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Una adaptadora y su última presentación

Antes de empezar a hablar de la obra, hago un paréntesis para hablar de Graciela Tamayo. Tres obras son las que ha montado en el último tiempo: El amor se ha estido, presentada entre el 7 y el 10 de este mes en el Teatro Municipal de Cámara, a la que luego le dedicaré el resto de la reseña; La policía también llora, dirigida por Ariel Baptista y basada en Periférica Blvd.; y Sutura Dominguera, dirigida por Pepetus Aramayo y basada en otro texto de Camacho.

En todos los casos textos narrativos que cualquier otro teatrero aconsejaría no adaptar (muchas veces con razón), pero con los que ella ha generado un público y un movimiento (con cierto intento de matiz moral: feminista) que, de antemano, merece ser aplaudido. No todos los actores se cargan sobre la espalda esta cantidad de trabajo y esto señala que la pasión que siente Tamayo por el teatro es un motor en movimiento: esperemos que no deje nunca de moverse, porque la pasión llevará a la calidad, a la limpieza técnica y conceptual. Una aclaración más: alguna vez vi a otros críticos decirles a jóvenes que son apasionados como para evitar decirles que su trabajo no tiene calidad. La pasión, por un lado, nada tiene que ver con la edad (o con la ausencia o presencia de experiencia) y, por otro, no será excusa para analizar a detalle la obra en cuestión.

El amor se ha estido, obra de dos actores (Eric Calancha y Tamayo), basada en un texto de Willy Camacho y dirigida por Rodrigo Mendoza, trata de poner en escena dos tipos de amor: uno romántico, de telenovela, machista (“una casa sin marido es un barco sin su capitán”), del que (supuestamente) se burlaría en otro tipo de amor; uno que no está “estido”, al menos hasta el final de la obra, donde se ve que los personajes son también aquello que criticaban. Este final saca de la moraleja a la obra y la coloca en un complejo terreno de ambigüedad artística que hace falta quizás en las otras adaptaciones de Tamayo donde la moral gana y no deja sacar al público sus propias conclusiones. Sin embargo, dos “peros” hay que poner a esta obra, dejando de lado el texto del que acabo de hablar: la dirección actoral y el uso de utilería.

Los actores se fuerzan en interpretar a varios personajes cada uno. Aquí un primer error, los únicos bien construidos, con voz propia y diferenciable (más allá de la peluca o el vestuario) son Gonzalo, Fatty y los dos personajes de la telenovela. El resto se pierden como malas imitaciones, como exageraciones innecesarias. Va el segundo error, el código actoral. Incluso en algunas cosas de Gonzalo y Fatty (los personajes, por así decirlo, más naturalistas) se sobreactúa. Se trata de marcar un diferente código entre la telenovela y la realidad. Se ve a Calancha forzando un tono de voz y sus ojos abiertos como huevos en la telenovela, se lanzan todos los clichés. Pero fuera de ella, a veces, se escapa el mismo código: el exagerado alzar el brazo del hombre para rodear el cuello de la mujer en el cine. Esto hace que el final pierda fuerza, que no pueda ser tomado en serio y que la ambigüedad que el texto tiene se matice. Debo aclarar, sin embargo, que esas exageraciones hacen reír al público, dejo la pregunta abierta: ¿prefiero que el público se ría porque sí o que se ría para luego darle una vuelta, para hacerlo pensar, para compartirle una dolorosa duda: en este caso sobre la actual imposibilidad de escapar del patriarcado?

El uso de utilería mezcla (y he aquí el error) objetos imaginarios con reales. Esto evidentemente afecta a la dirección actoral. Exagerado es el actor cuando agarra un papel imaginario, lo lanza al suelo, hace sonidos imitando (con la distancia que implica toda imitación) al que haría el propio objeto. Luego se le da un papel de verdad, la actuación de pronto se vuelve naturalista. ¿Es esto a propósito?, ¿acaso un objeto es más importante que el otro? La respuesta a ambas preguntas, para el espectador, es no. Se trata de dejarlo pasar, pero sucede con tanta insistencia que, como diría Yuri Lotman, se vuelve un ruido.
Hasta aquí parece que todo, menos el texto en cuestión, ha sido un error. Finalizo resaltando un logro: esos momentos en los que los actores parecieron olvidarse que tenían que actuar, en los que no forzaron nada, en los que la energía se sintió sincera y el tono de voz sobrio. Recuerdo un momento preciso: Fatty rechazando a Gonzalo en la discoteca. Sus negaciones son sencillas, son gesto, todo el ruido (incluido el ruido de las risas de los espectadores) desaparece. Esa es la actuación en la que, especialmente para Tamayo, está su fuerza: en la media sonrisa que sin decir nada lo dice todo.