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La favorita

Para un sector de la crítica el director griego Yorgos Lanthimos, responsable, entre otros títulos de Langosta (2015) y El sacrificio de un ciervo sagrado (2017), se ha ganado un merecido prestigio autoral a fuerza de hendir el escalpelo en los sesgos más turbios de la condición humana. La ponderación es en cambio cuestionada por quienes aventuran que se trata de un espejismo de corto alcance, acicateado por la ansiedad para encontrar destaques en medio de un panorama avaro por la chatura generalizada.

La favorita agregará algunos leños a la fogata del debate. Aportará adicionalmente lo suyo al malentendido anual que infiere linealmente de la cantidad de nominaciones al Oscar un igual montante de valores cinematográficos en los títulos puestos en foco por esa ceremonia, cuyos reales alcances vuelven a ser notorios merced al adelanto de los organizadores anunciando que en afán de acortar su duración este año la entrega de algunas de las estatuillas no podrá ser vista ya que se aprovecharán los cortes comerciales para hacerles llegar sus reconocimientos a los ganadores en rubros ciertamente no menores (fotografía, montaje). El aviso provocó de inmediato el enojado rechazo de parte de Scorsese y muchos entre sus colegas, tildando la decisión de dislate y otros adjetivos irreproducibles.

Inglaterra, principios del siglo XVIII. Mientras un porcentaje significativo del territorio es el campo de batalla de la enésima contienda bélica anglofrancesa, dentro del palacio real se escenifica una disputa algo menos cruenta —salvo que allí caen abatidos los elementales reparos éticos— pero en cambio más sórdida. Y la sordidez es justamente el acento elegido por Lanthimos para dar cuenta de esa riña intramuros por el poder.

Ana, la reina, se halla en verdad inhabilitada por impedimentos físicos y psicológicos para ejercer su función. Quien manda entre bambalinas es lady Sarah Churchill, formalmente su asistente. Por añadidura la relación entre ambas desborda con largueza el ámbito político/laboral y no deja de dar materia a las copiosas intrigas palaciegas. Todo transcurre no obstante dentro de una cierta normalidad, puesta de cabeza con el súbito desembarco en escena, de Abigail quien llega literalmente cubierta de excrementos, luego de ser arrojada desde un carruaje a bordo del cual el sir propietario intentaba abusarla. Es uno de los incontables subrayados del director para que nadie deje de advertir los ya dicho extremos grotescos de esta mezcla entre el drama de época y la farsa histórica.

Abigail, prima de Sarah, supo ser otrora miembro conspicuo de las clases acomodadas, pero avatares existenciales la obligaron a convertirse en una buscavidas casi profesional diríamos, sin haber perdido, eso sí, la ambición propia de su entorno original. Por eso una vez consigue traspasar la puerta del palacio para desempeñar tareas como ayudante de cocina, comienza a escalar poco a poco posiciones hasta conseguir ganarse el interés de su majestad, amenazando con desplazar a Sarah como la preferida.

Es en torno a tal disputa que orbita la trama, sin moderar en ningún instante su ambición a ser apreciada como una suerte de ensayo intemporal —no ajeno empero a ciertas declinaciones propias de las ideologías feministas en curso—, alusivo a las flaquezas humanas, a la angurria de poder —en el sentido hobbesiano del instinto natural de los individuos al dominio sobre los demás—, así como al nutrido repertorio de retorcimientos y bajezas que se halla dispuesto a poner en acto para conseguir sus fines o deseos.

Mencionábamos arriba el drama de época, género “de calidad” muy prestigioso décadas atrás, hoy depreciado debido al acartonamiento y al estereotipado que, salvo las excepciones de rigor, pautaban de modo invariable sus tonalidades expresivas. Consciente probablemente de semejante dificultad, el director intenta, con muy relativo suceso, zafar de aquellos corsés burlándose de ellos. El ensayo más notorio en tal dirección es la puesta en boca de Ana, siempre propensa al infantilismo caprichoso, de una prosa plagada de términos reñidos con el lenguaje “correcto”, en varios momentos directamente insultos de grueso calibre. Pero el chiste se desinfla pronto y el intento de subvertir el género acaba entregando una colección de estereotipos invertidos.

En materia de narrativa visual, hay de todo un poco, o demasiado. Cámara lenta; dollies enfáticos; disolvencias  a granel —en lugar  del corte directo—, en las transiciones entre escenas; paneos solemnes. Pero en particular abundan los encuadres a través de grandes angulares, en varios casos directamente “ojos de pescado”. El uso de ese tipo de objetivos responde por lo general a la intención de alcanzar una mayor profundidad de campo, lo cual permite a su vez trabajar de modo simultáneo varios planos, densificando así la carga significante de la toma. De manera adicional cuanto más angular es el lente mayor resulta la distorsión de las perspectivas, permitiendo enfatizar visualmente la deformidad de los comportamientos mostrados.

Pero al igual como ocurre con cualquier otro recurso técnico, la sobreabundancia termina esterilizando su alcance expresivo. Peor todavía si la ambientación —infinidad de pinturas, lienzos y ornamentos al por mayor— cede igualmente a la tentación del exceso. Revolotea en el fondo la sostenida confusión entre barroquismo y manierismo bombástico.

En el referido modo del tratamiento visual de La preferida son detectables asimismo varias referencias explícitas, mayormente implícitas, a unos cuantos títulos canónicos del género: Barry Lindon (1975) de Kubrick, Amadeus (1984) de Milos Forman, las opinables hechuras de Greenaway, y en particular a la obra de Visconti, maestro del barroco cinematográfico, quien seguramente hubiese dado cuenta también de su empacho en caso de haber tenido la ocasión de apreciar esta pieza de Lanthimos.

La narración pivotea en torno a los cambios de humor de Ana, desde sus a menudo aniñadas reacciones a sus extraviados arranques de autoridad, pasando por los gestos denotativos de una decadencia irrefrenable y en varios tramos parece perder el norte cuando los giros insinuados quedan en eso y el relato avanza en línea recta. Si esto se valora como un acierto o como un disparo en el propio pie es algo que depende del criterio general sobre el verdadero vuelo de un trabajo al cual, en largos tramos de sus dos horas y pico de metraje, se le notan demasiado las dificultades para elevarse a la altura de su pretenciosidad. 

Olivia Colman (Ana), Rachel Weisz (Lady Sarah) y Emma Stone (Abigail) ponen lo mejor de sí para que sus sobreactuaciones no lo parezcan. Pero el esfuerzo, que podría redituarles alguna estatuilla, sabidas como son las apetencias de los académicos, acaba estrellado contra el ostentoso abigarramiento que las envuelve.

La bienintencionada moraleja final: vencer en una gresca de esta índole no necesariamente pasa por el triunfo y perder puede ser compensado con la dignidad asumida en la derrota, calzaría mejor en algún Disney reciclado.

Ficha técnica

– Título original: The Favourite

– Dirección: Yorgos Lanthimos

– Guion: Deborah Davis, Tony McNamara

– Fotografía: Robbie Ryan

– Montaje: Yorgos Mavropsaridis

– Diseño: Fiona Crombie

– Arte: Caroline Barclay, Sarah Bick,

Lynne Huitson, Dominic Roberts.

– Maquillaje: Beverley Binda

– Efectos: Jim Bones, Bernard Newton,  Ed Bruce

– Producción:  Daniel Battsek, Cait Collins,

Deborah Davis, Ceci Dempsey,

Rose Garnett, Ken Kao, Yorgos Lanthimos

– Intérpretes: Olivia Colman, Rachel Weisz,

Emma Stone,  Emma Delves, Faye Daveney,

Paul Swaine, Jennifer White, LillyRose Stevens,

Denise Mack, James Smith

– IRLANDA, GRAN BRETAÑA, EEUU/2018