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Carnaval de Oruro: religión, arte y diversión

Si entendemos la fiesta como ruptura de lo cotidiano, han existido y existen fiestas en todos los espacios del planeta y en todos los tiempos. Otros denominan a esa ruptura el tiempo libre. Existen muchas clases de fiestas. El Carnaval es una de ellas, fiesta que no solo es una ruptura de lo cotidiano, sino una transgresión de lo cotidiano. La máscara reemplaza al rostro y, en muchos casos, se vive el mundo al revés.

El Carnaval es una fiesta cuyo origen está en la Europa occidental y medieval. Heredera de las fiestas dedicadas a Dionisio y Saturno, forma parte desde hace siglos del calendario festivo cristiano. Una fiesta que es el preludio de la cuaresma y, por tanto, despedida de la carne.

Los conquistadores españoles la trajeron a nuestro territorio y, en lo que hoy es Bolivia, se fusionó con las fiestas de las culturas prehispánicas vinculadas a la primera cosecha.

Desde entonces el Carnaval se ha festejado en todo el territorio europeo y en todo el territorio americano. En la actualidad, como existe una amplia oferta de transgresión de lo cotidiano, el Carnaval ha ido desapareciendo de muchas ciudades y países. En Bolivia se mantiene en cada rincón de su territorio.

Uno de los carnavales bolivianos más famosos es el de Oruro, declarado Patrimonio Intangible de la Humanidad. Un Carnaval muy especial porque mezcla la diversión carnavalera y el arte folklórico con un profundo espíritu religioso que tiene varias características de las fiestas religiosas patronales.

El Carnaval de Oruro tiene, como todas las fiestas, varios lenguajes. Uno de los más importantes es que es un acto de fe, una fiesta dedicada a la Virgen de la Candelaria, cuya imagen en Oruro, gracias a los devotos, se conoce como la Virgen del Socavón. La ciudad de Oruro, durante la colonia, era devota de la Virgen del Rosario, pero un sector muy importante de su población, los trabajadores mineros, era desde antaño devoto de la Virgen del Socavón.

Los periódicos de fines del siglo XIX testimonian, en pocas líneas, que los trabajadores mineros eran devotos de la Virgen de la Candelaria y que bailaban en su honor, disfrazados de diablos, en los días del Carnaval.

¿Cuándo la devoción de los mineros se convirtió en una devoción de casi todos los ciudadanos de Oruro y de muchos ciudadanos del interior y del exterior del país? En el siglo XX y, en el siglo XXI, esa devoción ha crecido profundamente. Devoción que se manifiesta en rituales y ofrendas, en bendiciones y novenas, en promesas y agradecimientos y, de manera especial, en la fastuosa entrada del sábado de Carnaval, considerada como una peregrinación y purificación, por eso el baile termina a los pies de la Virgen.

Es una fiesta católica, pero que, en muchos de sus momentos, está en simbiosis con la religiosidad andina. Las misas dedicadas a la Virgen conviven con las mesas dedicadas a la Pachamama, las bendiciones con las ch’allas, el sábado de peregrinación con el martes de ch’alla y el miércoles de ceniza con el día del sapo.

El lenguaje religioso lo viven especialmente los bailarines y el público orureño y también muchos de los fraternos que llegan del interior y del exterior del país; no así gran parte del público nacional e internacional que llega atraído por la belleza del folklore y por la diversión.

El Carnaval de Oruro es también una obra de arte, una obra de arte efímera, una bella combinación de danza, música e indumentaria. Una obra de arte que se prepara con meses de anticipación y que es protagonizada por miles de danzantes y músicos, cientos de artesanos y diseñadores. La danza estrella es la diablada por su simbolismo y la identidad que otorga al orureño. Lo que no impide que decenas de otras danzas sean también parte de una obra excepcional que también, año en año, aumenta en calidad y cantidad.

Aunque esto parece obvio, es importante recalcarlo, la gran festividad de Oruro, como todo Carnaval, tiene un fuerte lenguaje lúdico. Es diversión, alegría, liberación, una catarsis colectiva, una transgresión de lo cotidiano.

En el Sábado de Carnaval, para los protagonistas, predominan los lenguajes religioso y artístico, para el público los lenguajes artístico y lúdico. En el Domingo de Carnaval todos viven los lenguajes artístico y lúdico. En el Lunes de Carnaval, protagonizado sobre todo por los orureños, resaltan los lenguajes religioso y lúdico.

Esa mezcla es la que muchas veces no es comprendida, especialmente por voces externas. Una mezcla que ha existido desde tiempos muy antiguos en todas partes del mundo. Baste traer como ejemplo, como lo hace Dietrich Wildung, al analizar la antiquísima y fastuosa fiesta de Opet en el antiguo Egipto. Fiesta religiosa cuyo motivo principal es celebrar la presencia extraordinaria y poco frecuente de los dioses en la tierra, presencia recibida con procesiones y ofrendas, pero también con carreras de caballos, con danzas, protagonizadas por bellas bailarinas. Una ocasión también para que “en una noche se beba más vino que en todo un año”.