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Para escuchar en la oscuridad

Hay momentos cinematográficos que son universalmente clásicos inolvidables: la primera vez que vemos a un braquiosaurio en Jurassic Park. Cuando Darth Vader hace su entrada dramática en la sala de mando. La puerta que se cierra después de que Al Pacino toma las riendas de la familia en El Padrino. O cuando Marty McFly llega a las 88 millas por hora después de recibir el rayo de la torre del reloj. Todos estos momentos tienen algo en común que las hace magistrales en nuestra memoria: su música.

Una vida entera ha pasado desde los tiempos en que un organillero o un pianista se sentaban debajo de la pantalla e interpretaban la música al vivo siguiendo la proyección. Hoy basta ver el tráiler de cualquier próximo estreno para sentir cómo los estudios invierten buen dinero en construir emociones que piquen al espectador de querer ir y ver la película que se promociona.

El mundo de las bandas sonoras es un mundo fascinante e interminable. Cazadores de rarezas coleccionan bandas sonoras que datan de 1920. CD, casetes, vinilos; cajas numeradas de edición limitada; ediciones japonesas, alemanas, escandinavas. La imaginación es el límite.

Por ejemplo, internet menciona a Cherry 2000, de Basil Poledouris, como la banda sonora más cara vendida: $us 2.500. O recientemente John Carpenter (que compone la música de sus películas) sacó versiones en vinilo de sus mejores scores comentando cínicamente que vio cómo los fans pagaban sumas exorbitantes por sus discos en versiones piratas, que mejor era sacarles provecho él.

Los scores de películas son verdaderas obras operáticas que además de recordar los mejores momentos de una película, funcionan independientemente como viajes de imaginación y emoción que hasta el más duro oyente se deja ser absorbido por esta intensidad de sonidos. Un ejemplo popular es la potente composición de Klaus Badelt para Piratas del Caribe, un disco indispensable para fanáticos de composiciones rimbombantes y estremecedoras, cuyos temas han sido reusados en spots publicitarios, tráilers y hasta videojuegos.

Al hablar de compositores, existen tres grandes grupos que sirven como base para introducirse en este mundo. Están los maestros clásicos, los pioneros en convertir scores de películas en piezas grandiosas, autónomas, que merecían una publicación en disco para que la gente compre y coleccione. Gente como Ennio Morricone (todos los spaguetti westerns de Clint Eastwood, Malena), Elmer Bernstein (Los 10 mandamientos, Cazafantasmas, Los 7 magníficos), Bernard Herrmann (Psycho, solo ese score ya le merece ser parte de la cultura popular para siempre), John Williams (Star Wars, Jurassic Park) o Michael Kamen (Highlander, Die Hard, X-Men). Cualquier score que sea de uno de estos cinco maestros es ya una pieza de colección indispensable para entender el poder que puede tener una partitura en la fuerza y legado de una película. Ellos son los responsables de música inolvidable e inimitable que se hizo para Indiana Jones, Arma Mortal, Superman y Harry Potter.

La siguiente tanda de compositores son las neoestrellas, compositores que desde finales de los 80, todo 90 y los 2000 se convirtieron en referentes de los mejores momentos del cine de esas épocas: Danny Elfman (Spider-Man, Simpsons, todo el cine de Burton), Clint Mansell (Réquiem por un sueño, The Fountain), Graeme Revell (El Cuervo, Chucky, Lara Croft),  Craig Armstrong (Moulin Rouge, Romeo debe morir) o Marco Beltrami (Scream, Logan). Estos artistas hicieron popular la música de películas. Ellos fueron parte importante de las fórmulas que hicieron éxito de Titanic, Aliens o El Señor de los Anillos.

Finalmente están los nuevos talentos; Alexandre Desplat (Benjamin Button, Budapest Hotel), Jóhann Jóhannsson (Sicario, Mandy), Ludwig Goransson (Venom, Creed, Black Panther) o Henry Jackman (Kick-Ass, Kong, Depredador). Experimentales, eficientes, que a su manera le dieron paso a otros artistas de origen más mainstream, como Trent Reznor (NIN), Thom Yorke y Jonny Greenwood (ambos de Radiohead), Tyler Bates (Marilyn Manson) y Tom Holkenborg (Junkie XL) que crean sonidos que arrebatan, explotan o a veces solo susurran ideas de locura y belleza. Poner la música de Mad Max: Fury Road (Holkenborg) a todo volumen puede ser una experiencia inolvidable si lo prueban.

Ese es el poder de las bandas sonoras: que cuando apagues las luces, cierres los ojos y pongas play, viajes a un mundo que solo tu imaginación pueda reproducir. 40 o 50 minutos de verdadero éxtasis musical.