Sunday 21 Apr 2024 | Actualizado a 18:29 PM

Reseña de una edición o apuntes para habitar el poemario ‘Temporalia 7’

El músico y gestor Cergio Prudencio presentó su libro con editorial 3600

/ 21 de febrero de 2019 / 15:00

No fue casualidad que un viernes de octubre de 2018 Willy Camacho me buscara todo el día sin suerte para encontrarme frente al ocaso y darme la noticia de que Cergio Prudencio había escrito un poemario. No fue casualidad tampoco que ante la confidencia y la contemplación de la conmovedora partida del sol, la imagen de un hombre domando el sonido ante una orquesta de instrumentos nativos se fusionara con el último fuego del sol, que extendió su luz hasta mis ojos para doblegarlos. No quedaba más que aceptar la invitación a la lectura y edición de lo que hoy puedo llamar Temporalia 7 “el eco del fuego en el tiempo”.

“Gira el mapa /con habitantes /hacia el sol” es la primera imagen que el poemario lanza y sabemos que la voz poética avista el horizonte para reconocerse nimia ante la inmensidad pero acompañada por ella: “aquí está allá /se siente en ambos territorios /el doble cuadrante en espejo /la rutina de los amartelos /mirándose cuando coinciden”. Después de que el verso da inicio a este conjuro, donde la voz poética coincide con lo Otro ya sea en júbilo o lamento, germina la prosa poética para describir una escena, una imagen retenida por los sentidos y trazada por las conexiones invisibles, acaso predestinadas, que despiertan el ojo, la piel, el oído… para que la voz poética, por primera vez, se sepa en vida. No cabe duda de que las escenas poéticas presentadas serán para el lector el momento donde el canto del verso se haga cuerpo tangible, se haga acción y se sienta cómo la coincidencia con lo Otro ha transformado la existencia misma de un ser que canta.

Más aún, las escenas serán, para el lector sensible, el tiempo de metamorfosis que todos buscamos porque no solo asistirá al encuentro entre un ser y la inmensidad, sino se reconocerá crisálida si se deja encontrar por la palabra. Así es el poder del conjuro de Cergio: primero nos marca un ritmo, el de la tierra y sus habitantes, el del cosmos mismo, y luego canta y cuenta el momento preciso de coincidencia, el instante donde una voz tenue se une al gran coro…No hay que olvidar que Cergio sabe de su oficio, sabe orquestar.

Con el diálogo del verso y la prosa poética se erige el poemario Temporalia 7. Por eso no es casualidad que la imagen de la apertura, esa que convoca al sol como testigo y acompañante, trace una escena donde el cuerpo del gran astro se hace presencia en la tierra para revelar a la voz poética que él también canta: “Una tarde, la persistencia del sol hizo flama, y ardió todo el pastizal exacerbando la fiebre de la loma. […] No recordaba bien los sonidos del suceso aquel, porque en el momento, las imágenes acapararon mis sentidos y solo fui ojos aterrados ante la ferocidad coreográfica del fuego. […] Recién después pude escuchar las voces de la furia en su eco tardío, devolviéndome, una y otra vez, a ese delirio atascado en un lugar imprecisable de la mente”. Así se inaugura el poemario, con el feroz encuentro entre una voz y el sol que cantará en la memoria para siempre. Si sabemos leer, si tenemos la paciencia que exige la poesía para habitarla, se podrá escuchar las crepitaciones de aquellos rescoldos en la palabra misma, y podremos habitar la escena y escucharemos el eco de las voces del fuego y los incendios serán conmovedores instantes donde el sol parece bajar a la tierra para ser el acompañamiento musical de cualquier voluntad.

Más adelante y después de varios encuentros, la voz poética sabrá también encontrarse consigo misma, y es en ese momento que los límites del cuerpo convocan a la mente para expandirse y fusionarse con la tierra: “La escena discurre /en la penumbra /detrás de la piel /y más adentro /en las vertientes ya /donde las tormentas /colisionan entre sí /y la fauna sale despavorida /hacia los linderos de la mente”. Habrá entonces una estampida de imágenes donde se escucha cantar a la voz de lo Otro que habita en mí. Esta estampida desemboca en la reflexión del mismo acto poético y se reconoce el poder de la palabra, la potencia de decir y crear, de decir y cantar; de permanecer unívoca, sabiéndose múltiple: “Una palabra /y debajo /su reflejo /y adentro /otra palabra /mirándose tal vez /en un espejo /o buscando salida /una palabra /¿cuál de ellas? /con su sombra al lado /y la sola sombra /luego /sin origen /una palabra /una de ellas /se arropa en mí /y en el aire /suenan ambas /a la vez /y son solo eso”.

Esta reflexión poética no solo nos permite vislumbrar la conflictiva relación de Cergio con su material de trabajo, sino sus intensas faenas para producir este poemario. Queda claro que el nacimiento de un poeta no es pasivo ni pacífico, porque cuando un hombre se sabe crisálida de un poema, combate. Ante el poema se activa el instinto social que defiende la pasividad con la que se habita ante el lenguaje, se resguarda una forma de existir con límites, en orden. Hay que saberlo: nacer poeta conlleva el dolor de observar, escuchar y cantar lo inasible, lo indecible, lo caótico.

No es extraño entonces que el poemario de Cergio termine con la voz poética en duda. Tal ha sido su recorrido, tal la ampliación de su ritmo, que la voz poética se sabe diminuta e inmensa, tan sola como acompañada, tan única como repetida, tan unívoca como fragmentada. Tal ha sido el recorrido por la palabra, que la duda es inevitable, porque no se puede cerrar con afirmaciones eso que se abre con la poesía. Esa apertura se queda exigiendo más exploraciones de ojo, de sonido, de tacto, de sabores y olores. Por eso también el último poema de Temporalia 7 canta el conflicto de regresar: “Cómo será esa tierra /cómo al llegar /se sentirá /sabiendo que no existe /cómo fundar nada allá /y cómo regresar /sin la melancolía /que iba a traer conmigo /justo será /soltar /y dejarse /o saltar /cómo será”.

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Reseña de una edición o apuntes para habitar el poemario ‘Temporalia 7’

El músico y gestor Cergio Prudencio presentó su libro con editorial 3600

/ 21 de febrero de 2019 / 15:00

No fue casualidad que un viernes de octubre de 2018 Willy Camacho me buscara todo el día sin suerte para encontrarme frente al ocaso y darme la noticia de que Cergio Prudencio había escrito un poemario. No fue casualidad tampoco que ante la confidencia y la contemplación de la conmovedora partida del sol, la imagen de un hombre domando el sonido ante una orquesta de instrumentos nativos se fusionara con el último fuego del sol, que extendió su luz hasta mis ojos para doblegarlos. No quedaba más que aceptar la invitación a la lectura y edición de lo que hoy puedo llamar Temporalia 7 “el eco del fuego en el tiempo”.

“Gira el mapa /con habitantes /hacia el sol” es la primera imagen que el poemario lanza y sabemos que la voz poética avista el horizonte para reconocerse nimia ante la inmensidad pero acompañada por ella: “aquí está allá /se siente en ambos territorios /el doble cuadrante en espejo /la rutina de los amartelos /mirándose cuando coinciden”. Después de que el verso da inicio a este conjuro, donde la voz poética coincide con lo Otro ya sea en júbilo o lamento, germina la prosa poética para describir una escena, una imagen retenida por los sentidos y trazada por las conexiones invisibles, acaso predestinadas, que despiertan el ojo, la piel, el oído… para que la voz poética, por primera vez, se sepa en vida. No cabe duda de que las escenas poéticas presentadas serán para el lector el momento donde el canto del verso se haga cuerpo tangible, se haga acción y se sienta cómo la coincidencia con lo Otro ha transformado la existencia misma de un ser que canta.

Más aún, las escenas serán, para el lector sensible, el tiempo de metamorfosis que todos buscamos porque no solo asistirá al encuentro entre un ser y la inmensidad, sino se reconocerá crisálida si se deja encontrar por la palabra. Así es el poder del conjuro de Cergio: primero nos marca un ritmo, el de la tierra y sus habitantes, el del cosmos mismo, y luego canta y cuenta el momento preciso de coincidencia, el instante donde una voz tenue se une al gran coro…No hay que olvidar que Cergio sabe de su oficio, sabe orquestar.

Con el diálogo del verso y la prosa poética se erige el poemario Temporalia 7. Por eso no es casualidad que la imagen de la apertura, esa que convoca al sol como testigo y acompañante, trace una escena donde el cuerpo del gran astro se hace presencia en la tierra para revelar a la voz poética que él también canta: “Una tarde, la persistencia del sol hizo flama, y ardió todo el pastizal exacerbando la fiebre de la loma. […] No recordaba bien los sonidos del suceso aquel, porque en el momento, las imágenes acapararon mis sentidos y solo fui ojos aterrados ante la ferocidad coreográfica del fuego. […] Recién después pude escuchar las voces de la furia en su eco tardío, devolviéndome, una y otra vez, a ese delirio atascado en un lugar imprecisable de la mente”. Así se inaugura el poemario, con el feroz encuentro entre una voz y el sol que cantará en la memoria para siempre. Si sabemos leer, si tenemos la paciencia que exige la poesía para habitarla, se podrá escuchar las crepitaciones de aquellos rescoldos en la palabra misma, y podremos habitar la escena y escucharemos el eco de las voces del fuego y los incendios serán conmovedores instantes donde el sol parece bajar a la tierra para ser el acompañamiento musical de cualquier voluntad.

Más adelante y después de varios encuentros, la voz poética sabrá también encontrarse consigo misma, y es en ese momento que los límites del cuerpo convocan a la mente para expandirse y fusionarse con la tierra: “La escena discurre /en la penumbra /detrás de la piel /y más adentro /en las vertientes ya /donde las tormentas /colisionan entre sí /y la fauna sale despavorida /hacia los linderos de la mente”. Habrá entonces una estampida de imágenes donde se escucha cantar a la voz de lo Otro que habita en mí. Esta estampida desemboca en la reflexión del mismo acto poético y se reconoce el poder de la palabra, la potencia de decir y crear, de decir y cantar; de permanecer unívoca, sabiéndose múltiple: “Una palabra /y debajo /su reflejo /y adentro /otra palabra /mirándose tal vez /en un espejo /o buscando salida /una palabra /¿cuál de ellas? /con su sombra al lado /y la sola sombra /luego /sin origen /una palabra /una de ellas /se arropa en mí /y en el aire /suenan ambas /a la vez /y son solo eso”.

Esta reflexión poética no solo nos permite vislumbrar la conflictiva relación de Cergio con su material de trabajo, sino sus intensas faenas para producir este poemario. Queda claro que el nacimiento de un poeta no es pasivo ni pacífico, porque cuando un hombre se sabe crisálida de un poema, combate. Ante el poema se activa el instinto social que defiende la pasividad con la que se habita ante el lenguaje, se resguarda una forma de existir con límites, en orden. Hay que saberlo: nacer poeta conlleva el dolor de observar, escuchar y cantar lo inasible, lo indecible, lo caótico.

No es extraño entonces que el poemario de Cergio termine con la voz poética en duda. Tal ha sido su recorrido, tal la ampliación de su ritmo, que la voz poética se sabe diminuta e inmensa, tan sola como acompañada, tan única como repetida, tan unívoca como fragmentada. Tal ha sido el recorrido por la palabra, que la duda es inevitable, porque no se puede cerrar con afirmaciones eso que se abre con la poesía. Esa apertura se queda exigiendo más exploraciones de ojo, de sonido, de tacto, de sabores y olores. Por eso también el último poema de Temporalia 7 canta el conflicto de regresar: “Cómo será esa tierra /cómo al llegar /se sentirá /sabiendo que no existe /cómo fundar nada allá /y cómo regresar /sin la melancolía /que iba a traer conmigo /justo será /soltar /y dejarse /o saltar /cómo será”.

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‘Lo distante’: el horizonte de Sísifo

La escritora reflexiona sobre el más reciente poemario de Juan Carlos Orihuela.

/ 3 de enero de 2019 / 16:00

Lo distante —el nuevo poemario de Juan Carlos Orihuela publicado recientemente por Plural Editores — canta sobre el tiempo de la mirada al horizonte, donde se reconoce que las distancias se transitan con regresos. Ya en su último poemario, Padre Nuestro, la voz poética de Orihuela cantaba un rezo para entender la lejanía de lo sagrado, representado en la montaña madre-padre, que permanece vigía mientras se la transita. Ahora, al parecer, se comprende que al transitar vislumbramos a la distancia el vientre y la tumba, siempre a la espera: “Lo que trajimos ya estaba en lo distante /hurgado /urgido. /Lo que devolveremos descansará en nuestros residuos /en sitios vaciados por una memoria /de territorios fugaces y saetas”. Entonces, asistimos al reconocimiento de lo que falta recorrer, donde la contemplación del horizonte nos promete un ascenso o un descenso, un inicio o un final, un amanecer o un ocaso, no importa, pues cuando se camina por una ruta se desanda otra y así hasta el infinito… Lo distante crea y recrea el horizonte: “Lo distante nos toca las manos /y regresa inexorable /como un animal fecundado /a completar su círculo /en la danza ritual /de un viaje que va y viene /exento de olvido.// No es el final /es la plenitud de lo exhausto /intentando una vez más /el retorno a las orillas /en los ébanos del crepúsculo”.

Ese eterno trajinar de la voz poética de Orihuela, acaso sea porque canta su no llegada o por murmurar siempre su regreso inexorable, evoca la imagen de Sísifo, al que los Jueces de los Muertos le ordenaron que subiera una piedra gigantesca a la cima de una colina y la dejara caer por la ladera. Pero nunca ha logrado hacer eso. Tan pronto está a punto de llegar a la cima el peso de la insolente piedra lo hace retroceder y cae al fondo mismo una y otra vez. Él cansadamente baja, la vuelve a recoger y reanuda su tarea, aunque el sudor le baña el cuerpo y una nube de polvo se alza sobre su faena. ¿Cuál es “la piedra” que traslada la voz poética de Juan Carlos? ¿Cuál el motivo que exige su desandar?

Su piedra es la palabra; la palabra siempre ha sido motivo de impulso y cansancio para el trajinar del poeta. Desandar para hallar la palabra que diga cabalmente, que contenga o aguante, el sentido de lo se quiere trazar ha sido una acción constante en la historia de la imagen poética. Pero la voz poética de Orihuela sabe además que en ese vaivén se teje el poema mismo: “En la indigencia de las palabras /en el despojo /en la fugacidad de la daga /se ensarta el hilo y se enhebra /descendiendo como un fragmento de inicio /al borde de los despeñaderos”. Más aún sabe que si el poema inicia, su nacimiento también, por eso la imagen que soporta el trajín no tiene cuerpo: “Perro y hueso a la vez /liquen sin dueño /frío desterrado /entre los deseos de siempre. //Es el vacío de los cuerpos /lo no dicho”.

Lo no dicho entonces, lo que aún no encuentra palabra, provoca un continuo andar y desandar que suscita la contemplación de la tierra que se habita, que se transita. Ella, se presenta discreta, guarda los inicios tal vez para provocar el movimiento y hacer que el tiempo se active: “Como una brisa /la tierra apresurada guarda sus inicios /en la crisálida de los días tenues /en la solapa que ladra el musgo /buscando el asilo de los pájaros /del tiempo largo”. La tierra sabe que sus habitantes, al igual que el poeta, deben transitar, ir y venir, buscando el límite que los acoja o los contenga hasta el desgaste. Entonces las imágenes del tránsito se multiplican y, de pronto, todos son Sísifo: el invierno. “En medio de las ciudades y los templos /pasea su organismo imperturbable /Lento se bifurca”;  “El agua se desliza inolvidable. /Por sus cuencas derivan el deseo y la memoria”; el aire “Se escurre entre los instantes /para volver a ser arena /creciendo con la madera y el asbesto /hasta olvidar su silencio /y ensartarse en el coral de los días.”; los animales atraviesan el tiempo y una gota constante hace posible su misterio. Y entre el ir y venir indudablemente hay encuentros, algunos son pasajeros “anónimos y desconocidos /como abrojos de un árbol que se ignora” y a otros se les pide revelaciones: “me acerqué a tus fronteras /para que me mostraras el nudo de las lámparas /pero tú solo quisiste revelarme /la antigüedad de tus cabellos”.

Y pronto llega el desgaste, el ocaso del movimiento donde “Un fragmento ajeno se detiene /se mira para invocarse en el granito /y recurre a su lugar de sombra /hasta ser acogido por un recuerdo de piel”. Entonces la memoria de lo transitado se hace nítida, y aunque el movimiento exterior ha cesado, hay júbilo en las reminiscencias pero también anticipaciones de la muerte. “Creía en la misericordia /en la modestia de los arbustos /en las formas imponderables de la harina y el uslero /en los ocasos en que empezaba a hornear /hasta que volviera el día”.

Ahí se comienza a cantar una despedida, una retirada… La voz poética, cual Sísifo longevo, se sabe desamparada ante el tiempo: “Tiene un mes /dicen unos. /Tiene un año /dicen otros. /Tiene un día /se dice por ahí. /Tiene que ya no está”. Pero su horizonte sigue enfrentándolo con lo distante que, aun viéndolo desgastado, lo incita al movimiento: “Vuelve /tal vez ahora ya no necesites /los orificios del oxígeno que no alcanzó /y se    a /en el final de la tarde”. Así, la voz poética emprende su último recorrido y se transita a sí mismo: “Me muevo al costado /abro mis espaldas /y empiezo a visitarme”. Surge entonces la última y más íntima evocación, la de un tú, con la que llega la quietud y se ofrece la muerte como un último amanecer: “me estoy acabando en la voz /y quiero entender /como tú /que ya son demasiados intentos de luz para nada”.

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