Después de abrir el poemario Espasmo, y al cabo de haber leído los primeros poemas, constaté que éstos —como los sucesivos— eran la prolongación de una obra que es depositaria de un intenso recorrido poético donde la continuidad se lía a la contigüidad y la intensidad a la densidad creativas.

Vadik Barrón, con Espasmo (2018), logra que el décimo de sus poemarios se torne en una obra particular bajo el aura de un reconocimiento fundamental: la obtención del Primer lugar del XLV Premio de Poesía Franz Tamayo 2018. Sin duda, uno de los eventos culturales de mayor tradición literaria en el país y que, desde 1965, con algunas interrupciones, ha venido reconociendo la obra de destacados poetas bolivianos.

Espasmo, a diferencia de los títulos de los poemarios precedentes: Cuaderno Rojo, iPoem, Los Espejos Sonoros, Tragaluz, Matrioshka, Maniquí y otros, alude a un efecto orgánico y atingente al orden vital. Trátase de una súbita contracción —¿corporal?, ¿anímica?— que preludia algo o que simplemente sucede. Acaso el acmé de una situación, un reparo, el signo conjetural que irrumpe y balbucea. O, digamos, epifenómeno de incierto origen.

El libro se halla constituido por 32 poemas, vertebrados por cinco de ellos que, a diferencia de los demás, llevan el apelativo de Espasmo y fungen a la manera de vector temático. En éstos, el poeta discurre temas que van de la precariedad vital a la incertidumbre, de la ambivalencia a la esperanza, del anhelo de redención a una fe titubeante por cristalizar la fe.

La obra, al inicio, manifiesta algo que proyecta una relación consustancial a su visión poética, dice: “Nada de esto es bueno/ ni bello/ ni justo/ y no puede ser nombrado/ más que con la palabra vida”. En efecto, los poemas a lo largo de las páginas se despliegan a través de un diálogo intenso entre poesía y vida; por tanto, el diálogo con la historia o la “realidad” si no están abstraídos, al menos se mueven dentro una evidente levedad.

De este modo, se adentra en substratos en los que yacen las tensiones arduas del ser. Por lo mismo, en el poemario la vida no se manifiesta como plenitud, sino como una experiencia áspera y desapacible. Cabe entender que la vida no es solo la escena de lo germinal y el regodeo con lo apolíneo, sino también su envés: el absurdo, el espasmo, las disimetrías, lo espectral, el desamor, la inevitable entropía, también la danza de Shiva. La vida, un escenario transitado por fantasmas plurales.

Su palabra sostiene un mundo insuficiente, fantasmal y proclive a la insanía, la existencia montada sobre el purgatorio, escribe: “El breve adiós de los corazones baldíos/ la tenaza del dolor que precipita su furia/ sobre nuestras gargantas/ la larga agonía de la enfermedad, este simulacro de incendio en vía pública”. De este modo, ronda el territorio de la desesperanza, en el poema Ilusión añade: “Todo lo demás es ilusión./ Fantástica, frenética, maldita ilusión./ Una fantástica mentira con rostro de mundo”.

La abstracción de los magnos referentes se torna manifiesta. En la cosmovisión de Holderlin, se trata de una poesía sin dioses, poesía ajena a la salvación y el aliento de la utopía. En el poema Cordillera asevera: “El cielo pasa de largo como un dios indolente”. En perspectiva, apenas asoma algún horizonte posible, y de este modo ratifica la experiencia del desasimiento. En el poema Lazo escribe: “Unir/los puntos/ de/ una/ línea / invisible/ que/ no/ va/ a/ ninguna/ parte./ Descender/ mantenerse/ en movimiento/ des/ apa/ re/ cer.” Así, despliega fatalmente una escritura cortada, incapaz de decir plenamente, para terminar en la mutilación de la palabra; escritura que se troza y se disuelve en el tartamudeo, la amenaza del acabamiento —no del silencio.

Diferentes poemas de Vadik Barrón erigen una atmósfera impregnada por un hálito oblicuo. De ahí es que la ronda verbal ilumine esa materia densa que se erige en medio de la cavilación, la interpelación y la inminencia del pathos. Escribe: “Hay una fractura expuesta en todo esto:/ la vida es un largo corredor hacia el cadalso/ la memoria, una hermana misericordiosa/ o una arpía traicionera, según”.

Pero, ¿desde dónde habla Vadik? Por una parte, se mueve en el no-lugar. Acaso, en la elusión. Pero, por otra parte ese “no lugar” se despliega en la topología del abajo, entendido éste no como un lugar del estar, sino como el sitio de la enunciación doliente, la zona donde la palabra se tiñe de vida, la irrupción del espasmo. Desde una tensión indómita que tiende al vértigo y la caída existencial, los poemas blanden una inquisitoria contra las suturas de la vida, una abierta interpelación a su factura cicatricial. No representan al ser que mira hacia arriba o desde arriba, sino del que habla con el orbe gacho, desde ese cielo inverso, el suelo.

Valik no escapa a la condición del poeta excentrado —¿qué verdadero poeta no es tal?— desdeñoso de ese mundo asediado por LA verdad y LA razón. En Espasmo inquiere en los estratos subalternos a la historia, pisos más abajo, donde se agita otra trama de la existencia. En esa dimensión: poesía de la conjura y el escepticismo. Palabra que se abraza a un mundo indómito y lo recrea en el soplo ecualizado del vacío. Crítica que habita el excentramiento, que a su vez es crítica del régimen de verdad que pugna por instaurar el afuera. De ahí es que no pocos poemas asuman un carácter sentencioso y crítico, criticidad existencial que pugna por evidenciar las aristas que acosan el mundo. Crítica que envuelve la propia condición humana y que oficia desde la suspensión dramática de una herida, de una cicatriz que pasea una vieja nostalgia en medio de fantasmales golpes de fe, y de la sospecha de ajenidad que nos acosa.

Detrás de la costra del mundo emerge un desorden nómada, una contra vida. Asumirlo implica una aventura no solo poética, sino también intelectual. Ahí la mirada gravitante del poeta abre esclusas, pincha pompas, menea la creación. De pronto lo sombrío también ilumina. Esta atmósfera se revela a través de la terrible pregunta formulada en el poema One-way ticket: “Una mariposa/ negra/ ciega/ que vive nada más/ que un día/ ¿precisa un poema?”.

Ni el universo allá, poblado de “estrellas tontas”, o la ciudad —aquí— son espacios habitables. Ambos son objeto sentimientos de extrañeza y temor. Dice un verso: “La ciudad es un monstruo de mil cabezas, / un nonato horroroso e incompleto,/ una matrona orate que nos arrulla,/ golpeando su cabeza contra las piedras”. Así, su escritura se cumple como develación de lo espectral y cuerpo de la inminencia.

En Espasmo, el amor no traduce la experiencia de la plenitud. Credo no, acaso experiencia de la credulidad, es más, de la fatalidad. El amor salta de poema en poema y se revela tangencial a su imagen convencional. En Fractura confirma esta percepción: “…/ el amor es una burbuja leve pero poderosa, un arma de destrucción masiva/ que duerme en el centro de todos los cuerpos”.

El trance poético de la encrucijada sin embargo acusa fisuras que se abren a la luz, para traslucir desde el otro lado del ser, destellos elementales, vías de posible trascendencia. Del pulso impredecible del espasmo y del magma poético que lo asiste, emergen instantes de reposo, y encuentro, golpes de luz, escribe: “A veces caen besos en forma de canciones/ y ese bálsamo invisible/ mata la sed, la rabia, el miedo/ y nos hace —por un momento—/ ángeles de a pie entre las muchedumbres”.

El no-lugar trasunta el vislumbre, el deseo que se quiere deseo. El poema Sinfonía, respecto a la música manifiesta: “No hay palabra que le haga justicia/ Resonar trasciende la honda angustia/ de vivir y de morir./ Vibrar en sintonía con los astros/ es un premio y una condena/. En esa perspectiva, en el poema Inmanencia, proclama que: “La poesía engendra poesía…/ Y la poesía alumbra sus propias criaturas”.

Acaso esa flama interior le provoque decir, en Espasmo (5) —el poema que cierra el libro: “Algo deberá quedar, iluminarse, vivir/ después de este espasmo coreográfico…/ Algo hermoso viene a nuestro encuentro/Vamos a abrazarlo”.

En Espasmo, última obra de Vadik Barrón, los poemas transitan —dueños de una sinceridad radical— por los arduos pliegues de la existencia y sus abiertos vericuetos. Interlocución desnuda con la vida, cavilación en voz alta y voluntad pertinaz de decir y decirse, a pesar del ruido vital. Poesía que nos jalona y nos invita a inteligir este mundo que se anega y busca salvarse, de manera incesante.