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Lanthimos surrealismo y el ridículo de la cotidianidad

Cómo podemos exponer lo cotidiano? Este concepto tiene, hoy y siempre, un aspecto caracterizado por varias partes particularizadas, que bien pueden, en ciertos contextos, estar interrelacionadas y en otros, no. La idea del amor, la libertad, la soledad (con sus fantasmas, que acuñamos con el término de nostalgia), la rebeldía germinada en la adolescencia; o, incluso, la propia idea de la intimidad, la muerte y la ausencia, que acompaña al amor, son temas de conflicto que se debaten a diario, ya sea a un nivel racional, o como una simple inferencia espiritual (nociones del espíritu, como señala el sociólogo francés Durkheim).

Sin ser ajeno a cada parte de todo lo que forma el cuerpo de lo cotidiano, son precisamente estos artífices los que sustentan el cine de Yorgos Lanthimos, director de El sacrificio del ciervo sagrado (2017) y La favorita (2018), cinta nominada al Oscar del próximo 24 de febrero. De varias formas se ha categorizado al cineasta griego: desde ser un directo de lo bizarro, hasta surcar el páramo de la rareza. Pero lo cierto es que Lanthimos se acerca más al surrealismo, con una mezcla de las constantes tensiones y cuestiones admirables en las relaciones humanas, con la abstracción, que te abre un abanico de interpretaciones a cada uno de los temas cotidianos, y una pizca de parodia.

Partiendo de las palabras del escritor francés, Maurice Nadeau, en su libro Historia del surrealismo, éste caracteriza a esta vanguardia como “La omnipotencia del subconsciente (…), la destrucción de la lógica y de todo lo que se apoya en ella”. Por ende, lo surrealista es —continuamos con Nadeau— inoperable por su propio sentido idealista; sin embargo, el surrealismo aun así es una representación de lo vivible. “Los surrealistas quieren aprovechar la vida tal cual les ha sido dada y no ganarla”, señala el francés.

Continuando con esta idea de surrealismo, el cine de Lanthimos no gana nada ni fuerza algo extra real, sino expresa a la vida tal cual se nos es manifestada, con cada uno de sus cómplices, que pasan por el amor hasta la interrogante de la muerte. Pero lo particular en su obra cinematográfica es la representación, que emerge de un espejo que refleja lo cotidiano con un rumor de deteriorada empatía y la ridiculez póstuma. No promueve un realismo, aunque se mantiene aferrado cognitivamente a los dramas más románticos y políticos; ni mucho menos a la ciencia ficción, de la que mantiene extensa distancia. Más bien, nos cuenta historias que parten de ideas nada creativas ni nuevas, sino regulares y comunes; lo creativo y característico de él es el trato que le da a éstas. Por eso, la unidad espacial de su cine mantiene una posición encima de la realidad, pero no en el marco de lo inexistente. En Canino (2009) observamos unos jóvenes que desarrollan su día a día sin tener conciencia de la vida exterior; Alps (2011) se centra en un grupo de enfermeros que trabajan suplantando la existencia de un ser que falleció, para acolchonar el dolor de otras personas, y en The Lobster (2015), Lanthimos nos expone una cotidianidad aprensiva que insufla la idea de pareja y es refractaria a la soltería.

Sus diálogos; la manera en la que cada uno de los personajes de sus películas se expresan, con esa abstracción en su facción, que carece de gesticulaciones románticas, cual infantes inocentes a punto de aprender de lo que trata la vida, y los actos, que se expresan desde presentaciones musicales sin sentido en reuniones familiares, hasta la búsqueda de rehacer sucesos que ya quedaron en el pasado y recuerdo de un ser muerto, son parte del surrealismo de Yorgos Lanthimos.

Ya desde un inicio con Kinetta (2005), el cineasta griego nos mostró una cotidianidad opacada por la tensión del aislamiento, y una muestra de relaciones humanas satirizadas. Desde aquí, el horizonte del griego estaba trazado y no tendrá desviación alguna en sus posteriores cintas. Con Canino es que comienza a sonar en el ámbito internacional el nombre del director griego. Posteriormente, realizará Alps, The Lobster y El sacrificio del ciervo sagrado, con lo que completará esa parte de su obra como cineasta internacional.

La primera convención que caracteriza el cine del griego es el contexto autototalitario. Con Alps nos situamos en un grupo —los sustitutos— cerrado a sus ideas, con su propio líder y con normas y reglas tan bien establecidas que culminan en un duro castigo para todo aquel que intente cuestionarse. En Canino este contexto es directo y no hay dónde perderse: padres que encierran, con altos muros, a sus tres hijos, que al no recibir influencia del exterior y no tener conciencia de todo lo que es la vida en sociedad, terminan actuando como niños inmaduros, teniendo más de 20 años cada uno. Y, por último, la sociedad aprensiva y carcelaria de The Lobster, en la que, si no tienes pareja, no solo no puedes pertenecer a la civilización, sino que tampoco mereces ser humano, y terminan transformando en un animal a elección del condenado soltero que no logró encontrar una relación.

Por otra parte, a partir de la primera convención analizada, en un primer plano, podemos decir que la obra de Yorgos Lanthimos es más un drama novelesco (el protagonista que no cuestiona necesariamente su realidad, pero empieza a tener una relación conflictiva con ésta). Alps es la que mejor culmina reflejando la pésima consecuencia de rebelarse a la cotidianidad, por más absurda que parezca; aunque el desenlace de The Lobster también expone, de una manera más poética, a lo que conlleva el ir en contra de la marea. Con el espacio y tiempo de las cintas de Yorgos Lanthimos es posible la caracterización de sus “héroes” de tragedia griega, que, en palabras de Aristóteles, actúan mediante “la compasión y el temor”.

Esta descripción aristotélica encaja con el modo de actuar de cada personaje que tenga el rol de hacer de motor de las cintas de Lanthimos. Cada uno de sus protagonistas (en Canino, Alps y The Lobster), se presenta emocional y pragmáticamente en un estado fatalista; es decir, sin necesidad, en una primera instancia, de ir en contra de su cotidianidad, por más de incoherente y reguladora que ésta sea. Es más, el detonante de las tramas surge por accidente en el intento de estos protagonistas de seguir viviendo en la realidad que se les fue entregada. En Alps, la enfermera continúa con el trabajo de suplantadora que su coyuntura le designa; lo mismo que la hija mayor de la familia presentada en Canino y en el soltero protagonista de The Lobster.

Es más, particularicemos el ejemplo del fatalismo en esta última cinta. The Lobster (que se centra en un distópico mundo autorregulador y totalitario en el que te encierran en un campo de concentración, con apariencia de hotel de verano, por el solo hecho de ser soltero) tiene un protagonista que, en toda la primera parte de la cinta, intenta buscar una pareja, no importa si es a base de mentiras y de manera forzada, para poder pertenecer a la sociedad que lo rechazó. No pretende ser el germen del cambio, ni mucho menos teñirse de anárquico rebelde. Simplemente, desea seguir la corriente. Sin embargo, son sucesos que él jamás pidió, externos a sus decisiones y añoranzas, los que lo sitúan en el contexto en el que lo encontramos la segunda mitad de la cinta.

En síntesis, Yorgos Lanthimos mostró ser un director de cine con visión y un ojo crítico de las convenciones de la realidad. En base de éstas, optó por expresar cada una de ellas de una manera tan absurda que llega a ser paródica. Aquel paciente espectador que decide inmiscuirse en esa telaraña desordenada que es la obra Lanthimos, tendrá que enfrentar el silencio que denota una pretenciosa sensación de soledad; una intriga que germina en la abstracción de sus cintas, y, retornado a la característica de parodia, una inevitable risa de acciones absurdas que realizan sus personajes, en un mundo que carece de total sentido común, pero que tiene como artífice ideas que marcan la coyuntura de nuestras vidas.