El legado de un monstruo
El documental ‘Leaving Neverland’, dirigido por el británico Dan Reed, se basa en dos testimonios contra Michael Jackson
Días después de que HBO pasara el documental Leaving Neverland sobre los supuestos abusos sexuales que cometiera Michael Jackson sobre dos niños de siete años, Taj Jackson, sobrino del artista, realizó varias apariciones en medios de comunicación defendiendo la inocencia de su tío. Una frase destaca sobre todo lo que ha dicho hasta la fecha: “Creo que esto es solo temporal”, dijo, asumiendo que el legado artístico será más fuerte que la verdad que pueda (y deba) revelarse de Michael Jackson como persona.
Leaving Neverland es un documental de cuatro horas dirigido por Dan Reed, que estrenó primeramente a principios de año en el Festival de Sundance, dejando atónitos a sus espectadores; se dice que había consultores y asesores psiquiátricos presentes para ayudar a la gente a lidiar con lo expuesto en el filme. El Festival es un escaparate que sirve para mostrar y negociar contratos de distribución para películas y documentales. HBO saltó de inmediato ante la oportunidad de distribuir el documental en su cadena, a lo cual, los abogados, advertidos del contenido, intervinieron a las horas con la amenaza de una demanda si HBO pasaba el documental por Tv. HBO se puso los pantalones y dijo que no retrocedería.
En Finding Neverland oímos a dos hombres de 30 años recordando cómo conocieron al Rey del Pop y cómo paso a paso Jackson se metió en la vida de sus familias con el fin de enamorarlos y convencerlos de que estos niños pasen más y más tiempo con él.
Wade Robson era un niño de cinco años cuando ganó un concurso de imitadores de Michael Jackson en Australia. El premio fue conocer al artista. El carisma de Wade y la accesibilidad de la familia permitieron que el artista desarrollara una “amistad” con el niño por los siguientes dos años, a través de cartas y llamadas telefónicas. Con el regreso del artista a Australia, esta “amistad” floreció en visitas de Michael a la casa de la familia, cenas, películas, salidas, compras ilimitadas en shoppings, viajes, hoteles. Era tal el cariño que demostraba Michael por ellos, que la familia tomó la decisión de mudarse a Estados Unidos para que el pequeño Wade de siete años pudiera estar cerca de su “mejor amigo”.
James Safechuck tuvo otra forma de conocer al artista, cuando ambos fueron los protagonistas de un spot publicitario para Pepsi. No tan fanático, Michael encontró otras formas de impresionar al niño, a través de visitas a su impresionante rancho (Neverland) y siempre manteniendo el mismo encanto con los niños como con los padres para ganar su confianza.
Cuatro horas es bastante tiempo, y el documental toma cada minuto para hacer a estos dos jóvenes, sus familiares y más adelante, sus parejas, lo más creíbles y humanos posibles. Los relatos de ellos como protagonistas de siete años pasan en un abrir y cerrar de ojos de cuento de hadas a terror nocturno. Lo que logra el director y separa este filme de cualquier otro documental sobre el tema es el enfoque. Esa neutralidad donde Michael Jackson es un personaje terciario, distante, un mito nunca visto de frente pero descrito por momentos, por acciones, por fotos, cartas y finalmente por un perfil psicológico que se desprende de solo un cantante y se convierte en el prototipo de cualquier violador desalmado que pueda estar en los archivos de la Policía.
Cuatro horas cumplen la función de mostrar palabra por palabra, acción por acción, paso por paso, cómo un adulto de 30 años convenció a padres e hijos de ser parte de este horror sexual. Los detalles sobre besos, caricias, pezones apretados (aparentemente el fetiche de entrada de Michael Jackson que se repite aquí y en los archivos que tiene la Policía de los juicios), sexo oral, masturbaciones, juegos de bodas, calzoncillos con sangre y más, ponen la piel de gallina al espectador. La forma en que estos dos muchachos recuerdan esto, con las manos temblando, la voz quebrada y luego construyendo la imagen grande al incluir a sus madres y hermanos que inútilmente tratan de explicar cómo no supieron que esto sucedía, no solo destruye la imagen del Rey del Pop, crea odio por el hombre.
La intencionalidad, la manipulación y luego, con el escándalo de los juicios de 1993, el descaro de llamarles y pedirles que sean testigos a su favor, es una historia que por momentos enoja. La cadena Fox anunció que nunca más pasará el episodio de Los Simpson con la voz de Jackson; alrededor del mundo las estaciones de radio sacaron de programación las canciones de Michael e incluso localmente se han visto comentarios en Facebook de gente que vio el documental y ya no siente la misma admiración.
HBO recibió una demanda apenas terminó de pasar el documental. Pero no por el mismo, sino por una cláusula de 1992 sobre un concierto que pasó la cadena y que en el contrato decía que nunca se hablaría mal del artista: 100 millones de dólares por desafiarlos. Al documental no se lo puede tocar, porque habría que probar que estos muchachos mienten. Y al oírlos y verlos… o son los mejores actores del planeta o estas vidas de verdad quedaron destruidas. El coda final carga la parte más fuerte: gente insultándolos por las redes sociales, amenazas a las familias, una madre llorando porque su hijo nunca le perdonará que lo haya dejado solo, con siete años, en las manos de un pedófilo. Esta palabra se usa una sola vez en todo el documental y cuando llega es devastadora. Michael Jackson no era un rey. Era un pedófilo que abusaba sexualmente de niños; no importa qué haya grabado, qué bien haya hecho en el mundo. No importa cuánto duela, su verdadero legado es destrucción en la vida de quienes fueron sus víctimas.
Sobre el comentario “temporal” que quieren etiquetarle a este documental, la respuesta está en las fotos finales donde Wade Robson quema la chaqueta de Thriller que le regalara Michael Jackson. A ver si así el pasado duele menos.