Glass
M. Night Shyamalan cierra una trilogía después de ‘El protegido’ y ‘Fragmentado’.
En 1999, con El sexto sentido, el director hindú Manoj Nelliyattu Shyamalan, alias M. Night Shyamalan, provocó un considerable revuelo asomando como una de las figuras más promisorias dentro de un panorama ya entonces ayuno de prospectos en condiciones de airear un poco el estancado panorama de la industria cinematográfica.
De allí en más empero su filmografía pareciera haber dado pábulo a una curiosa competencia en el ámbito de las recensiones, consistente aquella en medir cuanto cada uno de los títulos sucesivos se acercaba o distanciaba de confirmar las presuntas virtudes insinuadas en aquel trabajo que aunaba algunas excelencias figurativas con un desenfado para renovar los géneros distanciándose de los patrones establecidos. Hasta cierto punto, simplificando las cosas, podría decirse que la ponderación de cada título puesto en pantalla dividió a los comentaristas en dos bandos irreconciliables.
Hubo sí bastante amplia coincidencia que después de Señales (2002), su sexto largo, hasta Las visitas (2015), el decimotercero, todo el cúmulo de potencialidades insinuadas en el título colacionado al comenzar dio la impresión de hacerse añicos debido, entre otros, a la desmesurada egolatría de un director convencido de su genialidad y empeñado de manera recurrente en ser al mismo tiempo guionista, productor y actor, fabricando hechuras en las cuales las pretensiones se distanciaban cada vez en mayor medida de las aptitudes.
De alguna manera, insuficiente por cierto, Glass insinúa un esfuerzo para reencauzar ese errático periplo encarando el tercer capítulo de una impensada trilogía cuyos eslabones anteriores vendrían a ser El protegido (2000) y Fragmentado (2016). En efecto, David, alias El Centinela, protagonista vertebral de la primera, y Kevin, alias La Horda, de la segunda, ambos afectados por diversas desviaciones mentales, reaparecen ahora, casi dos décadas después de una búsqueda obsesiva, internados en el neuropsiquiátrico de Filadelfia. A ellos se suma allí Elijah, quien se autodenomina Glass (cristal), en alusión a un bizarro padecimiento que provoca la mutación de sus huesos a una materia más frágil que el cristal, justamente. Este personaje ha sido diseñado para jugar el papel de articulador del encuentro entre David y Kevin, al que venía rastreando durante 19 años.
Antes de continuar, me permito un desvío a la histeria anti spoilers, una de esas modas posicionadas de tiempo en tiempo en el debate a propósito del oficio crítico sin otro propósito identificable que no sea el de sumar algunos milímetros a la pátina de prestigio de un quehacer acongojado a su vez por una suerte de duda existencial. Spoiler, para quien no se encuentre al corriente del asunto, es un término acuñado para nombrar el mortal pecado de infidencia que sería cometido en las recensiones que se atreven a develar los detalles de cualquier argumento, afectando el suspenso de la intriga, que así perdería interés y, sospecho, éste es el fondo de la preocupación para muchos de los histéricos, restando potenciales contribuyentes a la taquilla. Todo ello fundado a su vez en un ¿deliberado? malentendido que reduce el valor de una película a la cantidad de suspenso que es capaz de concitar, dejando de lado el modo de conseguirlo, o sea la aptitud cinematográfica, narrativa, para poner en imagen una trama. Olvidan que alguien —Welles si mal no recuerdo— puntualizó con estimable puntería hace buen tiempo que todas las historias ya han sido relatadas, solo cambia la forma de abordarlas. Lo cual tampoco significa recaer en el resfriado debate a propósito de fondo/forma.
Regreso a Glass. Aquí el universo de Shyamalan abocado desde siempre a hurgar, con cierta acidez, en la clave de los cómics de superhéroes, antes que éstos se hubiesen transformado en la peste que hoy asola las pantallas, vuelve a esa veta recurrida no tanto para operar un traslado mecánico al cine sino en afán de explorar los límites entre imaginación y realidad, entre el heroísmo y las ínfulas épicas, entre la cordura y la insensatez, así como las consecuencias sobre el comportamiento cotidiano cuando se extravía la conciencia acerca de aquellas fronteras, extravío llevado al extremo en el caso de Kevin. Este se encuentra aquejado de un trastorno de identidad disociativo.
No vaya a creerse que para caracterizar a su criatura al director le basta un simple desdoblamiento de personalidad. Para nada, en la de Kevin cohabitan 24 diferentes. Y eso es lo que tiene intrigado desde siempre a David, finalmente desequilibrado él también por su obcecada persecución de la respuesta que intenta develar apelando a sus dotes semi telepáticas. Veterano guardia de seguridad trabaja ahora en las calles de Filadelfia cuidando a sus habitantes con la eficacia propia de un superhéroe. Es el lazo más evidente de la película con la moda de esos seres destinados a salvar a la humanidad que hoy atiborran las pantallas en una sucesión de aventuras indistinguibles unas de otras, todas por igual anodinas.
En ese ambiente de mentes perturbadas, el papel de Glass da la impresión de un forzado parto de guion para encajarlo en medio de los encuentros y desencuentros entre aquellos, y de tal manera completar un menú desbordado de condimentos pero carente de verdadero sabor.
No le falta a la película ímpetu de arranque junto a una aparente, y agradecible, modestia para privarse de las demasías mecánicas del mainstream. Ofrece asimismo aciertos de tratamiento visual, que luego van quedando dispersos en varios tramos de un relato que bascula entre el terror, el suspenso y el thriller. Pero el impulso inicial va perdiendo fuerza, el relato resigna asimismo su tensión inicial, y las destrezas quedan poco a poco achatadas a medida que la narración avanza, es un decir, con cada vez más esfuerzo a lo largo de las dos horas y pico de un metraje al cual le salen sobrando unos buenos cientos de metros.
La cosa se va poniendo densa, en el mal sentido del término, a medida que el protagonismo de la Dra. Ellie Staple, psicóloga encargada de la cura de las perturbaciones mentales de los personajes focales —y una suerte de álter ego del director— va ocupando el centro de la escena. El tratamiento dispensado mezcla durísimos castigos, una rigurosa medicación, vigilancia permanente por medio de las cámaras de seguridad y larguísimas disertaciones destinadas a persuadirlos de que sus poderes son en realidad imaginarios, producto de un hondo pero corregible desvarío —solo es cuestión de persuadirlos que creerse dotados de superpoderes no es sino delirio de grandeza—, cuya enmienda express, por disposición de sus superiores, la Dra. debe conseguir en tres escasos días.
Se suceden entonces una colección de plomizas parrafadas entre explicativas —en un tono de pedagogía pedestre si bien altisonante— y sentenciosas a propósito de las disimilitudes entre el bien y el mal. El inflado trascendentalismo de los discursos que el espectador se ve obligado a tragar, en desmedro del decreciente interés por lo visto, recorre un nutrido espectro a propósito de la entidad real de los superhéroes, de los espejismos desencadenados por presuntos hechos sobrenaturales y el rol de los especímenes humanos provistos de condiciones extraordinarias en un contexto ordinario.
Este indetenible desbarre desemboca fatalmente en un penoso, aun cuando asimismo presuntuoso, cierre, precedido de varios falsos finales sintomáticos de la progresiva pérdida de norte del cuento. Tal epílogo, eventualmente podrá ser del gusto de los peritos en cómics, pero al resto de la platea, si a esas alturas aun le restan ganas de algo, solo le causará risa. Una vez más Shyamalan queda fuera de juego debido al desbalance entre sus ambiciones —algunos chisporroteos sugieren que quiso poner en solfa a la psiquiatría, a la industria del espectáculo y al género de los paladines dotados de poderes extremos—, y sus habilidades.
Ficha técnica
– Título original: Glass
– Dirección: M. Night Shyamalan
– Guion: M. Night Shyamalan
– Fotografía: Mike Gioulakis
– Montaje: Luke Ciarrocchi. Blu Murray
– Diseño: Chris Trujillo
– Arte: Jesse Rosenthal
– Música: West Dylan Thordson
– Efectos: Damien Harrer, Timothy Lynch
– Producción: Gary Barber, Marc Bienstock, M. Night Shyamalan
– Intérpretes: Anya Taylor-Joy, James McAvoy, Sarah Paulson,
Bruce Willis, Samuel L. Jackson, Spencer Treat Clark,
Luke Kirby, Jane Park Smith – EEUU/2018