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‘Muralla’ y el destino dual

El Coco Muralla está bien plantado en el arco, con la mirada puesta en el esférico, respirando agitadamente: espera el penal que definirá la gloria o el desastre de su carrera de portero. Los fanáticos, sentados en las tribunas, y algunos incluso prendidos de las mallas olímpicas de acero como garrapatas, lo enaltecen y cantan el triunfo porque ya intuyen el final. Sale fuerte el tiro, bien esquinado. Tapa el balón, y con ello se consagra para la postrera veneración de la hinchada del equipo de los santos. Pero es solo un recuerdo, no la realidad presente. Las imágenes de ese pretérito pasan todas con un orden inalterado y una nitidez fascinante. Pero han pasado aquellos días. Ahora son el alcohol, la vida de extramuros, el desasosiego por la enfermedad de su hijo; desarraigo y soledad.

La Paz es definitivamente el mayor centro de historias del país. Entre las montañas del este con el descabezado Mururata, la meseta que se corta abrupta por el norte y el coloso de tres picos simétricos y nevados en el sur, el cronista y el cineasta pueden hacer de las suyas para hallar profusión de leyendas y realidades que al fin de cuentas terminan siendo lo mismo, porque como dicen algunos escritores, la realidad de ciertos lugares es más surrealista y fantástica que lo que se suele llamar imaginación desaforada.

Muralla es una de las mejores películas bolivianas de los últimos años, no tanto por la narrativa fílmica en sí misma cuanto por la innovación de elementos técnico-escenográficos y de perspectivas de cámara. Pero la película también es importante en lo que al fondo se refiere, porque si bien aborda problemas de extramuros y de mundos suburbanos (temas por demás ya abusados y trillados no solamente en el cine, sino también en la literatura nacional contemporánea), el enfoque de la historia es lo que la distingue, porque la mirada de la pobreza y del porqué de la pobreza de un hombre que perteneciera a la clase media, es diferente en el sentido de la vinculación de la vida con el destino. No es un panfleto social en contra de la trata y tráfico de personas, sino una problematización universal del hombre en la tierra.

Coco Muralla es la evidencia de cómo un hombre que perteneciera a una clase social media y que estuviera en las mejores condiciones físicas ayer puede desembocar en una realidad negra donde solamente imperan el alcohol y la desesperación. Ahora es minibusero, carece de recursos económicos y tiene un hijo enfermo. Como un dogal que le aprieta el cuello cada vez con mayor fuerza, tiene la necesidad de secuestrar a una niña de no más de 13 años para conseguir dinero por sus órganos y comprar uno para que sea trasplantado al cuerpecito moribundo de Lucas. Y, a despecho suyo, asume su destino. La vida del héroe de la película es la prueba irrebatible de cómo uno puede llegar a tener una muerte al mismo tiempo heroica y miserable, memorable y sin pena ni gloria, porque cuando Muralla ya lo ha hecho todo, cuando ha alcanzado su objetivo, enfrenta su camino y a su destino luchando arrepentido por recuperar a la niña que raptó, y entonces, al pretender desandar el recorrido atroz, la fatalidad lo halla a él primero: una turba indolente lo tumba en el piso, en esa cancha donde había demostrado sus mayores talentos de deportista, y es destrozado a palos por los que quieren hacer justicia con mano propia. Termina, como buen capitán que se hunde con su velero, colgado del travesaño de un arco donde en los años 1990 había sido un dios.

Son notables los personajes del guion. Por salvar a su hijo de las manos frías de la muerte y a su destino mismo, el exarquero Muralla recurre a todo: a la medicina convencional, a los hechizos y contactos místicos de un chamán andino, a las plegarias dirigidas a la Virgen María.

Una de las mejores innovaciones que se perciben es la realización de las escenas en que el ‘Muralla’ Rivera está escurriéndose y ocultándose en ese gélido y lóbrego galpón de fierro donde se realizan los descuartizamientos macabros y los despojos de los órganos de las víctimas, y hacia donde lo llevó la necesidad de recuperar a la niña y enmendar su suerte.

Se viven escenas de acción y dramatismo como no hubo en ninguna otra película nacional hasta ahora. Paralelamente, una aparición de ultratumba: cuando el pequeño Lucas ha muerto, un fantasma reprende al padre con miradas furtivas para que redima su destino. Otra cosa notable es la interpretación de los actores, que se meten en sus personajes con una religiosidad sin precedentes en la cinematografía boliviana. Los gritos, la furia, la soledad, el vicio y la duda, están bien forjados en los ademanes y los rostros de las personas que encarnan a los principales personajes de la cinta.

Muralla es la representación transversal de un hombre que se desintegra por recuperar lo que más quiere, y termina desolado pero satisfecho, con una muerte dual: mísera y épica, a los pies de su destino.

Ficha técnica

Título: ‘Muralla’

Director: Gory Patiño

Reparto: Fernando Arze, Cristian Mercado Pablo Echarri,

Andrea Ibáñez, Mariana Vargas

Género: Drama Thiller

Estreno: 13 de septiembre de 2018

País de origen: Bolivia