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Dientes de Dragón

Michel Crichton fue uno de los autores más queridos por los lectores de best-sellers de aventuras del mundo. Alguna vez lo llamaron “Rey Midas” de la cultura popular, porque todo lo que tocaba se volvía oro. Uno de sus admiradores fue Steven Spielberg, quien compró por anticipado los derechos para llevar al cine sus novelas Jurassic Park y El mundo perdido. El fenómeno en el que se convirtió esta franquicia cinematográfica sobre dinosaurios no necesita explicarse, ya que se ha estirado hasta ahora con películas que aún son un éxito, aunque fueron perdiendo progresivamente el encanto, algo de lo cual Crichton, ciertamente, no es responsable.

Él murió prematuramente en 2008, con 64 años de edad. Un año después murió, también prematuramente, una gran fanática suya, mi madre. Después de esas aciagas fechas, los herederos de Crichton encontraron dos nuevas novelas suyas entre los miles de papeles que dejó y las publicaron póstumamente, a fin de dilatar el “efecto Midas” un poco más. A mi mamá no le hubiera importado saber por qué Crichton no publicó en vida estos manuscritos; simplemente los habría festejado, o al menos eso creo. Creo que, aun aceptando que Latitudes piratas y ahora Dientes de Dragón no tienen la fuerza de las mejores creaciones de Crichton, digamos de Timeline, que a ella le encantaba, las hubiera aplaudido. Pues no serán iguales, pero tampoco defraudan, así que logran extender la magia; al toparnos con ellas en una librería nos contactan con las viejas ilusiones que en nosotros despertaron muchas de las creaciones del escritor estadounidense. ¿Ilusiones de qué? De pasárnosla en grande por unos días, por supuesto, de ocupar deleitosamente el final de las jornadas, esos atardeceres que dedicamos a la lectura, cuando lo más duro de la labor diaria ya ha sido hecho, o los días plácidos de las vacaciones. Porque este era justamente el gran talento de Crichton: entretener como ningún otro contando historias.

Leyendo estas novelas póstumas la pasamos muy bien, en efecto, aunque no dejemos de preguntarnos por qué no fueron publicadas en vida del autor, una pregunta que mi madre, creo, no se hubiera hecho, al menos no con encono, y que los herederos y editores de Crichton, como es lógico, no responden.

Dientes de Dragón es otro producto de la pasión de este autor por los dinosaurios. Pero no se trata de un “tecno-thriller” como Jurassic Park, sino, igual que su otra novela póstuma, Latitudes piratas, de una aventura más tradicional, que abreva de la realidad y se refiere a asuntos históricos con potencial mítico-literario: en este caso la conquista del “lejano oeste” y los temas clásicos del wéstern; mientras que la otra novela, como su nombre dice, habla de los piratas y los corsarios que hostilizaban al Imperio Español con licencia de la Corona inglesa. Se trata de los temas históricos que la cultura popular ha escogido/convertido en los más interesantes y encantadores: el de los piratas, ni que se diga, el de los ladrones de guante blanco, el de los vikingos, el de los cowboys, bandidos e indios.

Por estas razones, Dientes de Dragón se relaciona con otra línea de antiguos éxitos de Crichton, la compuesta por novelas basadas en hechos históricos y leyendas, como El gran robo del tren y Devoradores de cadáveres. En esta línea de trabajos, la habilidad para investigar de este escritor —médico titulado que cambió la bata blanca por la máquina de escribir—, se vuelca, de los últimos descubrimientos científicos (y las conjeturas a los que están lugar), a la reconstrucción de la vida cotidiana en épocas pretéritas. Gracias a ello puede dar a las vicisitudes de sus personajes un marco sólido y a la vez valioso.

Crichton no solo emuló a Julio Verne, el novelista de los inventos portentosos, sino que además cultivó una “vena Stevenson”, que lo llevó a hilvanar estas preciosas historias de aventuras. Por cierto Robert Louis Stevenson es un personaje secundario —un cameo, en realidad— de Dientes de Dragón.
Esta novela añade a los motivos tradicionales del wéstern el asunto del que Crichton era el maestro contemporáneo: la búsqueda y recreación de los dinosaurios. La novela relata la lucha despiadada que se dio entre dos de los primeros paleontólogos estadounidenses por capturar fósiles en el oeste del país, a fin de convertirse en las mayores autoridades del área. Fue una lucha que no iba por detrás de la desarrollada por los banqueros y las compañías de trenes rivales para conquistar la mejor parte de las promesas que entrañaba el florecimiento de Estados Unidos como potencia mundial.

Aunque se halla completa, la obra no está del todo desarrollada, y eso probablemente explique la cuestión desatendida, esto es, ya lo dijimos muchas veces, que el autor no la haya publicado en vida. Se trata, como dijo un crítico estadounidense, de un “sólido borrador”, a la espera del trabajo de afinado. Con éste, los personajes podrían haber adquirido un peso mayor y pasar de interesantes a entrañables, como lo son los de las mejores novelas de Crichton.

En todo caso, creo que mi madre hubiera disfrutado de Dientes de Dragón, y no solo situándose frente a la portada y lo que ésta promete. Yo lo hice. La prosa es precisa y atractiva, el ritmo resulta casi perfecto y las transiciones de la descripción del paisaje a la narración y a la información histórica ocurren con una facilidad y oportunidad que solo poseen los escritores más curtidos e inspirados. Y los asuntos tratados, como siempre, son suculentos. Crichton escribía estas historias “menores” al mismo tiempo que sus tecno-thrillers de mayor envergadura. Eran al parecer un medio de descanso, además de un testimonio de su fecundidad literaria. Y lo que se hace por puras ganas de gozar suele ser delicioso. Una vez más, debemos lamentar que la muerte del autor, siendo tan prematura y vertiginosa, de un rápido cáncer, no le hubiera permitido seguir trabajando en estas historias hasta su conclusión final.

Además de escritor, Crichton fue guionista, director y productor (el lector debe haber recordado que él fue quien creó la súper célebre serie de televisión ER); su importancia para la cultura popular estadounidense (y por medio de la influencia del cine de este país, para la cultura popular mundial) es comparable a la de Stephen King (otro prolífico contador de historias, pero en su caso “oscuras”). Hay que anotar también que tenía ideas políticas discutibles: su concepción de los roles de género era bastante convencional, consideraba que el cambio climático no ha sido causado por la actividad humana y era un optimista de la tecnología.