La nueva Cuba sorprende a Mario Conde
‘La transparencia del tiempo’ retrata los cambios de la isla a través de los ojos asombrados del detective inventado por Leonardo Padura.
Leonardo Padura es el autor cubano más reconocido en el extranjero. Después de Guillermo Cabrera Infante, él es el “gran escritor cubano”, un sitial en el que en el pasado se colocaron plumas inmortales como las de Alejo Carpentier o Lezama Lima. Pero la obra de Padura, pese a que le debe mucho a las descripciones de la vida (y de la noche) habanera inventadas por Cabrera Infante, resulta sin embargo muy distinta que la de otros escritores cubanos.
Uno piensa en “literatura cubana” y evoca automáticamente un puñado de características: una prosa barroca y musical, una imaginación desbordada, tan ubérrima como la naturaleza del trópico, juegos de palabras, una erudición no por ingeniosa menos evidente y, digámoslo así, “a posta”; sexualidad también desbocada y casi siempre explícita; en fin, el conjunto de los aportes de los grandes nombres del pasado, desde Carpentier hasta Reynaldo Arenas. Varios escritores cubanos de este momento siguen esta tradición.
Padura —que “fue, es y seguirá siendo periodista”— se distingue de esta escuela por su deseo y su capacidad de comunicación. Sus libros no son prodigios formales, sino novelas en el sentido convencional de la palabra, es decir, historias minuciosamente pensadas, que él cuenta con la habilidad necesaria para embaucar al lector y a través de personajes muy bien definidos, que por un lado representan la “cubanía”, es decir, el espíritu local, pero también poseen aliento universal.
Esta obra no es resultado de la inspiración bohemia y genial de esos otros “grandes escritores cubanos” que en su momento reconoció el mundo, sino el producto de un esfuerzo disciplinado, inspirado en el método de trabajo oficinesco de Mario Vargas Llosa, que pone a Padura a escribir desde las ocho de la mañana hasta la una de la tarde, todos los días de su vida.
Además, Padura arrancó su andadura novelística, y ganó su celebridad, con novelas “de género”: una serie de intrigas policiales. La originalidad de las mismas reside en que suceden en la Cuba actual, es decir, en esa sociedad tan peculiar, ambigua, abigarrada, imposible de clasificar que es la sociedad isleña, creada por las fuerzas encontradas de la ilusión revolucionaria, la represión “blanda” y algo absurda de las autoridades comunistas; la cultura rumbera, frívola, que heredó del África; la proximidad a Estados Unidos, el exilio del 10% de la población; la constante carestía y el constante sufrimiento material; la entrañable y a veces excesiva proximidad humana; la música, la sensualidad y genialidad artística; la miseria del “rebusque” y la promiscuidad.
En estas novelas se retrata con humor y verdad estas circunstancias, mientras se despliega sobre este tablero la extraordinaria personalidad del detective Mario Conde, un típico héroe de la literatura “negra” universal: solitario, duro pero compasivo, valiente, íntegro en el fondo más que en la forma; al mismo tiempo que un típico héroe cubano: amante del ron y el tabaco, amante de su mujer, metido en mil líos con las autoridades y con la señora Necesidad, pobre pero digno en su desprecio por el dinero y lo que éste compra y destruye.
En La transparencia del tiempo la fórmula se repite aunque reforzada —como en la previa Herejes— con una dosis de novela histórica, género en el que también se ha destacado Padura, quien consolidó su éxito literario con El hombre que amaba a los perros, una novela que cuenta —con verdad, a diferencia de la serie de Netflix— el asesinato de Trotsky a manos de Ramón Mercader, hijo de una cubana.
Lo más flojo de La transparencia… es la trama criminal, que consiste en la búsqueda por parte de Conde —quien trata así de ganarse la vida luego de que el oficio de vender libros dejara de funcionarle— de la talla medieval de una virgen negra, la cual vale muchísimo y en la que están interesados diversos traficantes de arte. El esquema es elemental y la intriga, muy débil, apenas un marco para nuevos fragmentos de la crónica paduriana de la Cuba actual.
Estos fragmentos versan sobre los cambios sobrevenidos por la reciente liberalización económica, lo que significa que Padura “actualiza” la biografía de Conde. Lo hace con esa sinceridad, pero con ese calor y ese compromiso que lo han hecho sospechoso para los dómines comunistas de las letras al mismo tiempo que han defendido su trabajo de la censura. Conde se asombra de la irrupción en la economía socialista de los “paladares” y los bares de lujo, de las galerías de arte y otros muchos negocios privados, ahora permitidos, pero sobre todo queda estupefacto ante el lujo y la riqueza que, por primera vez en su vida, observa disfrutar a algunos cubanos. Comunista escéptico pero finalmente irremediable, no deja de notar la contracara de esta abundancia que por fin (¿?) puede darse en la isla: la marginalidad social en los barrios habaneros de inmigrantes, con sus delincuentes, sus redes mafiosas y su constante inseguridad. El capitalismo tiene un costo que hay que pagar con nuevos tipos de sufrimiento.
Nuestra sensación después de leer La transparencia… es que esta vez Padura no logra lo mismo que consiguió en la mayoría de sus obras anteriores, una combinación convincente de best-seller con literatura de autor.