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Solo preguntas

Consciente es quien escribe de que las inquietudes que estampa en estos 5.000 caracteres requieren mayor nivel de análisis por respeto a la cultura boliviana y a quien lee estas líneas. Empero, allende de las respuestas y tal como construye la filosofía son necesarias las preguntas… aunque incomoden.

Está visto y demostrado: organizadores y autoridades chilenas y peruanas gestan campañas de promoción turística en las que se incluyen danzas bolivianas como suyas. ¿Nos roban, nos plagian, se aprovechan de nuestra riqueza cultural? Difícil será encontrar en su spot un cartel con los binomios “integración cultural”, “caporal boliviano” o “morenada boliviana”, porque simplemente quienes bailan estas danzas son bolivianos residentes en el país, descendientes, hermanos peruanos o chilenos admiradores de la cultura boliviana. Ojo, que quienes diseñan la estrategia turística no son los que bailan, sino aquellos que se benefician económicamente del acto cultural. De igual forma sucede en Argentina, España o Brasil durante las festividades de la comunidad boliviana, con la salvedad de que estos no países incluye en sus campañas turísticas danzas bolivianas como suyas.

Ahora bien, ¿será que tanto Chile como Perú carecen de un legado danzario propio al punto de que necesitan de las bolivianas para definirse? Quizás poseen pocas o no muy atractivas, empero es tan fuerte el arraigo cultural del boliviano que es capaz de contagiar y hasta colonizar culturalmente donde viva. Y ese sentimiento tan fuerte y enraizado los convierta en seres especiales. Alejando esta reflexión de nacionalismos, chovinismos o  de la ciega defensa sin reflexión en la que a veces se ahogan los defensores del folklore boliviano, hay que reconocer que son muchos los coterráneos asentados en zonas fronterizas peruanas y chilenas: Arica, Puno o Iquique. Las bandas folklóricas y los artesanos bolivianos son contratados para sus festividades y durante el intercambio siempre quedan restos culturales. No son los migrantes bolivianos embajadores de su cultura o los foráneos que gustan de ella, los culpables de que otros gobiernos “se aprovechen de lo nuestro”. ¿Serán los de acá, que en vez de usar ese elemento a su favor, deciden llorar?

El Altiplano comparte una historia conjunta, los aymaras y los quechuas siempre fueron una sola comunidad, las fronteras de los gobiernos y los intereses económicos los dividieron, haciéndolos contrarios. En 2012 Bolivia y Perú pelearon por la Diablada: Puno afirmaba que su Diablo databa de 1892, y Bolivia, que las raíces de la danza corresponden a la civilización uru, cuyo centro religioso se emplazaba en el territorio orureño; sin embargo la primera Diablada boliviana nació en 1904.

¿Entonces existe una Diablada peruana y otra boliviana? La Morenada nace en 1913 en Oruro; el Caporal, en 1970 en la festividad del Gran Poder; el Waca Waca, en Umala, departamento de La Paz, ¿son de origen boliviano? Sí, pero no impide que puedan ser del mundo: de todos aquellos que decidan reivindicarlas, bailarlas aunque en otros territorios y bajo otras banderas. Bolivia deberá caminar orgullosa, en vez de reprochar, condenar o lamentar el no reconocimiento de origen; deberá sentirse honrada, oronda de expandir lo suyo en otros suelos. Y es que son tan majestuosas sus danzas que otros necesitan de ellas para identificarse y posicionarse ante el mundo. El suelo boliviano es tan diverso culturalmente que despierta en otros ganas de “adueñarse”. Esta la actitud defensiva. Pero, ¿y si nos miramos primero? 

Las danzas son solo un ejemplo, ¿qué pasa con nuestro patrimonio literario, arquitectónico, musical? ¿Basta una declaración patrimonial para protegerlos? ¿Hay que esperar que otros “copien” para asentar soberanía sobre ellas? Por supuesto que no, se necesita educación. La ley de Cueca Boliviana y su reglamento es un paso, las tradiciones danzarias heredadas familiarmente es otro, la difusión constante de nuestras festividades y los spots en canales internacionales, ayudan; pero son esfuerzos aislados que no parten de un proyecto concreto donde todas las disciplinas artísticas sean protegidas. ¿Qué pasa con el patrimonio dramatúrgico, teatro popular; musical o literario? La Biblioteca del Bicentenario de Bolivia, un gran paso.

El respeto a la cultura de un pueblo no se logra solo con difusión o actitudes defensivas ante plagios, ni privilegiando una disciplina ante otra, sino también estudiándola, analizando sus nuevos rumbos; desentrañando lo que desafía a la academia y surgió de  las calles; visibilizando al autodidacta que interpela al poder; entremezclando tendencias de ayer con las de hoy, filtrando nuestra esencia y posicionándola ante las “copias”. Incluso si se trata de aquella manifestación que retoma actitudes del pasado: música electrónica en un “cholet”; occidente empoderado en el exótico espacio indígena. ¿Otro modo de asentar su poderío? ¿O un intento de glocalización cultural? En fin, son solo preguntas.