Wednesday 17 Apr 2024 | Actualizado a 19:40 PM

El poder (desperdiciado) de la publicidad

Una reflexión sobre los alcances de la publicidad y la forma en la que trabaja en el país.

/ 7 de marzo de 2019 / 17:40

Varias semanas atrás internet, todopoderosa brújula que nos dice qué hay que atender y qué hay que ignorar, debatía apasionadamente acerca de un spot de Gillete donde la marca, atrevidamente, tomaba una postura en contra de la masculinidad tóxica, pidiéndole a los hombres que dejaran de creer en valores retrógrados y pudieran cambiar para vivir en armonía con el mundo actual.

Muchas veces se olvida el poder que puede tener la publicidad en la sociedad. La publicidad es la que define cómo se ve la belleza (Dove, L’Oreal, Yanbal), qué debemos vestir (Springfield, Levi’s, Kotex) o cómo se ve una familia funcional (Coca-Cola, Sofía, Huggies). La sociedad acepta los mensajes frívolos de consumo porque la publicidad también intenta crear un mundo mejor: denuncia el bullying, te informa de cómo puedes dejar de matar el planeta o en el caso de Gillete, cómo educar a las futuras generaciones para que sean mejores seres humanos.

En Bolivia esto no ocurre. Las tandas suelen ser 98% mensajes de consumo y el 2% restante, hipócritas intentos de marcas comerciales de parecer buenos dando algún consejo cualquiera (usualmente obligados por una ley que les pide cumplir un mínimo de trabajo social al año).

La publicidad boliviana nos ha acostumbrado a ver historias tontas que funcionan como chistes que se olvidan a los dos días o fórmulas gastadas de las mismas imágenes recicladas (cualquier arte para vender un auto o todos los bancos hablando de su banca digital, por ejemplo) con textos que los creativos se imaginan revolucionarios, inteligentes, pero que son simples refritos creados solo para complacer a clientes y jefes y terminar el día en paz. Yo sé todo esto porque llevo 15 años trabajando así.

Saliendo de Megacenter hay una valla de la Universidad Privada de Bolivia (UPB) que muestra a una chica con agua salpicando su rostro y un mensaje absurdo que solo dice “Comunicación con Enfoque Corporativo”. Más allá de las connotaciones sexuales que podría darle cualquier persona, debería existir, por encima de todo, la pregunta: ¿cómo algo tan tonto llega a estar allí y seguir meses sin que a nadie le importe? ¿Alguien de verdad cree que una joven verá esta imagen y saltará a los brazos de la UPB?

Donde el spot de Gillete tuvo respuestas (positivas y negativas) a la media hora de ser subido a internet, aquí vivimos en una sociedad donde solo Corimexo parece romperla año tras año con un mínimo de publicidad pagada y luego sentarse a disfrutar de toda la absurda cobertura que recibe de los medios ociosos que juegan a echarle leña al fuego.

Trabajando en este rubro, por lo menos una docena de veces escuché la frase de clientes y jefes diciendo: “No. Tiene que ser más simple, para que la gente lo entienda”. Clientes obligando a los publicistas a producir mensajes bobos, simplones, obvios, porque si la gente lo piensa mucho, podrían darse cuenta de que no necesitan las cosas que están queriendo venderles y eso, señores, sería el fin de la vida como se conoce (la vida de los publicistas, quiero decir).

Ergo, los miles de spots que tenemos en los últimos 10 años están basados en situaciones tontas o personajes absurdos: Harry el limonero, Horacio Reducido, Migo, el opa Juanoncho vendiendo tierras en Santa Cruz, etc. etc.

Donde otros países se enorgullecen de sus producciones que son premiadas, alabadas y compartidas en YouTube, las producciones nacionales son atentados al criterio, al buen gusto y a veces hasta los derechos de autor, como es el caso de un director creativo que todos conocen por su descaro al plagiar piezas del exterior y ser inmune a las consecuencias.

Aparte de las agencias digitales que nacen y mueren en menos de un año, Bolivia tiene menos de 10 agencias grandes que se reparten a la gente de diseño, creativos y la media centena de marcas grandes que les permiten vivir. Todos jugando al juego de la ronda, saltando de una agencia a otra y repitiendo. Al ser un grupo tan pequeño (no más de 200 personas en toda Bolivia) las historias que se mueven son increíbles e imposibles. De hecho, la primera agencia de publicidad de Bolivia termina como la historia de un lugar al que llegaron sus empleados un lunes y encontraron todo saqueado porque sus dueños decidieron escaparse del país antes de que tengan que pagar indemnizaciones y se llevaron todo lo que pudieron para nunca más regresar. Si ésta es la base de la publicidad, peores historias se han levantado después. No existe regulación y, como se mencionó antes, nadie reclama de todas maneras. Para trabajar con cualquier proveedor, las agencias les exigen una comisión por el “favor” de usarlos a ellos y no a sus competencias. El monto que un cliente recibe en su factura está tan inflado, y a veces es tan descarado, que ha llevado a bochornosos escándalos que han resultado en gente que tuvo que renunciar… para unos días después el individuo ser contratado por otra agencia como si nada hubiera pasado.

Esta gente es la que hace los mensajes que nos atacan día a día. Mensajes cínicos, huecos y desalmados que no buscan el bien sino el billete fácil: “compra, logra, yo, más grande, mejor, impecable, oferta, 2 x 1, todo lo que deseaste, serás perfecta, todos te amarán, único en Bolivia, pensando en ti, hazlo por tu familia, por los que amas… compra, compra, ¡compra!”.

La historia de Gillete incluso tiene su lado oscuro, donde se dice que la misma marca contrató gente para que escribiera cosas malas en las redes y poder asumir así el rol de víctima, el héroe trágico con el que todos tuvieron la empatía. O sea, todo planeado de antemano. Así es la publicidad, un juego de ilusiones donde la creatividad realmente está en cómo lograr que la gente siga creyendo, no lo piense demasiado y compre, compre… ¡compra!

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El legado de un monstruo

El documental ‘Leaving Neverland’, dirigido por el británico Dan Reed, se basa en dos testimonios contra Michael Jackson

/ 20 de marzo de 2019 / 04:00

Días después de que HBO pasara el documental Leaving Neverland sobre los supuestos abusos sexuales que cometiera Michael Jackson sobre dos niños de siete años, Taj Jackson, sobrino del artista, realizó varias apariciones en medios de comunicación defendiendo la inocencia de su tío. Una frase destaca sobre todo lo que ha dicho hasta la fecha: “Creo que esto es solo temporal”, dijo, asumiendo que el legado artístico será más fuerte que la verdad que pueda (y deba) revelarse de Michael Jackson como persona.

Leaving Neverland es un documental de cuatro horas dirigido por Dan Reed, que estrenó primeramente a principios de año en el Festival de Sundance, dejando atónitos a sus espectadores; se dice que había consultores y asesores psiquiátricos presentes para ayudar a la gente a lidiar con lo expuesto en el filme. El Festival es un escaparate que sirve para mostrar y negociar contratos de distribución para películas y documentales. HBO saltó de inmediato ante la oportunidad de distribuir el documental en su cadena, a lo cual, los abogados, advertidos del contenido, intervinieron a las horas con la amenaza de una demanda si HBO pasaba el documental por Tv. HBO se puso los pantalones y dijo que no retrocedería.

En Finding Neverland oímos a dos hombres de 30 años recordando cómo conocieron al Rey del Pop y cómo paso a paso Jackson se metió en la vida de sus familias con el fin de enamorarlos y convencerlos de que estos niños pasen más y más tiempo con él.

Wade Robson era un niño de cinco años cuando ganó un concurso de imitadores de Michael Jackson en Australia. El premio fue conocer al artista. El carisma de Wade y la accesibilidad de la familia permitieron que el artista desarrollara una “amistad” con el niño por los siguientes dos años, a través de cartas y llamadas telefónicas. Con el regreso del artista a Australia, esta “amistad” floreció en visitas de Michael a la casa de la familia, cenas, películas, salidas, compras ilimitadas en shoppings, viajes, hoteles. Era tal el cariño que demostraba Michael por ellos, que la familia tomó la decisión de mudarse a Estados Unidos para que el pequeño Wade de siete años pudiera estar cerca de su “mejor amigo”.

James Safechuck tuvo otra forma de conocer al artista, cuando ambos fueron los protagonistas de un spot publicitario para Pepsi. No tan fanático, Michael encontró otras formas de impresionar al niño, a través de visitas a su impresionante rancho (Neverland) y siempre manteniendo el mismo encanto con los niños como con los padres para ganar su confianza.

Cuatro horas es bastante tiempo, y el documental toma cada minuto para hacer a estos dos jóvenes, sus familiares y más adelante, sus parejas, lo más creíbles y humanos posibles. Los relatos de ellos como protagonistas de siete años pasan en un abrir y cerrar de ojos de cuento de hadas a terror nocturno. Lo que logra el director y separa este filme de cualquier otro documental sobre el tema es el enfoque. Esa neutralidad donde Michael Jackson es un personaje terciario, distante, un mito nunca visto de frente pero descrito por momentos, por acciones, por fotos, cartas y finalmente por un perfil psicológico que se desprende de solo un cantante y se convierte en el prototipo de cualquier violador desalmado que pueda estar en los archivos de la Policía.

Cuatro horas cumplen la función de mostrar palabra por palabra, acción por acción, paso por paso, cómo un adulto de 30 años convenció a padres e hijos de ser parte de este horror sexual. Los detalles sobre besos, caricias, pezones apretados (aparentemente el fetiche de entrada de Michael Jackson que se repite aquí y en los archivos que tiene la Policía de los juicios), sexo oral, masturbaciones, juegos de bodas, calzoncillos con sangre y más, ponen la piel de gallina al espectador. La forma en que estos dos muchachos recuerdan esto, con las manos temblando, la voz quebrada y luego construyendo la imagen grande al incluir a sus madres y hermanos que inútilmente tratan de explicar cómo no supieron que esto sucedía, no solo destruye la imagen del Rey del Pop, crea odio por el hombre.

La intencionalidad, la manipulación y luego, con el escándalo de los juicios de 1993, el descaro de llamarles y pedirles que sean testigos a su favor, es una historia que por momentos enoja. La cadena Fox anunció que nunca más pasará el episodio de Los Simpson con la voz de Jackson; alrededor del mundo las estaciones de radio sacaron de programación las canciones de Michael e incluso localmente se han visto comentarios en Facebook de gente que vio el documental y ya no siente la misma admiración.

HBO recibió una demanda apenas terminó de pasar el documental. Pero no por el mismo, sino por una cláusula de 1992 sobre un concierto que pasó la cadena y que en el contrato decía que nunca se hablaría mal del artista: 100 millones de dólares por desafiarlos. Al documental no se lo puede tocar, porque habría que probar que estos muchachos mienten. Y al oírlos y verlos… o son los mejores actores del planeta o estas vidas de verdad quedaron destruidas. El coda final carga la parte más fuerte: gente insultándolos por las redes sociales, amenazas a las familias, una madre llorando porque su hijo nunca le perdonará que lo haya dejado solo, con siete años, en las manos de un pedófilo. Esta palabra se usa una sola vez en todo el documental y cuando llega es devastadora. Michael Jackson no era un rey. Era un pedófilo que abusaba sexualmente de niños; no importa qué haya grabado, qué bien haya hecho en el mundo. No importa cuánto duela, su verdadero legado es destrucción en la vida de quienes fueron sus víctimas.

Sobre el comentario “temporal” que quieren etiquetarle a este documental, la respuesta está en las fotos finales donde Wade Robson quema la chaqueta de Thriller que le regalara Michael Jackson. A ver si así el pasado duele menos.

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El poder (desperdiciado) de la publicidad

Una reflexión sobre los alcances de la publicidad y la forma en la que trabaja en el país.

/ 7 de marzo de 2019 / 17:40

Varias semanas atrás internet, todopoderosa brújula que nos dice qué hay que atender y qué hay que ignorar, debatía apasionadamente acerca de un spot de Gillete donde la marca, atrevidamente, tomaba una postura en contra de la masculinidad tóxica, pidiéndole a los hombres que dejaran de creer en valores retrógrados y pudieran cambiar para vivir en armonía con el mundo actual.

Muchas veces se olvida el poder que puede tener la publicidad en la sociedad. La publicidad es la que define cómo se ve la belleza (Dove, L’Oreal, Yanbal), qué debemos vestir (Springfield, Levi’s, Kotex) o cómo se ve una familia funcional (Coca-Cola, Sofía, Huggies). La sociedad acepta los mensajes frívolos de consumo porque la publicidad también intenta crear un mundo mejor: denuncia el bullying, te informa de cómo puedes dejar de matar el planeta o en el caso de Gillete, cómo educar a las futuras generaciones para que sean mejores seres humanos.

En Bolivia esto no ocurre. Las tandas suelen ser 98% mensajes de consumo y el 2% restante, hipócritas intentos de marcas comerciales de parecer buenos dando algún consejo cualquiera (usualmente obligados por una ley que les pide cumplir un mínimo de trabajo social al año).

La publicidad boliviana nos ha acostumbrado a ver historias tontas que funcionan como chistes que se olvidan a los dos días o fórmulas gastadas de las mismas imágenes recicladas (cualquier arte para vender un auto o todos los bancos hablando de su banca digital, por ejemplo) con textos que los creativos se imaginan revolucionarios, inteligentes, pero que son simples refritos creados solo para complacer a clientes y jefes y terminar el día en paz. Yo sé todo esto porque llevo 15 años trabajando así.

Saliendo de Megacenter hay una valla de la Universidad Privada de Bolivia (UPB) que muestra a una chica con agua salpicando su rostro y un mensaje absurdo que solo dice “Comunicación con Enfoque Corporativo”. Más allá de las connotaciones sexuales que podría darle cualquier persona, debería existir, por encima de todo, la pregunta: ¿cómo algo tan tonto llega a estar allí y seguir meses sin que a nadie le importe? ¿Alguien de verdad cree que una joven verá esta imagen y saltará a los brazos de la UPB?

Donde el spot de Gillete tuvo respuestas (positivas y negativas) a la media hora de ser subido a internet, aquí vivimos en una sociedad donde solo Corimexo parece romperla año tras año con un mínimo de publicidad pagada y luego sentarse a disfrutar de toda la absurda cobertura que recibe de los medios ociosos que juegan a echarle leña al fuego.

Trabajando en este rubro, por lo menos una docena de veces escuché la frase de clientes y jefes diciendo: “No. Tiene que ser más simple, para que la gente lo entienda”. Clientes obligando a los publicistas a producir mensajes bobos, simplones, obvios, porque si la gente lo piensa mucho, podrían darse cuenta de que no necesitan las cosas que están queriendo venderles y eso, señores, sería el fin de la vida como se conoce (la vida de los publicistas, quiero decir).

Ergo, los miles de spots que tenemos en los últimos 10 años están basados en situaciones tontas o personajes absurdos: Harry el limonero, Horacio Reducido, Migo, el opa Juanoncho vendiendo tierras en Santa Cruz, etc. etc.

Donde otros países se enorgullecen de sus producciones que son premiadas, alabadas y compartidas en YouTube, las producciones nacionales son atentados al criterio, al buen gusto y a veces hasta los derechos de autor, como es el caso de un director creativo que todos conocen por su descaro al plagiar piezas del exterior y ser inmune a las consecuencias.

Aparte de las agencias digitales que nacen y mueren en menos de un año, Bolivia tiene menos de 10 agencias grandes que se reparten a la gente de diseño, creativos y la media centena de marcas grandes que les permiten vivir. Todos jugando al juego de la ronda, saltando de una agencia a otra y repitiendo. Al ser un grupo tan pequeño (no más de 200 personas en toda Bolivia) las historias que se mueven son increíbles e imposibles. De hecho, la primera agencia de publicidad de Bolivia termina como la historia de un lugar al que llegaron sus empleados un lunes y encontraron todo saqueado porque sus dueños decidieron escaparse del país antes de que tengan que pagar indemnizaciones y se llevaron todo lo que pudieron para nunca más regresar. Si ésta es la base de la publicidad, peores historias se han levantado después. No existe regulación y, como se mencionó antes, nadie reclama de todas maneras. Para trabajar con cualquier proveedor, las agencias les exigen una comisión por el “favor” de usarlos a ellos y no a sus competencias. El monto que un cliente recibe en su factura está tan inflado, y a veces es tan descarado, que ha llevado a bochornosos escándalos que han resultado en gente que tuvo que renunciar… para unos días después el individuo ser contratado por otra agencia como si nada hubiera pasado.

Esta gente es la que hace los mensajes que nos atacan día a día. Mensajes cínicos, huecos y desalmados que no buscan el bien sino el billete fácil: “compra, logra, yo, más grande, mejor, impecable, oferta, 2 x 1, todo lo que deseaste, serás perfecta, todos te amarán, único en Bolivia, pensando en ti, hazlo por tu familia, por los que amas… compra, compra, ¡compra!”.

La historia de Gillete incluso tiene su lado oscuro, donde se dice que la misma marca contrató gente para que escribiera cosas malas en las redes y poder asumir así el rol de víctima, el héroe trágico con el que todos tuvieron la empatía. O sea, todo planeado de antemano. Así es la publicidad, un juego de ilusiones donde la creatividad realmente está en cómo lograr que la gente siga creyendo, no lo piense demasiado y compre, compre… ¡compra!

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La agonía de los Oscar

Una mirada sobre los criterios de selección de las películas nominadas

/ 6 de febrero de 2019 / 04:00

El año pasado, La Forma del Agua ganó los Oscar a mejor película y mejor director, probando una vez más que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas (AMPAS, por sus siglas en inglés) cada vez diferencia menos entre el cine arte o de autor y el cine comercial exitoso, pero intrascendente. Ese año, Tres anuncios por un crimen, Hilo Fantasma o hasta Dunkerque merecían el premio a mejor filme por encima de la patética historia de amor entre una mujer muda y un monstruo acuático. Este año, Pantera Negra o A Star is Born demuestran que las premiaciones no buscan un mensaje, calidad artística o siquiera un guion original, sino audiencia que se sienta valorada por haber visto dicha cinta en un cine.

Roma es otro ejemplo de conformismo en la selección, donde por detrás está Netflix con una millonaria inversión en pos de conseguir la nominación y ahora la estatuilla por mejor director y película. Porque la mecánica de selección funciona así: cuando un estudio quiere que una de sus películas sea tomada en cuenta, debe darla a conocer a un público votante que muy posiblemente no haya visto esa película. Tomar en cuenta que cada fin de semana salen en promedio 75 nuevos estrenos contando lo comercial, lo independiente, el cine arte extranjero y las reediciones remasterizadas que suelen competir con los estrenos. La Academia cuenta con más o menos 6.000 votantes, muchos de ellos no tan afines a ver películas todo el tiempo como uno imaginaría. Hablamos de gente que se dedica a la música, edición, producción o distribución. No son cinéfilos, pero miembros de una industria con tiempos tan apretados que como cualquier ser humano, apenas pueden ver cuatro o cinco películas nuevas al mes, como máximo. Hay que recordar también que allí no existe la piratería, así que está la compra o alquiler de las películas como alternativa a los 10 dólares que cuesta un ticket al cine.

A estas personas que no vieron la película son a las que cazan las promociones de “para su consideración”, que además de artes de página completa en periódicos y revistas, suelen funcionar con tentadores regalos que llegan personalizados a los votadores junto a una copia de la película en DVD para que la “consideren”.

Bajo esta mecánica dudosa, las votaciones no siempre reflejan lo mejor del cine de ese año. De nuevo como ejemplo, Roma de Alfonso Cuarón es una película que no debería calificar para competir en nada porque le pertenece a una plataforma de pago. Los Oscar representan lo mejor del cine, esas películas pensadas para verse en pantalla grande y que involucraron el esfuerzo de cientos de personas para lograr consolidarse. Roma fue filmada en 35 mm, pero comprada por Netflix y expuesta en unos cuantos cines para cumplir el requerimiento básico de exhibición y poder entrar a estos premios. Trampa.

Roma fue hecha en México y a pesar de una hermosa fotografía y unos excelentes últimos 30 minutos, es un bodrio de autocomplacencia por parte del director. En el espectro opuesto, Burning (Corea del Sur, Lee Chang-dong), una obra maestra de cine inteligente, con un guion introvertido, melancólico y nihilista, es ignorada completamente en todas las categorías con la única excusa de reemplazarla por un cine que todos puedan reconocer dentro y fuera de Estados Unidos. Porque si más gente reconoce la película más gente verá la premiación y más podrán cubrirse los costos de producción con la venta de derechos de transmisión y, obviamente, el pauteo de tandas comerciales. Negocio.

En mejor película, la inclusión de Pantera Negra o Bohemian Rhapsody es una falta de respeto para Green Book, La Favorita o las que ni siquiera fueron consideradas, como Boy Erased, The Rider (inexplicable esta ausencia) o Sorry to bother you (posiblemente lo más original que se ha hecho el año pasado). Incluso los documentales, que deberían ser imparciales, traicionaron la calidad al ignorar Tres Extraños Idénticos (la vida real es más extraña que la ficción) y Won’t you be my neighbor.

Este año, los ganadores son obvios e injustos: Roma, Pantera, Increíbles 2 y A Star is Born, que ganarán por la razón equivocada: que el público se sienta feliz de verlos ganar.

Green Book es una hermosa película acerca de la amistad, y que esté basada en hechos reales le da más fuerza. No será perfecta, pero vale más que la historia de un príncipe vestido de pantera. Y exceptuando a Lady GaGa (!), todas las actrices principales y secundarias valen su nominación y será de lo más peleado este año.

Por lo menos, tomando en cuenta que ni una sola mujer fue nominada en dirección o por película, en una ceremonia que cada vez representa menos lo mejor del cine.

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Una mirada sobre los criterios de selección de las películas nominadas

/ 6 de febrero de 2019 / 04:00

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Roma es otro ejemplo de conformismo en la selección, donde por detrás está Netflix con una millonaria inversión en pos de conseguir la nominación y ahora la estatuilla por mejor director y película. Porque la mecánica de selección funciona así: cuando un estudio quiere que una de sus películas sea tomada en cuenta, debe darla a conocer a un público votante que muy posiblemente no haya visto esa película. Tomar en cuenta que cada fin de semana salen en promedio 75 nuevos estrenos contando lo comercial, lo independiente, el cine arte extranjero y las reediciones remasterizadas que suelen competir con los estrenos. La Academia cuenta con más o menos 6.000 votantes, muchos de ellos no tan afines a ver películas todo el tiempo como uno imaginaría. Hablamos de gente que se dedica a la música, edición, producción o distribución. No son cinéfilos, pero miembros de una industria con tiempos tan apretados que como cualquier ser humano, apenas pueden ver cuatro o cinco películas nuevas al mes, como máximo. Hay que recordar también que allí no existe la piratería, así que está la compra o alquiler de las películas como alternativa a los 10 dólares que cuesta un ticket al cine.

A estas personas que no vieron la película son a las que cazan las promociones de “para su consideración”, que además de artes de página completa en periódicos y revistas, suelen funcionar con tentadores regalos que llegan personalizados a los votadores junto a una copia de la película en DVD para que la “consideren”.

Bajo esta mecánica dudosa, las votaciones no siempre reflejan lo mejor del cine de ese año. De nuevo como ejemplo, Roma de Alfonso Cuarón es una película que no debería calificar para competir en nada porque le pertenece a una plataforma de pago. Los Oscar representan lo mejor del cine, esas películas pensadas para verse en pantalla grande y que involucraron el esfuerzo de cientos de personas para lograr consolidarse. Roma fue filmada en 35 mm, pero comprada por Netflix y expuesta en unos cuantos cines para cumplir el requerimiento básico de exhibición y poder entrar a estos premios. Trampa.

Roma fue hecha en México y a pesar de una hermosa fotografía y unos excelentes últimos 30 minutos, es un bodrio de autocomplacencia por parte del director. En el espectro opuesto, Burning (Corea del Sur, Lee Chang-dong), una obra maestra de cine inteligente, con un guion introvertido, melancólico y nihilista, es ignorada completamente en todas las categorías con la única excusa de reemplazarla por un cine que todos puedan reconocer dentro y fuera de Estados Unidos. Porque si más gente reconoce la película más gente verá la premiación y más podrán cubrirse los costos de producción con la venta de derechos de transmisión y, obviamente, el pauteo de tandas comerciales. Negocio.

En mejor película, la inclusión de Pantera Negra o Bohemian Rhapsody es una falta de respeto para Green Book, La Favorita o las que ni siquiera fueron consideradas, como Boy Erased, The Rider (inexplicable esta ausencia) o Sorry to bother you (posiblemente lo más original que se ha hecho el año pasado). Incluso los documentales, que deberían ser imparciales, traicionaron la calidad al ignorar Tres Extraños Idénticos (la vida real es más extraña que la ficción) y Won’t you be my neighbor.

Este año, los ganadores son obvios e injustos: Roma, Pantera, Increíbles 2 y A Star is Born, que ganarán por la razón equivocada: que el público se sienta feliz de verlos ganar.

Green Book es una hermosa película acerca de la amistad, y que esté basada en hechos reales le da más fuerza. No será perfecta, pero vale más que la historia de un príncipe vestido de pantera. Y exceptuando a Lady GaGa (!), todas las actrices principales y secundarias valen su nominación y será de lo más peleado este año.

Por lo menos, tomando en cuenta que ni una sola mujer fue nominada en dirección o por película, en una ceremonia que cada vez representa menos lo mejor del cine.

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