios en Londres, pequeño detalle que solamente da fe de lo evidentemente melancólico y casi sobrio del disco, credenciales que Calvi ya se había ganado con sus propuestas anteriores.

La acompañan los habituales: Mally Harpaz —en varios instrumentos— y Alex Thomas en la batería. Lo que hace que esta ocasión sea especial es que la músico invitó a otros dos ilustres: se trata de Adrian Utley de Portishead, en los teclados, y Martyn Casey, de los Bad Seeds, al bajo.

La épica del disco se basa en la voz —contralto— de Calvi a la cual la acompaña la magia de la guitarra interpretada por la misma cantante, son estruendos melódicos que invaden como un terremoto que se va convirtiendo en un tsunami lujurioso donde la cantante se apodera del instrumento completamente. Y si es que Calvi trata de hacer catarsis de su inmenso mundo interno, lo logra con orden y potencia.

Desde sus inicios As a Man, pasando por Dont be the girl out of my boy y culminando con Wish, las 10 canciones del disco son arrolladoras. Los susurros y chasquidos de dedos durante todo el disco brindan el misterio, pero también mucha elegancia a las canciones.

“Si fuera un hombre en todo menos en mi cuerpo / Oh, ahora te entendería por completo”, dice la canción de apertura. Nada más que añadir a la impronta que domina la narrativa del trabajo.

Las letras tienen mucho que ver con la identidad de la cantante, con sus dilemas sobre género y también sobre sexualidad. Me colgué en Alpha, una de mis favoritas. “Creo que el género es un espectro”, escribió Calvi en Instagram recientemente.

“Creo que si nos permitieran estar en algún lugar en el medio, no empujados a los extremos de masculinidad y feminidad realizadas, todos seríamos más libres.

Quiero ir más allá del género. No quiero tener que elegir entre el hombre y la mujer en mí”, indica el manifiesto que acompaña el disco. Inocente o no. El alegato le queda chico al gran disco de Calvi. Me quedo con: “Llevo mi cuerpo y mi arte como una armadura, pero también sé que ser sincero conmigo mismo es estar dispuesto a ser herido. El objetivo de este registro es ser primitivo y hermoso, vulnerable. y fuerte, ser el cazador y el cazado”, del mismo manifiesto.

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El enigma de Charlotte Gainsbourg

La actriz, directora y cantante ha construido su carrera con la música como principal impulso. Presentó su EP ‘Take 2’, un work in progress y B sides de ‘Rest’ (2017).

/ 10 de abril de 2019 / 04:00

I  shut my eyes and all the world drops dead; I lift my lids and all is born again” (Cierro los ojos y todo el mundo muere; Levanto los párpados y todo vuelve a renacer), forma parte de Mad Girl’s Love Song, poema de Sylvia Plath que Charlotte Gainsbourg toma prestado para una de sus canciones. Es quizás el aura terrible pero luminosa de Plath que envuelve también la obra de la hija el último bohemio de París, quien construyó una fascinante carrera como un enigma de culto y belleza.

Actriz, musa del director danés Lars von Trier, siempre rodeada de visionarios talentos musicales, labró un singular camino donde su curiosidad y timidez permean sus producciones, dándole una profunda personalidad a su trabajo, debido a su don más preciado: la interpretación.

Hija del popular cantante de la chanson francesa Serge Gainsbourg y una de las primeras fashionistas, la modelo inglesa Jane Birkin, Charlotte nació siendo ícono, ganó un César a los 14 años y —en un ámbito más mundano— quedó registrada en nuestras retinas como Claire Dylan —pareja de Bob Dylan—, en la película I’m not there (2007).

“Esta es la primera vez que tengo la impresión de que puedo ser yo misma. No tengo que fingir nada”, dijo a los medios la cantante, actriz y directora, recién tras 47 años, cinco discos, más de 50 películas y tres hijos. Terminó hace poco una gira por Europa, cantando los primeros temas de su autoría.

Con un muy buen olfato artístico supo rodearse de los mejores colaboradores desde sus inicios, el 2004 inspirada por Betty Gibbons (Portishead) decidió contratar al dúo francés Air —saliditos de publicar el magnífico soundtrack de Lost in translation (Sofia Coppola)— y al talentosísimo Jarvis Cocker para armar el que sería su primer disco, 5.55 (2016), que además fue producido por la leyenda contemporánea, Nigel Godrich, famoso productor padre de Radiohead.

Pasaron apenas tres años y mientras se disponía a rodar la trilogía de la depresión de Von Trier (Anticristo, Melancolía y Nymphomaniac) lanzó su segundo álbum, esta vez Beck fue el encargado de escribirlo, hacer los arreglos y producirlo, buscando encontrar ese impulso para la transición hacia la madurez musical de Gainsbourg.

La placa salió en 2009, IRM (Imagen de Resonancia Magnetica, debido a un derrame en un accidente de esquí acuático que sufrió la cantante), levantó muchos pulgares de la crítica, tiene letras de poemas de Apollinaire y la base de un ruido de tomógrafo de referencias.

Charlotte logró el disco de la consagración con Rest (2017), obra modesta, íntima y muy personal. Una trabajo sobre el duelo por la muerte de su hermana mayor.

En francés rest significa permanecer y en inglés, descansar. Saquen sus conclusiones.

Esta tristeza encarnada en la memoria y el corazón necesitaba un hilo conductor, de esta manera llamó al iconoclasta del tecno francés, Sebastian Ackoté, multi-instrumentista conocido por sus remixes de Daft Punk y su trabajo con Frank Ocean.

Sin duda SebAstian hizo las conexiones y los puentes entre el dolor y la muerte, entre pasajes enérgicos, pop estilizado, bajo un tono de película retro, hecho de cuerdas con los arreglos de Owen Pallett y pianos antiguos. Otra cosa imprescindible es la colaboración de Guy-Manuel de Homem-Christo (Daft Punk), cuya mano es absolutamente visible, además del apoyo también de Paul McCartney, sí el ex Beatle, y Connan Mockasin.

El nuevo trabajo de Charlotte, denominado Take 2 representa una especie de Lado B de Rest. En el EP, también producido por SebAstian, hace que los dotes de interpretación se vuelvan la principal fuerza creadora de la artista, con una melancolía anclada en la música electrónica y los sintetizadores.

La belleza tenebrosa de su música se convierte en drama gracias a la pericia en el manejo de los sintetizadores con momentos orquestales que logran una paleta sónica que derrumba. Todo con elegancia y fragilidad, lo que caracterizan a Charlotte.

El trabajo tiene referencias al ítalo-disco, también pasajes vanguardistas con tintes pop que se conectan con guitarras acústicas, pianos melancólicos y murmullos orquestales.

El material se resume en cinco temas, tres de ellos inéditos y dos interpretaciones en vivo. No dura más de 20 minutos en los que Charlotte muestra que su discurso es tan diverso como sus pulsiones artísticas.

Delicadeza y elegancia en una impecable Such A Remarkable Day que carga con toda la fuerza classy de la electrónica francesa actual, la pureza de la canción francesa estilizada, como reviviendo el genio de la sensualidad de su padre (Serge Gainsbourg) en Lost Lenore y un movido dance-pop con Bombs Away. El disco contiene además un cover de Runaway de Kanye West y finaliza con una hermosa versión remixada en vivo —con seis músicos sobre el escenario— de su hit Deadly Valentine.

Nada más que pedir: belleza en el arte y la música con Charlotte Gainsbourg.

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Beach House: el fulgor de lo ingrávido

La banda ícono del indie presentó su séptimo álbum —‘7’—, propuesta renovada donde perfecciona su estilo.

/ 20 de marzo de 2019 / 04:00

Beach House lo ha hecho nuevamente. El séptimo disco de Victoria Legrand y Alex Scally es una pieza exquisita para los amantes del dreampop que trasciende hacia las múltiples vertientes que ha logrado crear el indie, donde los originarios de Baltimore (EEUU) se alzan como una de sus bandas más emblemáticas.

Es fantástico el poder mirar desde el presente la obra de Beach House como una comprobación de lo que resulta del creer en lo que se hace. 7 es un disco realizado con mucho cuidado, con una fijación en los detalles que resplandece como un fulgor permanentemente acompañado por ese temperamento ingrávido que ha marcado a la banda desde sus inicios. El manual del mejor dreampop dirían algunos; para mí vas más allá: hacia la conformación del más puro instinto creativo.

Las disonancias de algunos temas van de la mano con la fuerza de las armonías en otros, es así que desde la discreción, en lugares casi escondidos dentro del trabajo, ofrecen momentos de masiva intimidad.

Tras años de innovación en los teclados, la experticia de Beach House logra momentos gloriosos en cuanto a sonidos orgánicos, pero no desde el snobismo de lo vintage sino como maestros del instrumento. Han sabido labrar, como artesanos, los acordes perfectos y eso se hace demasiado evidente en 7.

La voz impasible de Legrand se transforma constantemente. Lo hipnótico de Teen Dream (2010), considerado el álbum fundamental de la banda, fue superado hacia una especie de omnipresencia. La voz está presente hasta cuando no se la escucha, inclusive en momentos de silencio.

El dúo sumó en este trabajo una batería y profundizó con los sintetizadores, esta vez con Peter Keber como co-productor, profesional conocido como Sonic Bloom (Panda Bear,  MGMT).

En 7, la batería se convierte en un desafío y James Barone da la talla cuando sutilmente se reemplaza a las programaciones con armonías más pesadas como contrapunto al aporte flotante y espectral de la voz de Legrand. Las guitarras concretan algunas melodías como una onda expansiva.

Las 11 canciones del álbum te vuelven al pasado pero habitando el presente: son nuevas canciones viejas que se han perfeccionado hasta la obsesividad.

Alguna vez quise describir al himno Myth como “lo inefable” y es que esta canción que abre Bloom (2012), disco que salió después del ya clásico Teen Dream, nos daba la certidumbre de que la banda podía seguir después de realizada su obra maestra.

Beach House sigue intentando y nos regala un maravilloso trabajo donde lo wanna be poético de mi frase “lo inefable” muta a una confirmación: es el sonido de lo indefinible. La marca del dreampop es la ensoñación, producir anhelos y lo logran. Los patrones trazados en el aire son su esencia.

El disco tiene altos puntos desde el inicio con Pay no mind, Lemond Glow o la bellísima L’inconnue que, a través de un coro en francés es como ascender a los cielos. “Little girl, you should be loved”, relata. Drunk in LA (de mis favoritas), Dive, Black Car, Woo, Girl of the Year; todas geniales.

Recomiendo escuchar 7 a todo volumen o, en todo caso, con unos buenos auriculares. Es una experiencia sensorial que seguramente llenará de luminosidad cada parte de sus cuerpos.

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Snail Mail, madurez y templanza a los 19

Lindsey Jordan debuta con ‘Lush’, disco con el que le da una nueva cara al indie rock.

/ 7 de marzo de 2019 / 16:09

Lindsey Jordan, conocida como Snail Mail, hace un potente debut con su disco Lush que, aunque sigue el camino melodramático adolescente de su EP Habit, logra una belleza inusitada al apropiarse del melodrama a través de una guitarra luminosa y un lirismo increíble.

“I’ll never love anyone else” (Nunca amaré a nadie más) repite el hit Pristine. A los 19 años la oración parece una sentencia absoluta y esta clase de aseveraciones hacen a Jordan algo más que la heredera del indie rock, la ponen a la vanguardia debido a esa mirada innovadora en una escena actual llena de formulitas para el éxito.

La propuesta estilística de Jordan funciona como un contenedor generacional. Las 10 canciones que comprenden el trabajo son lo mejor del indie-rock, pero con el espíritu de la época. Es decir, la cantante y guitarrista nacida en Baltimore (EEUU) va más allá del pop rock convencional, el underground y el lo-fi de los años 1990, pero con una frescura de una adolescente recién salida de la preparatoria.

En todo el disco se siente la formación en guitarra clásica de Jordan, de esta manera los acordes caen con aplomo y se entrelazan con reverberaciones que dejan escuchar la voz de una manera más limpia, transparente; eso, su transparencia emocional impacta. En cuanto a la producción hay que darle crédito a Jake Aron, un viejo conocido de “la movida” gracias a sus trabajos con Grizzly Bear y Solange.

La atmósfera de insatisfacción de la hermosa y casi perfecta Pristine, el amor no correspondido en Heat Wave o el escapismo de Lets find and out son los singles introductorios al disco que llega a momentos ultraprofundos como en Deep Sea o Anytimem donde Jordan está más cerca de Sonic Youth que de cualquier millenial.

Las referencias y comparaciones son abrumadoras en cuanto al estilo de Snail Mail, la más cercana es a Liz Phair, que en los años 1990 presentaba el disco de culto Exile in Guyville o con la mismísima Fiona Apple, que continúa siendo una diva rocker.

“La mayor presión al realizar el disco fue de mí misma. No me preocupa mucho la forma en que la gente interpreta las canciones. Realmente me gusta pensar que cada quien puede relacionarse con ellas a su manera”, explicó Jordan en una entrevista reciente. Me quedo con eso y con la esperanza de saber a tantas mujeres jóvenes haciendo sus propios caminos, tanto en Baltimore como en Bolivia.

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Snail Mail, madurez y templanza a los 19

Lindsey Jordan debuta con ‘Lush’, disco con el que le da una nueva cara al indie rock.

/ 7 de marzo de 2019 / 16:09

Lindsey Jordan, conocida como Snail Mail, hace un potente debut con su disco Lush que, aunque sigue el camino melodramático adolescente de su EP Habit, logra una belleza inusitada al apropiarse del melodrama a través de una guitarra luminosa y un lirismo increíble.

“I’ll never love anyone else” (Nunca amaré a nadie más) repite el hit Pristine. A los 19 años la oración parece una sentencia absoluta y esta clase de aseveraciones hacen a Jordan algo más que la heredera del indie rock, la ponen a la vanguardia debido a esa mirada innovadora en una escena actual llena de formulitas para el éxito.

La propuesta estilística de Jordan funciona como un contenedor generacional. Las 10 canciones que comprenden el trabajo son lo mejor del indie-rock, pero con el espíritu de la época. Es decir, la cantante y guitarrista nacida en Baltimore (EEUU) va más allá del pop rock convencional, el underground y el lo-fi de los años 1990, pero con una frescura de una adolescente recién salida de la preparatoria.

En todo el disco se siente la formación en guitarra clásica de Jordan, de esta manera los acordes caen con aplomo y se entrelazan con reverberaciones que dejan escuchar la voz de una manera más limpia, transparente; eso, su transparencia emocional impacta. En cuanto a la producción hay que darle crédito a Jake Aron, un viejo conocido de “la movida” gracias a sus trabajos con Grizzly Bear y Solange.

La atmósfera de insatisfacción de la hermosa y casi perfecta Pristine, el amor no correspondido en Heat Wave o el escapismo de Lets find and out son los singles introductorios al disco que llega a momentos ultraprofundos como en Deep Sea o Anytimem donde Jordan está más cerca de Sonic Youth que de cualquier millenial.

Las referencias y comparaciones son abrumadoras en cuanto al estilo de Snail Mail, la más cercana es a Liz Phair, que en los años 1990 presentaba el disco de culto Exile in Guyville o con la mismísima Fiona Apple, que continúa siendo una diva rocker.

“La mayor presión al realizar el disco fue de mí misma. No me preocupa mucho la forma en que la gente interpreta las canciones. Realmente me gusta pensar que cada quien puede relacionarse con ellas a su manera”, explicó Jordan en una entrevista reciente. Me quedo con eso y con la esperanza de saber a tantas mujeres jóvenes haciendo sus propios caminos, tanto en Baltimore como en Bolivia.

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Desde Australia para el mundo: Courney Barnett

La artista propone el miedo como un desafío ante la vida.

/ 27 de febrero de 2019 / 04:00

En un momento donde las nuevas tecnologías y el internet nos dan la posibilidad de ampliar nuestra escucha musical, de pronto, descubrimos que Australia no solamente nos ha dado a Nick Cave & The Bad Seeds o a Tame Impala, resulta que Courtney Barnett y su guitarra punky llegan para despejar la ignorancia que tenemos algunos sobre esa isla-continente en el sur del mundo.

La cantante, guitarrista y compositora sobrevive al éxito con este segundo disco Tell me how you really feel (2018) después de que Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit (2015) haya sido aclamado por la crítica, el videoclip de Avant Gardener tiene más de 2,5 millones de reproducciones en YouTube y su trabajo junto a Kurt Vile Lotta sea lice (2017) la pusieran en el ojo de los melómanos del indie actual.

“You don’t have to pretend you’re not scared. Everyone else is just as terrified as you” (No tienes que fingir que no tienes miedo. Todo el mundo está tan aterrorizado como tú) relata una de las canciones más pop y alegres del trabajo, llamada Charity.

El miedo —aunque no lo parezca— puede ser el hilo conductor de las 10 canciones del disco, es decir, el miedo a caminar sola por la noche, el miedo a que nos engañen, el miedo a enfrentar los problemas que trae una relación romántica o el miedo a escribir. El miedo como un desafío ante una crisis de confianza. Admitámoslo, no todo el tiempo somos unas superheroínas.

De esta manera en Tell me how you really feel las situaciones narrativas van cayendo poco a poco, la introspección se convierte en claustrofobia y explota en melodías frescas donde las ansiedades se transforman bajo la tutela de una guitarra feroz que potencia el sonido de Barnett. Este sonido que tiene mucho del grunge y el rock de finales de siglo XX.

“You know what they say, no one is born to hate. We learn it somewhere along the way. Take your broken heart. Turn it into art” (Tú sabes lo que dicen, nadie nace para odiar. Lo aprendemos en algún lugar del camino. Toma tu corazón roto y conviértelo en arte), dice Hopefulesness que abre el disco, donde Barnett le roba un poco a Mandela y a Carrie Fisher.

El momento más elevado llega con la canción Im not your mother, Im not your bitch dando voz a la rabia que —como la guitarra de Barnet— nos corroe internamente.

Los singles fueron una introducción perfecta al disco, algo nirvanesca y con un coro cuasi tributo a los Pixies, Nameless, Faceless llega al clímax con la frase de Margaret Antwood: “Men are scared that women will laugh at then (…) Women are scared that men will kill them” (Los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos, las mujeres tienen miedo de que los hombres las maten).

Y es que hay una pulsión pasivo agresiva que permea todo el trabajo, los otros singles son exquisitos, Need a Little Time y City Looks Pretty además de Crippling Self Dubt que tiene como invitadas a las hermanas Deal, Kim (Pixies) y Tanya que conforman a las féminas de The Breeders.

Entonces, hay que sentir cómo Barnett se retuerce sobre la guitarra, sí, pero desde la calidez —a través de unos riff irresistibles— nos regala grandes canciones entrañables y poderosas, demostrándonos que ante el desafío y la duda nos encontramos nosotras mismas con nuestras contradicciones y defectos, como en la vida misma.

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