Beach House: el fulgor de lo ingrávido
La banda ícono del indie presentó su séptimo álbum —‘7’—, propuesta renovada donde perfecciona su estilo.

Beach House lo ha hecho nuevamente. El séptimo disco de Victoria Legrand y Alex Scally es una pieza exquisita para los amantes del dreampop que trasciende hacia las múltiples vertientes que ha logrado crear el indie, donde los originarios de Baltimore (EEUU) se alzan como una de sus bandas más emblemáticas.
Es fantástico el poder mirar desde el presente la obra de Beach House como una comprobación de lo que resulta del creer en lo que se hace. 7 es un disco realizado con mucho cuidado, con una fijación en los detalles que resplandece como un fulgor permanentemente acompañado por ese temperamento ingrávido que ha marcado a la banda desde sus inicios. El manual del mejor dreampop dirían algunos; para mí vas más allá: hacia la conformación del más puro instinto creativo.
Las disonancias de algunos temas van de la mano con la fuerza de las armonías en otros, es así que desde la discreción, en lugares casi escondidos dentro del trabajo, ofrecen momentos de masiva intimidad.
Tras años de innovación en los teclados, la experticia de Beach House logra momentos gloriosos en cuanto a sonidos orgánicos, pero no desde el snobismo de lo vintage sino como maestros del instrumento. Han sabido labrar, como artesanos, los acordes perfectos y eso se hace demasiado evidente en 7.
La voz impasible de Legrand se transforma constantemente. Lo hipnótico de Teen Dream (2010), considerado el álbum fundamental de la banda, fue superado hacia una especie de omnipresencia. La voz está presente hasta cuando no se la escucha, inclusive en momentos de silencio.
El dúo sumó en este trabajo una batería y profundizó con los sintetizadores, esta vez con Peter Keber como co-productor, profesional conocido como Sonic Bloom (Panda Bear, MGMT).
En 7, la batería se convierte en un desafío y James Barone da la talla cuando sutilmente se reemplaza a las programaciones con armonías más pesadas como contrapunto al aporte flotante y espectral de la voz de Legrand. Las guitarras concretan algunas melodías como una onda expansiva.
Las 11 canciones del álbum te vuelven al pasado pero habitando el presente: son nuevas canciones viejas que se han perfeccionado hasta la obsesividad.
Alguna vez quise describir al himno Myth como “lo inefable” y es que esta canción que abre Bloom (2012), disco que salió después del ya clásico Teen Dream, nos daba la certidumbre de que la banda podía seguir después de realizada su obra maestra.
Beach House sigue intentando y nos regala un maravilloso trabajo donde lo wanna be poético de mi frase “lo inefable” muta a una confirmación: es el sonido de lo indefinible. La marca del dreampop es la ensoñación, producir anhelos y lo logran. Los patrones trazados en el aire son su esencia.
El disco tiene altos puntos desde el inicio con Pay no mind, Lemond Glow o la bellísima L’inconnue que, a través de un coro en francés es como ascender a los cielos. “Little girl, you should be loved”, relata. Drunk in LA (de mis favoritas), Dive, Black Car, Woo, Girl of the Year; todas geniales.
Recomiendo escuchar 7 a todo volumen o, en todo caso, con unos buenos auriculares. Es una experiencia sensorial que seguramente llenará de luminosidad cada parte de sus cuerpos.