Iván Nogales, una presencia eterna
El historiador Gustavo Rodríguez Ostria y el gestor Juan Espinoza narran sus encuentros con el creador que murió el 20 de marzo.
Iván Nogales Bazán —sentado en la plaza Colón, de Cochabamba— escuchó los detalles sobre la muerte de su padre, Indalecio Nogales Cáceres. La voz que relataba la historia le pertenecía al historiador Gustavo Rodríguez Ostria, quien por aquellos años, 2002 o 2003, trabajaba en su libro Sin tiempo para las palabras: Teoponte, la otra guerrilla guevarista en Bolivia (2006).
“Se tienen pocos datos sobre Indalecio Nogales. Venía de una familia minera de Oruro, fue dirigente de la fábrica SAID y pertenecía a una facción guevarista trotskista del Partido Obrero Revolucionario (POR) antes de pertenecer al Ejército de Liberación Nacional (ELN)”.
Verlo alejarse por las calles alteñas fue la última imagen que tendría Iván de él, quien se despediría de la hermana mayor del artista con una frase optimista: “Si escuchan cohetillos, salgan rápido que somos nosotros, que volvemos triunfantes”.
Ya entre la vegetación abundante del norte de La Paz, el grupo armado se fragmentó para escapar del Ejército. Claudio —nombre de guerra de Indalecio— y tres compañeros más fueron arrestados y murieron el 18 de septiembre de 1970.
Incluso después de conocer la historia trágica de aquella revolución fallida y la posible ubicación de sus restos, Iván le dijo a Rodríguez :“Aún lo espero”.
Esto los unió de una forma extraordinaria. Es un lazo entre dos personas, cuyas narraciones se entrecruzan y son capaces de completar relatos familiares y cerrar hechos de la historia nacional. “Jugué un extraño rol, entre ave de mal agüero o bien aquel que trae buenas nuevas. Lo cierto es que en parte el libro fue para él y para todos los hijos de Teoponte que aún esperan”, narra, conmovido, el actual Embajador de Bolivia en Perú.
Iván Nogales —el actor, director y gestor que murió el 20 de marzo— construyó una revolución con otras armas. Su presencia constante, coherente e irreverente diferenció su camino de aquel que siguió Indalecio.
“Yo estaba en la cruzada del arte desde el pueblo, entonces, debía quedarme con ellos (los fundadores del Teatro Trono, niños que permanecían en un centro de rehabilitación) hasta que la cosa marchara y por cuenta propia dieran un destino independiente al grupo, y así yo poder ir a otro ámbito a cumplir la sagrada misión de evangelizar, teatralizar, satanizar, transformar el mundo a través de las artes”, escribió Nogales en su artículo Búsqueda hacia y desde la descolonización del cuerpo (mayo de 2017, revista La Migraña 21).
Su muerte dejó muchísimos huérfanos. Entre ellos varias generaciones de artistas de El Alto, La Paz y un sinnúmero de lugares, que se reunieron alguna vez en su vistosa casa de Ciudad Satélite, hogar también del Teatro Trono, grupo que comenzó con siete integrantes y que cumplió 30 años de trabajo con 50.
Después, el Teatro Trono dio lugar a la Comunidad de Productores en Artes o Fundación Compa, que alberga hasta hoy iniciativas artísticas de toda índole y busca construir un Pueblo de Creadores en los Yungas.
La última etapa de trabajo del teatrista tenía un horizonte distinto. Una caravana de cerca de 1.000 artistas latinoamericanos llenó La Paz durante tres días en 2013. Tropas de creadores respondieron a la convocatoria del Primer Congreso Latinoamericano de Cultura Viva Comunitaria, del que fue un pilar esencial, donde confluyeron todo tipo de expresiones artísticas.
“Hace ocho o nueve años iniciamos la construcción de una red cultural, desde un trabajo, para lograr normativas y leyes que permitan un paraguas para el hacer cultural”, explica el gestor cultural Juan Espinoza.
Ahora todas estas iniciativas recorren sus propios caminos, con raíces tan profundas, gracias a sus ideas, que hacen que sus sueños trasciendan el tiempo.